Karl Ove Knausgard

Escrito por Bonifacio Singh el .

Normalmente leo a tragos cortos. Me concentro un par de veces al día, que suelen ser al levantarme o al acostarme, e ingiero un par de sorbos de páginas. Ni muchas ni pocas. Me gusta digerir con lentitud. Con el paso del tiempo he desarrollado la capacidad, que no es moco de pavo (como algunos ya sabréis), de poder visitar al mismo tiempo dos o más libros, de meterme en varias historias a la vez. No voy a decir el número de libros que leo al año, sonaría a pedante, también ni muchos ni pocos. Pero tampoco para mí es una actividad absolutamente obsesiva. Evidentemente, hay gente que se mete para el cuerpo una mucha mayor cantidad, pero yo soy una de las personas que conocéis (o no) que es más complicado que tuvieran problemas de adicción con algo. He ido puliendo costumbres férreas en mi vida, pero sin que lleguen a afectar unas sobre otras en exceso, creo. Poseo ese superpoder de tener ganas de beber para colocarme pero del mismo modo de poder poner distancia con ello. Las endorfinas me subyugan como a todo hijo de vecino, pero consigo salirme del cuerpo y mirarme desde fuera para comprender cuando debo parar para que nada me esclavicen. Pero para mí leer, del modo que sea, es más necesario que la comida, es más importante para mí lo que subyace en ello que la gasolina que aportan los alimentos para el puro movimiento. ¿Y qué pinta aquí Kar Ove?

La visión interior que me ha dado Karl Ove Knausgard, desde hace los pocos meses que lo conozco, es de las que me enganchan desaforadamente. De la cantidad de escritos que he ingerido en mi vida pocos llegan a  provocarme ese estado de necesidad de consumir como lo hacen los de este noruego de mirada lobuna. Puede que tengamos puntos en común, que me identifique con su forma de ser retraída y escurridiza respecto a los grupos humanos, esa distancia que siento hacia la gran mayoría. Karl Ove, aun no narrando terremotos, ni grandes acontecimientos, ni asesinatos, ni explosiones,  elaborando un relato de cielos grises color cemento, lineal, cotidiano, construye sin embargo un conjunto demoledor, profundo, duro y apasionante. Es la brutalidad de la existencia pegada al suelo, la escarcha contenida en los sentimientos, en la personalidad profunda sin matices ni disfraces. El cristal opaco a través del que todos miramos hacia el exterior, que sólo a ratos se vuelve translúcido, que se muestra burlón, limitado. Karl Ove se acerca tanto a lo humano, hacia su esencia profunda, se arroja tan desnudo al vacío, que, por momentos, a través de su propio pudor, alcanza el ajeno. Su voz se convierte en compañera y, a lo largo de los días, se torna imprescindible. De repente te encuentras con él en los cafés de Estocolmo, o en su habitación vacía desde la que ves las vidas ajenas pasar bajo el cielo plomizo. Huir de los lugares en que te reconocen, ese sí que es un territorio común.

knausgard1A Karl Ove le interesa sobremanera la relación del individuo con la masa. Dice que nacemos todos diferentes, pero que la cultura y la sociedad nos igualan. Yo me siento muy cercano a él. Nacimos a mucha distancia, en países de mentalidad aparentemente muy distante, pero, por lo que leo, él y yo vivimos en la misma fase humana, en las misas coordenadas temporales durante las que el mundo se hizo cada vez más pequeño. Nacimos en los setenta, crecimos en los ochenta y vivimos los noventa para darnos de frente con la realidad en el nuevo siglo. Veo fotos en internet de los personajes de sus libros, y son pura carne y puro hueso. Me gustaría salir a tomar unas cervezas con Geir, ese tipo que inspira confianza porque actúa menos teatralmente que la mayoría, y levantar del suelo en su coma etílico a su pobre vecina alcohólica rusa. Una sensación de frío me invade desde la primera linea, ese sol grisáceo, esa ambivalencia que representan para él el resto de personas, ese muro infranqueable hacia que es el yo.

Debo confesar que hace un par de años que no compro libros. Los descargo compulsivamente de internet, tengo tal cantidad de ellos pendientes que me provoca ansiedad no llegar a tiempo con ellos a mi propio funeral. El libro electrónico me ha abierto una ventana tan grande como en su día lo hicieron la televisión, el coche o internet. Y cuando no puedo conseguir algo gratis, entonces acudo a las bibliotecas, en las que siempre se depositan una cantidad limitada de ejemplares de los libros nuevos a los que la gente, curiosamente, no suele hacer mucho caso. A mí ya me importa poco la posesión del artículo, el contenido queda indeleble en mi memoria, gracias a Dios o a lo que sea. Siempre consigo el libro que deseo por una vía o por otra, sin pagar, y sin preguntarme si hago “bien” o “mal”, que os den, mi tiempo en es limitado para “conocer” lo que quiero conocer, ha llegado un momento de mi vida en la que esa parte de la moral planetaria me resbala. Entonces, hoy debía devolver mi libro “Un hombre enamorado”, de Karl Ove. No había conseguido terminarlo, tras el plazo de préstamo, empeñado en compaginarlo con otras cosas (maravillosas, véase “Limonov” o “Canadá”) y eso me estaba causando una irrefrenable ansiedad. No puedo ni quiero gastarme dinero en comprar ningún libro, así, sin más, y en los bancos electrónicos piratas aún no lo tienen, y para colmo en todo Madrid no había más ejemplares libres en las putas bibliotecas. Ayer lo devolví a última hora de la tarde, evitando ser sancionado, a una hora furtiva, casi a la hora de cierre. Esta mañana me levanté, cogí el coche, y me planté a primera hora en ese mismo lugar. El libro estaba recién recolocado en la estantería, nadie lo había detectado aún y pude volver a sacarlo con un nuevo plazo suficiente para terminarlo. Respiré aliviado, como el que compra su dosis diaria de “base de heroína” en el poblado de El Gallinero a “Los Gordos”. ¿Qué tiene Karl Ove? ¿Tiene farlopa de la buena? No lo sé, pero me siento bien pensando en los tomos que quedan pendientes por publicar en castellano de “Mein Kampf”. ¿Enganchado? Pues creo que sí. Repito: que os den si no lo comprendéis o no os llega el noruego.

Gracias, Karl Ove Knausgard, por existir. Y a Linda Bostrom, por aguantarle. Nos encontraremos en algún lugar en medio de este espacio-tiempo común al que nos lanzaron, quizás... puto genio.


Imprimir