a propos

"Los Millones" de Santiago Lorenzo

millones1

Hace unos meses leí la noticia de que Santiago Lorenzo iba a publicar un nuevo libro, uno con un título, como siempre en él, sugerentemente imaginativo: “Los asquerosos”. No digan que no es bueno. Yo había oído hablar de este autor de origen vasco pero criado en Madrid, más concretamente en mi barrio, Tetuán, pero no había leído nunca ninguno de sus libros. Hace ya casi una década escuché hablar de su primera creación, “Los millones”, al parecer ambientada en nuestro lugar en el mundo y en nuestra época dorada, el principio de los años ochenta.

millones2Dos renglones tardó en engancharme cuando me la bajé. Me dio pena no pagar por el libro. “Los millones” retrata mi mundo casi como ninguna otra cosa escrita. Hasta el personaje se parece a mí. Mi barrio es oscuro como la boca de un lobo, y lo era mucho más en aquella época. Somos un lugar cutre y lo seremos hasta cuando caiga un meteorito encima de nosotros. Santiago Lorenzo habitó en un pueblo enclavado dentro de una urbe, un sitio lúgubre pero que a mí me envuelve y me hace sentir bien cuando camino por sus calles. Devoré sus páginas con voracidad y una mañana lluviosa paseé hasta la casa donde habitaba el protagonista de la novela. Un lugar gris por el que no camina mucha gente y en el que, en la época que él relata, hasta era peligroso de atravesar. Fueron los tiempos de los yonkis y del perro come perro. La Ventilla era un territorio comanche que, como dice Lorenzo, era mejor no atravesar cuando caía el sol. Calles estrechas y casas construidas casi unas encima de otras, cada una con el tamaño y la forma que Dios y sus moradores les dieron a entender. Una espesa malla de asfalto resistente como pocas al hombre y al tiempo.

El protagonista pertenecía a los GRAPO, aquella legendria banda terrorista cutre de extrema izquierda que luego en sus últimos días se convirtió en una banda de forajidos que robaban bancos para mantener la lucha hacia ningún lado. Al fnal de mi calle cuenta la leyenda que en una de las casas bajas vivía una familia cuya hija se había alistado en la funesta banda cutrelux. La policía la capturó, la condenaron a muerte. Ella estaba embarazada, y esperaron a que pariera para ejecutarla. Fue una de las últimas ajusticiadas por el régimen de Paco el Rana. Los supuestos terroristas del GRAPO eran de familias humildes y cuando pasaron a la clandestinidad debían permanecer ocultos transitando por una existencia de pobreza y aislamiento extremos. Eran ermitaños que no se ocultaban en las serranías perdidas sino que habitaban en las profundidades abisales de las anónimas ciudades intentando, como el protagonista de este libro, pasar desapercibidos entre la muchedumbre anónima para, en momentos puntuales, aparecer como fantasmas para mediante acciones esperpénticas y sinsentido cambiar el mundo. El mundo no cambió y su sufrimiento, y el de sus víctimas, resultó completamente estéril.

En el Tetuán de Lorenzo no hay buenos ni malos. Todos tratábamos de sobrevivir como buenamente podíamos. Policías y ladrones se confundían en la penumbra, y en sus fines existenciales. Todos soñábamos con que nos tocase la lotería para desaparecer. Pero si nos hubiese tocado no nos hubiéramos movido de aquí. millones3Es nuestra jodida tierra. Simplemente nos hubiéramos dejado de preocupar por sobrevivir de la forma tan miserable en que lo hemos hecho, en la que lo hacíamos. Esta obra es la historia de un naufrago en medio del océano de esta ciudad que tanto amamos y tanto odiamos. Robinson Crusoe en Tetuán. Nuestro mundo se ven en la distancia de las décadas como un esperpento informe y sin rumbo, como un espectro al que tenemos cariño y al que, aunque era muy cabrón, echamos de menos, porque era nuestro fantasma cabrón.

Lorenzo es capaz de hacer de todo, incluso de inventarse un lenguaje propio. “Los millones” no es una obra menor y creo que es demasiado poco conocida, y con ella su autor, para la absoluta calidad, gracia, desparpajo y existencialismo de carne y hueso que posee. Es una obra que destila tristeza pero nostalgia de esa tristeza, aunque a su vez es luminosa porque muestra que al final se puede salir de la claustrofobia y hasta del síndrome de Estocolmo. El humano no puede vivir sin otro humano que le dé calor.

La ciudad es un medio duro. En realidad es como el desierto. Es árida y vacía. Las personas viven dentro de una burbuja que las hace seres inanimados a los ojos de los otros. Las calles de cualquier urbe te otorgan una capa de invisibilidad, la dan a todos, de modo que cualquiera puede cumplir el tópico de estar completamente solo rodeado de otros supuestos semejantes. La casa en la que Lorenzo colocó al protagonista todavía sigue en pie. Está en una cuesta pronunciada, de esas de porcentaje ascendente duro como muchas que hay en Tetuán, que se creó como pueblo con la instalación de un campamento militar para las tropas que regresaron de Marruecos. En mi barrio, como en el libro, nada es lo que parece, todos vivimos un poco escondidos en nuestras madrigueras. Es el Madrid de marca blanca, porque las marcas blancas, lo sucedáneos, los comíamos ya hace décadas, el Madrid de los bares cutres, el Madrid gris y abandonado a su suerte. Aunque a veces la suerte llama a tu puerta y te salva por los pelos.


Imprimir

lanochemasoscura