El cine en extinción

Escrito por Bonifacio Singh el .

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Ver películas en la tele es como montar en bici eléctrica: un sucedáneo de la realidad, algo falso, una mierda inservible. Pero se están saliendo con la suya inventando esta nueva cosa que no es cine ni es nada que es quedarse en casa calentando el sillón. La agonía continúa, la pandemia no ha sido más que un trampolín para cargarse las salas. Nosotros seguimos resistiendo. Incluso nos favorece, porque nos gusta ir a la última sesión, y los hábitos han cambiado, ahora la gente que acude al cine ya no llena el último turno, sino el anterior, el de media tarde, dejando la noche para cuatro gatos que disfrutamos de esta soledad, que sin duda es pan para hoy y hambre para mañana.

Hace unas décadas asistí en la universidad a una asignatura sobre cine impartida por una pedante, y conocida, crítica de arte. Ella nos torturaba, y nos hacía reír por lo bajini, con sus chorradas sobre los géneros cinematográficos. Nos explicaba este tema como si fueran un corsé del que no se podía escapar. Tenía parte de razón. Y han nacido incluso nuevos, y absurdos, géneros. En España está, por ejemplo, el género insufrible de buenos y malos sobre la guerra civil. Me da ganas de vomitar su reiterado maniqueísmo. Y también existe aquí el de la comedieta bla bla bla, siempre intentando hacer chistes blancos y correctos de los que hay que reírse incluso dentro de temas serios. Apesta esa risa impostada. Es un mal patrio. Pero también existen nuevos géneros dentro del cine mundial. Y nos tocó las pasadas semanas “visitarlos”, como diría mi pedante profesora EdD.

cinegeneros2Ironías y contradicciones del destino. La premiada película “El acontecimiento”, de Audrey Diwan, me pareció un absoluto pestiño. El género es “el aborto”, del subgénero “clandestino”. El temita ya ha sido tocado en todas sus variantes. En esta caso deberían haber titulado la película “Aborto 1958”, al estilo de las películas “Aeropuerto”. En estar versión no falta ninguno de los ingredientes de estas películas: hombres cretinos, mujeres víctimas, represión sexual, sangre manchabragas, vísceras... el efectismo de las películas sobre el aborto por enésima vez. La película es aburrida y correctísma políticamente hablando, debe gustarte porque si no es que eres muy malo y no te impresiona el sufrimiento ajeno. Incluso se recurre al tópico de introducirse hierros por semejante parte para pinchar al feto, perdón por el espoiler, y se añade un plano fugaz directo al subconsciente, pero efectivo, de un cordón umbilical saliendo por la entrepierna de la protagonista. Yo fui a un colegio de curas y vi cómo se intentaba lavar el cerebro contra el aborto obligando a visionar documentales falsos en los que se podía ver a niños de ocho meses y medio siendo sacados de los pelos del interior de sus madres. Pues esta película, premiada con el León de oro en Venecia, se parece peligrosamente a esos infectos panfletos.

cinegeneros3La semana pasada nos dispusimos a contemplar, con serias dudas por mi parte, “A tiempo completo”, de Eric Gravel. Dudas porque el tema está ya más visto que el TBO: el alienante trabajo que azota a las estresadas masas urbanas de nuestra sociedad que habitan en el extrarradio, gentes que viven vidas aceleradas que no desean. Recuerdo películas maravillosas sobre esta temática, como “Riff raff” de Ken Loach, como “Lloviendo piedras, pero también otras muchas que ya cansan porque cuentan siempre lo mismo en un eterno retorno y día de la marmota proletario. Pero en este caso me sorprendí desde el principio. Es una película con crítica social, sí, vale, pero en la que prevalece una velocidad propia del thriller o de la mejor acción. La música electrónica, que normalmente detesto y me carga, aportaba ritmo a la trama. El argumento se desarrolla de forma trepidante, no deja un minuto de descanso al espectador, sin respiro. Laure Calamy está sensacional, humana y cálida en una película que huele a la lluvia invernal de París por los cuatro costados, a su aridez.

cinegeneros4Parece que nada puede ir peor, pero esta presión catastrofista no resulta tópica, ni pedante, ni cargante, ni politicamente correcta, porque los personas no son buenos ni malos estereotipados, y la realidad cruda del perro come perro brota en la cara como lanzada por una catapulta. Casi nadie va a ayudarte porque todos tratan de sobrevivir, hay que dejarse arrastrar por la corriente, pero sin ahogarse, y tus semejantes están, como tú, imbuidos por un síndrome de Estocolmo social que los convierte en partes de una máquina picadora de carne insensible. Para rematar, el autor juega con el espectador con un final aparentemente a la americana, pero agridulce. Queda la sensación como de poder sacar la cabeza del agua y respirar, pero que va a ser solamente por un rato, porque toda la opresión y la tristeza van a seguir ahí presentes esperando detrás del espejismo. A Kafka le hubiera gustado, de hecho Gravel bebe de él y muestra cómo el castillo humano de Franz sigue existiendo impertérrito y atemporal.

Salimos del cine con la madrugada ya encima, dentro de esa noche oscura de Madrid que me hace sentir bien. Meamos en unos servicios del cine desérticos de gente, fantasmales. Compramos comida para llevar en un Madrid nocturno que parece resucitar y decaer a partes iguales. Dimos un paseo por las calles vacías, esas que son parte de mi sangre y de mis huesos, como los cines. Nos sentimos afortunados de poder continuar disfrutando de todas estas cosas. Llegamos a casa, pusimos la tele y nos dormimos escuchando su run-run de fondo. El cine es el cine, la tele un somnífero. Como fuera de casa no se está en ningún sitio.


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