La historia de la noche (XI)

Escrito por Bonifacio Singh el .

11. Bodas, bautizos y comuniones.

La primera vez que la vi fue en la facultad de derecho. El primer día de clase. Sigfrido Hillers entró en el aula y comenzó con su perorata anticomunista y antisocialista de todos los años. Algunos se escandalizaron, a mí el tío me hacía gracia. La gente ocupaba incluso los alfeizares interiores de las ventanas, los primeros días no había asientos suficientes para tanto estudiante de derecho, pero con el paso de los meses, el parte de bajas que aporta el tedio iba diluyendo la aglomeración. Un tío sentado en la última fila gritó a Hillers: “fascista”, se levantó de forma sonora, y salió del aula pegando un fuerte portazo. Vi a Sonia girar su cabeza desde la primera fila, y nuestras miradas se cruzaron. Después, nos encontramos en una fiesta del club deportivo de las que se celebraban en el hall. Un par de miles de personas casi en coma etílico destrozaban cada quince días la entrada de la facultad para sacar fondos en pos de diversas causas humanitarias, como viajes de fin de curso y actividades deportivas, excusas perfectas para emborracharse y drogarse a saco. Me la presentó Álvaro Menorca, un pilier del equipo de rugby de la universidad que llevaba una placa de acero bajo un costurón en el pulgar de la mano derecha, la que se había roto al romperle la mandíbula de un puñetazo a un rival del equipo de la Autónoma. Se destrozó la mano haciendo añicos la mandíbula al otro. Se había intentado tirar a Sonia, pero pronto se dio cuenta que era imposible para garrulos.




Ella me dio dos besos casi sin rozarme la mejilla. Desde le primer minuto nos pusimos cardíacos el uno al otro, saltaba a la vista cada vez que nos habíamos cruzado. Follamos esa misma noche dentro de mi Ford Escort en el aparcamiento de la facultad. Luego fornicamos en ese mismo lugar unos cuantos cientos de veces, lo llamábamos los colegas “hostal el barato”, todo Dios se acercaba allí de noche en el coche para echar los polvos que no podían en casa, porque nadie de nuestra edad tenía morada propia que no fuese de los padres en aquel entonces. Desde el primer segundo caí mal a su familia. Querían casarla con el hijo de puta del hijo de un juez con el que tonteaba desde hacía tiempo. Eran los típicos nuevos ricos que habían hecho dinero con la construcción, piojos puestos de limpio. Pero se creían los dioses del Olimpo de Madrid, con derecho a dar lecciones a todo bicho viviente de ética y de cómo saber vivir. Se dieron cuenta rápidamente de que yo era alérgico a bodas, los banquetes y las comuniones, sobretodo si son de familia ajena, de que no me gustan las comedias ni el circo social de tres pistas. Familia no hay más que una, y yo a la mía me la encontré en la calle. Se pisparon enseguida de que sus bromas familiares no me hacían gracia y de que si alguno se pasaba un pelo podía despertar al cabrón hijo de puta que llevo dentro, que es alguien a quien es mejor no ver nunca ni de refilón.

Sonia tenía tres hermanos, dos varones y una hembra. Su hermana pequeña, Fátima, con la que se llevaba nueve años, era una de las mayores zorras que recorren las zorreras de Madrid cada día. El padre había ideado que sus hijos estudiaran empresariales y sus hijas derecho. Los chicos fueron a la Complutense y sacaron la carrera sin problemas, pero la hija pequeña aprobó selectividad a la tercera. La matricularon en el CEU soltando la pasta y tardó ocho años en sacarse la puta carrera de abogado. Una nochebuena que tuve que ir por cojones a casa de los padres de Sonia, Fátima acudió con su novio oficial. Me sorprendí nada más verle, era un viejo rostro conocido de las calles de Madrid. Gerardo Castell, hijo de Genaro Castell, uno de los mandos superiores de los hijos de puta del CESID, un chorizo sin escrúpulos, como todos los militares. Pero, algo no encajaba en Gerardo al verle actuar dentro aquel difícil escenario de mi familia política. Gerardo era evidentemente homosexual, pero parecía que nadie lo notaba excepto yo. Gerardo tenía más pluma que la gallina Caponata. En los mentideros madrileños se rumoreaba que su compañero de despacho, Manuel Molinero, era su pareja estable desde hacía años.

Su padre le había financiado un bufete por todo lo alto y había movido hacia él a importante clientela de todo pelaje, influencias son influencias. Mis suegros aportaron también una apreciable cantidad de dinero para que Fátima pudiera trabajar con Gerardo. Querían que se casaran pronto y tuvieran hijos, les apetecía mucho emparentar con la familia Castell, unos chorizos de toda la vida que les abrirían muchas puertas socialmente, pero Gerardo iba esquivando el tema como podía. Que si estaba muy ocupado este y el otro año, que si un máster, que si era mejor que esperaran un poco, que si le daba mucha pereza una boda por todo lo alto, que él prefería algo más íntimo pero que sus padres no lo aceptarían.... Gerardo y Fátima consiguieron cohabitar felizmente en un piso muy chic de la calle Serrano, aún en pecado. Un ático frío y chic. Eran la pareja ideal envidiada por todos. Gerardo se estaba labrando un gran curriculum aquí y allá recorriendo España de lado a lado asistiendo a congresos de abogacia y a todos los saraos posibles, mientras Fátima cuidaba del despacho y del día a día. Gerardo siempre viajaba con Manolo Molinero, que era como su hermano y su brazo derecho al mismo tiempo.

En septiembre de hace dos años, cuando tuve que viajar a Londres con Argote a organizar una caza, me los crucé por casualidad en la City. Manolo y Gerardo, anónimos allí, caminaban despreocupados de la mano. Gerardo me vio. Primero se puso rojo. Luego se acercó a mí con mirada desafiante, cruzó la calle de una carrera señalándome con el dedo:

- Juan, si cuentas algo de ésto que has visto eres hombre muerto, no hablo en sentido figurado, le contaré a mi padre varias cosas que sé....
- Gerardo, puedes hacer con tu culo lo que quieras, a mí me la suda, pero procura no joder nada que tenga que ver conmigo, y en ello incluyo a Sonia. Si Sonia suelta una sola lágrimita por tu causa o por la de su hermana no vas a tener campo para correr. Me la suda tu padre, me la sudan sus esbirros, me la suda el sunsum corda. No entiendo que tengas que guardar tanto las apariencias... si no quieres salir del armario no lo hagas, pero a mí no me jodas ni un pelo, ni a los míos....

Empujé a Gerardo contra la pared, le agarré del pescuezo con una mano y con la otra por los huevos, luego le solté y cayó al suelo golpe. Manolo observaba todo patidifuso desde la otra acera, petrificado, sin intervenir. Se marcharon corriendo como alma que lleva el puto diablo.

La semana siguiente me llamaron del consejo supremo madero. Genaro Castell había pedido mi cabeza. Quería que me degradaran y que me suspendieran de empleo y sueldo, les entregó unas fotos mías golpeando a dos policías municipales en un control de alcoholemia, y un vídeo grabado por una cámara de seguridad en el que yo entraba en la sede del PSOE de Ferraz a través de un agujero de ventilación. Pero sólo me apartaron de la calle un par de meses, y por precaución. Gerardo tuvo que ceder a mediados del año pasado y aceptar casarse con Fátima. La boda sería en Los Jerónimos y el convite en el Ritz. Me descojoné al enterarme. Le dije a Sonia que Gerardo era homosexual, pero ella me contestó que el único maricón que había allí era yo.
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Juan Sans llega al portal de la Torre de Madrid. Entra por la gran puerta y se mete en el ascensor. Planta duodécima. Sale a un pasillo enmoquetado y pintado de amarillo claro. Llama con los nudillos a la segunda puerta de la derecha. Le abre un tipo gordo trajeado, con pinta de culturista cuarentón. Le pide que se siente. Abre un cajón y saca dos sobres grandes. Desde un ventanal grande se puede divisar el Templo de Debod. Sobre otra pared, un espejo de lado lado, como si fuera una sala de interrogatorios.

- Señor Sans, aquí lo tiene. Lo que encargó a Marvin más otra cosita de propina. No se preocupe por él, el señor Dupré ha dado instrucciones para que nadie se acerque a él ni le haga daño, y nos hemos encargado del trabajo que le había encargado usted, sin problemas, punto y final al asunto.
- Muy bien, muy solícitos. Pero reitero que Marvin, hasta nuevo aviso, está bajo mi protección. Si alguien le toca un pelo sabe que iré a por tu amo Dupré. ¿Me escuchas, Dupré?

Juan Sans le hablaba directamente al espejo, como si hubiera alguien al otro lado. Abrió el primer sobre y allí estaba lo que quería.

- Por favor, el segundo sobre es un regalo y no debe abrirlo hasta que no salga de aquí.

Juan Sans, aparta la vista del espejo, mira al tipo y puede observar cómo lleva una pistola en la mano derecha.

- Salga de aquí, señor Sans. Y hasta la vista.

Como el que oye llover Juan Sans se pone a abrir el segundo sobre. Saca las fotos que hay dentro. Le entra una arcada. Por una décima de segundo se queda en blanco, sin sentir nada, como en medio del vacío.

- ¿Qué es esto, hijo de puta?
- Le dije que no lo abriera, salga de aquí, nosotros hemos cumplido con nuestro compromiso.
- Me cago en tu puta madre...

Juan Sans volteó la mesa del escritorio y derribó al tipo trajeado bajo ella. Saltó por encima del tablero, le rompió el antebrazo como si fuera una rama, le arrebató la pistola y la lanzó contra el cristal de la ventana. Un golpe con el codo en la cara hizo que la cabeza del gordo rebotara en el suelo como un balón. Dos puñetazos más hicieron el resto. En segundos, cogió una de las sillas con ruedas y la lanzó contra el espejo de la otra pared, haciéndolo añicos. La silla cayó sobre la persona que se encontraba al otro lado derribándole también entre los cristales rotos. Juan atravesó el tabique de un salto, y agarró al personaje por el cuello.

- Yélamos, hijo de puta, cómo no me dí cuenta de que eras tú, pensé que Dupré estaba detrás del espejo.
- Yo no..... ésto es cosa de Dupré..... te lo juro Juan. 

- Esto es cosa tuya, no haberte metido. Pero, ¿por qué estas fotos? ¿Quieres que los mate a todos? ¿Eso es lo que quieres? ¿Quieres morir tú ahora mismo, hijo de la gran puta? Tus deseos son órdenes.
- NOOOO, JODER. Te juro que esto es cosa de Dupré, y de los otros...... nada es lo que parece, yo soy uno más, me tienen pillado y se aprovechan, yo no quería meterme en ésto, Sans. Además, tómalo como un favor para abrirte los ojos.
- Un favor a tu puta madre.

Juan cogió una grapadora que vio rodando por el suelo. Le clavó tres grapas en la frente y una en el carrillo. Le pegó dos puñetazos en la nariz. Luego se levantó, le colocó el pié sobre la cara y apretó hasta que Yélamos se puso a gritar. Cogió la silla, la levantó y se la estampó sobre la espalda cuando se retorcía por el suelo. Luego le metió una patada en los huevos por detrás, le pisoteo la espalda con el tacón bien fuerte. Le escupió. Volvió a atravesar el tabique del espejo. El esbirro estaba con la espalda apoyada en la pared sangrando por la boca que se tapaba con un pañuelo blanco. Amagó con darle otra patada en la cara, pero no lo hizo. Salió del despacho. Bajó por las escaleras mirando las fotos.
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madridnoche3

No siento nada. Estoy como en el nirvana. Me he liberado de todo, de lo terrenal y de lo espiritual. Todo es mentira. El sol me despierta dándome en la cara. Estoy en el aparcamiento del Paular. Salgo del coche. Me ato bien las zapatillas, estiro y me pongo a correr. Primero despacio, luego subo el ritmo. Asciendo por la senda de La Morcuera, a buen paso. Hace diez grados de temperatura. Llevo una camiseta térmica de manga larga y unos pantalones cortos. A medida que voy ascendiendo siento como si volara. La cuesta se empina y mi corazón se acelera, pero me siento bien. Veo un águila planeando a lo lejos a través de un claro. No siento el tiempo que pasa. Adelanto a unos caminantes abrigados hasta las orejas que me miran como si fuera un marciano. Llego a la parte alta. Cuando ya casi puedo mirar hacia el otro lado del Valle, veo a lo lejos una figura. Poco a poco, al acercarme, puedo ver que es un anciano con rebeca gris y unos pantalones de vestir beige, al lado de él, hay un perro sentado a su vera sobre la roca, observan Madrid a lo lejos, las cuatro torres pueden vislumbrarse saliendo entre una fina capa de la bruma matinal. Se da la vuelta y lo reconozco. Me quedo petrificado, paro un segundo y agacho la cabeza para respirar. Cuando la levanto ya no están, ni él ni el perro. Y suena mi móvil. Descuelgo.

- Juan, ¿dónde estás?
- Estoy aquí....
- No me gusta el numerito que estás montando, son las ocho y cuarto, y la boda es a la una. ¿Dónde has dormido, joder? Estoy preparando a los niños.

- Sonia, no te preocupes, a Los Jerónimos no llego, pero estaré en el convite sin problemas, me llevé ayer el traje en el maletero ayer por si ocurría algo. Descuida, que allí estaré....
- Joder, tío, es la boda de mi hermana, ¿no puedes ser normal ni un minuto de tu vida, coño?
- No te preocupes, te vuelvo a decir que voy a estar allí. Quiero estar, no me lo perdería por nada del mundo...
- No me vengas con chorradas, Juan, apaga ese tono que no está el horno para bollos, deberías estar aquí con tu familia y con tus hijos, no haciendo quién sabe qué por ahí.
- Hasta luego, Sonia, nos vemos en un rato.

Juan Sans cuelga el teléfono. Vuelve a estirar un poco y emprende el camino de bajada, de nuevo la Senda de la Morcuera en sentido contrario hacia El Paular. Se va cruzando por el camino con montañeros de pastel haciendo eso que ahora llaman trekking. Le saludan pero Juan no dice hola a ninguno, ni les mira. Juan llega al coche un rato más tarde. Saca el traje y los zapatos del maletero. Saca también un trapo usado con manchas negras con el que se seca los sobacos de sudor. Luego se calza el Armani y los Martinelli que le caen perfectos. Sucio, pero perfecto, como él quiere, no llamar la atención pero escandalizar con el tufo. Reclina el asiento, se tumba y cierra los ojos. Durante unos segundos el calor del sol le hace relajarse y, poco a poco, se duerme. Ve al viejo de la cima mirándole fijamente sentado en la roca. Su padre se levanta, su perra se alza de patas y se estira, y se marchan en silencio cuesta abajo uno detrás del otro.

Juan despierta de repente. Han pasado unas horas, ha descansado por fin después de varios días de insomnio. Guarda la ropa deportiva en el asiento de atrás y pone en marcha el coche. Pisa el acelerador. Pone un disco de los Dire Straits en la radio, “Comuniqué”. El disco huele a las Bahamas. Mark Knopfler le gustaba antiguamente, luego pasó por una fase de indiferencia, y hace poco ha vuelto a gustarle. Acelera moderadamente hasta llegar a la A-1, y allí pone el coche a una velocidad obscena. La música le entra por los oídos a todo volumen y lo lleva en trance. A la altura de El Molar una patrulla de la Guardia Civil le pone la sirena. Juan Sans para el coche en el arcén, abre la puerta y baja obviando el peligro de los otros coches que pasan rápido.

- Tenga cuidado con lo que hace, pone en peligro al resto de conductores. Saque los papeles del coche, queda inmovilizado por un delito contra la seguridad vial, iba usted a 213,4 kilómetros por hora en una zona con límite a 120, caballero.
- Me cago en tu puta madre, ¿me oyes?
- ¿Cómo?
- Que me cago en tu puta madre, que si me oyes.....
- Caballero, ponga las manos contra el coche, está usted faltando a la autoridad....
- Fermín, para, he comprobado la matrícula.....
- Fermín, me cago en tu puta madre, ¿me oyes?
- Caballero.... contrólese.

El picoleto-pareja le dice algo al otro oído, ambos se quedan mirando absortos a Juan, petrificados. Juan Sans les observa serio.

- Digo que si me oís que me cago en vuestra puta madre.
- Caballero, no nos falte al respeto.
- O sea, que eres sordo, pedazo de mierda.....
- Señor..... no se pase.
- Da gracias que tengo prisa, porque hoy tengo ganas de partirle la cabeza a un puto picoleto y podrías ser tú, pedazo de medio polvo, o tú, cara de cabrón. Si nos vemos una próxima vez y me veis la jeta mejor salid corriendo.

Juan siguió a toda velocidad hasta entrar por La Castellana. Había un ligero atasco en el túnel de Plaza Castilla por un accidente. El resto de la avenida tiene un tráfico normal, tarde diez minutos en llegar al Ritz. El tío de la puerta le recoge las llaves con cara de asco, “soy familia de la novia”, le cuenta en la oreja amortiguando el ruido del tráfico. En la entrada del salón dice su nombre, “mesa siete”, le contesta el jefe de sala. Sonia le ve de lejos y frunce el ceño al instante. Se acerca a ella.

- Joder, has llegado justo a tiempo, acaban de entrar los novios. Mis padre no han parado de preguntar por tí.
- He traído regalos para todos, Sonia. Tengo hasta una cosa para ti y otra para tu hermana, y eso que tú no te casas.
- Ja, ja y ja, qué gracioso eres, cariño. ¿Cuánto le has puesto a Fátima?
- Cinco papeles van dentro del sobre. Cinco Bin-Laden que le van a venir muy bien.
- Te dije que quinientos Euros mínimo, subnormal, ¿a qué juegas, Juan?
- Te digo que va a recibir muy bien el regalo, que es suficiente. Toma, el tuyo, aquí también hay unas valiosísimas estampitas, cielo. Voy a la mesa presidencia, ¿está Gerardo?
- No, está ahí detrás con Manuel, afinando unos detalles.
- O empolvándose la nariz....
- Que te den, Juan....Juan se dirigió a la mesa presidencial. Esperaban el primer plato del menú. Los padres de los cónyuges le miraron con odio, él fue directamente a Fátima.
- Aquí tienes mi regalo, cuñada, estos papelitos te van a encantar.
- Cuñado, no tienes suficiente dinero para hacerme feliz, jaja, ni nunca lo tendrás por mucho que robes para meterlo en un sobre...-
- Yo te digo que te va a gustar ésto.

Juan le dio un beso de Judas en la mejilla y se despidió de ella sin decir nada a las dos parejas de hijos de puta de padres. Enfiló hacia la puerta del salón. Justo antes de salir se cruzó con Gerardo, que fingió no verle, pero Juan le paró y le alargó la mano.

- Felicidades, Gerardo, ya tienes lo que no querías. Prepárate para el resto de tu vida.
- No me toques, Juan, déjame en paz.

Sonia abrió su sobre. Extrajo las cinco fotos. Cogió el móvil. Marcó el número de Argote.

- Hola cielo, ¿qué tal va la cosa? Saluda a tus padres. Marga está mejor...
- César, alguien le han dado las fotos a Juan....
- ….... tranquila, ¿está ahí?
- Van a servir el primer plato, pero se está marchando por la puerta....
- Mejor, tú ahí estás segura, no te muevas que luego mando a alguien a recogerte.

Una lágrima le corrió a Sonia por la mejilla. Al mismo tiempo, Fátima abrió el sobre. En dos de las fotos Gerardo aparecía, con la visión nocturna de una cámara, chupándole la polla a dos tíos, haciendo el candelabro. Detrás, en la tercera, se podía observar a Manuel, sodomizándole, mientras Gerardo se la chupaba a un oso gordo con barba entre la penumbra de un cuarto oscuro. Tras mirarlas sobre sus rodillas, ocultándolas de los de alrededor, Fátima las rompió haciéndolas pedacitos pequeños. Gerardo llegó hasta ella y los invitados gritaron: “que se besen, que se besen , que se besen”. Se dieron un beso de tornillo ante el clamor popular. Manuel observaba a lo lejos con cara de asco. Gerardo, al incorporarse tras el ósculo, le lanzó un guiño. Manuel tiró un beso al aire.
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madridnoche2

El tiempo pasa rápido si quieres. Tú puedes acelerarlo. Las cosas, como mejor salen, es haciéndolas mal y tarde. Cualquier cosa es solucionable, menos la muerte. En la “ciudad bostezo” seguí tu rastro. Tus huellas las borró el viento del Oeste, pero rebrotan, si escarbas un poco entre la maleza de la memoria permanecen indelebles. A través de las calles tu voz era a ratos moleta, pero analgésica por momentos. Pero sigues ahí, entre los árboles de cemento de tus recuerdos, eres perenne hasta las raíces, te ensanchas como una autopista, inquisidor y guardián de veranos e inviernos hasta el finito infinito. Te encuentro si me miro en la profundidad del espejo. Nada es lo que parece. Me duermo y vuelvo a verte porque quiero irme contigo hasta allí. Estoy cansado pero por mucho que desee lo contrario sólo puedo seguir caminado.

- Juan, despierta.

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