La historia de la noche (XVI)

Escrito por Bonifacio Singh el .

recordara116. Madrid no hablará de vosotros cuando estéis muertos.

Aguinaga no soñó con lo mismo de siempre, ni pudo controlar la acción onírica. Se sintió incómodo, como si estuviera atado de pies y manos. Los sueños siempre habían sido un refugio para él. Cada noche se acostaba y podía escapar hacia aquella realidad paralela en la que, al mismo tiempo que interactuaba, pensaba en las acciones a realizar tras el despertar. Conseguía realizar aunténticos viajes astrales a lugares que nunca había conocido y hablar con personas, tanto muertas como vivas. Además, podía recordar todo lo soñado con gran detalle. Pero aquel día Esteban no lo estaba logrando. Primero se le apareció un chapero murciano al que se había tirado repetidas veces años atrás y que había muerto de SIDA. Le besó en la boca, le hizo una felación que incluso sintió en el pene, luego desapareció corriendo. Después, pudo ver claramente a su padre entrar y llamarle maricón a gritos, Aguinaga intentó agarrarle del cuello y estrangularle, pero no podía moverse, tuvo que aguantar el chaparrón paterno. Entonces llegó otro viejo y se marchó su progenitor. Un viejo hijoputa. Se puso a mirarle fíjamente. Le dio miedo. Hacía años que no sentía miedo, era una sensación rara. Le susurró una parrafada confusa y un nombre al oído, luego se separó de él y le dijo antes de desaparecer: “Nada es lo que parece, nada es lo que parece...”. Entonces Esteban abrió los ojos.


Un enfermero le despertó dándole cachetes. Le sacaron de aquel tuvo repugnante que olía a pedo de anciano del escáner. Se vistió y volvió a la consulta, donde le esperaba el médico, un tipo arrugado con barba de chivo de indefinible mediana edad vestido con una impoluta bata blanca, que le miró a los ojos unos segundos sin hablar como intentando empatizar antes de soltar una bomba atómica.

- Señor Spuch, ya sabe lo que voy a decirle, imagino...
- Imagina bien.
- Está usted más o menos igual que hace seis meses.
- O sea, que me da unas dos semanas de vida, de nuevo.
- Su hígado ya prácticamente no funciona. El tumor en la vesícula milagrosamente no ha crecido, eso sí, pero no sé cómo aguanta usted los dolores.
- Pues con todo lo que le he dicho que tomo.
- Ya.... aparte está el tratamiento contra el virus...
- Los virus....
- Sí. La hepatitis curiosamente ha hecho mucho más daño que lo otro, eso lo tiene usted bajo control, y sin AZT, como la vez anterior me gustaría pedirle que acuda a realizar los estutdios de....
- Lo siento, no tengo tiempo ni interés por salvar a la humanidad haciendo pruebas con mi cuerpo, doctor, cómprese un chimpancé.
- Hay otra cosa que quería comentarle... Lo lamento, pero hemos visto otra mancha, evidentemente otra metástasis. No cabe duda de que es un glioma, no puedo decirle de qué clase, habría que hacer una biopsia, y no es muy aconsejable sin extirparlo.... está en el cortex frontal del cerebro, en el hemisferio izquierdo, debe tener unos nueve milímetros, puede verlo en la imagen de la radiografía.
- No pienso abrirme la cabeza, eso descártelo.
- No hay otra solución que esa. Si es un cáncer agresivo actuará muy rápido, y si se operara usted tendrá una esperanza de vida de entre dos y cinco años.... aunque perdiera algo de movilidad en el lado derecho del cuerpo.
- ¿Cinco años dice? O sea, cinco años quedándome paralítico....
- Bueno.... puede llegar a cinco... más bien serían dos, y seguramente no podría caminar, pero hay otras cosas en la vida, le podría recomendar un psicólogo muy bueno que conozco...

Aguinaga salió de la consulta y del hospital. Se abrochó la mochila a la cintura y corrió hasta la estación de Pittis, al final de aquel enorme descampado donde Madrid se acaba. Se sentó en un banco de piedra frente a la puerta. Se le quedó el culo frío al instante. Marcó el número de Martín Cercas. Martín descolgó al segundo toque.

- Cuánto tiempo, sodomita.
- Hola Martín, ¿cómo estás? Qué bellísima persona eres, aunque eso ya lo sabes.
- Estoy bien jodido, por culpa de hijos de puta como tú, Aguinaga, pero no te guardo rencor.
- Tengo que contarte algo, importante...
- Habla ahora o calla para siempre, cariño.
- Te llamo para despedirme, pero para decirte que me han dicho que posiblemente nos veremos muy pronto.
- Qué bonita frase, has debido estar pensándola un buen rato.
- Pero puede que no nos veamos, o no nos encontremos adonde voy. En el fondo, todo es un caos incontrolable, el destino es de cada uno...
- Estoy ya muy cansado de estos cuentos, Esteban, hasta los cojones de vuestros rollos ninjas gilipollas... me duele todo, no tengo el coño para farolillos.
- Cuídate, camarada, no sé si más tarde o más pronto nos volveremos a encontrar.
- Esta noche triunfo o llevarás luto por mi..... gilipollas. Sólo una última cosa. ¿follaste alguna vez con Coarasa?
- Con tu puta madre sí que lo hice.
- Siempre te tuve aprecio, Esteban, cuídate y vete a la mierda si es de verdad donde te apetece estar.
- Cuídate, amigo...

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Nos llamaron aquellos mamahuevos y tuvimos una reunión interminable en el ministerio de defensa. Estuvieron presentes dos secretarios de estado. Los del CESID, como de costumbre, fueron muy desconfiados con nosotros, no les gustan los maderos, aunque no sean ya maderos exactamente, como nosotros. Nos prometieron, como siempre, el oro y el moro, protección, armas, putas, lo que quisiéramos. La misión era arriesgada. El hijoputa en cuestión se había refugiado en aquella infecta ciudad de Dushanbe, otra vez tendríamos que volver a ese estercolero, ese culo del mundo que conocíamos tan bien. Y sólo había una foto de él, ya bastante vieja. Pero esa era mi especialidad, mi superpoder, o lo era cuando era más joven y no se me habían muerto tantas neuronas. Me trasladarían primero a mi al consulado, como si fuera un madero más de escolta, y disimularía, también se me da como hongos eso. Tendría que recorrer las calles como el que no quiere la cosa, hasta encontrarle. Memorizaría la foto, eso no me era muy difícil, y reconocería su cara en cuanto la viese, entre un millón de Tayikos pazguatos. No había más pistas que unas zonas marcadas que él frecuentaba dentro de aquella típica enorme aldea post-soviética.

Desde pequeño tuve esa cualidad, ese puto resplandor. No necesitaba ver los números en el álbum de cromos, memorizaba las caras de los futbolistas con facilidad. Cuando íbamos a cambiar aquellas estampitas de colores, me las pasaban delante de los ojos a toda velocidad y yo los distinguía uno a uno, y reconocía a los que ya había conseguido antes, lo hacía al instante. Puedo recordar caras con facilidad aunque sólo las haya visto una vez de refilón, las grabo inconscientemente. Gracias a ello destaqué rápido en el seguimiento y localizazión de los más variados hijos de puta, eso me abrió muchas puertas en las brigadas especiales del cuerpo. Luego me captaron para otras cosas, más productivas y más cabronas.

Aterricé en el consulado. Desvirgué por el culo a una azafata que conocí en el avión, pero ella regresó a España a los dos días y no me enamoré. Esa ciudad no es más que otra mierda más plantada por los humanos sobre la faz del planeta. La capital de los tayikos se había convertido en un búnker-refugio para todos los renegados que los siervos de Putin, los antiguos dueños del KGB, habían ido captando por el sucio mundo. Hasta a mi me habían intentado tentar alguna vez que había parado por aquellas tierras. Dushanbe, a mitad de camino entre rusos, iraníes, afganos y pakistaníes, es uno de esos rincones que tienes que conocer muy bien para caminar por sus calles y sobrevivir para contarlo. Tenía que pasear todas las mañanas por el Rudaki Park y luego cruzar el río Varzob hasta el  barrio de Komsomolsee bajo aquella atmósfera otoñal que hacía parecer las calles un inmenso congelador de avenidas amplias y edificios cuadriculados horrorosos. Me traía recuerdos de otros tiempos, cuando Aguinaga nos trajo por primera vez a acabar con la vida de alguien, y además de matar nos follamos todas las putas de los burdeles y nos bebimos casi todo el vodka de las tabernas.  Nostalgia, nostalgia, puta nostalgia.

No debía de llamar mucho la atención. Pero no resultaría muy difícil no entablar conversación con nadie. Los tayikos son unos seres callados y desagradables que no creen en nada, una herencia muy bien labrada en sus mentes por el camarada Stalin, ese gran hombre que hoy en día si resucitara podría acabar con el paro en un santiamén. Un jueves de finales de noviembre, cuando estaba ya hasta los cojones de la ciudad y de sus malolientes habitantes, porque todo hay que decirlo, no les gusta mucho la ducha (debe ser por el frío), uno de los intérpretes de la embajada, uno de esos con cara de mongol simpático que había estudiado con una beca en la universidad de Sevilla, me llevó a un puticlub en las afueras, al final de de la avenida Hofiz, donde Dushanbe pierde su santo nombre por el Norte. Tenía órdenes estrictas de no ir de putas, los burdeles, como ya sabíamos, son el lugar perfecto para joder una misión yéndote de la lengua. Una vez más me pasé las normas por los huevos. Pero esta vez el destino, que es muy muy hijoputa, iba a regalarnos la de cal. Nada más entrar lo vi, inconfundible, sentado en un sillón, magreando a una puta rubia escuálida casi adolescente. No tenía mal gusto para las mujeres. Se me aceleró el corazón. Me acerqué a él. Le dije lo obvio para entablar contacto, que si era español. Primero se mostró desconfiado, pero tras bebernos tres o cuatro botellas de vodka nos contamos mutuamente dos versiones inventadas de nuestras vidas e hicimos cola juntos en la puerta de la habitación de la más potable de las prostitutas del lugar. Decía que trabajaba para una empresa de Azerbayán, prospecciones petrolíferas, que odiaba el país pero que las putas y el vodka eran baratos. Hijo de ramera mentiroso. En realidad vivía allí refugiado. Por suerte no era madero, era un simple agente doble captado en la universidad que se había salido de madre trabajando para varios frentes a la vez, como nosotros pero sin consentimiento de “la empresa”. Los rusos lo habían untado bien para colaborar en la financiación de los atentados islamistas de Marruecos, había sido su peón al mismo tiempo que trabajaba para nosotros y para los putos yankis en sus ratos libres, un juego peligroso para el culo de cualquiera.

Coarasa y Aguinaga llegaron a la puta ciudad por carretera, en el doble fondo camuflado del remolque de un camión, viajaron desde Teherán atravesando varias repúblicas ex-soviéticas. Se instalaron en un piso franco, y no podrían salir de allí hasta recibir órdenes, algunos ya les conocían en Dushanbe. Después de ejecutar al cabrón tendrían huír hasta Islamabad a pie, digamos que a campo a través, sin pasar por puntos habitados, los agentes locales no se lo pondrían fácil, aunque se supone que nadie imaginaría que saldrían del país por Pakistán en vez de por el Oeste, ya que tendría que atravesar un camino realmente complicado, esa era la ventaja del itinerario, complicado para otros, no para dos hijos de puta como ellos, capaces de comerse sus propias heces o de violar a ancianitas o niños si les entraban ganas de follar.

Llegaron las órdenes. Me trasladé en avión hasta Islamabad. Tendría que permanecer allí, en la embajada, unos meses, esperándoles. Llegó otro mensaje. Lo habían cazado, asesinado y hecho desaparecer en trozos, sin problemas, lo de siempre, rutina para ellos. “La trotaconventos” lo habrá sodomizado después de muerto”, comentaban jocosamente los mensajeros del CESID sobre Aguinaga. Ahora, los dos Emprenderían camino inmediatamente hacia el Este. Pero nunca llegaron a Islamabad. En marzo yo regresé a España. En el Ministerio de Defensa empezaron a montar en cólera. Me llamaron varias veces para interrogarme, pensaban que sabía algo, pero no tenía ni puta idea de lo que les había sucedido. Se les había tragado la tierra. Nadie conocía una mierda sobre su paradero. Los rusos juraban y perjuraban que no los habían matado, y costó mucho dinero del contribuyente que dieran información fiable sobre el desconocimiento total que afirmaban (y no creíamos). Capturamos al secretario del embajador ruso en Madrid y entonces hablaron en serio del tema, sin coñas. Dijeron que nos dejásemos de hostias, que no, que no sabían nada de nada, que no tocásemos a aquel chaval porque era sobrino-nieto de Yuri Andropov. Sólo lo sodomizamos y luego lo soltamos.

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Tras el “Aguinaga-Coarasa gate” me pasaron a la reserva. Mi destino fue una oficina de la comandancia maderil de Canillejas, ese sucio agujero lleno de ratas cobardes y mentirosas. Tenía que ir de nueve a dos de lunes a sábado a un despacho amueblado simplemente con una mesa y una silla, sin teléfono fijo ni ordenador. Pasaba las primeras horas  jugando con el móvil o leyendo la prensa. Después, bajaba a tomar el piscolabis de media mañana con el resto de maderos, y la cosa se alargaba casi hasta la una menos cuarto, la hora a la que llegaba el comisario jefe y a la que cada uno volvía a su mesa a hacer el paripé. Más de un año pasé no haciendo ni el huevo pero vigilado, ahora lo sé, por micrófonos y cámaras ocultas. Hasta que un día Argote me llamó a su despacho. Llamé a la puerta y allí estaba el pedazo de cabrón, esperándome mientras veía porno, seguramente sexo anal, su favorito, en el ordenador.

- Buenassss ¿Para que me quieres, gran cipote? ¿Acaso me echáis?
- Pasa y siéntate, mamón. Tranquilo, no van a echarte. Te ponen de nuevo en circulación. Ya has descansado bastante, y lo echarás de menos...
- Soy todo oídos, estoy hasta la punta de la polla de la oficina. ¿Alguna misión fuera?
- Pues no. Mira, quieren que resuelvas un problemilla, en el Bernabéu...
- Pero....
- Nada de peros. Tú te manejas muy bien allí.
- Allí me crié y allí eché los dientes... no me pidáis joder a nadie....
- No te pongas pijotero, Martín, no me jodas. Te cuento la cosa y cállate la boca. Hace meses que las ventas de coca han bajado mucho, tanto en Marceliano Santamaría como dentro de los partidos. Pero no es que los narconazis se estén quedando con nada, no, es simplemente que hay menos clientela, ¿por qué? Pues ahí entra el gilipollas de turno a averiguarlo, en este caso tú.
- Mira, me la suda lo que penséis de esa gente del Fondo Sur. Son nazis y todo lo que tú quieras, pero estando allí dentro me siento bien, como en casa, y me fío mucho más de ellos que de nosotros. A mi los nazis no me han hecho nunca nada, son gente de honor, no como tú y toda esta cuadrilla de lameculos, papanatas y nenazas comepollas.
- No estoy hablando mal de ellos, Martín, a mi me la sudan esos adoradores del falo de León Degrelle. Nosotros les encargamos a los cachorros de ese fondo que vendieran los excedentes que nos llegan de los alijos, y se saca mucha pasta, más de uno está montado en el dólar gracias a que ellos dan la cara allí vendiendo, siempre cumplen y no dan la lata.
- En el fondo Sur se vende la mejor escama de Madrid, la más pura, por eso la compra tanta gente. La que se han esnifado en la cafetería dos de tus hombres esta mañana, sin ir más lejos...
- Ya. Pues si antes en los bares de Marceliano se vendían dos o tres kilos cada quince días, ahora se vende menos de la mitad, ya desde hace unos meses. Y los mandos del CESID están que trinan, y los picoletos ni te cuento, apenas se les pagan sobresueldos por el temita, al director de los picolos de Valdemoro le han embargado el Maseratti por falta de pago...
- Y qué pinto yo en todo ésto, me la sudan.
- Pues tú, que estás integrado en el fondo, irás al puto derby con ellos, como todos los años, y allí tratarás de enterarte de quién está detrás de todo el lío. Porque resulta que la bajada en las ventas es porque alguien independiente vende ahora en el Calderón, tócate los cojones Martinete...
- Bueno, serán los de siempre...
- Ni de coña, allí está el que vende bellotas, el gitano ése, pero la coca pura la han traído otros, y no sabemos quiénes son. Tendrás que bajar al puto Calderón, allí organizaremos algo. Nos han hablado de un cabecilla atlético que es el que maneja el cotarro, pero hasta ahora es invisible, está bien protegido. Aunque nos ha llegado un soplo de que le gustan las hostias y que aprovechará para repartir fuera del estadio ese día rompiendo el cordón policial. Ahí estarás tú, abriremos nosotros el cordón y tratarás de llegar hasta él. Y si se puede, nos lo traes.
- Se lo diré a los chavales. Les gustará la idea de hostiarse con los putos indios, y a mi no te niego que también.
- Bueno, pues entonces doy por hecho el tema. Lo iremos hablando y lo prepararemos, falta un mes. Dispondrás de la información del helicóptero al minuto y las armas que quieras, y si te cargas a alguno no hay problema, y para tus amigos calvos lo mismo, licencia para matar....

El día en cuestión quedamos todos en la Plaza Mayor. La plana mayor del fondo estaba allí, un ejército dispuesto a todo contra los putos mierdas del Calderón, nadie mejor para que te acompañaran a una batalla. El corteo se inició a la salida de la plaza para bajar por la calle Segovia hacia el río. Cantábamos los típicos himnos mientras bebíamos a discreción litros de cerveza y calimocho de competición con un ligero sabor a Coca-Cola. Algunos cogían piedras sueltas de los alcorques de los árboles, como sabíamos que el Frente había organizado una acción para intentar romper el cordón íbamos bien preparados. Cuando casi habíamos llegado al final del Parque de Atenas e íbamos a girar a la izquierda por la ribera, sonó mi teléfono. Los del helicóptero me confirmaban que una masa de atléticos estaban intentando cruzar el puente de Segovia desde el Oeste, que les estaban dejando pasar como el que no quiera la cosa, y que en el centro se podía observar un nucleo de gente organizado, seguro que los líderes estaban allí. Cuando éstos pasaron la entrada del puente, la policía cargó y dejó al grupo partido en dos. Entonces, al otro lado, los maderos se apartaron y nos dejaron pasar hacia ellos. “Ahoraaa!!!! Gritamos, y todo el grupo nos siguió corriendo. Saqué la porra extensible de la chaqueta, y toqué la pistola y el machete que llevaba en ambos tobillos para asegurarme. Gritábamos "Odínnnn", mientras trotábamos hacia ellos para percutir fuerte sobre su primera linea. Algunos descargaron una andanada de piedras desde lejos. Golpeé con fuerza al primero que me encontré en el camino, casi ni lo vi; al segundo lo derribé con una golpe en la tibia como me habían enseñado en la academia. Al lado mío marchaban dos fuertes rapados que hicieron estragos en las primeras lineas de indios. Más allá, la cosa estuvo más difícil. Los primera linea del Atlético repartían estopa tan fuerte como nosotros, pero en inferioridad al haber sido divididos. Derribé a tres o cuatro. Uno me atizó en el pómulo izquierdo, saqué el machete y le corte profundo en el brazo hasta que se le vio el hueso, y a otro lo apuñalé en el costado con todas mis fuerzas hasta que cayó redondo. Vinieron hacia mi tres tipos peligrosos armados con bates y barras. Al primero pude derribarlo sin problema, pero los otros dos acertaron a pegarme un batazo en el costado que me hizo doblar la rodilla. Cuando el segundo iba a rematarme sobre la cabeza de un barrazo, una mano salvadora surgió de detrás suyo y lo apartó.

- No, Remi, déjalo.
- ¿Qué dices? Ni hablar, este cabrón se va a llevar lo suyo, ya le he visto en otras reventando a alguno de los nuestros.

Intentó sujetarme en el suelo poniéndome una rodilla sobre la espalda mientras desenfundaba un machete, pero mi ángel salvador le dio una patada en los huevos que lo dobló. Levanté la cabeza y era él. Vi acercarse a otro corriendo mientras repartía golpes a diestro y siniestro, aunque iba tapado con una bufanda del Frente Atlético era también inconfundible...

- Levanta Martín, venga, vamos hacia el paseo de Extremadura.
- Joder, Aguinaga, teníais que ser vosotros, hijos de puta.
- ¿Y tú qué hostias haces aquí?
- Calceta, no te jode.

Corrimos en dirección contraria. Llamé al helicóptero y ellos dijeron a los antidisturbios que nos dejaran pasar. Abrieron el cerco al vernos llegar. Subimos por el Paseo y giramos a la izquierda, hacia una de las torres de pisos. Coarasa abrió la puerta del portal y cogimos el ascensor. Subimos hasta el último piso. Abrieron la puerta y pasamos al salón de un piso que olía a pies y a cerrado. Desde la ventana se observaba aún la trifulca, al fondo, entre nubes de gases lacrimógenos y bengalas rojas ardiendo. Y también se vía más al fondo un Madrid resplandeciente, el de las primeras luces del atardecer, con la fila de orniales puestos del revés de las cupulitas de las iglesias y, a la izquierda, las figuras fantasmales de la Torre de Madrid y el Edificio de España, como dos gigantes que vigilaban todo.

- ¿Un piso franco?
- Sí.
- Había oído hace mucho tiempo que había uno por aquí... pero nadie daba con él.
- Es un piso que los rusos compraron cuando se construyó a través de un testaferro. Tiene muy buenas vistas y el Calderón a un paseo.
- Putos indios de mierda.
- Pues mira, sí, indios, a mucha honra indios. Cogimos este trabajo precisamente por eso.
- ¿Qué pasó en Tayikistan, cabrones? Os estuve esperando.
- Pues pasó que el tipo nos ofreció trabajo para que no lo matásemos, y un buen trabajo, muy bueno, mucho mejor que el de los mierdas que conoces.
- ¿Y el muerto?
- No era él, evidentemente, sino el cuerpo de un indigente sacado de un congelador de la morgue. Luego, eso sí, tuvimos que deshacernos del hijoputa que nos había comprado nosotros mismos, porque los rusos ya no lo querían, no era útil y nos propusieron cargárnoslo por un pequeño plus. Ahora descansa en Perales del Río.... ese lugar maravilloso... la pirámide de Keops del campo de tiro...
- ¿También allí? Joder, qué camposanto es aquello...
- Campoputo, diría yo.
- ¿La coca?
- La traen de oriente vía las repúblicas ex-soviéticas. Nosotros distribuimos en el Estadio, pero va a más sitios. Es muy pura, cojonuda. Además seguimos con lo de siempre, y ellos no preguntan. También nos han encargado comprar unas de urbanizaciones en  Valdemoro, en Marbella y en Estepona con parte de su porcentaje, para blanquear, hemos hecho de intermediarios con los capos de la construcción locales.
- También agentes inmobiliarios, sois unas putas joyas, una caja de sorpresas de mierda... pues os luce muy poco el dinero que ganáis, seguís siendo la mugre de siempre por mucho que las monas se vistan de seda.
- Efectiviwonder. Y también damos servicios, casi fijos, a otro tipo.... a un haitiano que quiere determinados “objetos”, dice que de poder..... el gilipollas. Paga bien, aunque no me fío un pelo, tiene negocios hasta con los picoletos, con los gitanos, con los búlgaros.. A los rusos se la suda lo que hagamos si la coca se vende.
- Los de aquí no os van a dejar continuar.... se han dado cuenta de todo y los tenéis como polla al culo. El CESID quiere todo el pastel para ellos, como siempre, y los picoletos tienen que dar salida a todo lo que pillan en Algeciras a los colombianos.
- Tenía que pasar, lo teníamos previsto, esto no iba a ser eterno.  
- Tengo una oferta, a través de Argote. Si conseguía hablar con vosotros, y ellos no saben que quiénes sois, debía deciros que os ofrecen inmunidad y un porcentaje en las ventas.
- Qué previsible. Dile a Argote que Coarasa quiere volver a tirarse a su mujer además de lo que nos paguen.
- No creo que a César le importe que os tiréis a su mujer, de verdad. Yo cogería la oferta... son muchos y juegan en casa, en el fondo sois sólo dos, los rusos no querrán saber nada si la cosa se pone fea, desaparecerán. Coarasa, tú siempre tan callado, joder, dí algo, opina, cabrón...
- Algo.
- Hijo de puta. Cómo te quiero, Coarasa.
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Martín Cercas se quedó medio dormido mientras esperaba que llegara la puta. Tenía el cuerpo dolorido, las heridas abiertas, pero follar no se le había olvidado. Sonó el timbre. Antes de levantarse se tragó la Viagra y media que tenía sobre la mesita, la engulló rápido gracias a un sorbo de Whisky, y se encaminó hacia la entrada. Miró por la mirilla, pero todo estaba oscuro. Entonces abrió el vetusto cerrojo Fac con la pequeña manivela exagonal y giró el picaporte. En cuando la puerta cedió un milímetro alguién empujó con fuerza como dando un patadón y la madera golpéo sobre la cara a Martín, viejo truco cuando alguien abre. Cayó al suelo y, cuando intentó levantarse, alguien le sacudió una patada en la cara. A continuación, dos tipos estilo armario ropero se abalanzaron sobre él, lo inmovilizaron con unas esposas y le ataron los pies con cinta de embalar. Lo lanzaron sobre el sillón y entonces, al revolverse, pudo verlos. Eran cuatro, dos de ellos vestidos con el uniforme color cocodrilo de la Guardia Civil.

- Martín, Martinete....
- Putos picoletos de mierda, ¿qué tal os la chupáis unos a otros en la casa cuartel?
- Dí lo que quieras, pero creo que esta vez las vas a pagar todas juntas, cabrón, todas esas cuentas pendientes que tienes con todos. Te va a doler, hijo de puta, espero que te duela mucho, mucho, mucho....

Le pusieron una bolsa de basura cubriéndole la cabeza y lo bajaron arrastrando por las escaleras desde el mugriento ático, rebotando con la cabeza sobre las esquinas y el pasamanos, dándole puñetazos en los riñones. Salieron del portal. Era de noche y la plaza de Olavide estaba desierta. Lo metieron en el maletero de una furgoneta de la benemérita y, antes de cerrar la puerta, uno de ellos le sacudió un par de patadas en la cabeza a lo kung-fu.

- No le pegues tanto, algunas partes del cuerpo con moratones o heridas valen mucho menos dinero, luego recibiremos quejas de esa gentuza fetichista, te voy a mandar a ti con el paquete para que te enteres de qué va el rollo, mamón...
- Lo copio, mi sargento, sin marcas... pero este cabrón nos debe a un compañero y a mi ocho mil Euros de una venta de droga, y todavía se hace el chulo.

Subieron los cuatro a la furgo y conectaron las sirenas. Dos motoristas les esperaban en una de las bocacalles, y éstos hicieron señas a otros dos que bloqueaban la salida hacia la calle Trafalgar, que también arrancaron y se marcharon a toda velocidad haciendo quemando neumáticos.

Un camello dominicano que trabajaba la zona desde hacía tiempo lo observaba todo sentado en un banco, al otro extremo de la plaza, mientras se fumaba un porro. Farfullaba maldiciones impaciente, le estaban espantando a la clientela y además tenía otro asunto más urgente en mente que resolvería cuando se dejasen el camino libre. Se levantó, tiró la chusta al suelo y la aplastó. Caminó hasta la tienda de los chinos que hay justo al salir por Trafalgar, que ya estaba despejada de pasma. Entró en el sucio comercio. Un chino sonriente le atendió.

- Hola, Bilito, ¿qué deseal? ¿Selvesa? En el lefligela la tienes...
- No, Zú, quiero echar un polvete.
- Polvete, vale, pues pasa, ella está ahí dentlo. Lo de siemple, tleinta follal, diez mamal. Culo cualenta.
- Quiero darla por el culo, Zú, como siempre, sin goma.
- Okey, Bilito, no ploblema, pasa, pasa...

Entró en la trastienda. Una china escuálida, de edad indefinida entre los dieciocho y los cincuenta, descansaba sentada en un catre mientras veía la tele. Cuando le vio entrar sonrió y directamente, sin preguntar comenzó a desnudarse. Le dio un pañuelo perfumado a Bilito para que se frotara un poco sus partes, y después se puso a cuatro patas desnuda sobre el colchón. Ni Bilito, ni Zu, ni la chica trabajadora del sexo sabían que ella en ese momento ya era seropositiva. Fuera hacía fresco, pero en aquella trastienda hacía un calor pegajoso, y el ruido de los congelares mezclado con el de la tele se hacía molesto y ensordecedor. Madrid dormía como cada noche, con uno ojo abierto y otro cerrado, como los perros cuando velan el sueño de sus amos. Madrid ardía y se congelaba en cada callejón mientras las gentes de bien descansaban para ir a sus trabajos cada mañana a esperar que pasara el tiempo y la muerte viniera a visitarlos. Pero ninguno, nadie de los más de tres millones, ni siquiera Aramís Fuster o el gran Rappel, sabían cuando sería, cuando aparecería. Madrid estaba encantado de tanta incertidumbre. A Madrid le encanta que nadie sepa hacia dónde ni por qué. Madrid va a estar ahí siempre, y ellos se irán, poco a poco, todos a tomar por culo, bien sea en ceniza o pudríéndose en alguna fosa.  Madrid y la muerte siempre tienen razón. Nacer para perder, vivir para ganar, y que os den por culo.


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