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Escrito por Ágata G. Bové el .

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Navidad en la ciudad. Bella ciudad iluminada por bombillas de colores. Ciudad llena de gente sonriente que espera ansiosa reencontrarse con los suyos. Una fina lluvia, de corrosivas gotas ácidas, bañaba la ciudad, pero apenas se la podía observar a través del cristal del escaparate dentro del Starbucks. Era como una fina cortina helada, se sentía frío al mirarla. La gente corría bajo su manto, de un lado a otro, buscando, buscándolo todo. Cuando tengo todo quiero más.

20672En “Cantando bajo la lluvia” echaron leche en las gotas de agua que caían sobre Gene Kelly para que se apreciaran bien en pantalla, para que fueran más densas a la vista del ojo humano. Podrían también haberles puesto semen, o litio licuado con Prozac, y entonces todos beber de ellas directamente abriendo la boca hacia el gris cielo, como a una fuente de felicidad que manase de las nubes, pero hubiese resultado mucho más caro, pienso yo. Pienso ésto mientras le cuento mi vida.

-¿Tú tienes Netflix o HBO?
-No, yo solamente tengo Emule.

>>Ah, vale. Pues como te iba diciendo a mí sólo me importa que esté limpio lo que se ve, lo que no está a la vista pues mira, me da igual. Trato de manchar lo menos posible, soy muy espartana en eso, no me gusta ir dejando las cosas tiradas aquí y allá. Vivo una vida ergonómica. Pero de repente hace unos días veo el mueblecito escritorio de caoba de encima del aparador de mi habitación con una fina capa de polvo. Y bajo al segundo piso y me pongo a pasar el dedo por el resto de muebles y ni corta ni perezosa descubro que el filo de encima de la caja fuerte que sobresale de la pared está sucio. Y monto en cólera y llamo al mayordomo y él se apresura a decir que Ricarda, mi chica de la limpieza de las zonas privadas, había estado indispuesta el día anterior, que la perdonara. Que la perdonara nada menos. Se permitió el lujo de excusarla. Llamé a seguridad y les pedí que lo acompañaran a la parada del autobús más próxima a la urbanización, que tenía que marcharse. Se despidió no sé si llorando de pena o de rabia, once años de servicio tirados a la basura por ser tan bocazas. No me acuerdo como se llamaba, el pobre. Y luego apareció Ricarda, pero no me dio ni tiempo a afearle la conducta porque tuve que nadar unos largos en la piscina en la máquina de a contracorriente antes de marcharme al aeropuerto a coger un avión para pasar el fin de semana en Bali con mi David. Al llegar al embarque estuve esperándole pero no llegaba y entonces me mandó un mensaje que le perdonara que le había surgido una cosa de última hora, que me marchase yo, que si quería me mandaba a alguien de confianza para que me acompañara. En los cacheos de seguridad un guardia civil me rozó la vulva con la punta de un dedo. Machistas de mierda, tienen un protocolo diferente para las mujeres, de los penes se mantienen bien lejos por si acaso. Hablando de vulvas, mira ésto...

20673Saqué mi móvil Huawei Pink 89017 GXHS 19' y le empecé a enseñar mis fotos artísticas, que ella miraba con cara de pazguata, como sin interés.

-Esta es mi obra. ¿qué crees que representa?
-Pues, sinceramente, no lo sé, aunque parecen penes.

>>Pues no, no son penes. Son vaginas. Vaginas. “Vulvas: la creación y el poder”, se titula la serie de fotografías. En concreto es la vagina de Ricarda, mi empleada filipina, sí, siempre Ricarda. Yo lo que siempre he querido es ser artista, pero de las que ganan mucho dinero y son muy famosas, y salen por la noche programas de la segunda cadena. Se lo propuse a David y contratamos a unos becarios de la facultad de bellas artes para que me hicieran estas fotos que se me habían ocurrido. Le pagamos cien Euros a Ricarda y le tomaron, se dice tomaron, una serie completa de la vulva y el clítoris que luego distorsionadas con Photoshop parecen penes, ¿qué te parece? Pues sí. El feminismo está de moda, hay que aprovechar el tirón. Trescientas piezas confeccioné con la ayuda de mis operarios y monté una exposición por todo lo alto en el Palacio de Congresos, una planta entera sólo para mi obra durante un mes. Las fotos se vendían a cinco mil Euros la más barata, y fue un éxito, las despaché todas, aunque luego me enteré que las habían comprado David y mi padre y que están almacenadas en una nave industrial junto con las bicicletas de la franquicia OFFO que compró David para implantarlas en la ciudad pero que fracasaron porque la gente las tiraba al río. Uy, ¿qué hora es? Se me está haciendo tarde sin darme cuenta.

Saqué un billete de cien para pagarla. Me miró con cara rara.

-Conchi, quedamos que eran ciento cincuenta la hora por escuchar, no cien.
-Mira, no me has estado prestando mucha atención que digamos, así que te voy a dar cien y santas pascuas. Has estado poniendo caras raras como un salvapantallas. Lo siento, la próxima vez sé más profesional con lo de escuchar, por favor. ¿Cómo te llamabas, por cierto?

Puse pies en polvorosa y salí a toda velocidad. Él me estaba esperando cerca de allí. Cogí un coche eléctrico de alquiler. La avenida estaba llena porque la manifestación ecolofeminista aún no había terminado en la plaza del ayuntamiento, y seguramente los disturbios continuarían hasta la madrugada con más heridos y más muertos y todo eso, y como resultado todo este atasco insoportable que me iba a provocar un ataque. En un semáforo abrí el bolso, saqué un Prozac y me lo tragué que casi me ahogo. Sorteé el tráfico a bocinazos y dejé aparcado el Ecolocoche en doble fila delante del hotel. En el ascensor subí ansiosa y excitada. Abrí la puerta y pude verle tumbado completamente desnudo sobre la cama mientras miraba “La ruleta de la fortuna” en la tele enorme que colgaba de la pared. Nada más verme entrar tuvo una erección, pero no movió ni un músculo en el cuerpo ni en la cara. Él es así, serio. Siempre ha sido un hombre serio y algo cortante.

-¿Ya estás aquí? Pensé que no venías. Siempre tarde, tarde, tarde...
-¿Qué tal ha ido todo?
-Parece que bien. Yo creo que nos meterán en la lista para las europeas. A ti los fascistas ésos, a mí, no te lo pierdas, los ecologistas. Desnúdate.

20675Siempre era concreto y conciso, iba al grano, estaba acostumbrado a dar órdenes. Me encueré en silencio mientras sonaba a todo volumen el programa en la caja tonta, esa inmundicia de concurso con ese presentador homosexual y ese cantante que cuando entona llueven piedras del cielo. Él me observaba y, cuando terminé de quitarme las medias, se levantó de un salto y me empujó sobre el colchón, caí boca abajo. Cogió un vibrador negro enorme que descansaba de su profesión sobre la mesilla y me lo introdujo en el recto de un golpe seco, causándome fuerte dolor pero a la vez un gran placer. Después comenzó a meterme la mano en la vagina, primero la punta de los dedos en forma de flecha, y luego los fue abriendo hasta que me dilató lo suficiente y le cupo casi toda la palma, y la cerró como si fuera un símbolo comunista. Viva Lenin. Cuando la mano se había convertido en puño de hierro dentro de mí, la sacó de golpe y cogió otro dildo de color rojo que era de grande como una porra de policía, me lo metió en la vagina y lo puso en funcionamiento a máxima velocidad. Vibraba y me daba calambres, maravilloso. Me dio la vuelta. Entonces se subió sobre mi cara acuclillado y puso su ano a unos centímetros de mi boca. El plato principal, el caviar siempre al final. Me excité muchísimo. Tardó unos segundos en brotar aquello, primero soltó una ventosidad y unas gotitas líquidas, después la ambrosía. Abrí el gaznate para recibirlo. Estaba caliente y duro. Cayó a plomo sobre mi lengua. Entonces tuve un tremendo orgasmo y él se corrió a la vez sobre mi cara, los dos en éxtasis conjunto. Me atraganté y tosí expulsando casi toda aquella masa color café de Colombia, que cayó sobre las blancas sábanas tiñéndolas. Durante unos segundos nos diluímos dentro del placer, exhaustos. Al despertar de aquel paraíso siempre pasajero comencé a escuchar el timbre de mi móvil, que aumentaba de forma progresiva. Me levanté de un salto de la cama y lo cogí.

-Hola Conchi. ¿Qué tal las compras? ¿Encontraste el regalo que te pedí? ¿Está por ahí tu padre? Pásamelo, anda.
-Si, mamá, no te preocupes, acabamos de salir de El Corte Inglés, sólo me falta por comprar el pañuelo de seda para la tía. Está aquí conmigo, ¿quieres que se ponga?


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