Francia 17

Escrito por Bonifacio Singh el .

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Normalmente duermo mal la noche anterior al día en que salimos de vacaciones. Pero esta vez dormí bien, más o menos bien. Tuvimos que poner un ticket de aparcamiento en la zona azul porque en ella hay que pagar a esos hijos de puta del ayuntamiento, un impuesto ecologista revolucionario. Dormí más o menos bien, más bien que mal. Despertamos pronto. Bajamos todos los bártulos protestando, peleando. Cerré las llaves de paso del gas y del agua, luego apreté el botón de quitar la luz. También pensé en los georgianos que acampan en el bar de abajo, en si algún día entrarán a robar en mi piso. En el bar de abajo beben todas las noches grupos de georgianos, ladrones de pisos, de rumanos, una mafia que roba coches y los traslada al Este de Europa, y alguna panda de moros que blanquea dinero en una carnicería halal y en una oficina inmobiliaria de venta y alquiler de pisos. La gente autóctona es legal, no tiene negocios ilícitos. Pero la mayoría son igual de hijos de puta que los de las mafias extranjeras. Todos unos hijos de puta insoportables. La policía, dice un amigo mío, seguro que está al tanto de todo y que vigila a las mafias. Cuando me cuenta ésto yo muevo la cabeza hacia delante y atrás en gesto afirmativo, para que crea que estoy de acuerdo, dando la razón como a los locos.

Había obras, como siempre, en la salida de Avenida de América. Tomamos rumbo Norte. Sin estridencias pero con estrés y cierto enfrentamiento entre nosotros. Probamos la radio del coche nuevo, el navegador. Le quitamos la voz, esa voz gilipollas que molesta y que tanto gusta a todo el resto del mundo, se sienten acompañados por ella e incluso se hacen pajas oyéndola. Paramos a mear. No nos entraron ganas de cagar, por suerte, porque los servicios de gasolinera siempre huelen a pis y caca concentrada. Echamos gasolina en Jaca, en un supermercado donde está algo más barata, se ahorran unos céntimos que consuelan algo al bolsillo. Luego atravesamos la frontera por el túnel de Somport, como siempre hacemos, soñando con dejar atrás toda esa mierda de país que es España, y que casi todos vosotros creéis que es maravilloso. Iros todos a tomar por culo.

Urdós.

Descendimos la carretera que baja por la ladera del puerto de Somport. Dentro del túnel la temperatura desciende siempre más de diez grados respecto a la que hay en España. Después, según sales del largo tubo y desciendes, vuelve a recuperarse algo el calor, aunque nunca ya en su totalidad. Digo nunca durante las semanas que permaneces lejos de Ejpaña. Ejpaña, bendita tierra. Nos recibe en el cámping un señor siempre sonriente, este año me enteraré de que se llama Bruno. Me fijo en las matrículas, hay más españoles que de costumbre. Me cago en la puta. Mientras monto la tienda de campaña un niño se me acerca, mira mi matrícula y me pregunta que de dónde venimos. Le respondo, muy amable, que de Madrid, y le pregunto de dónde es él. Responde que de Catarroja. Le digo que lo conozco. Valencianos. Finjo interés pero sigo a lo mío y consigo ahuyentarlo. Sus padres nos cuentan que hay plaga de ratones este año en la zona, que han entrado un su tienda haciendo un agujero en el suelo de plástico. Finjo interés. Comemos algo y nos marchamos a Borze (pronunciado Bogse por los esnob) a hacer fotos a un gnomo de jardín que hay en la puerta de una casa que siempre decimos que se parece a nuestro amigo Ulises, un gnomo gay. Mi acompañante ha leído sobre una ruta a pie en el pueblo de al lado, Lescun, le digo que no dará tiempo y que ella es muy vaga para caminar esa tarde varios kilómetros cuesta arriba, pero no cede y continuamos hasta allí. En el pueblo, que está a bastante altura, recorremos las calles buscando el inicio de estas rutas. Un mapa indica su duración y distancia a recorrer. Ella ya se va echando atrás, ve que, efectivamente, hay unas rampas del copón para ir a cualquier sitio, pero ante mis risas se crece y decide subir al menos hasta el primer mirador. Nos sentamos observando las montañas circundantes. Hablamos sobre gente de aquí y de allá y sobre lo maravillosos que somos nosotros. Pensamos, en alto, sobre el resto de las vacaciones. Las luces del coche se encienden automáticamente. A la vuelta, paramos en Borze a hacer la foto al gnomo de jardín gay. Pero damos un paseo y este año se nos olvida la foto. Llegamos casi de noche a nuestra tienda. Hace menos frío que otros años. El arroyo suena ensordecedor. Pensamos en los hijos de puta de los ratones haciendo un agujero en el suelo de plástico de nuestra tienda. Pero no aparecerán en toda la noche. Dicen que en el recto de Alejandro Sanz vive un ratón, un ratón chiquitín, que come chocolate y turrón, y bolitas de anís. Y le da placer.



france2Bassoues.

Despierto cuando el sol consigue superar las montañas. El valle es pronfundo y durante la noche la oscuridad es total. A mi lado, ella lee un libro de Jesús Cintora, ese tipo repugnante que se hace el listo y el simpático, y que le echaron de su trabajo por hacerse el listo y el simpático. Es un especialista en decir lo que quieren oír, otro gilipollas, como ellos. Por suerte, ella está terminando esa mierda de libro y le pasaré otro más a mi gusto. Hace bastante tiempo que no pago por leer ningún libro. Dicen esa frase de “no hay nada como tener un libro de papel en las manos”. El continente me importa poco, gilipollas, se sobreentiende que pirateo todo lo que quiero leer, todo. Hacemos el desayuno, tostadas con mermelada. Mientras desmonto escucho hablar en español, los vecinos de ayer. Trato de ignorarlos. Pero cuando vuelvo de cagar ella ya ha entablado conversación. Una conversación acelerada en la que nos cuentan que se han venido a vivir a Pirineos, y que es difícil encontrar vivienda, que por eso viven en el cámping. Que les han contado que han proyectado rehabilitar la vía férrea de mercancías y que si se hace cerrarán el cámping y destrozarán el valle. Han venido hasta aquí con dos niños porque les gusta la zona. Pienso qué les habrá movido a venir desde tan lejos en plan kamikaze. Trato de cortar la conversación, la chica es simpática, pero paso. Al fin conseguimos partir tras apuntar su teléfono por si nos enteramos de algún alquiler barato en la zona. Seguramente no volveremos a hablar nunca más. Aunque eran simpáticos. Simpáticos. Simpáticos.

Trato de sonreír siempre, y de hacer la vida fácil. Trato de huir de los que siempre se están quejando de todo y de los eternamente insatisfechos. Trato de huir y de huir, de casi todos. Dicen que hay gente tóxica. En realidad es gente coñazo, a secas. Y gente muy coñazo, esa es la peor. Muéranse.

Paramos en un Lidl a comprar taboulé oriental. Tengo que escuchar lo bien que cocina la gente, algunas gentes, el taboulé oriental y que el de Lidl es una mierda. Que se jodan esas gentes coñazo, prefiero comer mierda a su compañía, Lidl me hace la vida fácil, esos cabrones alemanes. Paramos a comer antes de llegar al pueblo. Es nuestro pueblo, y tiene sus pros y sus contras. Pros: sentirse como en casa: Contras: tener que hablar hasta cuando no apetece, y tener que sonreír. Siempre le digo a ella que no soportaría aguantar a nadie más pegado en vacaciones durante  estas semanas, un par de días o tres sí, más no, imposible, es mi territorio de desconexión y el resto del mundo puede irse a tomar por el rasca.

Comemos sobre el césped de la puerta de una ermita. Hace calor. Partimos, con algo de miedo, hacia el pueblo. La clave de la barrera de acceso es siempre la misma: 1950, el año en que nació Castet. Castet es el mejor porque es al que más soporto. Es un hombre que si breve dos veces bueno e incluso una vez me echó una buena bronca por saltarme las normas del cámping. Pero me habla con la mirada, y después de hacerme compañía un rato siempre se despide a la francesa, sin hacer ruido.

Está todo el mundo. Mil saludos. Sólo faltan nuestra pareja amigos favorita y su hijo pequeño. Preguntamos por ella. Nos cuentan que ha tenido otra metástasis. Me quedo blanco. El vacío asusta. Me asusta. Nos vamos a Marciac a sacar entradas para Chucho Valdés. Por arte de magia nos los encontramos en la taquilla. Ella parece estar normal. Pero la tos delata dónde es la metástasis, tiene la misma tosecilla que mi padre. Pienso en mi padre por un momento, en su radiografía. Su hijo pequeño tiene once años. Es amigo mío. Tiene once años, pero somos amigos. Es un joven salvaje. Presiento que cuando crezca habrá cierta conexión con él. Le estamos enseñando a pronunciar las erres y los tacos.

Tenemos que convencer a todos los habitantes del cámping que continuaremos ruta hacia Bretaña sin pasar por otros lugares. Mentimos como bellacos. No queremos que se enteren de que pasamos cerca de sus casas. Los tenemos un gran afecto, pero somos gente rara a la que no le apetece parar a gorronear y porculear. Las relaciones personales si breves dos veces buenas cuando estamos itinerantes, no nos gusta molestar ni ser molestados. Bueno, molestar sí, pero de otra forma. Y también nos gusta hablar y que nadie nos entienda, sobretodo porque decimos muchos tacos e insultamos en su cara a mucha gente, cosa que en Madrid no podemos hacer, por razones obvias. Nuestro acento es tan raro, mezcla de español, francés del Sur y dialecto jerga muñequense (idioma que sólo sabamos unos cuantos elegidos, basado en la palabra muñequin, que significa "mierda modelada con el culo"), que nadie descifra nuestra procedencia. Todo el que nos parece gilipollas o asqueroso, o ambas cosas, puede recibir su merecido sin problemas porque no entiende nuestros insultos.

Vergnaud es un hombre borgoñón que nos cae simpático desde el primer minuto que lo conocimos. Es callado, pero cálido. Es un tipo agradable y le gusta charlar con nosotros, pero se le nota que al poco ratito desaparece, hace mutis por el foro, porque prefiere estar sólo. Vergnaud lleva en su furgoneta un instrumento tradicional borgoñón que es como un organillo. Se organiza una fiesta, un aperitivo. Hace funcionar su caja de música. Pone una canción española: “Quizás, quizás, quizás”. Y quiere que la cante mi acompañante, que huye despavorida amenazándonos si la obligamos. Canto yo la canción, porque me da igual el ridículo, en realidad me da igual casi todo, me da igual ocho que ochenta que ochocientos. Los franceses cantan a coro con su acento, del que me descojono: “quisás, quisás, quisás”.

Es un fenómeno que comienza a sucederme por las mañanas. Un escatológico y agradable, para mi cuerpo, fenómeno. En cuanto me pongo en posición vertical me dan ganas de cagar y mear. Mi compañera se levanta a mear hasta tres veces por las noches, una costumbre molesta. Afortunadamente, para mi, caga por el día. Y dormimos en dos colchones hinchables individuales, pegados, pero individuales, para evitar el mambo molesto que sucede al otro cuando uno se mueve por el síndrome de piernas inquietas, los sudores de la menopausia o las ganas de cagar o mear.

Perigeux.

Tardamos horas en despedirnos de la gente, siempre partimos tarde de Bassoues y perdemos casi todo el día. Este año ella se ha estresado a causa de las relaciones sociales, si cabe más que yo. La familia de tres se ha marchado antes para no llorar como cuando nos despedimos el año anterior. “Nunca se dice adiós, siempre hasta pronto”, les digo. No es una pose. Yo me acuerdo de todo el mundo los 365 días del año, soy de esa especie, nadie debe decirme adiós.

Ponemos música pero todavía se nota cierto estrés. Acampamos al borde del río, un lugar paradisiaco, al filo del agua (au fil de l´eau). Nos bañamos en la piscina. Bajamos al centro. Paseamos como mecánicamente por los lugares que conocemos, como si fuera tradición, cuesta arriba y cuesta abajo. Aparcamos cerca de la Torre de Vesuna, la diosa prerromana, y luego subimos hacia la catedral, que por primera vez encontramos abierta, aunque el sacristán, un tío algo borde pero gracioso (se rió de mi acompañante) nos echó pronto a la calle. Y nos ponemos a discutir. Sigue habiendo tensión. Estrés, estrés. Y en cuanto me distancio me doy cuenta de que ella está hablando por teléfono. Creo que ha llamado a su madre, y me tranquilizo, hay que llamarla, no como yo con la mía, pero me doy cuenta de que no la está llamando. Luego me cuenta que la han telefoneado para gilipolleces varias. ¿Quién puede ser tan imbécil de llamar por teléfono a alguien durante sus vacaciones si no es estrictamente necesario? Pues hay gente así por el mundo, que llama desde Vietnam del Norte para preguntar qué tal la tarde y si has cagado bien de canto. La vida es así de idiota. Y tú eres idiota.

Nos ponemos un ratito a parir el uno al otro mientras cenamos. Nos acostamos. Ella lee de nuevo al gilipollas de Jesús Cintora, me lo imagino con sus dientes blancos sonriendo como un idiota. Me gustaría partírselos de una patada. Cita textualmente en su libro a Susana Díaz, la bodoque sociata, diciendo: “mi chochito ha conseguido estos avales”. Si yo fuera ella demandaría a este imbécil. Qué listillo es el soplapollas. Intento dormirme, pero no puedo conciliar bien el sueño, debe ser por la humedad reinante. Para relajarme pienso en cómo subo pedaleando la Carretera de Somosaguas mientras pienso en gilipolleces. Ruedo cuesta arriba con el sol a mi derecha, como siempre. Es una extraña sensación rodar y rodar sin rumbo.

Thomas de Gent.

Thomas de Gendt consiguió el tercer puesto en un Giro de Italia tras vencer en la etapa monumental del Stelvio. Después no fue al Tour de Francia porque había fijado la fecha de su boda durante la carrera, pasó de ir. Empezaron a exigirle buenas clasificaciones en la general de las vueltas. Se agobió. Casi tiran al traste su carrera. Se inventó un personaje dentro del pelotón, algo nuevo, a su medida. Ataca en todas las etapas y nunca racanea en los esfuerzos tirando junto con otros ciclistas. Siempre tira, siempre que puede va el primero, dan igual los kilómetros que queden, si se siente bien tira y tira, en cabeza, le da igual desfondarse. Si gana, gana. Si pierde hace lo que le gusta sin molestar a nadie. Pedalea como si no hubiera mañana. La gente le aprecia, el público y los compañeros. Algunos comenzamos a adorarlo, a idolatrarlo. Simplemente es distinto. La road movie del ciclismo funciona con él al frente, nos gusta verle. De vez en cuando, gana, y nos levantamos de los asientos, como el otro día en la etapa de La Vuelta. En el Tour, los gilipollas, no le dan el premio al más combativo, se lo dan a un niñato francés. De Gendt es flamenco. Le mandamos mensajes de admiración por twitter, pero nunca contesta, él sigue pedaleando como si no hubiera mañana, lo demás le da lo mismo, se la suda olímpicamente lo que piensen de él y su forma de correr.

Amboise.

Me late algo fuerte el corazón porque vamos a parar dos días en Amboise. Me cae bien Francisco I, un tipo libertino y trolero que pasó por Madrid como preso de lujo tras su derrota de Pavía. Prometió pagar un rescate millonario y no atacar a los gilipollas de los españoles. Le creyeron. No lo cumplió, claro. Que les pagase su puta madre a esos gilipollas. Era un gordo putero, pero se trasluce de lo que se sabe de su vida que también fue alguien especial, que caía bien a los de su alrededor. Un simpático gordo putero.

Aparcamos en un sitio estrecho en batería y esperamos a que otro coche haga lo mismo sin rallar el nuestro, mirándole con cara de te hostia como me roces. Se baja de él una familia de pijos españoles. Horror. El horror. La mujer está mal de la cabeza. Lleva una Nikon último modelo al hombro, y nos habla, horror, nos dice que qué educados somos dejando un sitio al lado. Sus hijos y su marido no la hacen ni puto caso, juegan con el móvil. Deben ser de Las Rozas o de Majadahonda, o de Bohadilla del Monte. Y seguramente ya follan poco o nada. Nos la encontramos tres veces alrededor del castillo de Francisco I, haciendo fotos con una cámara que no sabe manejar, pero que es muy bonita y muy cara. Huimos de ella y su familia, aunque son majos, pero unos pijos gilipollas, para qué andarnos con mierdas de simpatía y buen comportamiento educado. Que le jodan a la educación.

Llueve. Cada vez más fuerte. El Loira baja sin estridencias, como un hilo oscuro. Volvemos al cámping. Hemos acampado en uno a las afueras, porque el del centro de Amboise es para turistas gilipollas y los recepcionistas son gilipollas, también. El nuestro es un lugar maravilloso, y barato. Cenamos y nos acostamos. Pienso en nuestra amiga, si sobrevivirá otro año, si nos volveremos a ver. No creo. Tristeza. Vacío. Pienso en lo que van a sufrir sus hijos, que son dos de los chavales que más soportables me son en este mundo. Y en su marido, que nunca se queja por nada y siempre es cariñoso con nosotros, y me da a probar vino, quesos y melón naranja muy buenos. Él siempre ríe con las chorradas que digo pero que no entiende. Pero lleva una procesión cabrona por dentro.

Ella ha terminado, al fin, con Cintora. Le paso el libro de Pierre Lemaitre, “Recursos inhumanos”, que yo estoy leyendo, así lo comentaremos, sé que le va a gustar, siempre le doy cosas buenas, aunque, como ella es obsesivo compulsiva, pronto me adelantará leyendo. Leo dos páginas y me duermo. Comienza a llover. Llueve toda la noche. Han acampado unos españoles al lado en una furgoneta, unos jipis jóvenes. No cruzamos ni palabra con ellos. Por la mañana se marchan, qué alivio. Desayunamos. Cagamos. Salimos hacia Chenonceau, el castillo puticlub sobre el río. Hemos decidido pasar de entrar a Clos Luzet. Vale que allí palmara Leonardo, pero el precio es excesivo para una casita.

Dianne de Poitiers.

Enrique II de Francia se encontró por primera vez con Dianne de Poitiers, él tenía 12 años, ella 32. Quedó prendado de ella de por vida. Debió cascarse unas cuantas pajas pensando en ella, o viendo alguno de sus retratos. Cuando creció la hizo su amante. Ella vivía a pocos kilómetros de Amboise, en Chenonceau, un castillo muy chic, y fornicaban sin que el zorrón de Catalina de Medicis, esposa oficial del rey, pudiera hacer nada por impedirlo, aunque la gente gilipollas comenta que lo suyo no era más que un amor cortés. Ja. Incluso la regaló las joyas de la corona, para escarnio de la reina. Enrique murió debido a un accidente haciendo el cabra con espadas y esas cosas, y no dejaron que su amada lo visitara durante su agonía. Hijos de puta hay en todas partes. Días más tarde, Catalina echó de malos modos a Dianne de Chenonceau y la obligó a devolver las joyas de la corona. Dianne se bañaba en agua helada para conservar su piel joven. Aún no se había inventado la crema antiedad Mercadona.

france3Auvers.

Tomamos rumbo Norte. El cielo estaba nublado. Comimos en un Kentucky Fried Chicken a las afueras de París, siempre difícil de circunvalar. Buscamos un cámping barato en Neslés. Nos recibió una jaca francesa que afirmaba que el precio eran 15 Euros. En las guías ponía que 13. Nos quedamos. Su padre era el propietario del lugar. Se nos presentó a la mañana siguiente como Don Carlos, no Charles, sino Carlos, de ascendencia portuguesa. Un tipo amable propietario de un enorme terreno boscoso a las mismas puertas de París. Bajamos a nuestra meta, Auvers. El pueblo estaba casi desierto. Buscamos el cementerio. Trepamos por la cuesta por aquellos trigales con una luz increíble y abrimos la cancela del camposanto (qué palabra). Las tumbas de los dos hermanos estaban allí cubiertas de hojas. Mágico. Vincent pintó ochenta cuadros en setenta días allí. El trigal con cuervos estaba al lado del cementerio, es un lugar especial. Por la noche vimos la película “Vincent y Theo” de Robert Altman, aunque yo me dormí. El día siguiente lo pasamos relajados. Decidimos no bajar a París. La habitación de Vincent era de una austeridad tremenda en una posada de baja estofa. Él era único, y su hermano fue su siamés. Parece mentira que sus huesos estén allí enterrados y que yo haya estado a pocos metros de él, aunque sea de cuerpo presente. Sin duda era uno de los nuestros. Dicen que necesitaba estar sólo, pero que le gustaba, paradójicamente y al mismo tiempo, la compañía de algunas personas, que era callado y taciturno.

Normandía.

Tomamos rumbo a las playas del desembarco, que ya habíamos visitado hacía muchos años. El objetivo eran el memorial americano, con sus cruces sobre el césped, la playa de Omaha y el puerto de pontones de Arromanches. Hacía un viento fuerte, como siempre allí. Y había muchos british y españoles vociferando y haciendo el ridículo, de los que había que mantenerse lejos. Fugacidad. Dormimos bien bajo el viento y una lluvia fina.

Dinan y Du Gesclin.

El pueblo donde vivió Bertrand du Gesclin. Que gran personaje. Le metió una puñalada a Pedro I “el cruel” diciendo la frasecita de “yo ni quito ni pongo rey, pero defiendo a mi señor”, mientras el Príncipe Negro, a sueldo de éste, se reía. Bertrand fue un guerrero mercenario a sueldo que solía ganar los combates individuales a los grandes campeones de otros ejércitos, un cafre. Defendió, casi siempre, a Bretaña. La animé a comprar vino en una vinoteca donde la iban a sablear, pero no lo hizo, porque sabía que luego me reiría de ella, que es una esnob y lo merece. Una banda tocaba “Back in black” de Amy en una terraza del puerto de Dinan. Aplaudí desde el puente.

Acampamos a pocos kilómetros de la ciudad. El propietario del cámping era un tío pijo raro, que no estaba cuando llegamos, nos abrió la barrera un campista encargado por él para tal efecto. Antes habíamos estado en otro lugar, pero nos habíamos marchado, unas campas embarradas separadas por setos, sin árboles. Sin árboles yo no me quedo. Y llegamos por casualidad a esta especie de colonia de mobil homes para pijos. Cenamos, leímos un rato y rápidamente nos dormimos. Me deperté con ganas de mear y, al levantarme, pude ver amanecer desde la puerta de la tienda de campaña, que daba directamente a un maizal con un bosquecillo al fondo. La desperté para que lo viera. Nos pusimos a hacer fotos. Leímos un rato. Desmontamos para marcharnos. Buscamos al encargado, al que habíamos dejado una botella para congelar. No estaba por ninguna parte. Ella se puso a aporrear la puerta de la recepción y a decir que menudo gilipollas hasta que él abrió una casita contigua, iba en calzoncillos, tenía una pinta indigna, medio dormido, y ya eran las once de la mañana. Ella cogió la botella y yo le dí la mano. Se la estrujé, como hago siempre. Tenía los dedos muy pequeños, como deformes, era un tío deforme debajo de sus ropajes de pijo. Un tío raro, muy raro, seguramente tenía algún cadáver escondido en el garaje.

Sillón de Talbert.

Camino hacia el Oeste de Bretaña. Terminamos acampando, sin darnos cuenta, en un cámping en el que ya habíamos estado, junto a una ría. El agua del mar está a cientos de metros, pero cuando sube la marea llega hasta el mismo cámping. El Sillón de Talbert es una meseta submarina que cuando baja la marea deja a la vista kilómetros cuadrados de fondo marino, que pude recorrerse. Fuimos allí para recordar que nuestro amigo William sería la única persona en el mundo que podría quedarse aislado en algún peñasco fumando un porro mientras sube la marea. Tomamos un café barato en un bar muy agradable. Nos dimos una gran caminata. Es un lugar de visita obligada. Dormimos muy bien esa noche.

Roscoff.

Cuando desperté ella estaba leyendo compulsivamente el libro de Lemaítre. Siempre lee compulsivamente, es una yonki en potencia de todo. Yo leo a sorbos. Tomamos la ruta hacia el Oeste hacia el puerto pirata de Roscoff. Acampamos junto a una playa que parecía el Caribe, aunque caía una lluvia fina. El encargado del lugar apuntó en nuestra ficha que éramos italianos, el gilipollas. Clamé venganza. Los meaderos del lugar estaban muy lejos de nuestra preciosa plaza, desde la que se veían mil millones de estrellas cuando anocheció en medio de aquella oscuridad abosluta. Roscoff era un puerto bonito, y había una fiesta bretona con un grupo de mujeres tocando blues en plan Bonnie Raitt pero con un ritmo machacón. Roscoff es el punto de partida de los Johnies, buhoneros y comerciantes bretones que comerciaban a través del mar con Gran Bretaña, vendían hortalizas frescas en los puertos del Sur de esas putas islas llenas de meones vociferantes.

Pierre Lemaitre y el personaje de Charles.

En el libro de Pierre Lemaitre “Recursos inhumanos” se dibuja el personaje de Charles, amigo del protagonista que salva a éste al final (spoiler). Charles es un tipo que vive en el interior de un Renault 25, más pobre que las ratas y con muchos problemas, pero que nunca se queja de ellos, es la persona anti tóxica, la auténtica sal de la tierra. Por él, por la gente como él, vale la pena leer este libro que leímos los dos durante el viaje. Luego, yo leí “Una semana en la nieve” de Carrere y ella, compulsivamente, “Una novela rusa” y “De vidas ajenas”, de este ínclito autor francés al que tanto amamos, un burgués berraco simpático.


Douarnenez.

Queríamos repetir visita al museo de la navegación, donde se pueden visitar barcos pesqueros auténticos en su muelle. Fuimos por la tarde, después de comer y tomar el té. Sí, el té, suena raro, pero el té. El ruido de las tablas de los barcos crujiendo a causa de la marea disimulaba muy bien el resquemor procedente de nuestros intestinos gruesos, el olor a salitre hacía las veces a ambientador. Y también queríamos ir a Locronan. Había muchos españoles en Locronan, niñatos vociferantes gilipollas, pasa en todos los sitios turísticos. Más españoles que ningún año. Que les follen. No pudimos pasar, como era previsible, a la isla de Tristán. La propuse a ella que cruzara nadando completamente desnuda, pero no accedió, no por no exhibirse, sino porque el agua debía estar muy fría.

Concarneau y Pont Aven.

Concarneau es un parque temático bretón. Una fortaleza abierta al mar. Acampamos en el lugar perfecto: un cámping casi desierto con enormes árboles dispuestos en pasillos que se juntaban por la copa y no dejaban pasar el agua de la lluvia. Nos pusimos debajo de un roble que se abría a un campo a modo de ventana con vistas preciosas. En el puerto había una fiesta bretona: bailes regionales, cerveza y comida grasienta a discreción. Desde el mar llegó un frente lluvioso, con las nubes casi a ras de suelo soltando agua, pero la gente ni se inmutaba. Volvimos al cámping. Cuando todo parecía perfecto va y me dice que no encuentra sus gafas. Las buscamos. Discutimos a gritos. Por todas partes. Llueve a cántaros. Se hace de noche. No tiene gafas de repuesto más que las de sol graduadas. La mato. Busco y busco. Me dice: “no sé si se me habrán caído al lado de la recepción”. Cojo la linterna. Allí estaban, en el suelo, algún coche las había pasado por encima. Llego muy cabreado a al tienda de campaña, saco la cinta aislante y las arreglo como puedo. Ella me dice que no se las va a poner, porque tienen un cristal partido y la patilla queda muy fea (….) con la cinta aislante blanca de los chinos, que irá, a partir de ahora, de noite y de día, con las gafas de sol. Fai un sol de carallo, matanza do porco. Me voy al coche. Escucho la radio mientras calmo mi enfado, porque ella pierde las gafas varias veces al día, y yo siempre las encuentro, pero esta vez no se ha traído las de repuesto, y llevar las gafas de sol dentro de los supermercados nos hace tener una imagen ridícula, bueno, no a mí, pero por extensión sí. La mato. La mato. El Madrid gana la Supercopa, lo dan por la radio. Se me pasa el mosqueo. Marco Asensio le ha metido un chicharro a los hijos de puta del Farsa. Me calmo. Se abre la puerta del coche y aparece ella. Me dice que la perdone por ser tan gilipollas. Le digo que igual la perdonaré mañana, pero que trate de no ponerse las gafas de sol dentro de las tiendas y supermercados, porque yo sufro. Dice que le suda el coño y que se las pondrá. Al final se me pasa el cabreo, no sé si por inercia o por la victoria del Madrid.

Visitamos Pont Aven y alrededores. El lugar donde Gauguin se emborrachaba, pintaba y decía chorradas a sus correligionarios. Pintar, cagar, comer, beber y fornicar lo que se podía con las bretonas. Se tiraron hasta a la propietaria del hostal, literalmente, la dejó uno preñada y huyó a su pueblo. También eran de los nuestros, esta panda de impresentables borrachos sólo interesados en medrar y en mostrar su ego a tope. Seguramente se daban de hostias en los bares, como nosotros, y volvían a los hostales haciendo eses. Nosotros nos emborrachamos todas las noches en los cámpings, para qué ocultarlo, consumimos litro y medio de cerveza diario de media durante los viajes. Cuando no hay dinero bebemos cerveza barata, y cuando lo hay un poco más cara, pero la de Lidl de alta graduación no sabe mal y pega directa al cerebelo. Gauguín, cabrón, saluda al campeón.

france4Carnac.

Teníamos ganas de volver a ver los megalitos alineados. Llegamos en un día soleado y ventoso. La encargada del cámping era una señora muy maja y espídica. Vimos piedras y más piedras. Dos días viendo piedras, sin apenas pelearnos. Comprábamos panes y cervezas Lidl, había uno allí al lado, y veíamos piedras alieneadas mientras nos reíamos de los españoles con los que nos cruzábamos, siempre panolis vociferantes haciéndose los listos. Gilipollas. Menos de uno. Caminábamos buscando un dolmen por un bosque cuando nos cruzamos con un tipo canoso de mediana edad que iba sólo por allí. Le saludamos y comentamos si era un habitante de un pueblo de al lado o un asesino en serie. Hablamos sobre qué haríamos si alguien como él nos atacaba de repente con un hacha o una sierra mecánica. Es evidente que yo corro mucho más que ella, así que si la dejara atrás para que el asesino la desmembrase a hachazos yo podría escapar, dejándola como cebo distractor para el asesino quizás también violador, necrófilo o no. A ella no le gusta que yo analice así la cruda realidad, ni le convence la historia, piensa que yo la defendería dando mi vida a cambio de la suya mientras ella escapaba entre los maizales. Me hace gracia su razonamiento. Llegamos a donde habíamos aparcado. A nuestro lado había un Audi A6, seguramente del hombre que nos habíamos cruzado, del asesino descuartizador. Nos sentamos en el coche a descansar y, de repente, el tío aparece en la ventanilla. Toc toc. Era un señor español, había visto la matrícula y nos quería recomendar un sitio próximo con tres dólmenes. Habíamos pasado la tarde discutiendo, tirándonos los trastos a la cabeza, al equivocarnos en los cruces para localizar megalitos, algún que otro accidente habíamos estado a punto de provocar. Pero viene ese caballero español, ese hidalgo hijo de hidalgos, ese sesentón solitario, y nos aclara la situación exacta de uno de los conjuntos más bonitos. Le dí la mano, se la estrujé, y el me la dio fuerte. Un español decente en medio de los bosques de Bretaña, un rara avis, no un gilipollas. Realmente raro.

Con lágrimas en los ojos partimos de Bretaña. Cagamos ambos aquella mañana con tristeza, nada más ponernos en pie nos vinieron los saludables retortijones, pero reitero, con tristeza. Visitamos aquella tarde la ciudad de Saintes, con la cripta de la iglesia de San Eutrofio como producto estrella. En los capiteles de la cripta pueden verse demonios sonrientes en plan cabrones que se ríen del santo, que fue martirizado por los romanos. Acampamos en un cámping maravilloso, barato, con el suelo de hierba, árboles enormes y con piscina. La señora encargada era un poco seta, pero el lugar valía la pena, y Saintes tiene cosas que ver, iglesias y ruinas romanas. Y no discutimos nada, quizás producto de la tristeza que nos embargaba porque era la recta final del viaje.


Saintes, Arcachón y James Taylor.


Seguimos rumbo Sur, hacia Arcachón, a Cazaux concretamente. El señor de recepción del cámping, que se parece a un cuñado de mi acompañante, me dice, jocoso, que me parezco a un cantante francés greñudo. Qué graciosete. Arcachón es un puro atasco todos los días. Nos bañamos en La Pequeña Niza y en la playa de la Duna de Pyla. Han quitado el chiringuito para pijos que habían edificado a la entrada de la playa, que se jodan. Es una zona muy pija que visitamos hace muchos años. Ya solamente venimos a ver la duna y a poner a James Taylor en la radio cantando “You can close your eyes” por la noche mientras volvemos al cámping por la noche. La primera vez que llegamos aquí, por casualidad, estuvimos en otro cámping, y el recepcionista se parecía al bueno de James. Sólo faltaba Carly Simon por allí. Nos trae muy buenos recuerdos, nos emociona el lugar. Por las noches ponemos la música a todo trapo en el coche, abro la ventanilla y saco el brazo por fuera mientras conduzco, algo que también hago cuando vamos a Lugrin, junto al Lago Lemán. Conduzco como Pierre Castet conduce su Renault con una puerta de diferente color que el resto de la carrocería. Castet. Tendremos que mandarle jamón de jabugo envasado al vacío, sin remitente, para que se ría a carcajadas al recibirlo y le cuente a su mujer que conoce a unos españoles “de los de verdad”, como él le cuenta a sus amigos, unos españoles gilipollas más, vociferantes. Nos quiere Castet, se lo veo en los ojos, no sabemos por qué, pero nos quiere.

Tomamos la carretera hacia Madrid, La autopista de Las Landas. Conducimos tristes. Nos relevamos. Compramos el periódico, porque no nos hemos enterado de casi nada de lo que ha pasado en España en estos días. Podían darle bien por el culo a España. Hacemos buenos propósitos para esta nueva temporada que se aproxima. Pienso en escribir cosas, y en volver a la universidad. Quizás a hacer un máster en fracaso, con una asignatura bien desarrollada, práctica, en frustración. Y otra titulada “Aprender a decir que no”, en la que seguramente sacaré un sobresaliente, porque se me da muy bien la materia. Sólo soy un gilipolas más, como tú.

Y no, no voy a poner el video de James Taylor cantando aquí al final.

Postdata: las faltas de ortografía de los nombres propios en francés de este texto están porque no me sale de los huevos corregirlas, o porque soy gilipollas, elige tu respuesta.

Ya está.


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