Mis pies son manos atrofiadas

Escrito por Daniel Prieto el .

El otro día me quedé mirando fijamente mis pies. Entonces me di cuenta de lo horribles que son. Nuestras manos inferiores han dejado de serlo: se han aplanado y los dedos han perdido su movilidad, convertidos en apéndices inútiles. Las garras se nos han quedado inservibles, transformadas en esas pequeñas durezas sin sentido: las uñas. Los pies son una masa deforme que sostiene nuestro peso sin gracia. Hacen que nos movamos de forma vulgar. Los pies son manos atrofiadas. Los tenemos ahí abajo permanentemente pero no percibimos su fealdad.

Tampoco percibimos que hay seres humanos en cárceles infectas, la agonía de los sidosos, los linchamientos públicos, la mezquindad que está por todas partes ni el peligro que representa cualquier multitud. No somos conscientes de que podrías ser apaleado por cualquier motivo, ni de las madres que se prostituyen para dar de comer a sus hijos ni de los niños-esclavos pakistaníes que Nike y otras marcas explotan en sus fábricas. Ni de las niñas vírgenes tailandesas que los turistas anglosajones compran a selectas empresas de pederastas, ni del talento del yonki que duerme en el cajero ni de los cuatro hijos de puta que desde altas instancias se descojonan de nosotros cada día.

En pelotas delante del espejo sin poder mirar de frente, absorto con la cabeza hacia el suelo. Mis pies son asquerosas manos anquilosadas. Somos criaturas feas, a medio desarrollar. El cuerpo es un templo... del error evolutivo. A medio camino. La nada hecha carne. El margen vacío entre los animales y una entidad superior. En cada hombre hay algo de Dios, pero la divinidad es algo deforme y terrorífico que un día percibimos de repente. Los pies perderán los dedos y se convertirán en una especie de muñones romos, en miembros delirantes. Dicen que el mero hecho de que nos sostengamos de pie simboliza el hito evolutivo de nuestra especie, pero a mí me parece repugnante. Dicen que manos y pies han permitido al homo sapiens convetirse en lo que es. Pero no somos quienes deberíamos ser. Y nuestra deformidad es absoluta si contemplamos un pie.

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