Nochebuena

Escrito por Daniel Prieto el .

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Empecé a ponerla morcillona mientras Toñi Moreno presentaba una actuación en playback de Bustamante. Era Nochebuena. Veía uno de esos especiales enlatados que te hacían desear el fin de la humanidad. Tenía los pantalones por la rodilla y una botella de pacharán barato a mi lado. Siempre me había encantado la Navidad, desde que era un niño. No podía comprender a esas personas que decían que aborrecían estas fechas. ¡Que siguieran trabajando entonces, que no aceptasen ningún regalo y que y nos dejasen las comilonas y los turrones a los demás! Y asunto arreglado. Era insoportable escuchar a aquellos cretinos cada año la misma jodida cantinela de que la Navidad era muy mala porque éramos todos unos jodidos capitalistas. ¿Acaso ellos no lo eran? Escuchar aquella mierda resultaba incluso peor que pasar la Navidad con una familia del Opus. Incluso pero que acudir a una charla sobre igualdad de género. Vacié mi copa.

nochebuena2Me serví otro pacharán. Bendita Navidad, podías ir borracho por ahí durante quince días y a todo el mundo le parecía estupendo. Me encantaban los arbolitos, con sus luces y adornitos. Bustamante parecía una parodia de sí mismo. Al ver a aquel subnormal gesticulando se me puso fláccida de nuevo. Mi polla había perdido vigor. Definitivamente me estaba haciendo viejo. Cuando era adolescente podía echarme varias horas meneándola, podría estar contemplando el apocalipsis machacándomela, podría plantarme ante un pelotón de ejecución con mi verga inhiesta, desafiando las leyes de la gravedad, podría estar dándole a la zambomba mientras la bomba atómica explotaba ante mi que no pararía. De joven yo era una especie de pajillero tántrico: mi objetivo no era tanto el orgasmo sino el goce onanista en sí. Retenía la corrida hasta el momento preciso, hasta ESE instante mágico. Pero había envejecido y había dejado de lado las pajas tántricas.

nochebuena3Me encantaba la Nochebuena, con sus villancicos, con esas entrañables cenas familiares. Ha nacido el niño. El niño Dios. Ahora era Mariló Montero la que iba a presentar la actuación de otro retrasado. La dominatrix de la tele pública, la enchufada por antonomasia. No podía soportar a aquella cretina. Le quité la voz a la tele y puse a Napalm Death a toda hostia. Aquella zorra me la había puesto dura, así que continué dándole al mabubrio mientras vaciaba mi copa. La Montero estaba metida en aquel asuntillo de la promotora para la que yo había trabajado. Montábamos galas benéficas en las televisiones y nos sacábamos pasta gansa. Podías hacerte millonario si sabías hacer las cosas bien y si eras generoso con quien tenías que serlo. Recordaba cuando había conocido al mariquita aquel, Jaime Cantizano, metiéndose unos tiros con la otra petarda, Ana Rosa Quintana, después de una gala a favor de nosequé en Telecino. Menudas risas nos echamos. Añoraba aquellas visitas a los puticlubs de lujo de Madrid con Matías Prats. Resultaba aún mejor gastarse el dinero para los niños pobres en putas y en droga. Me serví otro pacharán al tiempo que me acariciaba un poco los huevos. Olía un poco a bacalao.

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