Canícula

Escrito por Mercado Navas el .

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Son las siete de la tarde. Acabo de despertar de una siesta de pijama y orinal que comenzó en algún momento de los últimos setenta kilómetros de la retransmisión de la etapa del Tour de Francia. Recorrido más bien llano, con su escapada a tres minutos del pelotón sin ningún viso de poder cuajar. Ciclistas consumiendo bidones a todo tren (dicen que alrededor de diez por deportista con este tipo de tiempo) y agotando también las existencias de cubitos de hielo que les van administrando en bolsas que ellos van colando por el cuello del maillot para que se encajen en cualquier parte del torso o de la espalda.

canicula2No sé quién habrá ganado en Carcasona pero sé que hay más seres vivos respirando los veintiséis grados y medio que hace en el salón donde acabo de recuperar la consciencia sobre una colchoneta colocada en el suelo. Mi madre, que ha debido de despertarse antes que yo y lee su enésimo libro sobre la Guerra Civil. La perra, que ha ido cambiando de tumbadero durante todo este tiempo. Y unas moscas, que me están empezando a hacer la vida imposible. ¿De dónde habrán salido? Antes de echarme me había cerciorado de que no quedara ninguna viva alrededor.

Entre el ámbito desde el que escribo estas líneas y la solana que se abate sobre el limbo de la Alcarria madrileña en el que vivo, hay unos soportales acristalados, en los que hace unos treinta grados, un patio entoldado, donde la temperatura se habrá incrementado cinco puntos, y el campo abierto, que podrá registrar más o menos de cuarenta según nos encontremos en zona de sombra arbolada o no.

canicula4En la franja horaria que va desde las dos hasta las ocho de la tarde, las calles de mi urbanización permanencen prácticamente intransitadas. Los vendedores de melones y los chatarreros también se han volatilizado. Me pregunto qué es de todos los demás pobladores del ecosistema durante este período: aves, pequeños y medianos vertebrados, insectos, etc. En cualquier caso, mi admiración se la llevan las plantas, que no tienen modo de refugiarse de la inclemencia y adoptan todo tipo de estrategia para que los rayos del sol las afecten lo menos posible.

Ola de calor en el verano meseteño. Media vida consciente tirada por el sumidero de la inacción o de una especie de tropismo vegetativo. Imposible no revivir las sublimes descripciones de la novela de Aldecoa Con el viento solano, prueba de que el infierno en la naturaleza también puede constituirse en fuente de inspiración.

Más del noventa por ciento de la Península (y parece que buena parte de esta zona del hemisferio norte) se encuentra sometida a una dictadura meteorológica que nos cambia el carácter y puede sacar lo peor o lo mejor de nosotros mismos según hayamos decidido aprovechar la ocasión para convertirnos en incendiarios o postular a figurar entre los héroes que arriesgan su vida en la extinción de los fuegos.

canicula3Las ocho. Primer intento de echar un vistazo ahí fuera, de ver si todo sigue en pie o si, definitivamente, ha sucumbido. Supero la prueba de salir a los soportales pero sospecho que todavía no seré capaz de correr una puerta acristalada. Las avispas que se han acumulado en este espacio me miran con asombro. ¡Habrase visto tamaña imprudencia! Ellas no saldrán de ahí hasta que no se oculte el sol tras el cerro que nos protege de los últimos embates solares.

Me vuelvo para adentro y me tomo un té con mi madre. Empiezo a concebir el programa de lo que queda de día: regar el huerto, regar un sector de la parcela, refrescar el patio, ducharme, cenar ligero viendo alguna competición deportiva (la que sea) y, por supuesto, enterarme de cómo ha acabado hoy el Tour de Francia.

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