Calamidad la vampira

Escrito por Derh Zetto el .

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A los 83 años uno ya no está para mucha fiesta. Comida de cuchara y a la camita a las 9 como las gallinas. De esta guisa le llegó a Calamidad la vida eterna, con 83 años y nueve meses de edad real. Si el vampiro que la convirtió lo hizo en pleno uso de sus facultades mentales es un misterio que nadie podrá desvelar pues este se vaporizo cuando, al quedar enredado en el taca-taca de Calamidad el alba desbordó toda su luz sobre el pobre diablo.

calamidad2Quienes observaron el suceso apuntaron que el hombre que atacó a Calamidad lo hizo por robarle unos buenos dineros, pues se conocía que Calamidad era una vieja rácana que poseía un par de pisos bien ubicados en el lustroso barrio de La Latina. Uno en Calle de Oriente y otro, ironías a parte para el desgraciado vampiro, en Calle de Luciente, donde aconteció dicho suceso cuando Calamidad se alejaba del portal donde, minutos antes, ahogó en pegamento SuperGlue la cerradura de unos jóvenes inquilinos. La hurraca consideraba que pagaban un precio relativamente inferior al precio del mercado. ¡Estúpidos contratos de 5 años!

Los testigos adujeron a la mágica desaparición que el atacante era un mago callejero con pintas de ratero que zanganeaba por el barrio. Bien cierto es que dicho mago callejero tampoco dio señales de vida durante las siguientes semanas pues, en un doble giro mortal, el destino le premió encontrando un billete de lotería ganador con veinte-mil euros que liquidó, deliciosamente, en una luna de miel consigo mismo en el casino Barcelona, sito en el Carrer de la Marina, en Barcelona, claro está.

Calamidad, después de dos días de fiebre y delirios en el hospital, fue dada de alta al tercer día con una milagrosa e inesperada recuperación, como Jesucristo, se alzó ágilmente de la cama con su camisón de hospital y sus bamboleantes nalgas al aire y exigió su ropa y enseres personales con toda la grosería de la que era felizmente poseedora. No quiso taxi ni acompañantes. Caminó como una verdadera reina toda Calle Princesa hasta entrar en su barrio como una bala de cañón. Estaba hambrienta, y muy enfadada con los jóvenes. Los jóvenes tenían la culpa de prácticamente todo, eso es algo que cualquiera en su sano juicio sabe, incluso el desdichado vampiro que implosionó tres días antes.

calamidad3La luz le molestaba de un modo que no recordaba y los ruidos de los coches y las personas tenían un volumen que sobrepasaba lo soportable. Cuando dio con su casa y la calma y frescor del portal la arropó se sintió renovada, pero más hambrienta si cabe.

Ana, una joven vecina, entró un minuto después que ella con su carrito y su delicioso bebe dormidito mientras agarraba un peluche de una foquita. La tierna imagen despertó en Calamidad un sentimiento que creía olvidado después de tantos años de solitaria existencia; hambre caníbal. Así que subió hasta el cuarto piso junto Ana y su aromático (y con ligeros toques afrutados) hijo de apenas cinco meses. El plan era simple, hacerse la tonta, como su derecho de vejez le concedía, y equivocarse de piso, empujar adentro a la desdichada mujer y alimentarse de ambas. Pero mientras el plan se forjaba en su renovada mente vampírica Calamidad se encontró, sin apedas percatarse, en medio de un ascensor parado y salpicado de sangre con medio niño colgándole de un colmillo y una mujer desparramada sobre un carrito de bebé.

En tales circunstancias, y bajo la protección de su derecho de vejez, salió haciéndose la tonta y entró en su hogar, ahora el hogar de un auténtico vampiro. Corrió las cortinas, las contracortinas e interpuso entre ella y la dichosa luz solar todo aquello que le fue de utilidad.

Calamidad no era una lumbrera, era una mujer de entendederas más bien limitadas. Todo su conocimiento del mundo provenía de las múltiples horas de ingesta televisiva con especial énfasis en los maravillosos magazines de la casposa Ana Rosa y ese maricón bajito del que nunca recordaba su nombre. Pero entre toda la basta información acumulada por años conocía las reglas de los vampiros, o eso pensaba ella.

calamidad4Optó finalmente por echar una cabezadita colgada de la barra del armario de su dormitorio, tras comprobar que su nueva fisicidad le permitía barbaridades como esa, también descubrió que no controlaba la gravedad, y cediendo la barra terminó con el cuello vuelto del revés y maldiciendo por su sobrepeso. La cama ofrecía perfecto colchón para la cabezadita, de ahora en adelante se pensaría dos veces lo de fantasear con las reglas vampíricas. Que los desgraciados vampiros de siglos pasados optaran por tumbas teniendo camas le hizo pensar que quizá no siempre los mitos son reales. Y con estos pensamientos, tras recolocarse el cuello en su lugar pertinente, se tendió sobre el lecho y allí se desvaneció su consciencia, hundiéndose cada vez con mayor profundidad en horripilantes pasajes de vísceras, sangre y bebés con pajitas clavadas en sus suculentas carótidas.

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