Amor inmundo

Escrito por Derh Zetto el .

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La imagen de un pez de colores en una pecera demasiado pequeña no decía mucho acerca de quien estaba escribiendo al otro lado de la pantalla del whatsApp. “Qdamos a las 3.30? mis pdres se vn a pasear al pueblo”. Una carita sonriente escupiendo un pequeño corazón era el final de la frase y seguidamente otra respuesta: el lugar de encuentro. Arán conocía la cascada, estuvo una vez allí dos años atrás y tampoco entonces caía una mísera gota de agua, pero eso era lo de menos, la cascada era el enclave de los amores furtivos y de los que tenían fecha de caducidad, concreta y específicamente el fin de las vacaciones de verano. Responder era una osadía, era muy consciente. No se consideraba para nada valiente y cabía la posibilidad de que no fuese el auténtico destinatario del mensaje, pero en su cabeza las dos interminables semanas de camping comenzaban a mutar en una cadena perpetua. El tedio campaba a sus anchas en su pecho, tal era la pesadumbre que se comportaba como un crio de cinco años cada vez que sus padres atacaban con otro intento de comunicación verbal. Sus amigos, los de “verdad”, inmundo2tejían aventuras misteriosas sobre el caudaloso río Facebook, que se iban hundiendo, en cuestión de minutos, con el peso de cada nuevo post. Todos se lo pasaban en grande. ¡Qué vidas! ¡Cuantas cosas que contar! Tan solo una vida se veía aplastada día tras día bajo el lastre de la más insoportable realidad, la suya propia, que ni siquiera le estaba autorizada a controlar aún. Podía preguntar acerca de la identidad del emisor y debía hacerlo, era una estúpida situación, sin embargo no deseaba despertar tan rápidamente de su primer atisbo de aventura veraniega. Tenía la sospecha de que el emisor incurría en un error, o peor aún, él era la víctima de una pegajosa trampa destinada a triturar en miles de pedazos su minúscula autoestima pubescente. Pero el corazón pateaba su pecho con loca insistencia deseando salirse a mordiscos y sorber todo el jugo de esas hazañas tantas veces prometidas en las series Young-adult de Netflix.

Finalmente decidió dejar que ocurriera, qué exquisita locura que él, escudero temeroso, y una princesa de ojos azules y rubia cabellera acabasen por un mero tropiezo apretando sus labios. Que bochorno, ni siquiera sabía cómo era eso de besar. Su cabeza se transformó en un plató donde cualquier cosa podía ocurrir, donde todo al mismo tiempo coexistía y así, embotado en fantasía, se enfundó en la más plateada armadura que poseía; camiseta y bermudas Quicksilver y unas Nike con el simbolito plateado.

Solo miraría. Qué hermosa fantasía que aquella preciosa piel dorada al sol estuviera ahora a su alcance. Soñaba con poseerlo, protegerlo de cualquier mal, darle todos los caprichos que deseara. La gravedad había cambiado su sentido y ahora fluía en horizontal. Casi notaba cómo caía hacia el chico, como si éste fuera un poderoso imán capaz de alzar un autobús escolar. Solo miraría, no se delataría. ¿Cómo había sido tan irracional? ahora el chico tenía su número de teléfono. inmundo4¿Y si investigaban? ¿Y si alguien tenía guardado el número? Pero no ocurriría, se perdería en el remolino digital como se perdía la prensa gratuita al pasar los meses. Cada día, mientras se preparaba la comida, lo veía pasar por delante de su caravana con la bermuda roja o con el Speedo gris claro, deteniendo con su pecho descubierto el sol de agosto, impidiendo que los rayos se desparramasen por la fina arena del camino de la piscina. Quince días atrás ni conocía de su existencia. Y esa risa, ese sonido que se había instalado en una esquinita de su cerebro como una polilla nocturna. Adoraba esa risa, aguda y fresca como el salpicar de la fuente cuanto los muchachos juegan en ella. Aun así quería que ese sonido desapareciera de su mente porque a pesar de adorarlo como nada en el mundo sentía que no debía estar ahí. Ahora podría hacer como que, por mera casualidad, se encontraba con él, que solo paseaba, que visitaba la cascada en busca de recuerdos como quien revisa viejas fotos que fueron tomadas veinte años atrás. Podía sentarse a su lado y preguntarle, capturar cada palabra acerca de su intimidad y guardarlas en una caja de lata, de esas antiguas, para no perderlos ni dejar que se secaran con los años. Pero no, solo miraría. Solo se quedaría ahí, dejando que se humedecieran sus ojos de dicha imaginaria, de fantasías que solo en su mundo podían cumplirse sin recibir el castigo de una sociedad mojigata y corta de miras. Si la gente supiera lo que sentía… cómo lo amaba. Cuando se ama tan intensamente nunca se sale impune, se acaba sufriendo un castigo, a propias manos incluso. Deseaba conocer su olor también, cuando lo veía pasar a mediodía, desde la distancia creía sentir el olor dulce de la crema solar de coco y la mezcla de éste con el sudor, el arancel que el astro exigía como pago por las actividades del verano.

inmundo3Entonces un escozor inició su periplo, el rubor enrojeció su cara al tiempo que en las sienes redoblaba un ritmo tribal, hueco y obsesivo. Era el punto de inflexión, la línea que no debía cruzar o se condenaría de por vida. Quince años trabajando en la educación pública tirados por el desagüe, recordó The Reader. Se asustó. Cerró los ojos un instante y aspiró sin hacer el menor ruido. Se serenó. Era el momento de volver, volver sobre sus pasos. Ya no soportaba más el dolor de no tener ni el derecho a desearle a escondidas. Mientras caminaba de vuelta a su solitaria carabana se secó las lágrimas y se limpió la cara, no quería que las del camping la vieran con el rímel corrido.

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