Los acarnienses

Escrito por García Cardiel el .

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Esta noche quiero hacerles una recomendación literaria. No se me asusten, es un libro finito, o mejor dicho, una obra de teatro: se lee en un rato. Y tampoco se me ofusquen por este último comentario aquellos otros de ustedes acostumbrados a la lectura de sesudos tratados metafísicos: sean magnánimos y, sobre todo, no me tomen tan en serio. No merezco la pena.

acarnienses2Esta noche, decía, quiero recomendarles una obra de teatro. En concreto, una comedia. Representada por primera vez en el prestigioso festival de las Leneas en 425 a.C., parece ser que se alzó con el primer premio por inmediata unanimidad del jurado, y ello pese a que su autor, el irascible Aristófanes, todavía no era más que un autor novel. Me refiero a Los Acarnienses, también llamada Los Carboneros. He dicho, ahora que lo pienso, que obtuvo el primer premio por unanimidad del jurado. Mentira podrida. Dos de los atenienses elegidos por sorteo para configurar aquel jurado no pudieron parar de reír en varios días, y, ante su incapacidad para emitir una opinión coherente, sus compañeros hubieron de dar sus votos por nulos. Mas aun así Los Acarnienses se hicieron con la victoria.

Se trataba, en efecto, de una comedia divertidísima. Créanme, pese a lo lejana en el tiempo a nuestros días, todavía, si nos esforzamos tan solo un poco, somos capaces de entender los referentes humorísticos, las imágenes y juegos de palabras hilarantes que aquel año hicieron las delicias del público ateniense.

La acción se sitúa en la propia Atenas. Hace siete años que la que más tarde se llamaría Guerra del Peloponeso devastaba Grecia, mas la todopoderosa Atenas, aún señora omnipotente de los mares, bien abastecida por su flota y perfectamente segura tras sus murallas, apenas se había dado cuenta. La ciudad, bien es cierto, se encontraba atestada de gente, acarnienses3pues los campesinos de todo el Ática habían huido de los campos para resguardarse tras sus fortificaciones: ahora dormían al raso en las calles y plazas, y vagabundeaban todo el día con las manos en los bolsillos y la mirada perdida, mendigando un bocado en los ratos malos, y algo con lo que entretenerse en los buenos. Tan solo de cuando en cuando una cabalgada de los espartanos a unos centenares de metros de las murallas recordaba a los atenienses que se encontraban en guerra, y que sus enemigos, muchos y bien armados, acechaban afuera. Cuando el viento soplaba de Levante, a la ciudad llegaba un leve tufo a quemado, y había quien decía que en los barrios más pobres se estaban produciendo ya las primeras muertes por una extraña epidemia fruto del hacinamiento. Pero, por lo demás, la vida en Atenas continuaba como siempre lo había hecho, perlada de festivales, asambleas, voceríos en el ágora y lecciones de filosofía en los pórticos.

Que sí, que sí, que les hablo de una comedia, créanme. Quizás no hayan comprendido aún el chiste. A ver si me explico. La guerra, decía hace un momento, ha estallado hace ya siete años en todo el mundo griego, pero los atenienses hacen como si no se dieran cuenta. Recluidos tras sus murallas, prosiguen con sus vidas, disimulando. Como si el cerrar los ojos ante la amenaza que pende sobre ellos pudiera servirles de algo. Y, mientras tanto, la desolación acecha allá afuera. Son los acarnienses, los habitantes de la aldea de Acarnia, los que, apenas en el primer acto, denuncian la situación. Los campos están ardiendo, señalan. Los olivos se pudren, las vides son pasto para las ratas, y el cereal está siendo reducido a cenizas. acarnienses4Los bosques se agostan, los animales salvajes perecen y los rebaños son diezmados por los lobos y por los hombres, mucho peores que los peores de entre los lobos. Nuestro mundo desaparece para siempre, denuncian. De acuerdo, por ahora Atenas puede continuar viviendo en la opulencia, abasteciéndose por mar gracias a sus invencibles barcos, pero, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo podremos seguir derrochando lo poco que tenemos, viviendo de espaldas al problema, dejando que nuestros campos, nuestros bosques, nuestros rebaños, nuestro mundo, desaparezca? ¿Hasta cuándo seguiremos tan ciegos?

Pero hasta la última escena nadie hace caso a los acarnienses. Son cabezotas, intransigentes, agoreros. Son, dice alguien entre bambalinas, como niños, y mejor harían en estudiar un poco más antes de ponerse a hablar en la asamblea. Nadie les hace caso hasta la última escena.

Y Atenas, como es bien sabido, termina por sucumbir a la hambruna y a la epidemia. Fin de la democracia, fin de la guerra, fin de la historia.

¿De verdad que no entienden el chiste? Ya les previne, la culpa es de ustedes por tomarme demasiado en serio.

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