Tokio ya no nos quiere

Escrito por Sergi La Nuit el .

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Si por un casual fuiste un pinche teenager en los malogrados noventa, si por un casual te jactabas de escuchar oscuras melodías diáfanas y gruñir por el lobby del Ritz con apestoso acento grunge. Si te enjuagabas la boca en gin para acabar vomitando el cosmos en el asiento trasero de un bus nocturno. Si pasaporte en mano, descansaste tus cansados pies en Madrid,  es probable que el nombre de Ray Loriga no sea del todo indiferente para ti. Este año además le han concedido el premio Alfaguara ni más ni menos( el tiempo dirá si merecido o no). Pero no es de galardones de lo que vengo hablarte sino de ecos que se pierden en la oscura noche, como autoestopistas zombis recorriendo el desierto en una película de Wim Wenders. Entre drogas extrañas que ayudan a olvidar pesados sudores de antaño, personajes adolescentes encerrados en habitaciones azules con sus viejos nórdicos, girando discos de Bowie y Lou Reed. ¿Te acuerdas Ray? Los noventa... Dejarse caer por el Sirocco borrachos de Ron Negrita, con el corazón a medio hacer y las dudas en pie de guerra, adelante, siempre adelante. Fascinados por encontrar en algún apestoso mingitorio de gasolinera veinticuatro horas, un poema de William Carlos Williams:


Todo lo que hago
todo lo que escribo
me aleja
de quienes quiero

Si es bueno
quedan confundidos  
si es malo
avergonzados
        
        Corro un riesgo enorme        
               hacia el amor que me tienen             
camino descalzos
 por arenas movedizas

tokio2El porvenir parecía transparente entonces y, ya en la calle, nos adelantaban a toda pastilla por la Castellana taxis sin luces con la música a tope. Qué recuerdos... parapetados en bluejeans rotos, desnudos al desencanto, rebobinando cassettes de Alice in Chains sobre el asfalto. Vomitando el arcoíris al llegar a la calle Alcalá y luego O'Donnell y a lo lejos torre España, con un ducados negro colgando en los labios y la certeza de repetirlo de nuevo. ¿Tokio? No, todavía no. Los noventa, la feria del libro en el parque del buen retiro, llegar del brazo de una inclasificable estrella  del rock nórdica y no sentir complejos al sentarse a firmar ejemplares.

Sitiado a ambos lados por académicos decimonónicos, mientras el agente literario de turno cierra los derechos de una novela que no convenció demasiado a la critica especializada y, sin embargo, tendrá una adaptación cinematográfica encabezada por la hija de una folclórica. Contener la vergüenza, alargar sin motivos apéndices innecesarios, y cuando la joven del cabello rasta y camiseta de The Smashing Pumpkins se acerca con su  ejemplar satinado, susurrar un cansino:

GRACIAS.

tokio3Desde tu atalaya. En la cima. Ofreciendo copas finísimas de champagne rose a críticos seniles. Reescribir tus propios idus, caminando en círculos pues ambos sabemos que jamas volveremos a estar aquí, tan jóvenes. Y ahora sí, Tokio, la constatación, los derechos(esa danza macabra), el exilio y volver a un Madrid distinto, superpoblado de boutiques. Un Madrid sin cines y lleno de Starbucks. Un Madrid donde los libros se encargan online y la mansedumbre (lector hembra que diría Cortázar) es un alarde. En este Madrid vegano donde los subterráneos fantasean borrachos de cerveza sin alcohol, desciendes. Soldado de pies y manos a la intemperie, te conviertes en extranjero de ti mismo, entonces el miedo lo ocupa todo y desearías un poco de esa química que tan bien nos retrataste y que ayuda a amputar el pasado. Dejar los recuerdos caer cual lluvia de estrellas en el pozo infinito de la memoria. Pues tocar fondo no quiere decir nada Ray, memento mori en Madrid con gafas de sol wayfarer, benditos noventa, the new romantics, la plaza de Santa Ana y, a lo lejos, escondidas en soportales clandestinos, siguen las musas paseando con un rubor de viento así de grande. Bajo ese estruendo de mil demonios, protegen en un gigantesco fardo manuscritos de toda una generación de aireados jóvenes. Ahí abajo, en el hueco más oscuro y frío de las profundidades del subsuelo literario, se esconde un camino largo y angosto poblado de espinas de un centenar de escritores olvidados, en la entrada puede leerse en grandes letras pintadas en sangre un cartel que dice:

DESAPAREZCA  AQUÍ.

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