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Viaje a la tierra de los contrastes

Soy de esas personas que se preparan los viajes a conciencia, independientemente del destino. Leo los comentarios que dejan los huéspedes de los hoteles, busco mapas de las redes de metro y comparo distintas rutas entre los puntos que quiero visitar. Sin embargo, por mucho que me hubiera documentado acerca de Japón, nada podía prepararme para la realidad que iba a encontrarme allí.

constraste2Pasé las tres primeras noches en Tokio desvelada por el jet lag. Mientras mi pareja dormía plácidamente al otro lado de la cama, yo intentaba procesar la amalgama de estímulos recibidos durante el día: ejércitos de oficinistas clónicos (camisa clara y pantalones oscuros ellos, idéntica camisa y falda por debajo de la rodilla ellas) marchando enérgicamente hacia sus lugares de trabajo, gigantescos locales de pachinko (un juego de tragaperras muy popular en el país) con la música a tope, chicas vestidas de criadas manga repartiendo publicidad de maid cafes (restaurantes donde estas jóvenes atienden a los clientes con actitud sumisa y exageradamente infantil)… En esa tierra de nadie entre la vigilia y el sueño, la sensación de irrealidad es intensa. Rumiando mi soledad y maldiciendo los ronquidos ajenos, me sentía como un personaje de After Dark, novela de Murakami en la que varias historias que tienen lugar entre el mundo real y el de los sueños se entrelazan a lo largo de una noche.

contraste4Una vez adaptada a los horarios del país, me fue más sencillo identificar otros factores que me resultaban especialmente chocantes. El primero es obvio: la barrera del idioma. Por extraño que nos resulte a los occidentales, la mayoría de los japoneses no habla inglés. En muchos casos, ni siquiera aquellos que tratan habitualmente con extranjeros (recepcionistas de hoteles, empleados de las estaciones de tren o personal de las oficinas de turismo) son capaces de intercambiar más de dos frases sencillas. A esto hay que sumarle que, fuera de las zonas más turísticas de las principales ciudades, los paneles de información no siempre están en caracteres latinos. La combinación de estos dos factores dio pie a no pocos momentos de confusión y cabreo durante nuestra estancia en Japón. En la misma línea, por lo que pudimos observar en cines, en televisión y en tiendas de música y libros, el consumo de productos culturales foráneos es mínimo. No es fácil encontrar rostros occidentales en las revistas de cotilleos ni cómics extranjeros. Para un español cuyos referentes culturales, además de los patrios, son los anglosajones, esto resulta bastante marciano.

Otro aspecto en el que el turista repara fácilmente es el profundo sentido cívico de los japoneses. Hasta en los núcleos más densamente poblados, hacen cola sin rechistar y nadie invade tu espacio ni dice una palabra más alta que otra. La sensación de seguridad es absoluta, independientemente de la hora del día. Como ejemplo de esta actitud extrema de respeto y nula injerencia en la vida de los demás, baste decir que el primer día perdimos una mochila con diversos artículos tecnológicos en el transitadísimo metro de Tokio y que, media hora después, cuando la localizaron, no faltaba ni un cable. En contrapartida a ese estricto código de conducta que rige sus vidas públicas, los japoneses parecen haber desarrollado una identidad paralela caracterizada por la fantasía desbocada (como se puede ver en los mangas y en ciertos programas de televisión bastante surrealistas) y, en algunos casos, por un cierto grado de perversión sexual (como atestiguan las famosas máquinas de bragas usadas que pueden encontrarse en algunos establecimientos de la capital).

contraste9Lo que también me resultó curioso es lo homogénea que parece la población, en el sentido de que la mayoría de extranjeros que se ven son turistas, personas que están de paso. A diferencia de lo que sucede en las sociedades occidentales, donde la mezcla de culturas es cada vez mayor, en Japón casi no se ven extranjeros trabajando ni familias interraciales. Ignoro si se trata de un tema cultural o si es el resultado de unas políticas de inmigración poco flexibles. Tras solo dos semanas en el país no estoy en disposición de hacer un análisis semejante, pero sí creo que hay una cierta tendencia al proteccionismo frente a los que vienen de fuera. Como ejemplo diré que a los forasteros solo se les permite acudir a las beyas o escuelas de sumo a ver los entrenamientos si van acompañados de al menos un ciudadano del país o que, mientras que los ciudadanos nipones pueden visitar ciertos monumentos (como los palacios imperiales de Kyoto) libremente, los extranjeros solo pueden hacerlo en visita guiada con cita previa.

En resumen, Japón es una fascinante tierra de contrastes en la que las últimas novedades tecnológicas conviven con las tradiciones más antiguas y a menudo obsoletas, donde rascacielos y mega-centros comerciales se alternan con hermosos jardines zen e imponentes santuarios y donde lo mismo te cruzas con una aprendiz de geisha que con un joven disfrazado de su personaje manga favorito. Conviene ir con los ojos bien abiertos para no perder detalle y tener paciencia con aquellos aspectos que nuestra mentalidad, quizá más pragmática, no acaba de entender. La experiencia merece mucho la pena. 

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