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Mirando la vida pasar

Viendo la vida pasar

Mirar la vida de lejos. Es lo que me hubiera gustado hacer, de haber podido elegir. Pero en este mundo nunca escogemos. Me llevó unos años darme cuenta de que debía aprender a comportarme "comme il faut".

De niña fui feliz. La infancia te permite muchas licencias. Podía esconderme de los demás sin que nadie me regañara. Vivía en mi mundo. A mi madre le parecía gracioso tener que ir a buscarme a casa de mi tía donde solía esconderme detrás del sofá, solo acompañada de un montón de libros por leer. Aquel  y otros rincones disfrutados a escondidas fueron mi refugio del resto del mundo durante un tiempo.

No recuerdo si entonces hablaba mucho, creo que no. En las fotos parezco una niña tímida, y lo era. No veo con claridad a mis amigos de la infancia y los detalles que guardo en la memoria, las pocas anécdotas que he conseguido rescatar del olvido no son especialmente buenas. Mi pequeño mundo de entonces lo conformaban mis hermanos, mis padres, mis primos... mi familia.

La timidez no es una enfermedad, pero es un estado anímico "antisocial". Así que crecí y no me quedó más remedio que adaptarme: me convertí en una especie de perro verde, una niña rara. Debí cargarme de actitudes ajenas a mi naturaleza, de comportamientos que no me eran propios. Curiosamente, luchar contra mi auténtica forma de ser me empujó hasta el extremo contrario en algunos aspectos. De educada y callada a insolente y parlanchina, de la falta de comunicación a la comunicación excesiva... Fueron las consecuencias del intento de adaptación social.

Por eso y otras muchas razones no creo en el libre albedrío. Creo más bien en la inconsciencia generalizada sobre las enormes imposiciones sociales y culturales que nos empujan a comportarnos de forma contraria a nuestra propia naturaleza.

En todos estos años he vivido en una eterna contradicción entre quien soy en realidad y cómo me ven los demás (o quizás sobre cómo creo yo misma que deben verme los demás). Sólo quien sabe mirar con atención puede darse cuenta de mi auténtica naturaleza porque aún, escondidas entre mis hábitos comunes, se atisban algunas pinceladas de quien se oculta detrás del muro.

Para no perderme a mí misma del todo cultivé pequeños placeres poco populares en mi entorno. Gracias a ello, disfrutarlos en soledad se transformó en una necesidad y encontré una nueva excusa para esconderme. Con el tiempo he aprendido a compartirlos, aunque sólo con unos pocos elegidos que reinan en mi pequeño mundo.

Cuando el tiempo y el mundo me lo permiten me mantengo callada, mirando la vida pasar, observando. Así que aquí estoy, como más me gusta, sentada al borde de la bahía con los pies colgando.


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