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Oh, tú, la visión

El fenómeno se desarrollaba ante mis ojos, bello y desgarrador, rotundo en su espectacularidad, como siempre había sido y siempre sería. Llevaba todo el tiempo del mundo contemplándolo y, sin embargo, no había dejado de fascinarme. Su fuerza y su perfecta armonía me embriagaban. No existía nada más, no cabía otra visión, era ese milagro que se expandía y contraía en vivaces colores y formas a penas esbozadas la única realidad posible.

No sentía mi cuerpo, no sentía hambre, ni dolor, ni sueño, mi piel era piedra. Tan solo esa sublime belleza que abarcaba toda la realidad y bailaba su magia en eternos círculos. Me sentía parte de todo aquello, y a la vez me era concedido el privilegio de observarlo desde fuera. El universo se replicaba para confrontarse a sí mismo, se miraba a sí mismo, y al hacerlo se anulaba y volvía a comenzar. Pero ese comienzo era un final. ¿Por qué lo sabía? ¿Acaso había algo más que la eterna y refulgente visión? ¿Tenía yo aún ojos que me permitiesen buscarlo? ¿Quién o qué era yo?

Como si de la duda brotase la realidad, como la hierba tras la lluvia, empecé a sentir una comezón, un remedo de sensación en mi interior. ¿Podría realimente sentir? Un miedo atávico me empujaba a refugiarme en la contemplación de la visión y, al enfocarla, descubrí con horror que había cambiado.

Sus ricas tonalidades eran ahora monocordes, el movimiento se percibía atenuado, como tras una película de suciedad roja, salpicada de oscuros grumos. Mi visión se borraba, se desvanecía sin que yo pudiera hacer nada, y si desaparecía estaba seguro de que yo lo haría con ella.

oh2Hubo un segundo de silencio atronador, un breve espacio entre latidos.

Y entonces llegó el dolor, un dolor lacerante e inmisericorde que traspasaba mi cráneo y me hacía sufrir como nunca lo había hecho. Pero el dolor pasó en seguida a segundo plano, al surgir en mi mente fragmentada la chispa de la conciencia y recibir el impacto de la cruda realidad.

Mi cuerpo yacía en un charco de sangre, que brotaba del orificio de bala en mi sien. La pistola aún humeaba en mi mano laxa. Mi visión seguía desarrollándose ante mis ojos, ahora teñidos por mi propia sangre, y surgía intermitentemente del teléfono que aferraba, con mis últimas fuerzas, en la otra mano. Se encendía y apagaba, destellando en la pantalla los números, letras y colores que antes habían tenido un sentido, y que ahora constituían mi único y último nexo con la vida.

Intenté contestar. Mis dedos moribundos arañaron la pantalla débilmente. Sin ya a penas consciencia, mi dedo índice siguió mecánicamente las pautas del patrón de desbloqueo...

Con mis últimas fuerzas, intenté pedir perdón.

oh4***
"En lo profundo, donde topan los pecios maltratados por las miles de batallas libradas, en su deriva hacia el dulce descanso submarino, allí tiene que estar...
En lo profundo, donde las emociones son amortiguadas, y vagan en corrientes sin fin ni consuelo... allí tiene que estar.
En el más hondo barranco, en la fosa más profunda, a donde no llegan los gritos ni las lágrimas, donde no se le sienta ya más y no pueda oír ni ver el dolor que dejó, y pueda descansar en paz.

En lo profundo aún resuena un eco, como un disparo, y un vacío que no llena toda la vida derramándose dentro. Y el mundo interior se reajusta, se acostumbra a seguir girando sin piezas clave, aunque ya nunca será lo mismo, y ese vacío negro, de tumba, aguardará con su mudo "por qué" al final del camino, donde se hallan todas las respuestas.

En lo profundo, nunca olvidaremos que la vida acaba, pero el amor no...".

Para Alberto

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