Diario de una funcionaria primeriza
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Comenzamos.... otra vez

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Y ahora sí que sí. Mi primer día como funcionaria. Que en realidad era ya el tercero, pero como hasta entonces me había dedicado básicamente a pasear de un lado a otro y a conocer sexagenarios…Digamos que era mi tercer primer día como funcionaria.

Obediente y puntual, como siempre, mal que me pese, me presenté en Lugar de Trabajo un poco antes de las 9.00, la hora a la que tenía que empezar a trabajar, según órdenes de Jefe Ausente.

Funcionario Tópico todavía no había llegado. “Se le habrá dado mal el transporte” pensé, pero como allí nada tenía contraseña, encendí mi ordenador y me dispuse a hacer tiempo mientras llegaba mi compañero, que me enseñaría todo lo que tenía que saber para estar allí.

Las 9.15. Funcionario Tópico no ha llegado. “Si es que el metro siempre se estropea en hora punta” pensé.

Las 9.30. Funcionario Tópico sigue sin llegar. “A lo mejor se ha dormido, pobre hombre, con las ojeras que tenía ayer…”

Las 9.45. Funcionario Tópico empieza a tocarme las narices. “¿Pero no se da cuenta de que estoy yo sola aquí sin hacer nada hasta que él venga?”

Las 10.00. Funcionario Tópico llega. “Tendrá una excusa para haber tardado tanto. Ahora me  lo explicará”.

-Buenos días, ¿qué tal?

Ha llegado con una hora de retraso. Ni se molesta en excusarse, luego entiendo que no tiene excusa. Ha llegado a las 10.00 porque él lo vale y punto.

Que para eso él es Funcionario Tópico y los demás no.

Se acerca a mi sitio y, en el ordenador, abrimos el correo y me explica que hay que mandar unos mails.

-¿Los quieres mandar tú?
-¡Claro!-exclamo yo, ansiosa por hacer algo productivo.

Tardo unos diez minutos en mandar esos correos, mientras Funcionario Tópico está mirando al infinito.

Cuando termino, orgullosa, lo hago notar.

-Ya está. ¿Qué más hay que hacer?-digo, que se vea que tengo iniciativa.
-Nada.-responde Funcionario Tópico, sin inmutarse lo más mínimo.
-¿Nada?
-Nada
-¿Nada?
-Nada.

Viendo que estábamos entrando en bucle, decido cambiar la pregunta.

-¿Pero ya no hay más trabajo?
-No.-Funcionario Tópico, con la monotonía que le caracteriza, sigue sin inmutarse.
-¿Pero esto es así todos los días?
-Sí.

Entonces mi asombro es mayúsculo. ¿En Lugar de Trabajo solo hay trabajo para diez minutos al día? ¿Y hay dos personas para esa cantidad de trabajo?
-¿Y cómo pasas toda la mañana aquí entonces?

-Pues…como se puede.-respuesta fulminante de Funcionario Tópico que, según la pronuncia, me da la espalda para ponerse de cara a su pantalla, dejándome con cara de tonta.

Viendo que no me iba a decir nada más, yo también me giro hacia mi pantalla y me dispongo a pasar la mañana…como se pueda.

comenzando2Después de un rato mirando cada uno nuestras respectivas pantallas (y escuchando la radio, eso sí, porque en Lugar de Trabajo había un transistor, de los de mover la ruedecita para encontrar la emisora), por fin Funcionario Tópico rompe el silencio.

-¿Vamos a desayunar?
-Vale.
-Así te enseño la cafetería.

Qué obediente Funcionario Tópico, cumpliendo la máxima orden que le dio ayer Jefe Ausente.

-Descuelga tu teléfono. Siempre los descuelgo para que si llama Jefe Ausente no se piense que no estamos. Así parece que estamos trabajando.-me explica.

Decido no comentar nada sobre la absurdez en cuestión y hacer lo que dice.

Y así, con los teléfonos descolgados para que nadie se entere de que nos hemos ido a desayunar, nos dirigimos a la cafetería, en donde desde el primer momento nos disponemos a asentar varias costumbres.

Funcionario Tópico se acerca a la barra y pide un cuchillo y dos vasos de agua, uno para cada uno. Nos sentamos en una mesa y el buen hombre se pela un par de mandarinas con el chuchillo en cuestión. A mí me da un poco de repelús la gente que pela las mandarinas con cuchillo, pero bueno, hago caso omiso y saco mis galletas de chocolate, especialmente compradas para mis desayunos funcionariales.

-¡Anda galletas de chocolate!-Exclama (no sé por qué) sorprendido Funcionario Tópico.-¿Te gusta mucho el chocolate?
-Sí.-contesto, un poco perpleja ante la absurdez de la pregunta.
-Mmmm…chocolate…

Y así fue como establecimos las pautas de los desayunos. Cada día, llegada la hora (Funcionario Tópico acababa de llegar a trabajar, yo ya llevaba un buen rato), descolgábamos los teléfonos para “simular” que estábamos trabajando y nos íbamos a la cafetería. Allí, Funcionario Tópico pedía un cuchillo para pelar unas mandarinas y dos vasos de agua.

Entonces, yo sacaba mi desayuno y aquí era cuando variaba un poco la versión, según el día. A saber.

El día que me había llevado algo (cualquier cosa) que llevara chocolate, Funcionario Tópico lo miraba y me decía:

-Mmmm…chocolate…

El día que no llevaba nada que tuviera chocolate, Funcionario Tópico lo miraba y me decía:

-Anda, hoy no te has traído chocolate.

Y así, día tras día, se repetía una frase u otra. Hasta el día en el que dejamos de desayunar juntos.

Pero eso ya es otra historia…

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Primeros encuentros

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Después de un primer día poco fructífero, llega mi segundo día. Por fin iba a conocer mi Lugar de Trabajo y había quedado con Funcionario Predecesor en la puerta del edificio donde estaba ubicado.

Mi principal temor en esos momentos era no reconocer a Funcionario Predecesor, porque la verdad es que no recordaba su cara y allí había muchísima gente. Afortunadamente, él me reconoció a mí.

Sin más dilación, me dirigió a través de una serie de pasillos que me iban alejando cada vez más de la puerta principal. Yo me asusté, pensando que al día siguiente no iba a saber llegar sola, pero resulta que había otra puerta a diez pasos en línea recta del Lugar de Trabajo, así que mi pésimo sentido de la orientación no iba a ser un problema.

Y allí estábamos, delante de una puerta de madera oscura con un cristal translúcido. Al lado había un pequeño cartelito rojo en el que se podía leer “Lugar de Trabajo”, en letras blancas.

Tras unos microsegundos de intensa expectación cruzamos la puerta.

Ante mi mirada se abrió un gran despacho…Sombrío, lleno de papeles por todas partes, con muebles viejos y con cuatro sexagenarios (todos hombres) dentro. No es que tenga nada en contra de los sexagenarios, pero en esa época yo tenía veinte añitos y venía de una empresa donde la mitad de la gente tenía mi edad y la otra mitad no iba más allá de los cuarenta y pocos, por lo que pensar que a partir de entonces iba a compartir mi vida laboral con señores que eran más mayores que mis padres no era la ilusión de mi vida.

Pero no pasaba nada, yo iba con la mente abierta.

Uno de los sexagenarios era el Jefe Ausente que, como había prometido el día anterior, se había pasado por allí para darme la bienvenida al Lugar de Trabajo.

Otros dos eran jefes del lugar. Pronto me di cuenta de que allí había más jefes que empleados rasos puesto que, además de esos dos jefes (trabajadores de la Administración X), había otros dos jefes ajenos a la Administración, pero que también mandaban si hacía falta.

El cuarto sexagenario era él. El único, inigualable e irrepetible Funcionario Tópico. En un primer momento no sabía que tenía ante mí al prototipo de funcionario odiado por la sociedad, a ese funcionario que es el que da la mala fama al resto, al funcionario que hace avergonzarse al resto que se define como tal.

Era él. Estaba delante de mí. Iba a ser mi compañero los próximos años.

Pero, como digo, ese día no supe lo que se me venía encima. Todos fueron muy amables y me recibieron con mucha alegría, con comentarios que a grandes rasgos se basaron en mi género y edad.

-¡Qué bien, una chica!
-¡Qué jovencita eres!
comenzamos2Pienso que alguno no estaba muy acostumbrado a tener chicas (jóvenes) trabajando con él, y eso que en las Administraciones, en general, hay muchas más mujeres que hombres. Por el contrario, yo siempre he estado rodeada mayormente de mujeres (en el colegio, en la universidad, en mis primeros trabajos) y me imponía un poco tanta testosterona revenida a mi alrededor.

Los jefes tardaron poco en marcharse, otra vez con muestras de alegría por tenerme allí (¿demasiada alegría, quizás?), y solo se quedaron Jefe Ausente, Funcionario Antecesor y Funcionario Tópico.

Fue entonces cuando Jefe Ausente preguntó a Funcionario Tópico qué horario laboral hacía normalmente.

Tal y como lo cuento, Jefe Ausente no sabía qué horario se hacía en Lugar de Trabajo.  En la Administración X, como en la mayoría, hay que fichar al entrar y al salir, pero como Lugar de Trabajo era algo especial, excepcional o raro, no se fichaba.

-Estoy viniendo de 10.00 a 14.00-confesó Funcionario Tópico.

Exactamente, 4 horas al día, cobrando como jornada completa, lo que, obviamente, pareció mal a Jefe Ausente, que le dijo que, aunque no hiciéramos la jornada entera (porque no había trabajo para estar ahí todas las horas requeridas y, total, nadie se iba a enterar), teníamos que estar en Lugar de Trabajo mínimo de 9.00 a 14.30.

A mí me pareció estupendo. A Funcionario Tópico no tanto.

-Vale-se limitó a decir con la boca pequeña.-Lo que me digas.

Entonces Jefe Ausente también se fue, no sin antes haber dado una orden firme a Funcionario Tópico.

-Enséñale la cafetería antes que nada.

Y allí me quedé con Funcionario Tópico y Funcionario Antecesor, en aquel bonito lugar en el que pasaría largas (muy largas) horas los siguientes cinco años (que se dice pronto).

Se trataba de un despacho dividido en dos mitades por un muro, que tenía una puerta a cada lado. En cada mitad había dos mesas, con un ordenador (antiguo) cada una, y una ventana gigante por la que nunca pasaba el sol. Todo (y cuando digo todo quiero decir absolutamente todo: mesas, sillas, estanterías, armarios, suelo…) estaba lleno de papeles, aparentemente sin ningún orden.

La mesa que me correspondía a mí, y que por las tardes utilizaba Funcionario Antecesor, estaba de cara a la puerta y tenía un fax (no diré que era antiguo porque ese adjetivo ya va implícito en la palabra fax). La de Funcionario Tópico estaba de cara a la ventana. Es decir, sentados en nuestras respectivas mesas, nos dábamos la espalda.

Eran ya cerca de las 15.00, por lo que me invitaron a irme a casa. Ellos se iban a quedar un poco más, supongo que cotilleando sobre mí. No por nada, sino porque es lo que yo hubiera hecho en su lugar.

Así que me despedí con un “Hasta mañana a las 9.00”. Ilusa de mí…

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La primera impresión (no) es siempre la que cuenta

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Un día recibo una llamada al móvil. Me dicen que llaman para ofrecerme una plaza de funcionaria interina en la Administración X (llamémosla así a partir de ahora para que ningún Organismo Público se dé por aludido).

Llevaba casi dos años en una bolsa de empleo y ya había perdido la esperanza de que me llamaran, sobre todo porque se había vuelto a convocar la oposición, a la que por supuesto me iba a presentar, que crearía una nueva bolsa de empleo.

Yo estaba trabajando con un contrato temporal, pero llevaba ya más de dos años en la empresa, por lo que me daba un poco de miedo irme a una interinidad. Sin embargo, ya llevaba un tiempo queriendo cambiar de empleo, y me aseguraron que se trataba de algo estable y el destino sonaba (en principio) interesante, así que no me lo pensé dos veces. La Administración Pública me esperaba.

Llega el primer día de trabajo y voy, con mi precioso Título de Diplomada en Turismo en la mano (me dijeron que lo llevara, aunque para ser auxiliar administrativo solo se requiere Graduado Escolar, pero parece que siempre queda mejor decir que tienes estudios universitarios), a tomar posesión.

impresion2Una vez firmado todo, fidelidad a la Constitución incluida, tengo que hacer acto de presencia ante mi nuevo jefe. El problema es que nadie sabe quién es.
Mi destino (a partir de ahora “Lugar de Trabajo”, a secas), por lo que en seguida supe, era una incógnita dentro de la Administración X. Nadie sabía qué era, ni dónde estaba ni quién trabajaba allí. NI siquiera se conocía su existencia, al parecer lo descubrimos a la vez.

Tras varias llamadas, las amables funcionarias (no es ironía, fueron muy simpáticas, sobre todo porque creo que les di un poco de pena, tan jovencita y desvalida que era yo entonces) descubrieron dónde estaba mi Lugar de Trabajo y a quién tenía que rendir cuentas, así que me mandaron a presentarme ante mi superior directo, con quien acababan de hablar y quien, por cierto, no trabajaba en mi Lugar de Trabajo (de hecho, como descubrí más tarde, no pasaba por allí ni por casualidad). Me recomendaron que cogiera un autobús pero yo, que soy mucho de andar, hice caso omiso del consejo.

 Tras una larga caminata llegué al lugar donde me habían enviado, expectante por conocer a mi nuevo jefe (a partir de ahora, el Jefe Ausente). Pero no estaba. Hacía una media hora que habían hablado con él diciéndole que iba para allá, pero él no estaba. Así que me tocaba esperar.

Me recibió su secretaria. Una de las dos que tenía porque, al parecer, necesitaba a las dos.

La chica, algo más mayor que yo y también muy simpática, me estuvo dando conversación (relatándome las maravillas de la Administración X) durante la más de media hora que tardó en aparecer el Jefe Ausente.  Nunca supe lo que estuvo haciendo durante el tiempo en el que lo estuve esperando.

El Jefe Ausente apareció con un semblante muy serio. Tan serio que me dio una punzada de miedo cuando me invitó a pasar a su (enorme) despacho.

Sin embargo, una vez dentro del despacho, su cara se transformó en una extraña mueca y ya no dejó de reír durante todo el tiempo que estuve allí.

- ¿Es la primera vez que trabajas en una Administración Pública?

- Sí.

Pequeña carcajada del Jefe Ausente.

- Aquí vas a tener mucho tiempo libre.

Nueva carcajada.

impresion3- Puedes aprovechar para estudiar la oposición.

Carcajada otra vez.

- Voy a llamar al funcionario que estaba antes en el Lugar de Trabajo para que te explique lo que tienes que hacer, porque él lo sabe mejor que yo.

Carcajada, carcajada, carcajada.

Entonces llama a mi predecesor, un funcionario que, al entrar a la Administración X, fue destinado al Lugar de Trabajo, y se pasó allí varios años hasta que, recientemente, había aprobado la oposición y había tenido que cambiar de destino porque, entonces me enteré, el Lugar de Trabajo no aparecía en ninguna Relación de Puestos de Trabajo, ergo como si no existiera. Pero existía, ya lo creo que existía.

Llega el que, a partir de ahora, llamaremos Funcionario Predecesor y el Jefe Supremo sigue sin dejar de reír por todo.

Me enteré entonces de que Funcionario Predecesor seguía yendo al Lugar de Trabajo por las tardes, para hacer algunas tareas. Por las mañanas trabajaba en el puesto que tenía asignado, y por las tardes allí.

Tras una corta conversación, Jefe Supremo me invita a irme a mi casa, que bastantes emociones había tenido ya, y a volver mañana, pero ya al Lugar de Trabajo, donde él se pasaría más tarde. Pidió a Funcionario Antecesor que quedara un poco antes conmigo porque “no la vamos a dejar el primer día sola con (a partir de ahora llamado) el Funcionario Tópico, a ver si se va a asustar”.

Ante ese comentario, pues claro, me asusto. Y eso que no sé aún nada de Funcionario Tópico, pero si de primeras me lo venden así…

Nos despedimos de Jefe Ausente y nos dirigimos hacia el metro. Funcionario Antecesor se quedó a mitad de camino, para dirigirse a su puesto, no sin antes decirme que en Lugar de Trabajo iba a estar muy muy muy bien.

Yo me fui, no sabía si contenta, si asustada, si ilusionada, si impactada…Sin saber realmente aun lo que me esperaba. Al día siguiente podría salir de dudas.

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