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Echar a andar con Henry David Thoreau

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Yo no sé todo lo que podrá pasar, pero,
    sea lo que quiera, iré a ello riendo.
    -Herman Melville

Hay momentos en la vida que uno siente la llamada de la madre tierra y, como una fuerza irresistible, se deja atrás un inane estado de melancolía para dejarse llevar por los designios de extrañas fuerzas. En tal estado se encuentra el joven H que de a poco se descalza, intentando no despertar a los pequeños que navegan extasiados por maravillosos sueños en la habitación contigua. Con mucho cuidado emprende una retirada de cangrejo y antes de salir echa un último vistazo a su esposa. Cierra la puerta de la casa y se detiene un momento a escuchar el motor de una ciudad que al menos para él, dejo de ser relevante. Los comerciantes empiezan abrir las pestañas de sus negocios, el ayudante del Sheriff cuelga trabajosamente las fotos de los más buscados vivos o muertos,  la contralto ensaya una vieja canción junto al órgano del coro, la estación de tren se prepara para recibir los primeros pasajeros. Y todos ellos, todos sin excepción, permanecen ajenos al canto de las montañas, al indio nativo que caza resuelto el gran oso americano. Los huesos de nuestros antepasados se retuercen en esas montañas pero en la ciudad, no pueden oírlos, sthoreau2olo el joven H sintió la llamada y, ahora, en este instante, se prepara para partir. Su cara está iluminada como nunca antes lo había estado, a cada paso que da un nuevo impulso imprime su corazón. ¿En que momento un hombre tiene la certeza de sacudir el cosmos? ¿Cuantos agravios son suficientes para decidirse y echar a volar?. Sabe dios que al joven H no le fueron bien las cosas en la ciudad, en este mundo feroz, las personas libres de espíritu no casan bien con la convenciones, eso lo aprendió el joven H perdiendo trabajo tras trabajo, perdiendo incluso aquellos para los que no había más retribución que un plato de judías. Frente al desaire de los patrones, construyó una muralla infranqueable por la que con el tiempo solo desembocarían sueños de libertad. Llegó el momento de cumplir dichos sueños. Salta por encima del ferrocarril convencido, atraviesa la plaza de la Justicia, después el árbol del ahorcado y por último la estafeta de correos. Al fin las montañas. A medida que se acerca siente que su cuerpo se relaja, recupera instintos extraviados por el desuso, siente el frescor de la hierba húmeda bajo sus pies que colorean sus plantas de rocío dejando a su paso huellas de raíces insondables. Lar arboleda se inclina en honorable reverencia, los animales del bosque le siguen guardando prudente distancia atraídos por la luminosidad de su rostro. Todo en él es magnánimo y las aves producen tremendo escándalo intentando posar sus alas de colores en el calor de sus hombros. El joven H se reconoce libre al fin, ya no hay cadenas que le impidan alcanzar la laguna y bañarse en sus cristalinas aguas, sumergir los pesares cotidianos en las profundidades para emerger entre los siete satélites del sol, voltear abismos bajo el gorjeo de cascadas celestes y encontrar los más dulces tesoros en los cabellos del recuerdo. Cuando llegue la noche, dormirá arropado por un banco de estrellas y al despertar, vera el horizonte desplegarse en su rostro y comprenderá que ha vuelto a  casa. En apariencia sentirá... que todos hemos vuelto.

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