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¿Monumental desastre?

En los últimos días se oye, se escucha, se rumorea y también se plasma en periódicos e informativos que la Monumental de Barcelona podría convertirse en una inmensa mezquita, la más grande de Europa, la tercera en aforo más grande del mundo.

Al parecer, el emir de Qatar, Tamin bin Hamad al Zani, habría posado amorosa y ambiciosamente sus ojos en el magnífico coso taurino, que pretendería adquirir por la nada despreciable cantidad de 2.200 millones de euros. La familia Balañá, propietaria de la arenabarcelonesa, entre otros negocios del mundo del espectáculo, podría haber iniciado negociaciones con el susodicho jeque y estaría pendiente de la pertinente autorización por parte del Ayuntamiento de Barcelona, que dice no saber nada de semejante transacción.

Es posible que la confirmación de la noticia nunca tenga lugar, pues no es la primera vez que se habla de la reconversión religiosa del monumental edificio. No obstante, el tsunami de noticias y opiniones al respecto me anima a reflexionar sobre este tema: ¿debería permitirse la reutilización de este edificio emblemático para estos fines? Rotundamente no. A pesar de que la propiedad goce de una especial protección y requiera el visto bueno del consistorio, que garantiza que no se lleven a cabo esperpentos, sabemos que por efecto de la crisis “la pela es la pela” en Barcelona y en el resto de España. Miedo me da que se pudiera permitir semejante tropelía con tal de rapiñar un puñado de euros (y su consiguiente desvío por efecto de la corrupción).

Como demuestra su protección urbanística, la plaza forma parte del legado de la ciudad y como tal debe preservarse su uso amplio y general, aunque su propiedad permanezcaen manos privadas. Dotar la Monumental de un tinte religioso, y me da igual que hablemos del Islam, el Cristianismo o el animismo, supondría una traba para la parte de la sociedad que no comparta esa confesión. Por lo tanto, a priori se estaría elevando una barrera invisible al uso y disfrute de una porción de la sociedad barcelonesa y sus posibles visitantes de extramuros.

plaza2Ni siquiera estaría de acuerdo si el proyecto albergara espacio para todas las religiones del mundo, mediante salas multiusos o cualesquiera otras soluciones. Ya nos ha enseñado suficientemente la historia que las religiones levantan ampollas que creíamos curadas, por lo que no creo que no salga nada bueno de cualquier iniciativa al respecto. Y quien crea que el ser humano ha evolucionado, que es más tolerante, abierto y prudente, se equivoca. Compartimos con nuestros ancestros las mismas emociones y ambiciones. No hemos cambiado prácticamente nada (por otra parte es normal, dado el poco tiempo que llevamos habitando el planeta; no ha dado tiempo a que nuestro cerebro evolucione). Por este motivo, cuestiones como la religión o la política, que están arraigados en lo más profundo de nuestras entrañas, exacerba nuestro instinto animal con sus perniciosas consecuencias. En otras palabras, que íbamos a terminar a palos, como siempre. Considero que ya existen edificios de culto para cada una de las religiones y si alguna de ellas necesitara levantar un nuevo edificio religioso podría construirlo sin oposición alguna. Ya dice el refránque “cada uno en su casa y Dios en la de todos” y que yo aplico aquí (quizá retorciendo un poquito su significado inicial): cada religión en su lugar de culto, cada confesión que sea privada y personal, y lo que es de todos, el común denominador, que permanezca en el patrimonio cultural de todos.

Por otra parte, si se llevara a cabo la adaptación y remozamiento a la musulmana, podría tener lugar el temido fenómeno sociológico White Flight (que podéis consultar en http://en.wikipedia.org/wiki/White_flight ). Dejémonos de melindres e hipocresías y hablemos claro: por muy modernísimos, progres y tolerantes que nos hayamos vuelto, a la mayoría le molesta vivir pared con pared con personas que no comparten sus costumbres culturales. No estoy hablando tanto de racismo, sino de incompatibilidad cultural: horarios, costumbres, ruidos, incluso nimiedades como los olores culinarios. Si no se está a gusto con el vecino y se tiene la posibilidad, es habitual que se termine cambiando de domicilio. Por ende, si la Monumental de Barcelona se convierte en centro de referencia y lugar emblemático para la cultura musulmana, es bastante probable que los alrededores vayan cambiando su composición demográfica, donde el confeso musulmán iría posicionándose cerca de su lugar de culto y celebración, como es lógico. Y en consecuencia, elque no comparte esa devoción buscaría un entorno más acorde con sus gustos culturales. A medio plazo, la reconversión podría tener un efecto demográfico devastador, creando guetos y migraciones, impidiendo la mezcla cultural. Quizá esté siendo víctima un efecto cascada, sacando las cosas de madre, pero lo veo bastante probable (ilustrativo en este sentido, os vuelvo a remitir al link http://en.wikipedia.org/wiki/White_flight ).

En definitiva, sea cual sea el desenlace de los rumores que llenan los rotativos y televisores estos días, sinceramente espero que cualquier edificio con un valor cultural y arquitectónico intrínseco quede al margen de cualquier tendencia, idea o actividad no abierta al interés general.

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Una lanza a favor del cine en versión original

Hoy os voy a hablar de una de mis pesadillas recurrentes… el cine V.O. ¿Dónde estás, ¡oh amigo! que te escondes en reductos más pequeños que la aldea de Asterix?

Las grandes salas consideran que no es una modalidad rentable y las minorías nos tenemos que conformar con un puñadito de salas que llevan tiempo arriesgando y mostrando las películas como sus creadores las trajeron al mundo. Culturalmente estamos malacostumbrados a deleitarnos con un elenco de dobladores de matrícula de honor (a la sazón, cada vez menor) complican la posibilidad de atraer a la población al mundo V.O. Flaco favor nos hacen, sinceramente. Los beneficios de disfrutar de una película en su lengua vernácula no son nada despreciables. Por no aburriros con mis peroratas me limito a nombrar únicamente dos de las múltiples razones que podría alegar.

Por una parte, jamás podréis apreciar completamente una película hasta que la degustéis en V.O. La razón es muy sencilla. La importancia del cine en versión original va más allá del gafapastismo intelectualoide o de modas pasajeras. Por mucho que los doblajes españoles sean canela fina, nunca sabréis cómo es una actuación si no la escucháis en su lengua patria. No soy una erudita del cine ni lo pretendo pero, por mi experiencia, la voz supone el 80% (si no más) de la interpretación: los matices, tonos y cadencias son esenciales para acompañar el abanico de gestos, muecas y otros escorzos con que nos brindan los actores en las pantallas grandes y pequeñas. Os animo a saltar a la piscina. Os sorprenderá conocer la voz de Clint Eastwood, Humphrey Bogart o Matthew McConaughey.

Por otra parte, aprenderéis idiomas sin esfuerzo. Casi sin daros cuenta progresaréis más que acudiendo a aburridas y costosas clases de lengua extranjera (hay pocos profesores que saben transmitir sabiamente y estimular al alumnado). Seguramente hayáis leído algún un artículo en el que se ponía de manifiesto que los resultados de los españoles en las pruebas auditivas de inglés habían mejorado en los últimos años. Esto se debe a que la tendencia a escuchar las cintas en su lengua madre está cambiando. La necesidad acuciante que sentimos todos los enganchados al séptimo arte, impulsados por la velocidad y disponibilidad de internet, nos ha permitido saltar la barrera del tiempo que existía hasta hace no mucho y que nos dejaba expectantes e impacientes por poder disfrutar de nuestros estrenos más anhelados. Muchos fans no podían resistir a que una película o serie se doblase y optaron por “aguantarse” y verlas en original. El resultado no se hizo esperar: poco a poco algunos nos dimos cuenta de que no merecía la pena consumir el producto de otra manera, de que algo se perdía en el camino.

version2No voy a negar que al principio cuesta un poco. Como cada vez que se aprende sobre cualquier materia, al cerebro le molesta que le metan en un brete, porque está demostrado que es vago por naturaleza. Pero, buenas noticias, la incomodidad inicial desaparece. Nuestro cerebro es sorprendente. Una vez superada la barrera de leer y mirar las imágenes os daréis cuenta de que se pueden hacer las dos cosas a la vez sin perder detalle (recuerdo haber leído en relación con unos experimentos de psicología que la personas sometidas al mismo podían escribir y escuchar un relato que no tenía relación alguna ¡al mismo tiempo! Nuestro cerebro es increíble, ¡aprovechadlo!).

La falta de oferta en nuestras salas de películas en V.O. está despreciando un público cada vez más numeroso que, en una época como la actual, no deberían de darse el lujo de obviar. En mi caso concreto, voy poquísimo al cine por esa razón. No estoy dispuesta a desplazarme un buen puñado de kilómetros para ver una película cualquiera cuando tengo un cine que dista a quince minutos a pie de mi pisito, pero que no apuesta por proyectar en original. Así pues, elijo cuidadosamente las películas que creo que merecen la pena ver y me tomo la molestia de desplazarme a la capital española o a los grandes cines de la Ciudad de la Imagen. Toda una excursión, vaya. Si el cine V.O. estuviera disponible en las salas de mis alrededores acudiría con mayor frecuencia. Dinero que pierde la industria. No solicito un cambio drástico en la gestión de las salas. Sólo pido una sesión, la menos concurrida y beneficiosa, para que aquellos que, como yo, nos hemos acostumbrado al original. En cuanto a aquellos que todavía os mostráis reticentes a profundizar en las aguas del V.O. os animo encarecidamente a que os deis un chapuzón: la autenticidad se encuentra a unas brazadas de distancia. Nunca es tarde si la dicha es buena.

PD: La televisión TDT permite, en la mayoría de las cadenas, elegir la lengua original. Creo que no sería mal comienzo si probarais breves minutos a darle al botón de idioma...


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Cómo morir de hambre rodeada de comida o malnutrición a la americana

Siempre pensé que cuando la gente decía que en USA se comía penosamente era un cliché; que independientemente de que cada cultura posea una dieta particular, suponía que cada americanito en su casa se preocuparía de comer sano en mayor o menor medida. Cierto es que su tasa de obesidad revela que, bien existe un gran número de adultos irresponsables, bien la comida que se ofrece en los supermercados no es todo lo saludable que debería. Así pues, con estas ideas preconcebidas, partí para las Américas con ansias de comprobarlo empíricamente en mi propio organismo.

Sin tener demasiada experiencia en el ámbito de supermercados y de restaurantes americanos, el poco tiempo que desafortunadamente pude disfrutar de San Francisco me reveló que aquello era digno de ser juzgado por el Tribunal Penal Internacional.

En primer lugar, por la cantidad de porquería que se vende. Este hecho me aclara bastante los altos índices de obesidad. Con más sodas de colores y sabores que una paleta de pintor hiperrealista, con tal cantidad de comida precocinada, con tanto snack en forma de chocolatinas, patatas fritas y derivados (que son adictivos), no es de extrañar que un alto porcentaje de la población estadounidense luche por ser Jabba the Hutt.

En segundo lugar, la falsa variedad de los restaurantes. Salvo que quieras dejarte un verdadero pastón en un restaurante “de verdad”, la mayoría de restaurantes de precio asequible para un turista ofrece la misma porquería grasienta y poco variada (estoy hablando de unos 30-35 USD que no es calderilla ni McBurguer). El tercer día de mi estancia no podía ver más un desayuno a la americana (ni tortitas, ni gofres, ni huevos en todas sus formas y preparaciones, ni el maldito jarabe de arce que hasta entonces me entusiasmaba). Mi cuerpo, que confieso que en España toma fruta una vez al mes “porque toca”, me reclamaba frutas y verduras a granel, a embudo. Me alarmaba que si mi cuerpo me estaba pidiendo eso el tercer día cuando no lo exigía en mi casa era porque algo no debía andar muy bien.

Pero lo peor, lo más maléfico, lo más obsceno y lo más alarmante de la pésima nutrición de ese país no es lo que, por así decirlo, se permite al ciudadano comprar a su libre albedrío. Lo más aberrante es que, a pesar de las campañas que se realizan constantemente en esa nación, la institución más representativa al respecto no siente ejemplo. Estoy hablando de los hospitales.  De un hospital no se puede esperar desde luego un servicio gourmet pero sí saludable. Por lo menos esta es mi percepción de la comida hospitalaria en España. Podrá gustar más o menos, pero un caldito, un pollo, carne magra o un pescadito, entra en la dieta habitual de los ingresados que puedan ingerir alimentos sólidos. En Estados Unidos no es así.

Por mi breve paso por California, tuve la desgracia de terminar ingresada en un hospital. Aprovecho para hacer un inciso y añadir que el trato es exquisito tanto por médicos como por todo el personal hospitalario, desde enfermeras, auxiliares, asistentes sociales… eso sí, a un precio escandaloso que será objeto de otro articulito. Ahora bien, lo de la comida era una auténtica pesadilla.

comida2Tras día y medio sin poder ingerir siquiera agua, pasé a nivel uno: dieta de líquidos. El panorama era desconsolador. Por supuesto, existe el agua, que es lo único que accedí a tragar (aun así con cierta suspicacia). Pero ¡no es inusual que ofrezcan refrescos!. No estoy hablando de bebidas isotónicas que añaden electrolitos y otros elementos minerales necesarios para la recomposición post-deshidratación. Estoy hablando de refrescos o como lo llaman ellos sodas. Cuando sentía nauseas me sugerían que bebiera Sprite. ¡Que-de-qué? ¿Es que no existe otro compuesto anti-nauseas que no añada azúcares y gases alegremente? No way man! Ni se me ocurrió hacer semejante barbaridad (¡sobre todo teniendo en cuenta que el motivo de mi ingreso afectaba gravemente al sistema digestivo y esa bebida podía tener efecto bomba!).

Pero cuando llegó el momento glorioso de pasar a nivel dos, a la dieta de sólidos, mi desconcierto y perplejidad alcanzó el pico K-2 y para luego caer rodando sus 8.611 metros. Los sólidos son denominados regular diet, que mi compañero de andanzas agudamente tradujo como “comida regulera”. Porque eso no era comida normal. Era bazofia. ¿Cómo se puede ofrecer para desayunar tortitas con huevos y salchichas a una persona ingresada? Aunque su sistema gástrico esté más a punto que un motor de fórmula 1, ¡es un hospital! Debería ofrecer alimentos ricos en proteínas y fructosa, no en grasas saturadas.  A la hora de la comida ofrecían calditos tipo Starlux (agua y pastillita salada, ¡viva la sal en el hospital!) y sándwiches de pan de molde con una loncha de pavo… y aquí viene lo bueno… redoble de tambor… kétchup, mostaza y mayonesa. Pero, pero, pero… WTF!!! Cuando les pedí que me facilitaran una ensalada con lechuga, tomate y atún me miraron como si fuera extraterrestre o les hablara en chino filipino; como si les pidiera un yogur de gambas o un puré de chocolate con espárragos trigueros. Y el postre tampoco le iba a la zaga: gelatina y helado. Todo ello  le venía a mi estómago y mis recién suturados hígado e intestino… maravillosamente. Así pues, me veía abocada a “maltragar” tres cucharadas de porridge y no probaba bocado hasta la mañanita siguiente. Así me he quedado, que soy la envidia de las anoréxicas…

No soy nutricionista, únicamente soy una persona que lo único que tiene son unos conocimientos alimenticios básicos y algo de sentido común (salvo en lo de la fruta, en lo que merezco un correctivo). Es posible que mi percepción en el ámbito doméstico y de servicios alimentarios norteamericanos no sea muy precisa por la falta de experiencia (animo a que compartáis puntos de vista). Sin embargo, a nivel hospitalario, del que sí puedo hablar desde la experiencia y que considero debería ser un paradigma de la salud, ¿creéis que estoy exagerando cuando denuncio el horror de la nutrición de Estados Unidos?

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