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La casa derruida

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Siempre hemos vivido en esta casa derruida, al menos desde que yo tengo memoria. No tengo recuerdos de otro lugar. Tampoco recuerdo haber visto el agua de la piscina en ese brillante azul de las fotografías, ni transparente, solo la recuerdo verde y turbia.

-¡Vamos a saltar Carla! Jo… venga. Me aburro…

Es mi hermano pequeño. Nos cogemos de la mano, contamos hasta tres y saltamos al agua. No está fría, tampoco caliente. Reímos desde el otro lado y el olor del agua es tan neutro como la bruma de cada mañana. Nos dejamos secar al tenue sol. No sé dónde están las toallas porque Charli es un desastre, como todos los hermanos pequeños supongo, y las pierde o se secan y se arrugan, se enmarañan y las orugas hacen nidos en ellas.

derruida4Mientras nos miramos a la cara, muy cerca, a dos dedos, nos reímos a carcajadas. Son más bien forzadas, falsas, pero no nos importa. Cuando paramos descubrimos sonidos de pisadas y los vemos otra vez. Son esos entrometidos con sus cámaras. De vez en cuando vienen y hacen sus fotos a las derruidas estructuras; al cobertizo que casi ya no tiene techo, a la torre donde siempre está el señor Pol mirando, a la caseta vieja que es la que mejor se conserva (es donde están las máquinas de coser de mamá), a la piscina verde, a las rampas de skate con sus pintadas. Nos ignoran, supongo que es lo que ocurre con los pobres que somos invisibles a ojos de la clase pudiente.

El señor Pol nunca baja de la torre, pero por suerte la estructura de la torre es firme. La llamamos así, la torre, Charli y yo le pusimos ese nombre, aunque en realidad no es demasiado alta pero sí estrecha. El señor Pol nunca cuenta que busca en la distancia, cuando le saludamos desde el borde de la piscina nos ignora. A veces deja caer los prismáticos y mientras se balancean frente a su pecho, plano y seco como los secarrales que nos rodean, escupe y grita algo acerca de los malnacidos republicanos, entonces Charli me vuelve a preguntar que son los republicanos y yo le digo que son unos señores malos que quieren pegar al padre Ángel.

-A mi no me gusta el padre Ángel… le huelen los sobacos.

derruida22Charli a veces dice esas tonterías sin sentido, el padre Ángel es muy alto y Charli no le llega ni a la cintura. Al menos así lo recuerdo, hace mucho que no lo vemos. ¿Tanto ha pasado ya? Se me está haciendo largo el verano. Para colmo está siendo un verano extraño, ya no hace el calor de otros veranos, tampoco frío claro, pero se está bien, sin más. Tampoco es que me importe pues al menos puedo caminar sin quemarme por el tramo encementado cuando no llevo chanclas, eso sí, evitando pisar a las orugas.

Mamá estará trabajando en las máquinas de coser, como siempre. A veces nos pedía cortar puños a Charli y a mi y luego nos daba cien pesetas a cada uno y nos comprábamos un montón de cositas. Si lo administrabas bien podías comprar una nube cubierta de chocolate rosa, unos dedos con pica-pica, unos caramelos de cubata y unas moras, y un polo si no comprabas peta-zetas. Creo que ya no traen puños o los traen ya separador porque no hemos vuelto a entrar a ayudar a mamá.

Desde aquí no se oye, pero si te acercas a la casilla vieja el run-run de la máquina se distingue fácilmente. También la radio, cuando mamá levanta el pie del pedal de la “overló” se oye a Justo Molinero hablando. A Charli y a mi no nos gusta Justo Molinero se parece a los señores de la teletienda hablando y hablando sin decir nada pero a los mayores les encanta, sobretodo cuando la gente llama a la radio y hablan con él y le piden saludar.

-¿Justo puedo saludar? Saludo a la Paqui, la Juana y Vicenta que te escuchan siempre… Y a mis primos de Serranillos del Valle.

derruida3Nos reímos un montón cuando saludan porque se piensan que los están escuchando, pero ¿cómo lo van a saber? Lo mismo no están escuchando la radio porque están de compras o durmiendo. Y nos imaginamos a la señora que saluda y que no se entera de nada como todos los mayores. Bueno igualmente desde aquí no se oye. Quizá se le ha estropeado la radio o quizá las orugas han hecho nidos en ella y los transistores se han deshecho con su veneno y todo dentro de la caja de plástico plateado es una gran bola de pelos palpitantes.

Cuando se hace de noche el verde de la piscina brilla. Charli y yo nos sentamos al borde y cantamos canciones tontas o nos inventamos la letra de las canciones que pone Justo Molinero. No sé porque nadie limpia la piscina, me gustaría verla alguna vez del color azul de las fotografías, pero no recuerdo haberla visto nunca así. El verano se está haciendo eterno y ahora, en la distancia, la bruma empieza a rodear la finca lentamente. Mañana por la mañana estará cercando otra vez nuestro terreno. Ahora que no se oye nada distingo los pasos de los pijos entrometidos, son dos, un chico y una chica. Es asqueroso, no tiene vergüenza.

-¡Puaj! Se han dado un beso. ¿Se van a bañar?
-No. Vámonos Charli, no los mires. Vamos a avisar al señor Pol a ver si esta vez hace algo.

Siempre hemos vivido en esta casa derruida, al menos desde que yo tengo memoria. No tengo recuerdos de otro lugar. Tampoco recuerdo haber visto el agua de la piscina en ese brillante azul de las fotografías, ni transparente, solo la recuerdo verde y turbia.

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