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El círculo

el circulo 1

El techo era de madera vieja y con aspecto de podrida. Nerviosas telarañas colgaban de los rincones más oscuros. Como finas sábanas ya olvidadas por el tiempo, deshilachadas y quemadas por un insistente sol de verano. Las vetas que surcaban las vigas le recordaban a esas imágenes de caminos de tierra captadas desde un avión o incluso un satélite. Caminos por donde sólo pasan tractores y perros abandonados, fugitivos, putas retiradas y vendedores de seguros con complejas enfermedades mentales. Pensamientos tan abstractos acudían a su mente al despertar cada día. Sin embargo hoy no era como todos. Hoy no recordaba nada desde que, tras la séptima pinta, Dani le sirvió un shot de Jack Daniels (valga la ironía) a cuenta de la casa. Ya le decían que mezclar alcoholes da como resultado extraños viajes con extraños compañeros.

Nada de ese techo le era familiar. Al incorporarse notó una punzada de dolor en la base del cráneo. Como si algún maníaco anduviera escarbando en el hueso con un raspador para pescado. Las paredes eran el vivo reflejo del techo, muerto sería más apropiado decir. Más madera que quemar en su difícil vida. Vacía y de rumbo aleatorio. Ahora, despierto en medio de un lugar desconocido se preguntaba con qué clase de pendenciera habría terminado la noche.

Sentía todos los músculos como si lo hubieran molido a palos. Estaba en el suelo (de podrida madera por supuesto) en una habitación que se le antojaba cuadrada. Nada en las esquinas. Ni muebles ni cuadros. Sólo él y su insana halitosis cargada como para fumigar una pequeña huerta. Después de tres rápidos parpadeos también detectó algo extraño. Un círculo rojo pintado alrededor de su improvisado lecho. Entonces un terror intenso y pesado recorrió su interior, como si un relámpago perforase un túnel de su estómago a su tráquea. No sabía porque. Pero era como si un instinto perdido en lo más oscuro de sus genes se hubiese activado. Un botón de alarma oculto por el polvo de milenios de evolución. Algo más antiguo que el propio planeta estaba ejerciendo una presión desconocida, una gravedad a la que no estaban acostumbrados sus miembros pujaba por ganar la apuesta de su cordura.

Sin salir de él miró todo el círculo girando sobre si mismo. Parecía pintado con tiza roja, con pimentón o con algún pigmento seco y esparcido con una precisión pasmosa. Según sus cálculos, que en una situación corriente distaban de ser acertados, debía de tener un diámetro de unos dos metros y medio. La única puerta de la habitación se encontraba a sus pies vigilándole como un centinela de haya, termitas y tachones de hierro. Quería correr hacia ella y golpearla. Gritar contra su madera con la esperanza de que alguien oyera su voz y le sacara de aquel aterrador sueño. Pero no podía, no osaba poner un pie fuera de aquel círculo. ¿Y si era una señal? Quizá le marcaba el límite entre conservar su intacta locura o perder su delicada vida. No podía poner un solo pie fuera de esa frontera roja. No debía. No quería. Sí quería. No se atrevía. Era un cobarde y los cobardes no desenfundan primero, por eso mueren mal y tarde.

el circulo 2Se serenó. Inspiró profundo y expiró el aire lentamente, como le enseñaron en las clases de yoga que le regalaron por su trigésimo primer cumpleaños. Sólo asistió a la primera. Ahora se arrepentía de no haber sido más persistente. Alguna de esas absurdas técnicas de lejanos lugares a los que nunca iba a viajar le podrían haber sacado de este lio. Era un pensamiento terapéutico. Dar un aire de normalidad a la situación. No se podía permitir perder los estribos. La locura es una granada de mano, una vez quitas la anilla no se sabe cuanto tiempo podrás aguantar el puño cerrado. Y lo siguiente es un desastre en todas direcciones. Ahora era el momento de aguantar ese puño. Se alzó y notó una flojera en las piernas. Recobró el equilibrio al instante y volvió a inspirar. Esta vez fuerte, profundo, como para echar a correr como un recluta que acaba de recibir la orden de trepar la cuerda. Ahora iba a salir de aquel círculo. Iba a colocar un pié delante del otro y caminar fuera de él. Saldría y las ninfas revolotearían en derredor entonando mágicas notas de otros tiempos como si él fuera un semidiós que alzase triunfante la cabeza seccionada de una Gorgona. Siguió buscando metáforas poéticas para dar impulso a su deseo. Le resultaba confortante rebuscar en los cajones de su mente pretendiendo escribir en el aire épicos discursos para retrasar el momento de la acción. Tras varios intentos fallidos se rindió también de rebuscar, de pensar y de tensar el talón izquierdo y el gemelo derecho. Vio como cien dedos le apuntaban inquisidores y punzantes al grito de cobarde. Un pobre cobarde atrapado por un círculo de diminutas partículas.

Cayó de rodillas, eso sí, como un héroe de la Ilíada. De eso entendía, dramatizar su derrota. Comenzó a llorar. No podía detener el llanto que manaba como un pus que hacía mucho pugnaba por salir al exterior. Volvió a observar el círculo y un nuevo espanto cortó en seco el llanto al descubrir que el radio de la maligna circunferencia había disminuido. Ahora ya no cabía la posibilidad de estirarse y esperar a que la pesadilla acabara por sí misma, como si unas agotadas baterías de litio alimentaran a la bestia que generaba la onírica situación.

Ya no podía soportarlo más. La muerte era liberadora, era la salida y aunque la temía creyó ver en ella el fin de todo el sufrimiento del que estaba siendo presa. Al fin tomó la firme decisión de enfrentarse al mal que le rodeaba. Iba a pisar fuerte. Lo iba a hacer y asumiría las consecuencias como nunca antes las había asumido. Alzó el pié izquierdo, tembloroso y dejando caer un leve gemido de perro hambriento. Y cuando todos los males del universo se contrajeron en una densa pesadilla de horrores inimaginables, entonces y sólo entonces pudo entender donde comenzaba el tiempo y donde terminaba su vida.

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