Mike Esbirro: En tierra de nadie

Destello fugaz

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En cinco minutos termino. Unas cuantas reseñas a sus ultimas novelas y listo. Mañana o pasado aparecerá en la sección de cultura y podré cobrar lo que se me adeuda. Lo cierto es que el personaje en cuestión no merece dicha entrevista, pero necesidad obliga.

No sé si he hecho bien con ésto de trabajar desde casa. Pasan días sin salir de esta cueva, de la cocina al escritorio y de este a la cama en una rueda interminable y amargamente monótona. Mi vida se ha tornado anodina y sin apenas sustancia, sólo salgo para cubrir algún evento cultural ( que la mayor parte de las veces detesto) o para realizar alguna que otra entrevista a bohemios locos sin teléfono. Todo contacto social se reduce a mi gata y sus quejas constantes pidiendo alimento o un hueco en mi cama.

destello2Estoy un tanto cansado, la vista comienza a entrecruzar las palabras delante de mi. Cierro los ojos e intento recomponerme; no, es momento de parar. Un café a media tarde siempre es una buena opción. En mi caso, todo un ritual que me relaja y abstrae, ademas, ha comenzado a llover.

Con las manos decididamente aferradas a mi vieja taza de peltre rojo y mi hombro izquierdo apoyado firmemente en el marco de la ventana, bebo lentamente, tratando de atrapar en el tiempo este bello instante. La gata, celosa impertinente, se yergue y estira sobre sus patas traseras tratando de husmear que puede ser aquello que cautiva mis ojos tras el cristal. Pero una gota caliente y atrevida decide jugar resbalando entre mis labios y la taza que estos besan, hasta llegar al lomo del felino, que protesta endiabladamente mordiendo mi pierna antes de huir despavorido. Perfilo una breve sonrisa, apenas me inmuto.

El otoño ha tardado en llegar. Las copas de los arboles, del parque frente a mi ventana, muestran las tonalidades ligeramente ocres de finales del verano, lejos aún de los pardos y castaños característicos de esta estación. La lluvia no cesa y parece que ha llegado para quedarse. Entre sorbidos intermitentes al humeante café, persigo las frágiles gotas en el cristal. Brotan aquí y allá, en toda la superficie, con una cadencia mágica, para buscarse, amarse, fundirse en sinuosos y delicados ríos que han de morir irremediablemente en el alfeizar. Parábola de la vida.

Junto al semáforo que hay bajo mi ventana, una chica joven aguarda su momento para cruzar la calle. Mueve discretamente sus pies, como si quisiese hacerlos entrar en calor. Espera sola en una calle desierta, gris, cubierta por el mar de espejos rotos que forma el agua cristalina. Apenas se mueve. El frio repentino que acompaña el aguacero parece tenerla aterida. No pasan coches, pero no cruza, esta ausente y meditabunda, perdida en su interior.

Cae plomo del cielo. Ella trata de resguardarse aferrándose con fuerza a su paraguas, apretándolo contra su pecho, tratando de encontrar un resquicio de calor que no llega. No puedo dejar de mirarla, ha captado mi atención. Es la única nota de color en una tarde de por si aciaga.

destello3Una breve mirada de soslayo al semáforo y comienza a andar. Se adentra en el parque, recreándose en las caricias húmedas y sutiles que la alfombra de hojarasca otorga a sus desgastados botines. La sigo divertido con la mirada mientras caigo en la cuenta de que se ha enfriado mi café. Parece querer jugar con la borrasca, no la teme, la admira, mueve sus pies adelante y atrás, baila discretamente al son de la tormenta. Un diminuto objeto ha decidido despeñarse de su bolsillo sin avisar. Ella no parece darse cuenta. Sobresaltado y entregado a la sin razón, busco la salida de mi casa sorteando a duras penas todos los objetos que me encuentro a mi paso. La gata protesta, huye estremecida con el rabo erizado y enhiesto. Ni siquiera caigo en la cuenta de cerrar la puerta.

La busco a lo lejos. Puedo verla caminar ya muy cerca del final del parque. Corro sin darme tiempo a pensar en lo que estoy haciendo, hasta llegar al lugar donde, rebuscando entre las hojas, encuentro lo que parece un pintalabios. Llueve con tanto ímpetu que me siento vestido bajo la ducha. No sin dificultad, puedo apreciar su silueta a lo lejos, la cortina de agua que me ciega es apenas contenida por mis saturadas cejas. Trato de alcanzarla, a la carrera, pero mis pulmones no dan para mucho mas , la vida sedentaria comienza a dejar su huella.

-¡Hey!, ¡Hola! -intento gritar, pero la voz que en otros tiempos cautivara insomnes en las ondas, se ahoga en mi pecho.
-¡Hola!-se gira bruscamente , quedamos encarados, frente a frente.

Nos miramos intensamente, en un instante que no parece tener fin; es uno de esos momentos con una mujer que rara vez te pasan en la vida mas de una o dos veces, pero que te cautivan y se hacen inolvidables, quizás por su sencillez a la par de por aquello no se dice y se engrandece con el silencio.

Ojos castaños, claros, tirando a verdosos, mirada estoica y aun tiempo melancólica, de esas que esconden secretos que desean ser descubiertos. Labios bien definidos, generosos y hermosamente pintados, marrones, quizá rojizos, algo brillantes, casi góticos.

destello4Recupero el aliento.

-Se te ha caído esto.-le muestro lentamente mi mano izquierda, como si dormitase en ella un diminuto gorrión deseoso de echar a volar.

Esboza una sonrisa conmovedora y con un gesto delicado, prende su pintalabios.

-¡Gracias! -una sincera emoción, contenida, ilumina su rostro.
-Creo que te estas mojando.- picara, sin dejar de sostenerme la mirada, me ofrece su paraguas.

Aferrado a la estaca metálica y fría, la veo desvanecerse en la lluvia. Pude decirle muchas cosas más, contarle mis batallitas de la radio, las aventuras en la sección de sucesos, que compartí retrete con Tejero el 23F sin saberlo, que entrevisté a Vladimir Putin cuando aún era agente del KGB, que retransmití la caída del muro, tomé el té con Gadafi un mes antes de su ejecución, que perdí en Gaza un duelo de boxeo por el amor de una mujer, que ya nadie me lee, que sólo mi gata me escucha. Que mi vida hoy no es mas que una cloaca, que el invierno llega, que ...tengo miedo. La dejé marchar.

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