Los gatos de Linda Bukowski
Es mi espíritu familiar;
juzga, preside, inspira todo
desde la altura de su imperio,
¿por ventura es un mago, un dios?
-Charles Baudelaire
Todos los miércoles voy a echar la partida de cartas a casa de Rose Henderson.
Rose y yo nos conocemos desde nuestros años en Berkeley, ella vive en La Cienega y yo, por clamor popular, conservo la ruinosa casa de San Pedro que se ha convertido en un mausoleo para los cientos de adeptos que año tras año, cual peregrinos del alma, recuerdan la memoria de mi marido con ofrendas florales y presentes de toda índole. Para desplazarme a casa de mi amiga del alma, debo someterme a una azarosa travesía de dos horas, entre autobús y metro. Sin embargo, vale la pena el esfuerzo, pues Rose es posiblemente la anfitriona más destacada de la ciudad y recibe a todo el mundo con un cordialidad amplia de miras, ademas de un buen numero
de suculentos manjares que hacen la delicia de la velada. Recalar en un ambiente semejante es obligado, especialmente para nosotras vecinas de la soleada Los Angeles, en esta ciudad es fácil caer en la alienación social, no es común dirigirte a los vecinos sin más, eso si tienes la oportunidad de cruzarte con alguno fuera de su vehículo, algo poco habitual. Me viene a la memoria como nos reíamos Hank y yo a propósito de esto cuando viajábamos a Europa con motivo de sus recitales. Nos maravillaba descubrir la naturalidad de las gentes, verlos charlar amigablemente en cualquier rincón, era pasmoso para nosotros pobres chicos americanos huérfanos de amor. Aquí, en L.A. las relaciones discurren de forma muy diferente y, salvo el cajero del drugstore, apenas nadie recuerda tu nombre, aunque tu apellido sea Bukowski. No me mal interpreten, pero los flashes de las cámaras dejaron de deslumbrar hace mucho tiempo, junto con las llamadas de editores y estrellas en ciernes admiradoras de mi marido. Todo ese ajetreo se ha ido apagando con el paso de los años hasta enmudecer, y hoy se puede decir que me acuesto sobre las cenizas de aquel oropel. Aunque para ser sincera, reconozco que los mayores admiradores de Henry son sus lectores y no las personalidades publicas con las que tanto ahínco trabajé en el pasado, llegando incluso a influir a Henry en alguna ocasión. Ahora pienso diferente, sabiduría que dan los años, comprendo con menor distorsión a mi marido, se podría decir que le entiendo mejor ahora y a veces me sorprendo diciendo en voz alta: que razón tenias viejo...
Ay los años... por cierto, ¿de qué les estaba hablando? Ah, si, mi partida de cartas; que cabeza. Pues como iba diciendo, los miércoles es uno de los días señalados en mi agenda y salvo visitas medicas de última hora, jamás falto a la cita, hasta hoy.
Mi gata Cheyenne está preñada y fuera de cuentas según el doctor Mcavoy, llevo las tres últimas noches en vela suministrado a Cheyenne los medicamentos que me dejó el buen doctor. Cheyenne es la nieta de Lee, la última gata que mi marido conoció en vida, era una de sus favoritas y pasó las semanas tendida en su lecho de muerte hasta el final.
Ahora me toca a mí devolver el mismo amor a su nieta. Me he ocupado de todo, la he instalado en el garaje sobre un lecho de finas mantas de franela, he colocado su platito de comida al lado surtido con sus delicatessen predilectas y un juego de toallas húmedas para refrescarla del calor del garaje. Monto guardia acurrucada en mi silla plegable, con un bol de galletas saladas bajas en sal a petición de mi medico. Las pocas horas muertas en las que Cheyenne cae desmayada las invierto en leer mi viejo libro de poemas de Ezra Pound, mi favorito es el siguiente:
Hubo una hora iluminada por el sol, y los más altos dioses
no pueden jactarse de nada mejor que de haber contemplado a su paso esa hora.
Aunque apenas puedo endulzarme los labios con los versos pues Cheyenne se despierta a deshora casi siempre con retortijones de dolor, en esos momentos les aseguro que me duele el alma. Desde que salió de cuentas el doctor Mcavoy se ha pasado varias veces por aquí a comprobar el estado de Cheyenne, esta tarde le he llamado yo directamente alarmada por sus constantes sollozos.
El buen doctor comprueba con mucha delicadeza el abultado vientre de Cheyenne, en tanto que ella gruñe y muestra con mucha dificultad los colmillos en señal de disgusto.
- Vamos a tener que sedarla señora Bukowski.
- ¿Es necesario John?
- Del todo, se ha inflamado y me temo que podría sufrir una hemorragia interna.
- Me pongo en tus manos...
Dos horas más tarde estamos en la clínica veterinaria del doctor Mcavoy, yo, rezando a los dioses gatunos del viejo Egipto y Cheyenne sedada en el quirófano con el vientre inflamado. Las horas caen a plomo, todo ha ido tan rápido que no he tenido tiempo de avisar a nadie y, como no utilizo móviles, me resigno a quedarme plantada en la sala de espera comiéndome las uñas. Mi imaginación se enreda en toda clase de designios, ninguno favorable, me atormenta la idea de perder a Cheyenne, seria una carga demasiado angustiosa a mi edad, ya no me quedan fuerzas para exorcizar fantasmas.
«Mi pequeña, sé fuerte»
Justo cuando me encontraba en el hueco más profundo y oscuro de mi atormentada imaginación, apareció el doctor Mcavoy con una sonrisa en su fatigado rostro.
- Señora Bukowski, todo ha ido bien, han sido cuatro en total.
- ¿Cómo se encuentra Cheyenne, John?
- La gata se encuentra bien y fuera de peligro, uno de los gatos nació muerto pero conseguimos detener la hemorragia. Puedes pasar a verla si lo deseas.
Cuando entro en el quirófano me saltan las lagrimas al verla exhausta junto a sus pequeños. Los gatitos, se aprietan contra ella con cierta miedosa vehemencia de criaturas que aún no han aprendido a sentirse libres. Al principio Cheyenne parece no reconocerme cuando la acaricio, me mira de soslayo apoyando en su mirada el dolor de las últimas horas, le lleva un rato tomar conciencia y cuando al fin lo hace, me regala el aullido más bonito del mundo seguido de un lametón que resuelve de un plumazo cualquier reproche.
El miércoles siguiente al nacimiento de los pequeños, celebro un humilde ágape en su honor al que acude Rose junto con varias conocidas de nuestra peculiar partida. Evelin, adopta uno de los pequeños, Rose adopta al único macho del grupo al que piensa bautizar con el nombre de su ex marido, cuando se trata de ideas disparatadas no hay nadie que la supere. El tercer gatito murió dos noches después de volver de la clínica, el cuarto me lo he quedado yo, es una preciosa hembra con motitas marrones en los bigotes, le he puesto Katharina en honor a la madre de Hank.


abla de encontrar un lugar habitable, me gustaría saber por donde empezar, hace tanto tiempo que no me entusiasmo por nada que la sola idea de ponerle rostro a cualquier respuesta me inquieta. Apuro la cola de un cigarro y pienso un rato en esto último mientras atravesamos paisajes de naturaleza muerta y fabricas en ruinas. La última señal de trafico que recuerdo indicaba diez millas, diez, tras ellas volveré al campus y recuperaré una habitación mugrienta compartida con un estudiante de intercambio soplapollas. Regresaran las horas muertas en la cafetería del college, removiendo viejos rumores en el zumo de frutas con el estomago descompuesto, las tediosas charlas con el tío de Ayuda Psicológica, llamar al viejo por enésima para pedirle pasta, perder el carnet en el baño de Nells por tercera vez, las deudas con Rupert, una televisión al fondo de un pasillo tan estrecho que es imposible adivinar como llego hasta ahí, recuperarme, volver a caer, para al final encontrar un prueba de embarazo en la lavandería del campus, sentir que el fin está cerca y que lo observaré indolente con las gafas de sol puestas...
escritor a latitudes inimaginables para sus contemporáneos. Ellis lo pillo, así sin ambages: el lector del futuro (el lector autómata) no estará para gilipolleces, el héroe ha muerto ¡larga vida al individualismo! Antes incluso de que el carapijo de Zuckerberg nos enseñara el maravilloso mundo del “LIKE”, antes de enterrar el espíritu a golpe de SELFIE, Ellis, ya impartía cátedra en el fantástico xanadú de las convenciones. Sus personajes vistos en retrospectiva, adquieren más valor si cabe hoy que cuando fueron diseñados. Los Beatman, Victor Ward, Lauren y cía, completan el aforo social del mundo narcisista y acelerado que nos rodea. Seducidos por su prosa, heredera de la de la música pop de los ochenta, nos dejamos arrastrar hacia una carretera sin final mientras los Smiths nos embriagan entonando: 
el diente al show business a partes iguales, pero fue Charlie el que cosecho más home round's. Con apenas veinte años tuvo la agudeza suficiente de, emular a su padre y, embarcarse en la última vuelta de tuerca sobre la guerra del Vietnam junto a un puñado de futuras estrellas, entre las que destacaban nombres como el de Johnny Depp,Willem Dafoe o Forest Whitaker. Con semejante elenco era lógico que la película en cuestión se llamara Platoon. El encargado de poner en el avant garde hollywoodiense la guerra en el sudeste asiático, fue el ex Marine y activista político; Oliver Stone. Por aquel entonces Mr. Stone adoptaba paralelismos con el personaje que dos décadas después interpretaría Charlie en Two and a half men. Alcohol y marihuana fueron una constante el plato durante la filmación, sirviendo de placebo a las interminables sesiones de rodaje. El esfuerzo tuvo recompensa, pues se alzo con premios de la academia y encumbro a los participantes al spotlight recibiendo cantidades ingentes de publicidad. Los críticos alabaron el trabajo de Charlie que pudo desprenderse por fin del muy manido:hijo de... De pronto su nombre sonaba y adquirió peso en una industria que apenas un año atrás lo había ignorado, cuando volvió a juntarse con Oliver Stone (su mentor en el negocio) para llevar a la gran pantalla los desaguisados de Wall Street, ya era oficial: había un nuevo chico en el barrio y se llamaba C.S.
por los cuernos los noventa. Otros, como Keanu Reeves o el propio Charlie, se pasaron a las pelis de acción cogiendo el testigo de Bruce Willis o del mismísimo Arnold Schwarzenegger. Para sorpresa de muchos, Charlie decidió emular al segundo, emergiendo con unos convincentes músculos que exhibió en películas para olvidar como Hot Shots 2. Cuando su aureola cinematográfica comenzó a desfallecer, encontró refugio en la pequeña pantalla obteniendo una gran cantidad de éxitos en sitcoms como Spin City, Anger Management o la exitosa Two and a half men entre otras. Dichas series que, si bien es cierto, carecían de rigor interpretativo, contaban al menos con una gran cantidad de ceros en los cheques que se embolsaba Mr. Sheen por episodio. Tras ser muy critico en sus inicios con aquellos actores que consideraba “blandos” por no correr riesgos, acabo subyugado al Avida Dollars consiguiendo el cache más alto en televisión. A medida que las ínfulas made in Actors Studio descendían alegremente por el sumidero del olvido, crecía a pasos de gigante el apetito por los excesos, el ruido de los tabloides de gossip, las demandas de paternidad, la relación de amor y odio con su ex pareja Denise Richards narrada con cobertura 24 horas por la CNN. Pero no había distorsión, huracán o pataleta mal intencionada por parte de algún compañero de profesión, que alterara el humor de Charlie. Desde su pedestal descorchaba cualquier día de la semana, botellas de Dom Pérignon rodeado de Hookers, en la misma penthouse suite donde murió de sobredosis John Belushi. Estos comportamientos no eran extraños en la generación de Charlie ( véase Robert Downey jr.) que vivieron sus mejores años en la época de los ochenta y la administración Reagan, administración que impulso como nunca antes un neoliberalismo feroz, que enalteció a los fanfarrones de Wall Street hasta cuotas mitológicas. Lugares comunes que mostraría de forma brillante Tom Wolfe en su archiconocida: La hoguera de las vanidades. Una época en definitiva, donde la fuente del exceso parecía no tener limite y un canto perenne se entonaba al unisono en cada esquina del boulevard: more, more, more...
Mr. Sheen se precipito al estanque dorado cual Dionisio tras su llegada a Tebas. Construyó para si mismo una coraza invencible con la que transitar de suite a suite, de guateque en guateque, celebrando su papel (the character) más celebre: vividor. Sin embargo, una brecha se abrió en su armadura cuando nadie lo esperaba, dejando tras de si una yaga de dimensiones profundas, aunque no definitivas. El causante de tanto dolor no fue un monstruo bicéfalo de leyenda, el causante, era algo más profundo, un ser que a su paso deja un eco tenebroso que vuelve mohíno aquel que se atreve a pronunciar su nombre, me refiero al VIH.