Charly García yendo de la cama al living

"¡Por Fitzcarraldo, el conquistador de lo inútil!"
Werner Herzog, Fitzcarraldo.
Te despiertas en Bogotá, te despiertas en Santiago de Chile, te despiertas en Mar del Plata y descubres que Calamaro (ese hijodesumadre) te puso a parir en su autobiografía. Te despiertas en Salvador de Bahía, te despiertas en Guayaquil, te despiertas en Managua consumido por el alcohol barato y la desesperación. Te despiertas en Asunción. Te despiertas en Madrid donde te daban por muerto. Te despiertas al lado de una menor en Sonora preguntándote: ¿para esto el Rock n' Roll? Con las uñas pintadas de negro y la raya de los ojos echa un residuo, escucharas al manager aclararse la voz cuando le pidas por undécima ocasión pastillas para soñar. Nadie parece comprender, encerrado en el estudio durante meses con ginebra y cigarrillos recibiendo tan solo las visitas del más allá: salve santo misericordioso Lennon. Te despiertas en Trujillo. Te despiertas en una entrega de premios hortera en Miami realizando un discurso de agradecimiento ininteligible y (según la prensa especializada) de muy mal gusto. Te despiertas profundamente afectado en el sepelio de Gustavo Cerati en Buenos Aires. Te despiertas en Guatemala tratando de escribir la canción más triste de la historia con una guit
arra sin cuerdas. No hay forma de escapar. Perdido entre ciudades y aeropuertos, facturando el corazón en salas de fumadores con el estomago descompuesto. Te despiertas en La Habana. Te despiertas en Caracas con ojos de videotape y la piel en llamas. Te despiertas en Puebla rodeado de poemas de Elena Garro. Te despiertas en Panamá al lado del fantasma de Lee Harvey Oswald. Te despiertas en un 7 Eleven de Cochabamba con la cesta cargada de antidepresivos. Te despiertas haciendo autostop en Cuzco. Te despiertas en Novi Sad con el pasaporte caducado y la moral por los suelos. Te despiertas en Montevideo con un jet lag de mil demonios. Y, ¿ahora qué? Bajo un reguero de sangre de un puñado de mitos del Rock arrancas con dificultad, por delante, una inexorable apatía que acompaña con un marcaje férreo, al hombre. Esperando un tiempo más sabio, con un cúmulo de atardeceres humanos en los bolsillos y la voluntad de aullar al cosmos. Te despiertas, despiertas, despiertas... o cuanto menos lo intentas, extraviando la culpa en habitaciones de hotel homogéneas bañadas en lápiz de labios rojo, sacudes el pasado amargo que cubre tus sabanas instalado como para siempre. Acaso por resentimiento, acaso por anhelos mal invocados, te despiertas envuelto en habitaciones que huelen a sueño y crimen, donde descubres entre adhesiones impuestas que perdimos California. A pesar de todo lo negaras apuntando al horizonte, justo a la misma línea, levantando un torbellino así de grande. El ruido de tus botas por el pasillo nos guardara el secreto, al fondo, tras un puñado de huellas silvestres, encontraras un viejo espejo, con tremendo estupor veras el reflejo de un mártir y, ese mártir, sos vos.
Te despiertas hipnotizado en Guanajuato...


olo el joven H sintió la llamada y, ahora, en este instante, se prepara para partir. Su cara está iluminada como nunca antes lo había estado, a cada paso que da un nuevo impulso imprime su corazón. ¿En que momento un hombre tiene la certeza de sacudir el cosmos? ¿Cuantos agravios son suficientes para decidirse y echar a volar?. Sabe dios que al joven H no le fueron bien las cosas en la ciudad, en este mundo feroz, las personas libres de espíritu no casan bien con la convenciones, eso lo aprendió el joven H perdiendo trabajo tras trabajo, perdiendo incluso aquellos para los que no había más retribución que un plato de judías. Frente al desaire de los patrones, construyó una muralla infranqueable por la que con el tiempo solo desembocarían sueños de libertad. Llegó el momento de cumplir dichos sueños. Salta por encima del ferrocarril convencido, atraviesa la plaza de la Justicia, después el árbol del ahorcado y por último la estafeta de correos. Al fin las montañas. A medida que se acerca siente que su cuerpo se relaja, recupera instintos extraviados por el desuso, siente el frescor de la hierba húmeda bajo sus pies que colorean sus plantas de rocío dejando a su paso huellas de raíces insondables. Lar arboleda se inclina en honorable reverencia, los animales del bosque le siguen guardando prudente distancia atraídos por la luminosidad de su rostro. Todo en él es magnánimo y las aves producen tremendo escándalo intentando posar sus alas de colores en el calor de sus hombros. El joven H se reconoce libre al fin, ya no hay cadenas que le impidan alcanzar la laguna y bañarse en sus cristalinas aguas, sumergir los pesares cotidianos en las profundidades para emerger entre los siete satélites del sol, voltear abismos bajo el gorjeo de cascadas celestes y encontrar los más dulces tesoros en los cabellos del recuerdo. Cuando llegue la noche, dormirá arropado por un banco de estrellas y al despertar, vera el horizonte desplegarse en su rostro y comprenderá que ha vuelto a casa. En apariencia sentirá... que todos hemos vuelto.

El campo de batalla se trasladaba por unas horas de las playas de Normandía a un cuadrilátero mal iluminado del Yankee Stadium de Nueva York. Bajo el calor de los focos, se balanceaban noche tras noche bañados en sudor los héroes de toda una nación, mientras en las filas lateral y norte, las estrellas del hampa fumaban habanos cogidos del brazo por alguna rubia platino o actriz en ciernes del off Broadway. En esas noches, la gloria se media en último asalto y los rostros mudaban dependiendo de que lado cayera la suerte o el luchador derrotado. Las lonas desprendían olor a sudor y desinfectante y, en el graderío de tercera clase, los trabajadores vociferaban borrachos de alcohol barato y desesperación. Sobre tales escenarios lucieron sus mejores pasos figuras como Jack Johnson, Joe Louis, Rocky Marciano, Floyd Patterson, Muhammad Ali o Joe Frazier entre otros, desplegaron su encanto velada tras velada consiguiendo cotas de popularidad inimaginables. Las calles abrazaban a estos seres magullados que noche tras noche se pegaban por todas nuestras almas pecadoras. Eran los elegidos para alzarse sobre el Coliseo. Los elegidos para subir a la montaña que el reverendo King vio en su sueño. Eran, en definitiva, los mejores.
Hoy, en estos días temerosos de contacto físico, en los tiempos del planeta fútbol 24/7, con la personalidad individual desmantelada por Nike o Adidas, nuestros héroes se han visto desplazados única y exclusivamente a las necrológicas. El peso de sus sombras reaparece con la nostalgia del recuerdo año tras año, evocando la gloria de aquellos de combates míticos.