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A propósito de Brian Jones

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Nadie puede medir sus propios días, hay que resignarse.
Sucederá como desee la providencia.
     Wolfgang Amadeus Mozart


Atardecer, sala de fumadores del aeropuerto internacional de Fairbanks:

—¿Ha llamado?
—No, tío, pero Bianca dejo un mensaje.
—...
—¿Quieres oírlo?
—No, mejor no.
—Ya...
—y, ¿Brian?
—Nada tío, humo...
—Mierda.
—Sí.
—Tenemos que hacer algo Keith.
— Sí tío, algo...
—Alcánzame la pipa, mierda.


Keith alarga una pipa rudimentaria de costo libanés a Mick.

brian2—No podemos seguir así, no es profesional.
—Mick
—¿Qué?
—Nada, nada...
—¿Qué?, joder.
—tío, lo he olvidado...
—No fumes más, ¿me has oído?
—Claro tío, fijo.
—Escucha esto, cuando aterricemos en Vancouver pienso reunir a la banda— aprovecha  para dar una profunda calada a la pipa y soltar el pesado y grueso humo—, las cosas tienes que cambiar...mierda.
—Sí, tío.
—Ese hijoputa de Brian, lleva una semana encerrado en casa...una semana tío.
—Si tío, una semana...
—¿Recuerdas la última vez qué estuvimos en Canadá?
—¿Canadá?
—Sí.
—No recuerdo la chica de anoche, imagina Canadá, además...— Keith enciende un Malboro light con un encendedor de oro y diamantes—, odio Canadá.
—Tú lo odias todo, tío.
—Eso no es verdad , me encantan los gofres belgas Mick.
—Surething.

brian4Una azafata de Pan American visiblemente emocionada y con un extraño parecido a la poeta argentina Alejandra Pizarnik, se acerca con  servilleta y  bolígrafo en mano y le pide un autógrafo a Jagger tras estampar un beso (así sin más) a Keith en lo labios.

—Soy los mejores chicos, cuando estudiaba en Berkeley, ¡vuestra música sonaba todo el tiempo!
—Eso está muy bien, pero que muy b-i-e-n.

La histérica azafata de Pan American le da un abrazo a Jagger que le hace perder el equilibrio un instante junto con la rudimentaria pipa de kosto libanés que, finalmente, va a parar al suelo de espejo recién encerado de la sala de fumadores del aeropuerto de Fairbanks. Tras el incidente la azafata de Pan American recoge la destartalada pipa y se la entrega a Keith después de susurrarle algo al oído, acto seguido desaparece con un ruidoso repicar de tacones altos de piel marrón.   
        
—Mierda Keith...
—Lo sé, nos ha jodido la pipa.
—Hay días en los que odio ser un Stone.
—Estas seguro de eso, he oído que tienes un nuevo Rolls.
—Bianca y sus caprichos.        
—y tener una playmate de chófer, es cosa de Bianca, ¿no?  
—olvídalo quieres.
—Creo que tengo la solución tío.

Keith rastrea los bolsillos de sus ajustados jeans gastados y le muestra un par de píldoras a Mick que alcanza una sin titubear.

—Ahora recuerdo tío...
—¿Qué?
—Canadá—tras una pausa considerable envuelta en humo de cigarrillo—. Terminé borracho perdido en la piscina del Hilton.
—No fuiste tú.
—¿Ah, no?
—Fue Brian.

brian5La megafonía del aeropuerto anuncia la puerta de embarque del vuelo a Vancouver.

—Entonces... decidido, ¿no?
—Sí, Brian se queda fuera.
—Show must go on.
—Surething.
—...
—Por cierto Keith, explícame eso de  que Bianca te dejo un mensaje.            

—Creo que es hora de irnos tío.

Keith se pone en pie con dificultad y agarra el estuche de cuero de su guitarra, Mick le sigue con prudente distancia. De camino a la puerta de embarque, sus sombras se alargan por toda la terminal con el recuerdo de un puñado de mitos del Rock n' Roll.

                                                       Salen.

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Tokio ya no nos quiere

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Si por un casual fuiste un pinche teenager en los malogrados noventa, si por un casual te jactabas de escuchar oscuras melodías diáfanas y gruñir por el lobby del Ritz con apestoso acento grunge. Si te enjuagabas la boca en gin para acabar vomitando el cosmos en el asiento trasero de un bus nocturno. Si pasaporte en mano, descansaste tus cansados pies en Madrid,  es probable que el nombre de Ray Loriga no sea del todo indiferente para ti. Este año además le han concedido el premio Alfaguara ni más ni menos( el tiempo dirá si merecido o no). Pero no es de galardones de lo que vengo hablarte sino de ecos que se pierden en la oscura noche, como autoestopistas zombis recorriendo el desierto en una película de Wim Wenders. Entre drogas extrañas que ayudan a olvidar pesados sudores de antaño, personajes adolescentes encerrados en habitaciones azules con sus viejos nórdicos, girando discos de Bowie y Lou Reed. ¿Te acuerdas Ray? Los noventa... Dejarse caer por el Sirocco borrachos de Ron Negrita, con el corazón a medio hacer y las dudas en pie de guerra, adelante, siempre adelante. Fascinados por encontrar en algún apestoso mingitorio de gasolinera veinticuatro horas, un poema de William Carlos Williams:


Todo lo que hago
todo lo que escribo
me aleja
de quienes quiero

Si es bueno
quedan confundidos  
si es malo
avergonzados
        
        Corro un riesgo enorme        
               hacia el amor que me tienen             
camino descalzos
 por arenas movedizas

tokio2El porvenir parecía transparente entonces y, ya en la calle, nos adelantaban a toda pastilla por la Castellana taxis sin luces con la música a tope. Qué recuerdos... parapetados en bluejeans rotos, desnudos al desencanto, rebobinando cassettes de Alice in Chains sobre el asfalto. Vomitando el arcoíris al llegar a la calle Alcalá y luego O'Donnell y a lo lejos torre España, con un ducados negro colgando en los labios y la certeza de repetirlo de nuevo. ¿Tokio? No, todavía no. Los noventa, la feria del libro en el parque del buen retiro, llegar del brazo de una inclasificable estrella  del rock nórdica y no sentir complejos al sentarse a firmar ejemplares.

Sitiado a ambos lados por académicos decimonónicos, mientras el agente literario de turno cierra los derechos de una novela que no convenció demasiado a la critica especializada y, sin embargo, tendrá una adaptación cinematográfica encabezada por la hija de una folclórica. Contener la vergüenza, alargar sin motivos apéndices innecesarios, y cuando la joven del cabello rasta y camiseta de The Smashing Pumpkins se acerca con su  ejemplar satinado, susurrar un cansino:

GRACIAS.

tokio3Desde tu atalaya. En la cima. Ofreciendo copas finísimas de champagne rose a críticos seniles. Reescribir tus propios idus, caminando en círculos pues ambos sabemos que jamas volveremos a estar aquí, tan jóvenes. Y ahora sí, Tokio, la constatación, los derechos(esa danza macabra), el exilio y volver a un Madrid distinto, superpoblado de boutiques. Un Madrid sin cines y lleno de Starbucks. Un Madrid donde los libros se encargan online y la mansedumbre (lector hembra que diría Cortázar) es un alarde. En este Madrid vegano donde los subterráneos fantasean borrachos de cerveza sin alcohol, desciendes. Soldado de pies y manos a la intemperie, te conviertes en extranjero de ti mismo, entonces el miedo lo ocupa todo y desearías un poco de esa química que tan bien nos retrataste y que ayuda a amputar el pasado. Dejar los recuerdos caer cual lluvia de estrellas en el pozo infinito de la memoria. Pues tocar fondo no quiere decir nada Ray, memento mori en Madrid con gafas de sol wayfarer, benditos noventa, the new romantics, la plaza de Santa Ana y, a lo lejos, escondidas en soportales clandestinos, siguen las musas paseando con un rubor de viento así de grande. Bajo ese estruendo de mil demonios, protegen en un gigantesco fardo manuscritos de toda una generación de aireados jóvenes. Ahí abajo, en el hueco más oscuro y frío de las profundidades del subsuelo literario, se esconde un camino largo y angosto poblado de espinas de un centenar de escritores olvidados, en la entrada puede leerse en grandes letras pintadas en sangre un cartel que dice:

DESAPAREZCA  AQUÍ.

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Cadáveres exquisitos: Sal Mineo

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El riesgo del oficio de convertirse uno mismo en espectáculo,
a largo plazo, es que también acabes comprando una entrada.
Thomas McGuane

El 12 de febrero de 1976, se encontró el cadáver del actor Sal Mineo acuchillado en un callejón de Hollywood Boulevard. Se desconocen las causas del asesinato. Según la policía, hay hipótesis que apuntan a un ajuste de  cuentas por deudas con drogas, según los tabloides, podría tratarse de un crinen pasional. mineo3Lo cierto es que nadie parece estar seguro de nada, salvo el  echo de que el actor Sal Mineo, contaba con 37 años edad  en el momento del crimen. En sus sus bolsillos se encontró una cartera de piel con la foto descolorida de una mujer entrada en años, los inspectores pensaron que se trataba de su madre y poco después, cuando el cuerpo palidecía en la morgue, lo confirmaron. Se armo una buena en la puerta del deposito de cadáveres, pues el señor Mineo que había permanecido en el olvido de la prensa sensacionalista por más de una década, súbitamente volvía a ser noticia de primera página. El espectáculo de los paparazzi desgañitándose frente a los agentes que montaban guardia, era grotesco. Todos se preguntaban, al menos todos los que recordaban al señor Mineo, que había podido pasar. Cómo era posible que alguien cuyo nombre había brillado antaño en las marquesinas del Kodak Theate junto a los d James Dean y Natalie Wood, se viera envuelto en un percance de dimensiones tan turbias. ¿Pero qué sabemos de Sal Mineo?

Según su biografía autorizada, el actor en sus inicios sufrió un infancia problemática y, tras ser expulsado del colegio, se dedico a vagabundear por las calles con sus amigos y cometer pequeños hurtos. Por aquel tiempo la rúbrica del joven Mineo, encajaba más con la de un delincuente juvenil que con la de un efebo inocente como Platón, el personaje lacónico y tímido al que dio vida en la película por la que pasaría a la historia del cine; Rebelde sin causa. Dirigida por Nicholas Ray,le valió al actor su primera nominación al Oscar, se lo arrebataría un maestro del oficio como Jack Lemmon. Aunque la derrota no amedrentó al joven actor, pues era consciente del salto cualitativo que había realizado desde las sucias calles de Brookyn, a la eclosión definitiva en el star system de Hollywood. Se vaticimineo2naba un futuro prometedor, pero a menudo Hollywood concede apenas un único traje a sus actores, con la obligación de lucirlo hasta el delirio. Las costuras del traje de Sal Mineo, estaban echas de personajes atormentados, marcados por un destino trágico. El fatídico desenlace nos lleva a pensar que el actor acabo por no saber distinguir entre el interprete y el personaje. Llego a tal punto su desencanto con la industria que, con el tiempo, no le importo demasiado ver su nombre convertido en carnaza de tabloides sensacionalistas. Generando revuelo tras revuelo al dejarse ver en compañías poco recomendables bien entrada la noche, a la caza de hustlers de mirada lubrica con cartel luminoso 24/7 en la entrepierna. Hay quien dice que los taxi-boys (nombre coloquial que utilizan los jóvenes que realizan la prostitución masculina) de los Ángeles, lo llamaban cariñosamente Platón. Y hay quien dice también, que había noches en las que el actor representaba al susodicho, pasajes de la película con una voz profundamente afectada y con tanta vehemencia, que en ocasiones los chicos acababan por dejarle dormir en sus cuartuchos alquilados. Pareciera que el actor vivía anclado en un libreto de Tennesse Williams: siempre confiando en la bondad de los desconocidos. Un desconocido llamado Lionel Ray Williams, repartidor de pizzas de profesión, le asentó una puñalada mortal sin el menor atisbo d conmiseración, el señor Mineo murió en el acto. En el epílogo de Rebelde sin causa, James Dean se dirige a los policías que acaban de matar a Platón, y les muestra entre sollozos el error que han cometido al disparar, pues la pistola de Platón estaba descargada. Un error, dijo el asesino confeso a la policía, parece ser que Lionel Ray Williams no reconoció a Mineo cuando le atacó. Una vez más, la vida y el cine, se alinean en macabras coincidencias.

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