La historia de la noche (VIII)
8. Bushido
Hace tres días que llueve intermitentemente sobre Madrid. Chaparrones suaves y esporádicos. La gente corre a refugiarse cuando nota que caen las primeras gotas, como si el agua fuese la sangre corrosiva de Alien, el octavo pasajero. El hombre del tiempo repite en todos los telediarios como un mantra la manida frase de que “habrá que sacar los paraguas”. Los observo mientras camino a su lado y a través de ellos. La masa humana de ciudad califica a la lluvia como “mal tiempo”. Les asusta y les pone nerviosos. Abren los paraguas y dan tumbos por las calles arremetiendo con ellos, como si fueran espadas láser, sobre las cabezas ajenas que salen a su paso. Cogen los coches como arcas de Noé, parapetos contra el diluvio para ir al trabajo por las mañanas, y forman con ellos estruendosos y kafkianos atascos. Madrid no sería Madrid sin los atascos. Tampoco sería lo que es sin ese olor característico a ozono sucio cuando caen las primeras gotas de un chaparrón, ni sin las golondrinas chillándome a través de las ventanas cuando amanece, ni sin los lobos del zoo aullando al cielo cuando hay tormenta.
Llego a mi cita. Allí está él, en la entrada del subterráneo. Me pone una sonrisa forzada y me da la mano, floja. Deberían enseñar a dar la mano en el colegio como tienen que darla los hombres, una asignatura obligatoria. Siento instintos homicidas hacia los que dan la mano floja. Bajamos las escaleras y recorremos el pasillo. Entramos al local. Nos sentamos sobre una mesa blanca con manchas marrones, churretes de salsa incrustados por los millones de comensales que han pasado por allí. Estamos uno enfrente del otro. Son las nueve de la mañana. En la tele, como siempre en este lugar, una película de chinos rodada en China e interpretada por chinos, a palo seco y sin doblar ni subtitular en ningún otro idioma más que en el original. Él tiene ojeras y el rostro triste. Fuma compulsivamente. La camarera le observa con mala cara y viene a decirle que no se puede fumar pero, al verme a mí, sonríe y dice que no pasa nada, que siga.
- Estoy acojonado.
- Estate tranquilo, Marvin. Tú consígueme lo que te digo y yo me encargo de Dupré. La magia negra sólo hace efecto en la gente que cree en ella. Yo no creo absolutamente en nada ni en nadie.
Saqué un sobre con dos fotos de carnet ampliadas y un folio con unos datos para que Marvin los ojeara. La china del restaurante trajo dos cañas, una ración de empanadillas y una de vermicelli frito, el desayuno de los campeones. El restaurante que hay en los bajos del aparcamiento de Plaza de España debería recibir varias estrellas Michelín. Me comí las deliciosas empanadillas remojándolas en abundante salsa de soja mientras él observaba con detenimiento el rostro impreso del primer tipo, el que estaba rodeado por un círculo de rotulador rojo.
- ¿Quién es este tío? Me suena mucho su cara, pero no parece uno de vuestros habituales “clientes”.
- No es cliente habitual, digamos que es cliente mío. Es petición mía, personal.
- Creo que lo conozco, del “Black and White”…
- Bingo, Marvin….
- ¿Sólo quieres que le haga unas fotos?
- Lo que te he dicho antes. Creo que no te será difícil. Y si los llevas a los dos a un cuarto oscuro y los fotografías con visión nocturna chupando pollas te aseguro que Dupré no te pondrá la mano encima, por la cuenta que le trae.
- No sé, Juan….
- De todos modos tengo que hacer una visita a ese cabrón, pero tú decides si quieres que de paso le diga que si te toca un pelo le meto una farola por el culo o si quieres hacer la guerra por tu cuenta. Tú olvídate del tema de Wo Lao, olvídate de ese nombre, bórralo de tu memoria, será mejor para ti hacer como si no lo hubieses escuchado nunca, si es que quieres seguir respirando aire en vez de tierra.
- Me enteré de lo de Martín. Lo siento.
- Olvídate también de él. No le finjas aprecio, no hace falta. Y otra cosa. Ten cuidado con ese anillo que llevas puesto. Sé que crees en esas mierdas y sé de dónde lo has sacado. A mi me la suda, Marvin, pero si alguno de los búlgaros que vigilan las puertas de esta zona se da cuenta de que lo llevas yo no podré hacer nada por tu pellejo, ni querré. Por mucho que Viktor me pareciera un comemierda y que piense que está muy bien muerto no te defenderé de la ira de los suyos, es la ley de estas calles.
- Algunos van contando por aquí que lo mataste tú…
- Sólo puedo decirte que no, piensa lo que te salga de los huevos. Si alguien vuelve a insinuarte que yo he sido el autor dales mi teléfono y les cuentas quién soy, y que les estoy esperando si tienen suficientes cojones.
- Okey. Haré las fotos. Pero tú quítame de encima a cabrón de Dupré. No quiero que mi cuerpo termine sirviendo como amuleto. Prefiero que me incineren en el tanatorio de la M-30 y que esparzan mis cenizas en El Rocío.
- Yo quiero que me entierren en La Almudena. Incinerarse está de moda, a mi no me gustan las modas, prefiero contaminar la tierra.
…………………………….
Marvin se marchó hacia la superficie de la Plaza de España, escaleras arriba, saliendo de las catacumbas del Madrid chino. Juan Sans cogió el coche en el aparcamiento y tomó dirección hacia la Nacional II. Puso a todo volumen un CD de Satie. El piano minimalista resonaba atronador en sus tímpanos, a su gusto. Al llegar al túnel de la M-30 por la entrada de Príncipe Pío el platillo volante comenzó a despegar apretando el acelerador. Juan Sans empezó a pensar en el vacío del aire putrefacto de Madrid y en la fina lluvia que había empapado el parabrisas y que ahora se iba secando poco a poco. La música amansa a las fieras, consigue teletransportarlas a su mundo interior. Tomó la intersección con la carretera nacional y voló bajo hasta el cruce con la M-50. Tras recorrer un corto tramo por la autopista de circunvalación, la dejó tomando dirección hacia Ajalvir. Pasó por el pueblo como un rayo y siguió dirección Este a gran velocidad hasta llegar a una urbanización edificada sobre una verde llanura, entre trigales. Giró a la izquierda y siguió entre los chalets hasta donde la carretera se terminaba. Después continuó por un camino de tierra casi impracticable cuesta arriba hasta una casa extrañamente situada en la cima de la colina que dominaba todo el valle. Aparcó el coche y vio cómo de un extremo de la parcela venía corriendo hacia él un Dóberman enfurecido, ladrándole amenazador. Pero, al verle de cerca, el perro comenzó a dar saltos de alegría y a mover su inexistente rabo.
- Hola, Laura, chica. ¿Dónde está tu amo? Ven, vamos.
Se agachó y besó a Laura sobre la cabeza. Ella le pegó unos cuantos lametazos por la cara. Subieron los dos corriendo por el camino y rodearon la casa. En la parte trasera una puerta abierta en medio de un muro alto pintado de blanco. Nada más atravesar el umbral pudo ver la silueta de Aguinaga, que trabajaba en un improvisado huerto con una azada. Un metro noventa, nariz aguileña, rapado al cero. No aparentaba los cincuenta y cinco, por lo menos parecía quince años más joven, por fuera. Llevaba puesto un pantalón de chándal y, a pesar de que la temperatura no superaba los doce grados, iba sin camiseta. La perra le ladró. Él levantó la cabeza y vio a Juan. Dejó la herramienta en el suelo y se dirigió hacia él sin sonreír ni poner mueca alguna sobre su rostro, inexpresivo. Primero militar, luego policía, luego mercenario. Cinturón negro séptimo Dan de taekwondo. Seropositivo y hepatitis C positivo. Esteban Aguinaga. Si quieres atravesar el océano de hielo llama a Amundsen. Si quieres que alguien te salve del mismísimo infierno llama a Shackelton o a Aguinaga.
- Dichosos los ojos.
- Veo que no dedicas el tiempo sólo a las pajas.
- Alguna que otra me hago. ¿Cómo estás, cabrón?
- ¿Para qué me has hecho llamar?
- Tengo que contarte un par de cosas importantes. ¿Sabes quién vino a verme el miércoles?
- Ni puta idea.
- Candela. Dice que está preocupada de verdad por ti. Me ha pedido que hable contigo y que te lo diga.
- Vaya, ahora resulta que se preocupa por algo que no sea su coño.
- No seas cruel. Ella mataría por ti. Y lo sabes. Deberías olvidar la mierda.
- ¿Y por qué ahora resulta que está preocupada? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que intercambiamos tres palabras seguidas con sentido.
- Yo no me meto en lo vuestro, ni sé en lo que andáis, ni si hay tensión sexual entre vosotros, ni me importa, pero si ella dice que tengas cuidado debe ser porque estás en verdadero peligro. Tenlo en cuenta. La jefatura es el mayor nido de víboras de Madrid. Nadie es inmune a las balas, ni siquiera tú. Somos los dos únicos tíos de la Academia a los que no se ha follado, quizás por eso nos tiene aprecio.
- ¿Sabes qué te digo, Esteban? Que me la suda todo. Si alguien quiere venir a por mí aquí estoy, y más les vale que venga con fuerza, porque de momento no quiero morir, me debo a unas cuantas personas, aunque no sienta ya nada, y sé algo sobre mantenerme vivo y sobre cómo conseguir que los que intenten que no lo esté acaben bajo tierra.
- Recuerda aquellos días “cazando” en Dushanbe. Nos guardábamos las espaldas. Si había gente buena bajo el fuego erais vosotros tres. No sé lo que es querer a nadie, pero estoy seguro de que ella te quiere. Y si ha venido hasta este lugar sólo para decirme eso es que tienes que ponerte alerta.
- Pobre Martín….
- No vayas a por ellos a campo abierto. Dame tiempo para pensar sobre lo que le ha pasado. Hace unos días me llegó un sobre certificado. Casi tengo que matar al cartero, porque me dejé la puerta abierta, entró y estuvo a tris de ver lo del muro de atrás. En el interior sólo había una nota que rezaba escuetamente: “Nada es lo que parece. Tempus fugit”. La letra era la de Coarasa, inconfundible. Parece ser que ahora los muertos escriben novelas de amor.
- No sé si seré capaz de aguantar sin presentarme en el CESID con una ametralladora. Ni ellos mismos pueden creerse que nosotros nos creamos que unos mafiosos de medio pelo o unos simples ultras de mierda de fútbol serían capaces de poner la mano encima a Coarasa y a Martín. Tengo ganas de marcharme al otro barrio llevándome a unos cuantos por delante. Si no fuese porque están Sonia y los críos… no sé.
- Confía, confía en Candela. Es de las pocas personas en este mundo que darían su sangre por ti. Ya lo hizo en su día por casi todos vosotros, y lo repetiría. Es como tu otra cara. Tú no sientes nada, ella siente por todos.
- Por mi le pueden dar por culo a su sangre.
- Ven un momento, tengo que mirar por el agujero cada dos horas.
Caminamos hasta la parte Este de la parcela. Todo el recinto estaba rodeado por un muro blanco y liso de unos tres metros de altura. En medio de la pared lateral había una ventana con un trípode apuntando hacia ella. Sobre él un fusil de precisión con una enorme mira telescópica.
- Mira por el bujero.
- ¿Sigues con el trabajo?
- Seis años, dos meses y veintitrés días llevo aquí.
Por la mira telescópica podía observarse una casa enorme evidentemente de lujo con una piscina cubierta y una exterior. En un patio grande dos Mercedes y un Toyota Land Cruiser aparcados. Mucho dinero a simple vista. El silencio de la urbanización sólo se rompía por el estruendoso ruido de una moto que rebotaba en un eco ensordecedor sobre las laderas de los cerros colindantes.
- ¿Qué es esa mierda de ruido tan molesto?
- Es el hijo de este hijoputa. Tiene catorce años. Le ha regalado una moto de motocross y se pasa todo el día jodiendo a toda la urbanización. Te juro que el día que me ordenen apretar el gatillo, después de matar al padre le pegaré un tiro entre los ojos al puto crío antes de marcharme. Tienen atemorizado a todo el pueblo, hace dos semanas fue a quejarse un tipo que vive ahí al lado y el guardaespaldas del cabrón le pegó un puñetazo y le rompió la nariz.
- Deja que Laura se encargue de él, algo accidental….
- No puedo, las órdenes son claras. Nadie se puede enterar de que estoy aquí. El mes pasado subieron los de la Guardia Civil del pueblo y estuve a punto de tener que matarlos y enterrarlos, casi ven el rifle. Cuando me ordenen acabar el trabajo demolerán esta casa, está construida en un espacio medioambiental protegido, no dejarán ni rastro de ella ni en el registro de la propiedad. Les he dicho que podría matarlo con mis propias manos, pero no, quieren que sea de un tiro limpio con mira, el rifle está sin marcar. Llevo todo este tiempo esperando la puta orden. Laura tiene ya diez años, no quiero que muera en esta mierda de lugar.
- ¿A qué esperan?
- No lo sé, yo sólo cumplo órdenes, ya sabes. No existo, no soy nadie, Esteban Aguinaga hace tiempo que murió en el registro civil, recuerda. Quizás no me lo ordenen nunca, puede que esto sea un castigo por no chuparles la polla. El único contacto que tengo con Interior son los cinco mil Euros mensuales que aparecen en la cuenta corriente con nombre falso del banco. Y no puedo dejar mi puesto. Saben que tengo dos hermanas y que ellos no las dejarían vivir si me marcho.
- Yo no podría trabajar en esto, me corroería la cabeza.
- Sigo mis planes de concentración y preparación física, toda esa mierda. Y me ayuda a sobrevivir, pero todo es mentira. Si no eres lo suficientemente gilipollas todo es mentira. ¿Te acuerdas de nuestra etapa Kundalini?
- Yo nunca creí en ello.
- Yo soy más gilipollas que tú e intentaba que esas falsedades dieran sentido a mi vida. Primero el taekwondo, luego esa soberana patraña para jipis. Debí darme cuenta mucho antes de que sólo existe un sentido: la muerte a secas.
- Me río al pensarlo, cuando íbamos en Avila a hacer yoga con Ramón Singh. Parecíamos los discípulos de Satán Singh.
- ¿Quieres comer algo? Tengo unas pencas que puedo preparar con rape.
- Las pencas sí, pero ya sabes que odio el pescado.
- Tú mismo con tu organismo.
- ¿Esas tablas y esos ladrillos son para partirlos con la mano, verdad? Tío colgado.
- Me paso las horas muertas haciendo esas gilipolleces mientras escucho el “Siamese dream” y el “Gish” a todo volumen en los cascos.
- Estás fatal, Aguinaga. ¿Y follar?
- Alguna puta ha subido hasta aquí, pero no me fío, las muy zorras son muy cotillas y si vieran el rifle tendría que matarlas.
- Al final lo único que está claro es que esto acabará con algunas muertes.
- “Nada es lo que parece”, recuerda.
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Arranqué el coche y bajé el camino que conducía hasta la urbanización. Casi al llegar al asfalto. el adolescente de la moto atravesó otro sendero perpendicular al mío en medio de un estruendo, a toda velocidad. Paré el coche junto a la tapia de un cementerio que servía de linde y me puse a observar la fina lluvia. Pensé en que todavía no me toca morir, a veces muy a mi pesar, y en chicas desnudas corriendo por la playa. Esperé a que regresara a lo lejos el ruido de motor. Comencé a escucharlo de fondo. Salí y busqué en el maletero una vieja barra antirrobo que llevaba sin usar desde hacía años. El chico se acercó acelerando y yo le hice señas para que parase. Frenó a mi altura y le sacudí un barrazo sobre el casco que le atinó de lleno, justo para derribarle y atontarle sin herirle demasiado. Quedó aturdido. Le puse un pié sobre el pecho mientras buscaba el manguito de alimentación del carburador. Lo encontré y lo arranqué de un tirón. El chaval comenzó a salir del aturdimiento y a patalear. Intentó alcanzarme con una patada, pero le aticé otro golpe en el casco que le hizo un bollo.
- Hijoputa, cuando te coja mi padre te va a matar, no sabes con quién te estas metiendo. Suellllltameeeeee joderrrrrrrrrrrrrrrr. Muéreteeeeee.
- Muérete tú.
Le metí otro barrazo que le partió la visera del casco. Luego un par de patadas que dejarían huella en su anatomía durante una temporada. Le enganché con una mano de los huevos mientras con la otra mano prendía el mechero. Le arrastré agarrado de las pelotas unos metros mientras él gemía de dolor, prendí una multa de la hora hecha un gurruño que llevaba en el bolsillo y la lancé hacia la gasolina que brotaba del manguito. La moto se puso a arder poco a poco. Le cogí del pelo y le obligué a ver el espectáculo.
- HIJO DE PUTA.
- Muérete tú.
Le saqué el casco y le metí un puñetazo que le partió la nariz. Cogí el coche. Desanduve la carretera de Ajalvir, la M-50, la Nacional II y varias calles desde que entré por Avenida de América. Desaparecí en las entrañas del Madrid mojado. Muérete tú. Muérete tú. Muérete tú, y tú, y tú, y tú y tú.