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La historia de la noche (IX)

9. Tengo lo que tú quieres

Siempre ese sueño que se repite. Ese viejo en medio del bosque diciéndome “nada es lo que parece” y ese perro nervioso corriendo alrededor. Me despierto, me levanto de la cama oxidado, y me tomo las treinta y dos pastillas de rigor. No sé si moriré aquí. Si lo hago esa gentuza hará una corta visita, sin hacer mucho ruido cavarán un hoyo y me arrojarán en él con cal viva por encima. Es el método rutinario. Luego derribarán la casa y plantarán unos pinos sobre lo que fueron sus ruinas. Dejaré de existir, nadie me recordará y nadie sabrá que seguí vivo unos años en este lugar. Quizás en el futuro algún estudiante de arqueología extraterrestre excavará esta tierra y encontrará mis carcomidos huesos.

Me coloco allí, como cada día. Miro por la mira telescópica y le veo, ya sea invierno o verano, dándose su bañito matinal en pelotas en la piscina. Ese cerdo, ese gordo que no merece vivir, con su reloj de oro sumergible de nuevo rico. Pero no puedo apretar el gatillo, no porque yo no quiera o porque no pueda, sino porque órdenes son órdenes. Me enseñaron sus fichas en la jefatura.

- Esta es la tía que te digo, Aguinaga. Candela. Es muy fuerte, tanto mental como físicamente, lo mejor que ha pasado por la academia en veinte años. Pero ten cuidado, se ha tirado a todos menos a éste… suele establecer demasiados vínculos emocionales con la gente, eso la pierde.
- Este tiene algo…. no sé, que da escalofríos, es la mirada yo creo.
- Es un hijoputa. Juan Sans. Ten cuidado con él. Nos da miedo, dos mil tíos mierdas a los que nos encanta humillar en las clases, pero con éste no hay nada que hacer, hay que tener cuidado. No habla mucho. Tuvimos que tirar sus tests de personalidad a la papelera, yo creo que se reía de nosotros, aunque sonreír sonríe poco. Es un pedazo de mierda sin escrúpulos, de hielo, pero también he de decirte que es como si en tu unidad llevases a Batman, a Supermán y a Conan el Bárbaro a la vez. Valiente cabrón hijo de puta.




- El resto no parecen gran cosa.
- No te creas. El rubio, el cabrón del Coarasa, tiene un físico portentoso. El de la cara de bestia, Cercas, sabe pelear en la calle, y es un tío leal y legal, cosa rara en el cuerpo y en la academia. Este otro es un trepa cabrón, pero tiene madera de líder, llegará a presidente si se lo propone. Tres de ellos viven en un chalet fuera de la muralla, lo tienen convertido en un nido de putas y borracheras. Son una secta de puteros, si quisiéramos ya estaban expulsados, porque hay más droga en su casa que en la de sus camellos. 

Me los presentaron uno a uno en Ávila. Me acerqué a ellos discretamente. Poco a poco fui entablando cierta amistad con Sans, que no era tan fiero como aquellos cobardes contaban. Nos reuníamos en grupo para hacer yoga, para no levantar sospechas. Yo todavía creía en esas mierdas de las energías. Un pedo bien tirado en la cara tiene mucha más energía cósmica que todo el Reiki o el yoga Kundalini del mundo. Al finalizar los cursos cada uno voló hacia su primer destino, pero entraron en secreto en el grupo, como una célula durmiente. A los pocos meses los reuní en Madrid en un piso franco, y les expliqué lo que había que hacer en el negocio: la caza del hombre. Cada vez que yo les llamase les darían una excedencia de unos meses y un sueldo en una cuenta corriente en dinero negro inaccesible para hacienda. Durante esos periodos de tiempo dejarían de existir para el mundo, estarían muertos. Luego tendrían salvoconducto especial entre trabajo y trabajo para hacer los que les saliese de los cojones en las calles. Pero existe una condición para entrar en esta hermandad sin nombre y sin patria, un precepto algo duro: sólo se sale de ella en ataúd.

Cazamos a unos cuantos. En el País Vasco hicimos desaparecer a tres o cuatro agentes dobles. En Marruecos eliminamos a un par que antiguamente habían sido de los nuestros, pero que se habían pasado al bando del negocio particular del polen. Luego, cuando todos eran felices forrados de pasta y con licencia para joder aquí y allá, llegó lo de Dushanbe.
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- Me llamas y ahora no dices nada. Años sin mirarme a la cara y te quedas ahí en silencio, cabrón.
- No debiste dejarme allí, Candela. Ni puedo ni quiero olvidarlo.
- Yo no sabía que estabas vivo, Juan… César dijo que nos marchásemos todos de aquel infierno, que te habrían cosido a tiros.
- No me jodas con gilipolleces de que no te imaginabas que…. Sabes perfectamente que no se puede huir sin haber visto el cadáver de tu compañero. Eres muy hija de puta, tuviste miedo y punto, os da igual ocho que ochenta. ¿Sabes qué te digo, Candela? Que os follen a todos. Es que me la sudáis, me dais igual. No me mientas, anda, que se te da muy mal.
- Vale, lo que tú digas, tienes razón, no debí irme, y sí, no quise enterarme de si estabas muerto o de qué carajo te había ocurrido. Vale, sí, joder, pero, ¿no vas a perdonarme nunca?
- ……
- Contesta, joder, no te quedes callado.
- Tienes un grave problema, Candela.
- ¿Cuál?
- …..
- Habla.
- Que quieres que todos te den por el culo, y que si Aguinaga y yo no te la metemos te sientes frustrada con nosotros. Tienes una puta carencia afectiva desde pequeña que por muchos polvos que te echen nunca vas a conseguir remediar. Es como mi indiferencia hacia todo, estás empapada igual de ello y aquí nunca va a parar de llover.
- Qué bonito lo que dices, siempre imitando al Nexus-6 de “Blade runner”, hijo de puta. Anda y vete a tomar por el culo a ver si se te pasa así la indiferencia. Cómo te jode que te quieran, cabrón.
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El grupo salvaje voló hacia Tayikistán. En Dushanbe les esperaba Aguinaga, que se había adelantado unos días antes para reconocer el terreno. Una ciudad del tamaño de Valencia perdida en la inmensa aridez exsoviética, decorada al fondo con picos de montañas nevadas, y con todas las mierdas del Imperio Ruso reunidas, las de antes y las de después de la caída del telón de acero. Un enviado del régimen del corrupto presidente Rajmonov les recogió y les condujo a una enorme casa en las afueras. Les enseñaron las fotos. Era una especie de alquería protegida por milicianos, a unos cincuenta kilómetros al sur. En el exterior, un campo de entrenamiento propiedad de un señor de la guerra local afín al régimen. El encargado de la instrucción era un tipo afín a Al-Qaeda conocido como Abdul Al-Rajman, un menda de unos cincuenta y pico años, con barba larga cana, un metro ochenta y ojos de sapo marrones. Abdul, en otra vida, se había llamado Inaxio Hergueta, alias “pollas”. También era titular de un tercer pasaporte en el que se le identificaba como Pedro Leandro González. Cuál de las tres identidades era la verdadera resultaba un enigma incluso para la CIA.

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- Este es el cabrón, el resto no nos interesan. Entrar, matarlo, salir y listos. Es el responsable de tres guardias civiles muertos en el año 87, pero también torturó en su momento en Intxaurrondo. Sin embargo, no venimos hasta aquí por eso. Cuando murieron aquellos dos chavales del tercio de Viator en Herat nos enteramos de que fue él, le identificó uno de los nuestros en unas fotos. Nos quedamos flipados de hasta dónde había llegado por cuatro perras. Pero hasta aquí hemos llegado con él, no va a tocar más los cojones a nadie. Le han contratado un par de clanes locales de los de la producción de amapolas, mataron a los dos legionacas en venganza porque los mandos destacados en Herat les habían quitado parte de un cargamento para revenderlo. Esos hijos de puta no perdonan, así marcaron territorio.

- ¿Le conoces personalemente, Aguinaga? Juraría que sí por la cara que pones.
- Pues sí, tuve el placer o el asco. Es algo parecido a lo que te pasó a ti en su día con Argote.
- ¿Y os disteis por el culo, como hicieron en Ávila estos dos?
- Martín, no es momento de bromas. Tú, Juan, cubrirás la puerta trasera de la casa. El que salga por allí que caiga. Nosotros abriremos un boquete por un lateral y entraremos de madrugada. No se esperarán nada, no os preocupéis. En teoría, él cree que los de Rajmonov le tienen protegido, pero nada más lejos, están hasta los cojones de él, y la CIA ha puesto también precio a su cabeza. Esa noche le dejarán sólo con sus diez secuaces, pero por sorpresa no tendrán nada que hacer, estarán durmiendo o montándoselo con unas putas kazakjas que tienen contratadas fijas.
Pasaron casi un mes encerrados en la casa, tenían prohibido salir por la ciudad. A los diez días Martín dijo que no aguantaba más, que estaba hasta los cojones, y Coarasa y él se marcharon de picos pardos. Cerraron un burdel para ellos solos durante cinco días de orgía, no regresaron hasta una semana después, “let it roll, baby roll”, cuando se les acabó el dinero. Al fin Aguinaga recibió la llamada y llegó el gran día. Cogieron dos Toyota Land Cruiser y partieron hacia el sur. Se apearon a tres kilómetros del objetivo cuando ya atardecía. Caminaron hasta él en silencio. Juan se acercó en la oscuridad hasta la puerta trasera y se escondió detrás de unos montones de basura que había acumulados. Los restantes tomaron posiciones, preparados para el asalto. Juan escuchó los primeros golpes y varios disparos, prendió el Walkie-talkie. Algo no iba bien, el tiroteo siguió unos cinco minutos, luego una explosión, pero nadie hablaba por el aparato. De repente escuchó a Candela gritar.
- Me cago en Dios, me han dado. Sacadme de aquí, esto está jodido.
- No podemos avanzar, esta parte de la casa está tapiada, es una trampa de los hijos de puta, aguanta, Candela, que vamos a sacarte.
- Cuidado, Aguinaga, están en el piso de arriba disparando a todo lo que se mueve, por delante no se puede acceder…

Se escuchó otra explosión y gritos. Juan colocó explosivo plástico sobre la puerta y la voló con rapidez. Entró a toda velocidad protegido por la oscuridad. El primer disparo le pegó en el centro del chaleco antibalas, pero no lo atravesó. Tragó aire, resistió el dolor apretando los dientes y continuó disparando y corriendo entre el humo que había dentro de la estancia. Luego otro tiro le rozó un hombro. Un tercero le atravesó un muslo, pero salió por la otra parte. Lanzó una granada que llevaba adherida al chaleco y se tiró hacia un lado rodando. Vio a un tío salir corriendo y le cosió a balazos mediante una ráfaga. Avanzó entre escombros y acertó de lleno en la cabeza a otro que le salió al paso. Otra bala le entró por un lateral del chaleco, pero tras rozar y romper una costilla no llegó a penetrar en su cuerpo. Subió unas escaleras y del fondo de una habitación salieron Garayo, ensangrentado, y otro tipo en calzoncillos con una automática. Otra bala le atravesó una pantorrilla, pero Juan se acercó rápido y le clavó la bayoneta de lleno entre las costillas, al estilo de la cojida del Yiyo, mató al hijoputa en el acto. Garayo le apuntaba, pero estaba herido y agilipollado, disparó dos veces contra él, pero sólo una bala le alcanzó abriendo un ligero agujero en el chaleco, sobre el esternón, que le dejó sin respiración. La herida no era profunda, pero el dolor le hizo ver las estrellas. Estaba a merced de Inaxio, pero a éste no le quedaban más balas. Entonces Juan se levantó del suelo. Sacó el machete que llevaba sobre la bota izquierda. Se acercó aturdido a Garayo. Éste intentó golpearle, pero Sans paró con una mano el puñetazo, y con la otra le golpeó en la carótida con todas sus fuerzas. Cayó al suelo cara atrás. Juan le agarró por el pelo, como a una zorra barata de burdel de carretera, le levantó la cabeza y le serró el pescuezo hasta llegar al hueso a la altura de la tercera cervical. Después él se desplomó. Se hizo el silencio y la oscuridad. Soñó que corría por el campo con su perra, y que su padre le ofrecía un trozo de chorizo con pan de hogaza, y que bebían juntos de una bota de vino mezclado con coñac.

El sol entró por una ventana y despertó a Juan Sans, que estaba tendido entre cadáveres, escombros y charcos de sangre. El silencio era sepulcral, ni rastro de nadie, sólo había muerte. Intentó levantarse, pero estaba cosido a balazos. Sacó un paquetito del bolsillo izquierdo del pantalón y se comió cuatro pastillas de un golpe. En el del otro lado llevaba un saquito con coca. Esnifó todo lo que pudo. El Walkie-talkie no funcionaba. Bajó al piso inferior, que parecía un campo de batalla. Ni rastro de ninguno de sus compañeros. Atravesó la puerta. Sólo campo alrededor. Corrió por el camino, renquetante, sólo impulsado por la droga. Detrás de unas lomas vio una casa. En la puerta un Lada destartalado. Rompió el cristal. Cuando estaba haciéndole un puente salió de la casa el propietario el coche. Juan le pegó un tiro a la altura de la ingle y otro en la tripa, casi no tenía fuerzas para apuntar. Arrancó y entonces vio aparecer por la puerta a una mujer gritando. Un tiro certero en la cabeza terminó con los llantos. Aceleró por la carretera descarnada durante largo rato, hasta llegar al control de policía de entrada a Dushanbe. Los policías le apuntaron al verle la pinta, pero uno de ellos, el que parecía de mayor rango, hizo señas para que pasara. Llegó al piso franco. Nadie. Se tiró sobre una cama. Cargó la pistola automática y la ametralladora y las apoyó contra el catre, junto a él. Durmió largas horas, quizás días. Al despertarse comió raciones de supervivencia que tenían almacenadas en un armario y se metió toda la coca que pudo, una gran cantidad que Martín había comprado a bajo precio en la ciudad para llevarla a vender a España, para calmar el dolor. Nadie le hizo la visita que él temía, la que acabaría con su vida. Las heridas cicatrizaban, ninguna era mortal. Un emisario del ministerio del interior de Tayikistán apareció cuando ya llevaba más de un mes enclaustrado. Le dijo en un inglés difícil de entender que habían pactado su salida en un vuelo del ejército americano a la semana siguiente.

Voló hasta Torrejón en aquel avión de transporte yanki. Sorprendentemente, vino a recogerle Aguinaga con un chófer del CESID, porque Esteban llevaba la pierna derecha escayolada por encima de la rodilla.

- Me sacaron inconsciente de allí. Llegué a Madrid y estuve cuatro días en una especie de coma, no me acuerdo de nada. Todo fue una trampa, pero no sabían qué día íbamos a atacar, eso nos salvó la vida. Debieron enterarse por un contacto en el burdel, aunque Martín jura y perjura que eso es imposible. Me dijeron que habías muerto, pero en cuanto se me soldase el fémur iba a ir a buscar tu cadáver, no estaba seguro, no me quisieron enseñar fotos tuyas ya fiambre. Estoy jodido físicamente, pero contento de verte. Ya me enteraré de lo que ocurrió realmente y las pagarán todas juntas. Eres inmortal, Juan Sans.
- Me duele todo. Casi no puedo ni hablar.
- Tengo que contarte algo. Argote ordenó la retirada cuando yo caí. Dicen que gritaba que no había que arriesgar, que ya estabas muerto.
- Hijo de puta, Cipote. Se querría follar a Sonia en mi ausencia…
- ……
- ¿Qué es ese silencio?
- …….
- ¿Se la ha follado?
- No podría afirmarlo. Pero ya sabes que se llevan muy bien. Ella estaba muy triste, y él ha visitado mucho tu casa. Sois amigos desde hace siglos, pero es un hijoputa con piel de cordero…
- En realidad estoy muerto, soy un zombie, Aguinaga, pero desde hace mucho tiempo, mucho antes de llegar a Dushanbe.
- Y yo soy la Bruja de Blair…
……….

Se hace de noche. El sol se está poniendo tras mi espalda. Conecto la visión nocturna en la mira. Le veo allí abajo, cenando en el patio con su familia. Dos criadas les sirven la comida. Filete de emperador con foie de trufas. El estado le paga los servicios prestados, hasta que decidan matarlo. El estado, el maldito estado. Somos títeres del estado. El estado somos todos, el estado no es de nadie. Cuánta mentira y cuánta puta frase hecha. El estado es de unos pocos, a los demás nos pueden dar por el culo. Si tienes algo que ofrecer el estado te dará lo que quieres, si no más te vale comprarte una buena pistola, o construirte un castillo inexpugnable, o pagarte un ejército con los mejores mercenarios. Pero nadie es inmune a las balas y al dinero. El dinero puede asaltar cualquier fortaleza, asediarte y matarte de sed. Roma sí que paga a traidores, tenlo en cuenta, y hay muchos hashishin esperando una soldada de oro para pagarle putas caras a su jefe, el viejo de la montaña. Afganistán, Tayikistán, Juan Sans, que os den a todos por detrás. A mi me gusta el sexo por detrás. Y las ostras, y los chicos jóvenes y vírgenes. Tal vez rapte al hijo de ese hijoputa, le suba hasta aquí y lo viole. En el fondo todos estamos hechos del mismo polvo y de la misma mierda. Y nada es lo que parece. Ahora me acuesto en mi cama de pinchos, tal vez mañana muera, qué más da. Pero no quiero morir aquí, aunque puede que sí lo haga.

Laura me despierta a lametones en la cara por la mañana. No me levanto, estoy cansado de vivir, me ladra. Órdenes son órdenes. Treinta y dos pastillas, sustitutas del AZT, remedios milagrosos. Toma, Laura, tengo uno de estos huesecillos pestilentes que parecen plástico, de esos que tanto te gustan, tengo lo que tú quieres, tengo siempre lo que tú quieres, por eso me amas…….. 


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