unlugar

Lisboa. Para que la vida pase por nosotros.

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Entramos a Lisboa cruzando el estuario del Tajo por el Puente 25 de Abril. Las efemérides son muy socorridas para poner nombre a las cosas monumentales. Me parece muy bien ese nombre para un puente, pero me gustaría más que lo hubieran llamado Puente de Los claveles; las fechas sugieren menos símbolo y más drama. La revolución de los claveles, 25 de abril de 1974, nos lleva directamente a pensar en la democracia de Portugal. Antes de los claveles lo denominaban Puente Salazar, por el señor que mandaba. Tiene que ser muy molesto que te cambien el símbolo de las cosas cuando eres parte de lo simbolizado.

La noche anterior, Mj Parker y yo, habíamos dormido en Mérida con los romanos. Saltamos al mundo de Pessoa. Recordé su retrato -tantas veces reproducido- que Almada Negreiros había pintado en 1964. Entrábamos en otro estado mental.

lisboa3La tarde de Lisboa, tranquila y amable, se ofrecía abierta para pasear sin destino fijado; por aquí y por allá. Caminábamos por la Avenida da Liberdade, por el bulevar central. Edificios de arquitectura neoclásica, poco ruido, apenas rumor de ciudad tranquila; pocas personas, todas amables. Después de tomar algo fresco en una terraza cruzamos para caminar por la acera fijándonos en las fachadas y los portales. Nos llamó la atención un, digamos comercio, no sabíamos muy bien de qué tipo; podía parecer un restaurante, un club elitista, una tienda de ropa. En la entrada, un hombre joven nos sonreía con las manos cruzadas en la espalda.

—¿Les apetece entrar?, seguro que les gusta nuestro espacio.
—Gracias, solo estamos dando un paseo.
—Entren, por favor —insistió el hombre con amabilidad—. Entren sin compromiso.

lisboa7Decidimos entrar en lo que parecía un espacio cosmopolita y caro, fuera lo que fuera que vendieran dentro. Nos acompañó hasta dejarnos en manos de una señorita que nos recibió con modales suaves y voz apenas audible. Nos indicó, más o menos, dónde estaba qué en cada nivel ofreciéndonos su ayuda si necesitábamos algo y nos dejó a nuestro aire. El espacio magnífico; diferentes niveles, diferentes estancias con diferentes ambientes. Una pequeña barra de bar art decó perfectamente iluminada, vitrinas con ropa de mujer, ropa de hombre, zapatos y bolsos, restaurante; todo excesivo. Un capricho de una señora, hija de un señor de una familia riquísima. A ver qué ciudad no tiene una o dos familias riquísimas, o incluso tres. En fin, anduvimos arriba y abajo por aquel laberinto ordenado, tomamos un cóctel a la manera del barman acompañado de media docena de ostras y nos dispusimos a irnos.

—¿Desean una reserva para esta noche?
—Gracias, es usted muy amable, pero tenemos la cena comprometida.

La señorita de voz de iglesia nos entregó una tarjeta y nos acompañó hasta la puerta. Salimos de nuevo a pasear bajo los plátanos mientras caía la tarde.

lisboa6En el hotel habíamos preguntado por algún sitio recomendable para cenar a lo portugués. Nos recomendaron una taberna que no estaba lejos del hotel, se podía ir andando. Caminamos en paralelo a la Avenida da Liberdade entre pequeñas callejuelas. A los pocos minutos nos plantamos delante de la dirección indicada, el aspecto del sitio no nos produjo gran entusiasmo. Miramos a través de la puerta y de la cristalera, el local pequeño y poco iluminado parecía estar con todas las mesas ocupadas. Dudamos si era el sitio que nos habían recomendado; pero sí, era ese, «Taberna Anti-Dantas», en cualquier caso, estábamos dispuestos a marcharnos porque no parecía que pudieran darnos mesa. En estas estábamos cuando escuchamos la voz grave de un hombre que desde la acera de enfrente nos preguntaba si éramos españoles. El hombre, de edad avanzada y vestido de una manera desigual, fumaba un cigarro sentado en el bordillo.

—Me gusta mucho España, voy mucho —nos dijo el hombre—, tienen un gran rey; bueno los dos, el padre y el hijo, aunque a mí me gusta más Juan Carlos.

La conversación espontánea del hombre nos estaba interrumpiendo decidir si entrábamos a probar suerte o nos marchábamos. El hombre continuaba hablando de las bondades de España y la monarquía y no veíamos modo de cortar aquello.

—Ustedes son monárquicos, ¿verdad?

En ese momento vi la oportunidad de poner fin a la conversación que no nos llevaba a ninguna parte. Me incliné ligeramente hacia él, sin mover los pies, en un gesto de amable confidencialidad.

—Discúlpenos, pero evitamos hacer comentarios sobre los asuntos de familia; no es procedente.

El hombre nos miró con los ojos muy abiertos girando la cabeza alternativamente hacia Mj y hacia mí; no sin cierto desconcierto nos tomó suavemente por los codos aproximándonos hacia él para hablarnos casi susurrando.

—Por supuesto, por supuesto; lo comprendo. La intimidad de la familia es sagrada.

lisboa4Estábamos dispuestos a despedirnos cuando cambió a una actitud de entusiasmo proactivo.

—¿Pensaban cenar aquí? ¿Les gusta el pescado? —dijo el hombre—, ¡hacen la mejor sopa de pescado de Lisboa! No se preocupen, esperen un momento.

Entró en la taberna y comenzó a hablar con uno de los camareros. El camarero gesticulaba negativamente mientras el hombre con un ademán rotundo dio por acabada la conversación.

—Pasen, pasen; ahora mismo les preparan una mesa.

Tal como había aparecido desapareció. Sin darnos cuenta nos vimos sentados en una pequeña mesa pegada a otra pequeña mesa, codo con codo, con unas señoras portuguesas que mantenían una animada conversación.

Llegó el camarero con sendos platos coronados por una hogaza de pan de tamaño medio a la que le habían quitado toda la miga dejando solo las paredes de la corteza a modo de cuenco. Le agradecimos que nos hubiera dado mesa y la prontitud en atendernos. Nos explicó entre risas que el señor que estaba sentado en la acera era el propietario del negocio y que lo tenía arrendado a él mismo y a su compañero y socio. A continuación, trajo una enorme olla humeante con un cucharón metido adentro, ahí estaba la sopa de pescado. Sin instrucciones claras aquello resultaba enigmático. Las dos señoras portuguesas de al lado nos miraban sonriendo y una de ellas se decidió a explicarnos el asunto. Sencillamente teníamos que verter el cazo de sopa en el interior de la hogaza de pan y disfrutar de la cena. Posiblemente haya sido una de las mejores sopas de pescado que he tomado nunca, mi único temor se centraba en controlar cualquier fisura en la corteza por la que pudiera derramarse el caldo y ponerme perdidos los pantalones. No sucedió nada fatal, aunque poco a poco el pan se fue reblandeciendo y ya en la segunda vuelta, al verter más sopa y pescado la corteza parecía algo menos consistente; cosa muy agradable porque podías pellizcar los bordes de la hogaza a modo de acompañamiento.

La sala estaba empapelada con portadas de revistas de los años 70, francesas, portuguesas y algunas españolas; fotografías, carteles, recortes de periódico y lo que parecía la portada de un libro que decía: «Manifesto Anti-Dantas», firmado por José de Almada Negreiros. Caímos en la cuenta de que estaba firmado por el pintor del retrato de Pessoa y que el título daba nombre a la taberna. A los postres le preguntamos al camarero sobre el nombre del local y la portada del manifiesto colgada en la pared, y nos contó la historia.

lisboa5José de Almada Negreiros fue un artista circular. Ese tipo de artista que mira con ojos propios y ajenos, de los que acometen cualquier aspecto del Arte. No tenía muchas referencias de Almada Negreiros además de saber que fue poeta y el pintor que había retratado a Pessoa y fundador con él y Mário de Sá-Carneiro de la revista Orpheu. Pintor, poeta, ensayista, bailarín en París; diseñador, coreógrafo y dramaturgo, dibujante e ilustrador en Madrid que compartió tertulias en Pombo con Ramón Gómez de la Serna y la generación del 27. En fin, un modernista en toda regla y más allá, futurista seguidor de Marinetti.

En paralelo, Júlio Dantas, academicista de la cultura portuguesa, escritor y ensayista, tuvo el atrevimiento de criticar la modernidad imparable que se reflejaba en las artes desde la revista Orpheu. Almada Negreiros no se lo pensó dos veces y escribió en 1916 el «Manifiesto Anti-Dantas» donde criticaba, o mejor atacaba de forma implacable, la ranciedad académica que se oponía a las vanguardias artísticas. Le dedicaba a Dantas cosas de este estilo:

«¡Una generación que consiente ser representada por un Dantas es una generación que nunca ha sido! ¡Es una reunión de lo pobre, de lo indigno y ciego! ¡Una horda de charlatanes y de los vendidos, los cuales valen menos que cero! ¡El Dantas nació para comprobar que no es porque uno pueda escribir, uno sabe cómo escribir! ¡El Dantas sabe la gramática, sabe la sintaxis, sabe medicina, sabe cómo preparar la cena para los cardenales, sabe todo salvo escribir, pero es lo único que hace!».

Negreiros también dijo cosas como: «Nosotros, los futuristas, no sabemos Historia, sólo sabemos de la Vida que pasa por Nosotros». Desde ese punto de vista, concluimos, Mj Parker y yo, que Lisboa es una ciudad en la que podríamos dejar pasar tranquilamente la vida.

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