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Maldivas, ¡qué tranquila es la vida en una isla paradisiaca!

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¿Qué es lo primero que piensas cuando escuchas hablar de Maldivas? Probablemente tienes la imagen de una playa tropical sobre la que rompe el sonido de las olas, donde el sol ilumina las aguas turquesas y cristalinas, repletas de vida marina, de tintes rojizos hasta que se pierde en la línea del horizonte, invisible entre el cielo y el mar, dibujando la sombra de las rocas en la arena blanca y fina que se incrusta entre los dedos de los pies, mientras descansas tranquilamente en una hamaca en bikini con un cocktail servido en un coco alrededor de palmeras. ¡Qué tranquila es la vida en una isla paradisiaca!

Quizá no sepas exactamente donde se encuentran. Incluso es posible que pronuncies Maldivas y Malvinas indistintamente. Es difícil saber si estos sitios existen realmente o están idealizados, pero la imaginación siempre está ahí. Al menos, esa es la idea que tenía yo antes de ir allí.

Fuera de la ficción, existe un país formado por un conjunto de islas agrupadas en atolones en mitad del océano Índico donde refugiarte del estrés de la vida cotidiana llamado Maldivas. Mi interés por este lugar vino marcado, como tantos turistas, destino especial de viaje luna de miel, por descubrir de primera mano su riqueza submarina, pero especialmente por el deseo de conocer la vida diaria de los habitantes locales de tan recóndito lugar. Viajando desde India, con una semana libre para explorar, quise buscar un lugar seguro y tranquilo para practicar el buceo y desconectar del mundo.

Durante un par de días tuve la tentativa de abortar la misión. Los precios, tal como tenía entendido, abusivos. Afortunadamente y gracias a un buen consejo, no abandoné mi empeño hasta que encontré exactamente lo que estaba buscando.

En términos generales, en Maldivas existen unas islas dedicadas a concesiones a empresas privadas que funcionan como resorts, destinadas al uso exclusivo de turistas en las que los locales no tienen derecho a residir; otras islas pobladas por lugareños, y un tercer grupo de islas diminutas, deshabitadas. Las islas exclusivas están sembradas de cabañitas construidas sobre el mar con suelo de cristal a orillas de la playa, cobijo para turistas también exclusivos. Me comentaron el caso específico de la isla que se veía a lo lejos, reservada recientemente durante dos semanas para las vacaciones de la familia real de Arabia Saudí, incluyendo los alrededores de la costa para prevenir la intromisión de posibles paparazzis, privando a los locales de hacer usufructo del mar en sus actividades diarias como la pesca o el buceo, por la friolera cantidad de 2 millones de dólares para el país, opcion muy alejada del alcance de mi bolsillo.

La República de las Maldivas ha visto florecer su economía gracias al turismo, que constituye su actividad principal. Esta fuente de ingresos, sin embargo, se percibe como una expropiación de los recursos naturales de la mano de grandes inversores extranjeros, así como una privación de los derechos para sus habitantes, que han comenzado recientemente la explotación de este sector.

Antigua colonia portuguesa, holandesa y finalmente británica hasta el año 1965, sorprende la separación de la población que habla inglés de la mayoría de la población local.

maldivas2Mi lugar elegido fue Maafushi, una isla de alrededor de 2000 habitantes, capital del atolón sur, que está experimentando un crecimiento económico debido a la proliferación de un nuevo turismo, con alojamientos llamados guesthouses, que atraen a un público menos exclusivo, gracias a nuevas regulaciones para dinamizar la región después de los efectos devastadores del tsunami en 2004. Desde entonces, sus habitantes ven la oportunidad de diversificar sus actividades debido a que el capital inicial de inversión es menor. Durante mi estancia se celebró el segundo aniversario de uno de estos establecimientos al puro estilo local: comida típica a base de arroz y pescado, carrera de cangrejos, deporte por excelencia de los viernes por la tarde, y sesión de discoteca índico-occidental de la que disfrutaban los locales de forma mayoritaria, un acontecimiento inusual para ellos.

Rompiendo con mis ideas preconcebidas, pasear por la playa en bikini tan sólo es posible en zonas acotadas para turistas.  Además, el alcohol está restringido a las islas-resorts. La religión oficial es el islamismo, y la sociedad conserva su carácter tradicional. Las mujeres van con el cabello cubierto y el alcohol, según comentan, es una sustancia dañina y su consumo es perjudicial para la convivencia. Como la mayoría de prohibiciones categóricas, puede conseguirse en el mercado de contrabando, con posibles penas de hasta 6 años de cárcel. Beber un vaso de vino (omitiendo las condiciones de fermentación/destilación y calidad final) tiene el mismo efecto social que el consumo de la droga más letal. ¿Cuál es por tanto el límite entre la legalidad, la percepción de la sociedad, variables según los países y culturas y la salud, consecuencia latente por igual para todos los seres humanos?
 
Mi experiencia debajo del mar es irrepetible, con inmersiones alrededor de la roca para ver la increíble densidad del arrecife de coral, donde estaba Nemo, el pez payaso, con todos sus amigos. En el azul de la inmensidad del mar, escena National Geographic: un atún devorando a un pececillo apercibido entre sombras. La inmersión más compleja desde el punto de vista técnico: nadamos en corrientes por un canal en medio de montículos submarinos que no llegaban a desembocar en islas, donde bancos de peces de todos los tamaños se sucedían, contando incluso con la presencia de varios tiburones. Es muy impresionante estar a poco más de un metro de distancia de uno de ellos y ver co<ómo queda suspendido fuera de la corriente, totalmente inmóvil, y, de repente, gira rápidamente todo su cuerpo y se queda mirándote fijamente, hasta que vuelve a cambiar de rumbo y comienza a alejarse lentamente.

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Probablemente uno de los momentos más especiales y menos esperados ocurrió durante la práctica del snorkel. Con un cielo cubierto de nubes y una lluvia densa, el barco se aventuró a salir del puerto. Una vez alejados de la civilización, el espectáculo natural comenzó. Aquellas formaciones que no llegan a emerger para convertirse en islas plagadas de coral y vida marina estaban al alcance de mis dedos. Acercándome sigilosamente, abriendo la palma de la mano con los dedos bien separados como el toque “Abra cadabra” de un mago, todos los pececillos se escondían entre las anémonas.  

De repente, desde la superficie se divisa un relámpago impactando en el mar. En su interior, bancos y más bancos de peces rodeándome inician un descenso vertiginoso hasta desaparecer en las profundidades. A derecha, a izquierda, los peces se mueven en todas direcciones. Fuera, tan sólo la compañía del barco en la lejanía. Sin preaviso, noté algo que se movía lentamente acercarse desde el coral. Ahí estaba, una tortuga marina, nadando apaciblemente en su hábitat. Estaría un minuto, cinco, una eternidad, nadando en paralelo con aquel ser. El buceo me provoca una sensación de encuentro conmigo misma al ser consciente de mi propia respiración. Aquel momento fue una fusión con la naturaleza.

Sin dejar de sorprenderme por estos tesoros marinos sobrecogedores, mis compañeros me señalaron algo que había pasado desapercibido para mí. Había una parte muy importante de coral de color blanquecino. Teniendo en cuenta que desde mi ingenuidad estaba desbordada de colores, no le di mayor importancia. Sin embargo, para ellos es un acontecimiento fatídico. En el año 1994 la temperatura del mar subió de los 39ºC a los 40ºC. Este cambio, que a simple vista carece de importancia, provocó la muerte de numerosas especies de coral, seres que necesitan centenares de años para regenerarse. Las consecuencias de El Niño son todavía hoy patentes.

Desde el punto de vista natural, mi imaginación infravaloró el deleite del atardecer en playas desérticas, las noches a la luz de la luna llena escuchando únicamente el sonido de las olas, la lluvia que empapa pero que el calor, veloz, seca.

Según parece, las estaciones están bien diferenciadas no por la cantidad de precipitaciones ni por las temperaturas, sino más bien por el tamaño de las playas, que, según los vientos del monzón, le dan la preponderancia ora a las del levante, ora a las del poniente de la isla.

Este fenómeno, más o menos predecible, constituye el pasatiempos de la población local y su vida modesta y serena, impasible frente a cualquier explicación adicional e indiferente a todo lo que ocurre en el exterior, incapaz de percibir la vulnerabilidad de sus costas y el peligro incluso de su desaparición. ¡Qué tranquila es la vida en una isla paradisiaca!

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