lorens

Gracias a ti

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No hay nada como un trago de cerveza fresca para disfrutar de una tarde de verano. En la terraza de un bar en el casco antiguo, Leonor observa el vaivén de gentes de todas las edades y clases sociales con esa fragancia de euforia que invade las calles, preparándose ya para el inicio de las fiestas locales. Es la primera vez que está aquí en estas fechas, pero tiene la sensación de que no va a ser la última.

Un niño pasea junto a su madre empujando un carrito de bebé, desplegando sus alas de súper hermano mayor. El pastor alemán ladra con fuerza. Quiere volver a casa, no está acostumbrado a tanto jaleo. Aquella mujer que siempre está en el balcón ha salido acompañada de su hijo, que la visita por unos días. Un grupo de adolescentes pasa de largo intercambiándose gritos y empujones. La pareja de enfrente se mira con ojos de complicidad. La alegría se contagia.

gracias a ti 2Hace mucho tiempo que Leonor no percibía realmente la presencia de todas estas vidas, sumida en su propio destino. De pronto, su mente se abruma de recuerdos: el helado que se tomaba cuando su abuelo la recogía de la piscina en verano; las horas muertas que se pasaba jugando a cocinitas con su hermana. Una niña pasea y entrecruza su mirada inocente con ella. Las tardes interminables de futbolines con sus amigas, esa vez en la que durmió durante más de un día seguido porque había estado en un festival; el día en que salió del cine y no quería volver sola a casa porque le entró la paranoia de que alguien la estaba persiguiendo, los momentos surrealistas con los compañeros de trabajo. Está sola, pero con la maleta llena.

Sin darse cuenta la envuelve una sensación de nostalgia a la vez que de gratitud hacia todas aquellas personas que tanto le han aportado durante este tiempo pese a que no estén ahora mismo con ella pero esta añoranza también le recuerda que la silla de enfrente está vacía.

De nuevo comienza a cuestionarse qué está haciendo ahí, si realmente es lo que quiere, si merece la pena volver a empezar. La niña vuelve la vista al frente y en un abrir y cerrar de ojos se le cae el helado al suelo y comienza a llorar. Es ahora cuando las voces oscuras de la infancia susurran a Leonor que deje de construir sueños de papel que nunca se van a cumplir. La madre de la niña la agarra del brazo con fuerza, desestabilizándola. Ella da un respingo con la baldosa que sobresale de la acera y mira al suelo, triste. Otra vez resuena esa risita burlona que recuerda a Leonor, bajo argumentos autoritarios, que, por mucho insistir, las cosas nunca van a cambiar y mejorar, que no es nadie especial, que no se preocupe por las injusticias y no trate de luchar por combatirlas. La madre aligera el paso y le pasa la mano a su hija por el hombro, empujándola para asegurarse de que no vuelva a llamar la atención. Se alejan. El eco disfrazado de susurro resuena en su interior de nuevo, tranquilizándola para justificar que tan sólo la gente con suerte consigue aquello que se propone y que la perseverancia no tiene ningún valor. Este trago de cerveza supo amargo.

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Entonces, un escalofrío recorre su cuerpo, una mezcla entre melancolía, angustia, orgullo y agradecimiento. Melancolía por haber estado sumida durante tanto tiempo en una rutina inerte, vacía de sueños. Angustia por el nuevo horizonte invisible, el salto al vacío, lo desconocido.  Orgullosa de estar ahí, observando de nuevo el mundo con la misma mirada inocente de la niña que se aleja. Y agradecida a ti, a cada una de las voces de ese coro interior que siempre la acompaña y que con los años ha pasado a convertirse, involuntariamente, en su afición más incondicional, aquella a la que se ve inevitablemente incitada a contrariar y de la que recibe la fuerza necesaria para perseguir metas cada vez más difíciles de alcanzar.

Un brindis y... ¡gracias a ti!

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