lorens

No hay vuelta atrás

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Semáforo rojo. No sé por qué siempre que tengo prisa.  Están todos los semáforos en rojo. ¡Además, con lo que tarda éste en ponerse verde!

En el rato que estoy esperando miro al reloj unas cuatro veces, básicamente para asegurarme de que llego tarde, porque el hecho de mirar tanto qué hora es no me va a dar poderes divinos para alargar el tiempo.

Hoy es mi último día de clase y nos han dado los exámenes para revisar. Con gusto me hubiera quedado por más tiempo, como suelo hacer siempre que tengo oportunidad, pero esta vez estoy de despedida. Y apurada como siempre.

atras2El muñeco destellante me avisa para que me prepare antes del pistoletazo de salida. ¡Allá vamos!

Es innegable decir que no estoy nerviosa. Me da una vergüenza profunda. Durante mis primeros años en la gran ciudad compartimos un montón de debates sobre temas científicos, teorías económicas, estrategias políticas, viajes. Él siempre tenía alguna idea o experiencia que aportar y yo mucha sed de aprender. Nos entendíamos bien.

Me acuerdo de la tarde que nos pusimos a mirar las estadísticas sobre el origen de la energía en España. ¡Cómo olvidar el primer día que me enseñaste los planos estructurales de la refinería, que con tanto esmero me explicaste! Tenía previsto llegar a casa a comer, pero aparecí a la hora de la cena, tarde para no variar.

Es un cambio de etapa. Es importante cerrar este asunto pendiente que en caso contrario siempre llevaré a cuestas.

Por fin giro la esquina hasta llegar al bar en el que habíamos quedado. Estaba de espaldas pero, a pesar de llevar varios años sin verle, su porte era inconfundible.

- Hola Raúl, ¿Qué tal estás? Siento el retraso. He salido lo antes posible, pero el último día siempre se alarga un poco más de lo normal, le dije con voz jadeante por la carrera que había hecho desde el semáforo, lo cual no estaba del todo mal porque me ayudó a disimular mi nerviosismo.
-  Veo que sigues siendo la chica ocupada de siempre. Me podía imaginar que hay cosas que nunca cambian, contestó con ironía.

"No me voy a enfadar por esto", pensé. "Al fin y al cabo, tiene razón". Respiré profundo y agarré las asas de la mochila para dejarla en una silla y sentarme. En ese momento sentí que me estaba haciendo una inspección visual de arriba a abajo. Sorprendentemente, volví a sentir la misma cercanía que de costumbre.

- Me alegra verte así de bien. Creo que te está sentando muy bien el cambio de aires. Brillas con luz propia, -exclamó-.
- ¡Oh Dios mío! -pensé-. Yo venía a disculparme y me encuentro rodeada de halagos.

atras4Poco a poco, la conversación fue tornándose cada vez más familiar. Como no podía ser de otra manera, nos contamos qué había sido de nuestra vida durante estos últimos años desde que le perdí de vista.

Al parecer él también había desaparecido. Se fue a Holanda durante un par de años. Durante la crisis, la empresa hizo recortes y eliminó a la mayor parte de la plantilla de Madrid. Sin embargo, con él querían seguir contando y le ofrecieron esa posibilidad.

- Entonces me acordé de ti  -se sinceró-. Tú siempre has tenido mucha predisposición a descubrir el mundo, aprender idiomas. Eso es algo que siempre me ha dado algo de vértigo. Mi inglés... ya sabes, es mejorable. En la empresa me dieron clases intensivas, pero, aun así, tú siempre has sido mejor ahí.

De repente, mi mente dio un vuelco estrepitoso. ¡No podía creer lo que estaba escuchando! Él era perfecto: inteligente, galán, divertido, educado, alegre... podría estar horas enriqueciendo esta lista. Sin embargo, me acababa de decir que valoraba una cualidad en mí. Yo, que me sentía insignificante a su lado, vaga cuando salía a correr por las mañanas y me quedaba en la cama, desordenada cuando miraba su armario, derrochadora cuando me demostraba que lo esencial no necesita envoltorios bonitos ni caros.

Instintivamente, mi cuerpo reaccionó y me sonrojé. Sentí un calor intenso que me llegaba hasta la punta de las orejas. Lo tuvo que notar, pero disimuló.

Siguió hablando de sus vivencias, la gente que conoció. Me alegraba que un alma solitaria como él hubiera encontrado una burbuja de estabilidad allí. Es lo que necesitaba y siempre busca.

Me quedé sin palabras. Quería disculparme por mi desaparición repentina, por no presentarme a las citas cuando habíamos quedado. Me sentía tan insignificante que el mero hecho de quedar me consumía en un estado de alerta constante que no podía controlar. Por eso decidí cortar de raíz.

atras3Nunca tuve el valor de compartirlo. Aún hoy creo que es un argumento lo suficientemente banal como para que no sea tomado como verdadero. Siempre me he considerado muy práctica. Quizá por eso el exceso de teorización hacía que me perdiera en un laberinto imaginario de cifras e ideas irreales, sintiéndome cada vez más y más raquítica.

- Por cierto, supongo que esta maleta te suena. La he traído con todas las cosas tuyas que dejaste en casa sin venir nunca a buscar, -señaló, trayéndome de nuevo a la conversación-.

Abrí mi bolsa plegable negra que solía usar para los viajes de fin de semana y vi una chaqueta que sí había echado en falta, los pantalones negros que siempre llevaba en los conciertos. Ciertamente había muchas cosas, pero yo no me acordaba de que todo eso se había quedado en el camino, daños colaterales. En mi mente, por alguna razón, se había construido un túnel oscuro que no permitía ver más allá que una luz al final. Por eso huí sin previo aviso, sin razón.

Había quedado para cerrar una etapa y despedirme, pero no lo hice. Quizás porque desconocía por completo que había logrado un impacto positivo que de alguna manera desacreditaba todavía más mi complejo de enanismo, quizás porque realmente las etapas no se tienen que cerrar y son un poso que poco a poco nos curte en la vida.

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