a propos

Haruki Murakami

¿Quién es exactamente Haruki Murakami? Escuché y leí muchas cosas sobre él antes de enganchar sus libros, muchas de ellas dichas por gente supuestamente muy sensible y feliz, sonrisas “Licor del Polo” amantes del fresco y silencioso pero lúgubre ambiente sushi-japo. Odio el sushi y me cuesta entender por qué os dejéis tomar el pelo pagando una pasta por comer pescado crudo. Esa clase de lectores y espectadores suele provocarme repulsión, de salida. Buscan un sentido naif de la existencia, adoran decir “qué bonita es la vida” y les gusta echarse colonia por garrafas incluso en la entrepierna. Yo prefiero el olor a sudor, me pone mucho más. Además, soy detractor hasta la médula del cine “oriental”, pocas veces me llega y la mayoría de ocasiones me repatea y hepata. Pero he de reconocer que Murakami es algo extraño y peculiar entre sus filas, es un tipo atípico, quizás eso me atrajo en un principio. Su visión de la realidad nipona está plagada de brochazos medulares provocados por la cultura “occidental”, retazos inconscientes de nuestro mundo situado al otro extremo del globo del suyo. Quiera yo o no esa es la realidad que comprendo, o al menos la que tengo esperanzas de poder comprender aunque sea tangencialmente.

Tampoco es que yo sea amante o forofo del realismo mágico. ¿Se me nota, no? Murakami lo ha aplicado en sus escritos como una fórmula mágica e infalible para calar en idiotas y en listos. Hay que ser bobo para creer que el sentido de nuestras vidas está en los sueños. Pero no es culpa de don Haruki que vosotros seáis tan crédulos con las chorradas oníricas freudianas que se os venden como ontológicas. Los sueños están muy bien, sobretodo cuando no los recuerdo cuando me levanto por la mañana. Los sueños son caos, no orden, no valen como mapa para seguir la ruta vital.

Las escenas de Murakami parecen todas desarroladas en los pasillos de un aeropuerto, con una suave música ambiental de fondo, todas son inodoras e incoloras, suceden entre paredes beiges y suelos blancamente impolutos, sus wateres no huelen a pis sino a ambientador de limón o de lavanda. Sus personajes cagan ambrosía, mean colonia, jamás se tiran pedos que no huelan a rosas y comen con la boca cerrada herméticamente, sus coches no hacen ruido, ningún gachó ni gachí de sus historias tiene problemas económicos y si raramente los tienen se resuelven por arte de magia, y siempre eyaculan con suavidad, practican un sexo perfectamente profiláctico y ellas reciben los lechazos en la cara como un don divino, y nadie nunca dan un grito ni sueltan un taco (esto no es una exageración en absoluto, ni uno). Incluso una escena de tortura (“Historia del pájaro…”…. no voy a decir el título entero porque me encocora) puede resultar como la narración de unos ejercicios espirituales con sor Teresa de Calcuta. 

murakami2Dice Murakami que, tras unos años desarrollando diversas profesiones, un día de buenas a primeras se propuso escribir una novela. Así, sin más. Se internó en el inefable mundo de la literatura como un absoluto neófito, como un explorador camino de la Antártida en solitario. Tuvo que aplicar sobre sí mismo un estilo de vida metódico. Murakami es método. “De qué hablo cuando hablo de correr” es el libro más revelador sobre su forma de pensar. Es individual, se interna en mundos paralelos para darles su propio toque, su visión y aplicarlos a su existencia. Su cuerpo se deforma y se transforma en cada tránsito vital.

Parece a simple vista que soy detractor a ultranza de Murakami, pero nada más lejos. Soy un ser más enganchado a sus historias. Me siento totalmente ajeno a ellas, pero no puedo pasar largo tiempo sin introducirme en su mundo. Me ha hecho desear viajar a esos paisajes gélidos japoneses. Cada cierto tiempo me llama y no soy capaz de resistir su poderoso influjo, por mucho que mi planeta haya sido siempre uno muy lejano al suyo. Quizás sea por eso la atracción que ejerce sobre mí. Sueño con viajar a Sapporo bajo una fina nevada, en coger el tren bala, en recorrer las callejuelas atestadas de rostros sin nombre del viejo Tokio. En pasear de acá para allá como sus etéreos personajes, flotando a pocos centímetros del suelo sin plantar los pies. Sueño con soñar como ellos sueñan, y con vivir situaciones a medio camino entre la realidad y lo onírico, con no distinguir por un rato los límites de ambas esferas.

Os sugiero que empecéis desde el principio para desentrañar sus claves, por “La caza del carnero salvaje”. Aunque también os diría que las historias de Murakami carecen de claves y de respuestas, de soluciones, porque sus personajes flotan arrastrados por la marea humana, en el fondo lo mismo que nosotros a miles de kilómetros de distancia vital de ellos. La respuesta al enigma Murakami es que no hay respuesta, todo es un eterno dejarse llevar a través del silencio de la muchedumbre rugiente de las ciudades-avispero-enjambre modernas.


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