Prince está vivo
Prince está vivo. No es una licencia poética, es que creo que no ha muerto. No puede haber muerto. I just want your extra time and your… kiss. No es posible. Jehová no lo permitiría. Creo que el enfant terrible de la música popular aparecerá en una rueda de prensa televisada en directo para todo el mundo en la que contará que sigue respirando. Y a todos se nos quedará cara de idiotas. O a lo mejor no, a lo mejor simplemente ha decidido mandar todo a la mierda. A lo mejor ha elegido apartarse de los flashes para siempre y pasar en resto de sus días en una cabaña, rodeado de secuoyas y osos grizzlies. Puede ser. Porque eso de que ha fallecido a los 57 años de una gripe, de sida, asesinado o por sobredosis de opiáceos... no hay quién se lo crea.
A menudo se usa la palabra genio para referirse a cualquier capullo. En el caso de Prince el término está más que justificado. Es más, es uno de los pocos casos en que incluso se queda corto. Porque lo de este extraño chaval desarraigado y escuálido solo puede explicarse teniendo omnipresente su genialidad, su indudable talento que nos ha legado un tesoro inmortal en forma de canciones, una música indescriptible que supera de largo la de sus amados Sly and The Family Stone o el gran James Brown. Prince pergueñó un extraño microcosmos que tasciende a la onda sonora, creó una cosmogonía propia en la que se dejó media vida, mientras se alimentaba solo de espaguetis mientras nos cantaba Superfunkicalifragisexy y proclamaba la supremacía del amor de Dios. Amén.
Creo que comencé a creer en Dios en serio a partir de descifrar el álbum Lovesexy (1988), una catarata funky de espiritualidad y amor por la vida, un canto al ser humano desde una aparente trivialidad. La desesperación que atenaza a todos los hombres lúcidos. Un lanzagranadas ruge en un cielo de televisión. Dime cuántos hermanos jóvenes deben morir. (Dance On). A partir de ahí su carrera experimentó un gigantesco in crescendo hasta esa obra maestra de la música que es Love Symbol Album, de 1992. Antes, desde el For You de 1978 el Mozart de Minneapolis nos había deleitado ya con estupendos discos funky, donde su característico falsete y sus excepcionales guitarras, además de una soberbia e inimitable sobreinstrumentación y unos arreglos casi dadaístas, fueron definiendo su estilo
Cuando murió Michael Jackson sentí que Prince se había quedado sin su rival directo, sin el estímulo que les llevó a enfrascarse en esa batalla absurda pero maravillosa de a ver quién era capaz de dar más conciertos seguidos. El bueno de Michael, que bautizó a sus hijos con el nombre del Principito de Minneapolis, falleció extenuado en el camino. Uno de los iconos de la nueva música del siglo XXI dejaba vía libre al príncipe del funk. Cuando murieron Lux Interior, Lemmy Kilmister, Scott Weiland, Joe Cocker y David Bowie sentí que el rock and roll se quedaba sin los referentes de aquella nueva generación que honraba a los pioneros, a monstruos como Little Richard, Chuck Berry o Jerry Lee Lewis. Me quedé sin aliento, sintiéndome demasiado viejo, muriendo un poco con ellos. La nueva música y la vieja música perdían su quintaesencia. No hay relevo. Kurt Cobain se había pegado un tiro ya en aquel lejano 1994. No hay músicos, solo maniquíes de revista sin alma como Lady Gaga o Beyoncé… o grupos de hilo de ascensor como Coldplay o Radiohead.
Prince se adelantó a todo. Pionero en la distribución de su material en Internet, sufragó un ejército de guardianes para que nadie colgara material suyo en Youtube o en Spotify de gratis. Quería que le pagaran por su trabajo. Creo que tenía toda la razón. Sabía de lo que hablaba, después de su novelesco litigio con la Warner, lo que lo condujo a aquel estrafalario episodio de sus cambios de nombre. Ya le habían chuleado demasiado. Esto le llevó a actos maravillosos como a componer la sublime Sexy Motherfucker para joder a sus patrones, todo un escándalo en la bienpensante Norteamérica de los noventa.
En cierto modo has revivido en el mundo. Desde el día de tu muerte me acuesto a las tres de la mañana viendo actuaciones acojonantes en directo, de las muchas que ha dado. Mi mujer está empezando a preocuparse. Por las mañanas llego siempre tarde a la guardería con el niño. Por el momento hay material de sobra en la red para sobrellevar este luto. Incluso está disponible aquella controvertida actuación en aquel infame programa de Miguel Bosé en TVE1. A veces me siento como un niño huérfano, le gritabas al mundo. Mierda, no puedes haber muerto. Espero que te hayas comprado una mansión en la luna y nos sorprendas a todos con el primer concierto de la historia desde la luna. Mira arriba en el cielo, es tu guitarra. Baila.
Mi primer contacto con el genio de Minneapolis fue con Batdance, la banda sonora de la peli de Tim Burton de 1989 dedicada al hombre murciélago. Y es que en mi caso primero fueron los cómics y después la música. Mi fervor por el lado oscuro de Bruce Wayne me condujo hasta Prince. Él me llevó a James Brown, a Wilson Picket, a Lee Dorsey, a Bo Diddley, a John Lee Hooker, al jodido Little Richard… y ya nunca me detuve. Incluso dejé de lado aquellas emocionantes historias del Señor de la noche. Porque Partyman, Trust o Electric Chair eran música de otra galaxia. Aquello era gloria bendita, harina de otro costal. Nada transmitía tan buen rollo y de forma tan profunda, te traspasaba el hipotálamo. Droga sincopada. Y todo se me juntó. Porque la modermidad y la insultante frescura de aquel tío minúsculo chocaban frontalmente con aquel mundo mío gris y chabacano. ¿Cómo escuchar aquellas canciones y seguir soportando la triste oscuridad de los bares, la patética insustancialidad de Tomás de Aquino o Yeats al lado de aquelllos paisajes sonoros insultantemente revolucionarios? Escuchaba Parade rodeado de tapas de tortilla, bañadores por los tobillos y viendo monjas por la calle y me sentía todavía más desarraigado. Me daba vergüenza que mis amigos, hinchas de los Guns and Roses en el mejor de los casos, descubrieran mi amoroso reverso púrpura. ¿Cómo iba aquel chico de aquel pequeño pueblo del Noroeste de la Península Ibérica hacer ostentación de su devoción absoluta por el andrógino astro lila del funk moderno? Y así, llevé mi devoción por el gurú de la música negra de forma más o menos privada. ¿Qué podía hacer yo? Sigo sin saberlo
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Hasta que en 1993 cambió todo. Prince vino a Galicia. Lo vi en Santiago en aquel memorable concierto del Monte do Gozo con motivo del rollo del Año Santo. La época de la gira del Love Symbol Album. Una pasada. Recuerdo que había leído en el periódico que Prince había pedido a sus fans que acudieran vestidos de negro o de blanco. Mi amigo Jose y to fuimos de escrupuloso luto. Toño fue íntegramente de blanco, él es así. Aquel momento marcó el clímax de su carrera para mí. A partir de entonces, tras su divorcio definitivo de las grandes discográficas, fue entrando en un agónico declive, acentuado por la dramática muerte de su único hijo con la sensual bailarina Mayte García. Y su conversión en Testigo de Jehová apagó su lado más funky y gamberro. Aún así, el Príncipe nos ofreció destellos de su grandeza en joyas como Musicology o 3121. Pero fue el soberbio Plectrumelectrum el que me hizo recuperar por completo las esperanzas en el genio creativo del hacedor de obras maestras como Diamonds ans pearls o Sign o´The Times. En 2014 Prince firmaba un disco de puro rock and roll, guitarrero a más no poder, una especie de Jimi Hendrix de Minneapolis acompañado por un grupo de chicas que hará las delicias de cualquier amante del rock. El disco pasó desapercibido a pesar de ser el mejor trabajo de Prince desde los noventa, como ocurre con tanta buena música.
Cuando 1999 parecía tan lejano tú le cantabas al fin de una época. Ya no me despierto cada mañana manteniendo esa ínfima esperanza de que estás ahí, haciendo música entre la oscuridad púrpura de Paisley Park. Mi vida ha muerto un poco contigo. En los especiales de Nochevieja tendremos que soportar a Lady Gaga, Beyoncé o a Bruno Mars, sucedáneos de mala calidad. Escucho Alphabet Street, Tambourine o It's gonna be a beautiful night y hay un trasfondo triste que cubre esa música vitalista y maravillosa. Pequeño gran Mozart de los hermosos ojos negros. Como en otros grandes hombres una lucha a muerte en tu interior: el monstruo sexual contra el pecador arrepentido en busca de la fe. Y tu mejor material tras esa dicotomía, tras el dolor.
Sometimes snows un April. Parece que hubieras elegido morirte en abril para que esa puñetera canción suene aún más triste. No puedes haber muerto. Estoy seguro de que mañana aparecerás en las noticias con los ojos pintados y tu sonrisa ladeada mientras tocas Seven. Mientras tanto me sorprendo a mí mismo llorando con Cream de fondo. Espero que no te hayas muerto de verdad, porque no tiene puta gracia.