a propos

Bruce

Bruce Springsteen and E Street Band

Hace muchos, muchos años, él no me llegaba a la piel. No sé lo que pasaba. Escuchaba y escuchaba muchas cosas, pero sus canciones, aun provocando esos regustos extraños que suelen complacerme, no me traspasaban al tuétano. Y no sé cuándo, ni cómo, pero sí sé que muy poco a poco, fue calando hasta lo más frío de mis huesos, esa parte a la que sólo se llega golpeando muy fuerte con el mazo. Si caigo de cabeza abro un agujero en el suelo traspasando el cuarzo, el feldespato y la mica más duros, abro un boquete hasta Australia, seguro.

Supongo, creo, porque esta vida es toda creencia, que terminó dentro de mi sesera porque a mi también me gustan las carreteras, y el fuego, las hogueras que todo lo consumen, las que a todos nos gustan contemplar para ver pasar la vida. Todo tiene que arder un poco, que achicharrarse y desgastarse, porque si no sería para mi como habitar en la cuarta planta de El Corte Inglés, como trabajar cuarenta años seguidos para un banco o una aseguradora, procrear, dormir en perfectos colchones de látex todas las noches, encanecer y pensar que el mundo es maravilloso. Porque me gustan las cosas de segunda mano muy usadas, los raros, los bordes, los borrachos y los locos. Porque he aprendido que nada puede arder si no hay una chispa y que no me gusta la comida cruda, ni comer con palillos, ni cogérmela con papel de fumar, ni mear sentado para no manchar la taza. Porque saboreo la cerveza barata para que me haga más pasajeras las noches y disfruto del olor a gasolina en las gasolineras y del hollín en las calles. Porque me pone Patty Schialfa y me cae simpático Little Steven, sobretodo cuando interpreta a Silvio Dante y se carga a un par de idiotas sin pestañear. Porque estos tíos, el Boss y compañía, hacen las cosas con las tripas al aire, porque seguro que les duele el alma y, ya sabes, si no duele nada sirve. Porque si un día me ves renquear es mejor que me pegues un tiro en la cabeza, si has nacido para correr con las botas puestas tienes que morirte corriendo con las botas puestas.

Mi vida, como la de muchos otros, discurre rodando por el río de sus canciones, soy otro canto rodado más pululando por sus ciudades contaminadas, sus fábricas humeantes y sus autopistas hacia ninguna parte. He tenido también algunas novias muy guarras y otras muy estrechas, de las que decían que no cuando querían decir que sí, y amigos muy muy gilipollas a los que les hubiera gustado ir a la guerra de Vietnam. Las frustraciones y las penas que habitan en su música hacen que las resacas me resulten algo más pasajeras.

Durante dos largos años tuve su triple vinilo con la E-Street Band en mi casa, un disco ajeno, como muchos de los que rondaban por mi estantería, y no pensaba devolverlo a su dueño. Le dí cien mil vueltas con la aguja de mi tocadiscos hasta rallarlo, sin querer queriendo, lo dejé como un sembrado en época de barbecho. Era un bien muy apreciado para aquella otra persona, un amigo aun más chorizo que yo que sólo se llevaba su merecido cuando sus cosas caían en mis manos. Por mucho que lo restregué por mis orejas no me parecía lo suficientemente sucio ni ruidoso para mis infectas entretelas. Se lo devolví. Dejó un hueco grande entre mis tesoros de vinilo. Todavía me estoy arrepintiendo. Aunque mi amigo es un traidor es un traidor gracioso, y todavía le tengo en estima dentro de mi memoria de elefante. Mejor ser un cabrón que ser una veleta en la torre, prefiero cien mil veces a los cabrones que a los elementos neutros, a las piedras que se hunden en el río antes que a las otras que cuando las lanzan rebotan hasta la otra orilla como si nada las pasase. No sé si volveré a llamarle algún día, pero sigue ahí, en mi cabeza, cuando escucho “Thunder Road”.

Paro debajo de uno de esos árboles bajo los que siempre meo cuando salgo a pedalear. Está cerca el zoo de la Casa de Campo. Hace frío, está nublado y cae una fina aguanieve sobre mi cabeza. La pequeña manada de lobos enjaulados que viven encerrados en ese antro aúlla buscando a lo lejos a sus hermanos ancestrales. Pienso en contestarles con mis aullidos o en entrar con una escopeta y liberarlos de sus carceleros. Pero, en vez de eso, me pongo los auriculares y escucho “Dancing in the Dark”. Arranco y me alejo hacia casa. La cueva está caliente en invierno. Las conexiones humanas son extrañas. Gracias por existir, porque los mitos sois mucho mejor que los estúpidos humanos comunes. La imaginación es muy superior a la realidad, las cosas cotidianas son una soberana mierda, que no os mientan, hay que apartar todo un bosque para ver un árbol enorme. Nada puede arder sin una chispa, nada puede arder sin una puta chispa. Vamos a bailar en la oscuridad, vamos a quemar el bosque.


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