a propos

Iker Jiménez



Nunca he sido muy de ver la tele. Y hoy en día menos aún con toda esa porquería de Jorgesjavieres, pijas que quieren cantar como Aretha Franklin, cocineros de gilipolleces, aspirantes a prostitutas que se pelean por un musculitos y demás. Tampoco me va ese rollo de las series, me aburre esperar por la siguiente temporada. Evito especialmente los telediarios y los debates. Uso la tele como monitor para ver cosas de Internet aunque a veces veo a Buenafuente, el fútbol y alguna película. Pero lo que de verdad me entusiasma es el programa de Íker Jiménez, Cuarto Milenio, transcripción televisiva del espacio radiofónico que se emite semanalmente en la Ser.

Cuando me siento delante del televisor los domingos por la noche vuelvo a ser un niño, me hormiguea el estómago y regresa a mí esa sensación indescriptible de nervios e ilusión. Vuelvo a sentir el mismo vértigo que me atoraba cuando, hace años, veía los documentales del inefable doctor Jiménez del Oso sobre las pirámides de Egipto, los ovnis, la güija, las culturas precolombinas o la sábana santa. Porque soy de esos raros que creemos que hay algo más que lo que se ve.

Creo en lo trascendente y en que no podemos explicarlo todo con los medios de los que disponemos hoy. Es evidente que la ciencia reporta grandes beneficios a la humanidad y ha posibilitado grandes logros, pero se ha convertido en el nuevo dogma al que se aferran algunos fanáticos para intentar desvelar lo inefable. La ciencia no posee todas las respuestas.

No soy ningún cursi, nunca me han echado las cartas del tarot ni me han abducido. Y es que parece que hoy en día las personas con querencia por estos temas debemos justificarnos. Vivimos días de mecanización del pensamiento, de palabras vacías que no significan nada con las que se fabrican filosofías para rebaños de tecnócratas.

Desde hace más de ocho años, el periodista vasco hace gala de una pasión y una entrega que para sí quisieran muchos científicos, haciéndose preguntas contínuamente y cuestionándoselo todo a cada paso. No tiene reparos en desnudarse ante su audiencia, mostrando algo tan poco convencional como sus sentimientos. Íker siempre cuenta que sigue siendo ese niño de once años que garabateaba en cuadernos sus primeras investigaciones sobre extraños objetos en el cielo. Incluso ha enseñado esos dibujos en ocasiones, a riesgo del escarnio al que muchos envidiosos lo someten, porque solo hay que acudir al Estudio General de Medios para ver sus cifras de audiencia tanto en tele como en radio. Porque Cuarto Milenio es el típico programa que nadie admite haber visto pero que todo el mundo ve. Pero a mí esto me da igual, lo que importa es que Íker se abre en canal para mostrarnos lo que le movió a leer tal o cual libro, se sorprende de verdad ante nosotros y abre los ojos atónito ante cada novedad que sus colaboradores le traen. Pero no finge. Es real. Ahí radica su mérito. En estos malos tiempos para la lírica busca el lirismo sin pretenciosidad, busca la belleza como los grandes hombres, lo trascendental, busca llevarnos por la senda de la felicidad enorgulleciéndose de querer ser una buena persona. Acojonante.

Pero, al margen de aspectos más bien subjetivos, Íker es, sobre todo, un redescubridor de nuestra propia historia. Gracias a él hoy conozco a visionarios como Leonardo Torres Quevedo, Ramón Verea, Jerónimo de Ayanz, Arturo Estévez Varela, Emilio Herrera Linares, Enrique Gaspar y Rimbau y tantos otros españoles que, de haber nacido fuera de nuestras fronteras, serían conocidos mundialmente. Los que no siguen a Jiménez creen que en sus programas se habla todo el rato de fantasmas, psicofonías y casas encantadas. Mentira cochina. Durante más de ocho años he visto todas las entregas de Cuarto Milenio y los casos reales y sobre avances científicos componen el grueso de “la nave del misterio”, si bien la temática sobrenatural también está presente, como es obvio.

En ese programa, injustamente vilipendiado por los que nunca lo han visto, he aprendido muchas cosas: qué demonios son los neutrinos y por qué se armó aquel jaleo con las pruebas del Cern, qué son los chemtrails, cuáles son los últimos avances en clonación, cómo se usan los drones, quiénes son los agotes o qué coño es el entrelazamiento cuántico. Solo por eso ya merece todo mi respeto. Gracias a este espacio he sabido de la búsqueda española del calamar gigante, de la epifanía de Francis Crick, de Jung y sus experiencias paranormales, de la promesa final de Houdini, de los milagros del padre Pío, de las extrañas curaciones del doctor Asuero o de la enigmática desaparición de Philip Taylor Kramer. He leído testimonios escritos sobre hechos que ocurrieron y para los que no hay explicación: la increíble historia del hombre pez de Liérganes, el misterio de la bestia de Guevaudan, las visiones de Sor María Jesús de Agreda o las profecías de Parravicini. El enigma del cirujano poseído Zé Arigó, la magia de las cuevas de Altamira, el Mothman, el caso Vallecas, los últimos pueblos aislados del mundo, las grabaciones ocultas de la Nasa, la convivencia entre neandertales y sapiens, las piedras de Ica, el manuscrito Voynich, las pirámides bajo el mar, la supuesta abducción de Próspera Muñoz, el ídolo de Almargen, el proyecto Lebensborn, los círculos de las cosechas, el bólido de Tunguska o las misteriosas figuras del desierto del Tassili... son temas difíciles de explicar, pero absorbentes, que merece la pena conocer, que Íker y su equipo narran de forma didáctica y amena.

Cierto es que le podríamos echar muchas cosas en cara al periodista de rostro asombrado, como ese tenderete que ha montado recientemente por Internet en el que vende reproducciones de objetos misteriosos; o que practique el nepotismo impunemente al colocar a su mujer en radio y tele, cuando sus dotes comunicativas son más bien escasas. Pero ¿quién no lo haría en su lugar? En todo caso, lo que no se puede negar es que el periodista vasco homenajea contínuamente a sus mentores, cree en lo que hace y, sin saberlo, hace el programa más revolucionario y a contracorriente de los últimos tiempos. Porque Íker Jiménez pertenece a esa clase de locos que todavía tienen fe en el ser humano y siguen pensando aquello de que ni todo el oro del mundo podrá comprar el voto de un hombre honrado. Que la fuerza te acompañe, Íker.

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