Buen nombre

Hace poco, mantuve una acalorada discusión con un buen amigo mío, ingeniero de telecomunicaciones. Les cuento. En el transcurso de un debate sobre las criptomonedas, había que entender que las transacciones efectuadas en esta divisa virtual se verificaban en lo que los doctos en la materia denominan una red p2p [del inglés, 'persona a persona'], es decir, un sistema en el que cada usuario, según la operación de la que se trate, es agente o beneficiario de una transacción.
Había que figurarse, pues, una configuración en la que cada transactor activo o pasivo se comunica única y exclusivamente con otro par. Y había que multiplicar por miles las operaciones simultáneas de este tipo.
Pues, bien, el que suscribe tardó muchísimo en captar todo esto, fundamental para comprender en qué se funda esta revolución financiera, por el mero hecho de que no era capaz de imaginarse una red consistente en múltiples líneas de comunicación biunívoca entre dos puntos. Unas líneas que nunca se tocan.
Llegado el momento, le dije a mi amigo que la designación como red de esa configuración comunicativa no me parecía adecuada por lo que impedía que los legos pudieran visualizar el entorno en el que se materializaban las transacciones en moneda virtual. Añadí que era una cosa que no me extrañaba ya que los responsables de esa denominación, ingenieros o desarrolladores informáticos, no eran filólogos. Y reclamé que sería deseable que, en cada ocasión en la que la ciencia necesitara alumbrar cualquier concepto novedoso, se pusiera en las manos de expertos lingüísticos, que son, sin duda, más competentes a la hora de definir la relación entre significante (la forma lingüística que escribimos y-o pronunciamos) y significado (el concepto referido).
A mi amigo, esto le pareció presuntuoso y acabó por dejarme por imposible cuando eché mano de la Etimología para terminar de justificar mi posición. No sé si a Vds. les importará tan poco la Etimología como a mi amigo. Voy a ello.
Cuando buscamos el significado de una palabra como red, en el Diccionario de la Lengua Española (en mi caso, la vigésima primera edición), la primera información que nos aparece entre paréntesis (y no por casualidad) es su origen etimológico (en esta ocasión, la rete latina). Acto seguido, se refieren once acepciones que aparecen en un orden que obedece al momento histórico en el que el término se fue enriqueciendo con un matiz diferenciador. Las cuatro primeras acepciones están claramente relacionadas con el valor primigenio de la palabra, la del aparejo de los pescadores. De la quinta a la undécima sigue quedando patente lo que es, a mi modo de ver, el valor intrínseco de este concepto: el de que desde cualquier punto o persona de este entramado se pueda acceder a cualquier otro.
Asi, pues, desde un punto de vista semántico lingüístico, llamar red a la configuración que auspicia innumerables relaciones biunívocas entre dos puntos es, simplemente, un error pues desde cada uno de los puntos de dicha configuración sólo se puede transitar hacia otro, que es siempre el mismo. El hecho de que estos enlaces binarios se encuentren muy próximos o vean la luz en un espacio virtual teóricamente acotado no basta para que se le atribuya el significante red.
Y habría, entonces, que atribuirle a la cosa otro término, más adecuado y apto para su divulgación. En pleno debate sobre las criptomonedas, se me ocurrió proponer, en caliente, la metáfora constelación, pues el conjunto de estrellas que percibimos cuando contemplamos el firmamento nocturno nos puede parecer un todo pero nunca una red ya que sabemos que estas estrellas no están conectadas entre sí.
El caso es que, pocos días después, hablando de todo un poco, le referí yo esta discusión a una prima, que es ingeniera aeronáutica y experta en navegación aérea. Esta vez, la científica me dio la razón y, enseguida, me aportó la definición técnica de lo que es un sistema de comunicación p2p: enlace binario redundante. Mucho mejor, aunque, para mi gusto, le falta todavía ese toque poético que enganche.


Resulta que, desde hace unos años estamos asistiendo a una polémica sobre la denominación de la ría en cuestión. Todas las rías de la Península Ibérica reciben el nombre de la población más importante que las orilla pero también es verdad que ésta es la única ría por la que pasa una frontera administrativa.
Ante esta arbitrariedad, la Junta de Galicia (PP) a través de su Comisión de Toponimia, el Concejo de Ribadeo (BNG), la Real Sociedad Geográfica, la Asociación Vecinal Cultural y Ecologista por la Defensa de la Ría de Ribadeo, la Real Academia de la Lengua Gallega, la Subdelegación del Gobierno en Lugo, la Diputación de Lugo y el propio Consejo Superior Geográfico se han mostrado unánimes en pedir que se vuelva a la prístina y única denominación admisible.
A nuestro modo de ver, esto es lo que ocurre cuando la política mete sus (en este caso) incompetentes e interesadas manos en un terreno en el que sólo deberíamos tener voz los filólogos.
Pues, bien, resulta que, por lo que yo sé, el castellano es una de las pocas lenguas romances (o la única) que ha generalizado el pronombre personal de segunda persona del plural con su refuerzo. En las demás lenguas que conozco y en las que pueda aparecer esta forma reforzada (el frances con vous autres o el italiano con voialtri), esta solución sirve para remarcar el hecho de la no adscripción del hablante al grupo al que pertenecen sus interlocutores. En castellano, pues, es como si, de entrada, no nos pudiésemos plantear nunca la identificación con las personas a las que nos dirigimos. Hay, pues, a mi modo de ver, una noción de frontera muy marcada que podría, quizás, explicar parcialmente nuestro gusto por la territorialidad y sus banderas. Pero, bueno, esto nos alejaría demasiado del propósito de esta colaboración.
Así que, eligiendo vos, quisiera que midiérais lo que para mi representa este tratamiento de alteridad descartada y familiaridad, sobre todo en el ámbito de la segunda parte de mi parlamento. No es que, desde una posición de superioridad o inmodestia quiera yo rebajarme a vuestro nivel sino que, por una vez, me quiero dirigir especialmente a unos lectores que conozco y trato de alguna manera en su mayoría.