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Comienza el partido

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Los árbitros ya han salido al campo. Los jugadores deben de estar preparados en el vestuario para salir. Parece que no hay muchos aficionados, con lo que la tarde se presenta un poco aburrida. Aún así, estos segundos iniciales son siempre de nervios. En base a todos los partidos que he visto este último año, yo diría que es un momento crucial para el desarrollo óptimo del juego hasta el final.

Como hemos venido justos de tiempo a Donosti, he dejado a Ibai en el estadio y nos hemos ido a aparcar en el barrio del piso de mi hermano, donde siempre que juega nos quedamos a dormir. No está muy lejos de aquí por lo que, cuando hay partido, siempre es más difícil aparcar. ¡Una lástima que no tenga también plaza de garaje!

partido2Hoy no juega Iker. Hago el recuento para contrastarlo y, efectivamente, es así. Al parecer tiene una pequeña lesión en el gemelo y le han recomendado descanso. Iker es del mismo pueblo que Ibai. Los ficharon el año pasado de la cantera del equipo de primera división y durante todo el año los han llevado a entrenar en taxi.

En principio, el acuerdo es para dos temporadas hasta que se pasen a firmar contratos oficiales. Esto ocurre a partir de los 14 años, pero a Ibai lo ficharon con 12 años, con lo que no sabemos realmente cómo lo harán. Él quería pasar a jugar en el equipo del pueblo más cercano, un poquito más grande. En la liga regional del año pasado, mi hijo destacó en varios partidos, con lo que podía ser previsible que le propusieran esta posibilidad de ascender. Hace unos años Josu, otro chico del pueblo, también estuvo en la misma situación.

Lo cierto es que a mí me encantaría que fuera futbolista profesional, pero la verdad es que no me hacía nada de gracia tener que llevarle todos los días a entrenar al pueblo de al lado. Por eso estuve un tiempo diciéndole que el fútbol no era una salida profesional con futuro. Sin embargo, cuando lo llamaron para trabajar en la Real, mi percepción cambió. Además de ser un equipo con mayor proyección, no tenía que estar pendiente de él.

Ahora estoy condicionada los fines de semana, pero me lo tomo como una excusa para hacer salidas. Mientras Ibai se queda con su padre preparando los partidos, yo hago turismo y me voy de pintxos con las madres de Iker y de otros compañeros.

partido3No puedo decir que es un plan para salir de la rutina porque intento todos los días ir de poteo antes de llegar a casa. Trabajo a una distancia a pie y los abuelos están cuidando de mis hijos hasta que llego. Lo que sí me gusta es cambiar de aires de vez en cuando.

Desde que empecé a trabajar he estado siempre en la misma empresa. Empecé a trabajar en línea montando piezas. Poco después me insistieron para que estudiara un módulo y al poco tiempo y con mucha labia me pasaron a oficina. Tanto es así que me han ofrecido puestos de más responsabilidad, pero ¡qué necesidad tengo yo de viajar o de cargar con la responsabilidad si algo no sale bien!

En mi pueblo siempre ha habido trabajo y mi sueldo, de base, es más alto que el de otras personas con responsabilidad que viven en otras zonas, con lo que prefiero seguir así, en medio de muchas cosas y no haciendo nada que me produzca estrés.

¡Gol de Ibai! Mi hijo es central, pero sí que es cierto que mete goles impresionantes, aunque lo que mejor se le dan son los pases. Sus compañeros delanteros son los encargados de sacar el partido, pero como en general los equipos contra los que juega son de menor nivel, no se tienen que esforzar mucho.

partido4Lo cierto es que yo también trabajo así. Contar con un equipo exigente me obligaría a esforzarme más y no hay necesidad. Soy socia cooperativista y no me van a echar. Por eso es mejor estar rodeada de compañeros que tengan la misma idea; así no me resulta difícil ser imprescindible para la empresa de vez en cuando.

Josu estuvo dos años en el equipo y después no le renovaron pasándolo a alevines. No creo que fuera porque no se esforzó lo suficiente, simplemente es muy difícil pasar la criba. Yo le advierto a mi hijo de que no se haga ilusiones, pero él no cesa de entrenar.

Creo que lo conseguirá, aunque a mí realmente no me parece que tanto esfuerzo valga la pena, pese a que logre su recompensa. En cualquier caso, no lo voy a desanimar. ¡Quién sabe si en algún momento tendré que pedirle algún favor!

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Bajo un sombrero

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Los recogidos son mi especialidad. Creo que es la expresión más intensa a través de la que comparto mi creatividad. En las bodas, cuando hay varias personas a las que peinar, la originalidad es la clave.

Desafortunadamente, estas clientas son las menos frecuentes. Mi cartera está basada en corte de pelo a clientes de todas las edades y vecinas del barrio que vienen a darse tinte para tapar las raíces de las canas, permanentes para dar volumen al pelo que poco a poco va perdiendo densidad.

sombrero2Abrí el local en el barrio hace ya más de doce años y, pese a no ser natural de aquí, podemos decir que en estos momentos sí que siento que he echado raíces en este lugar que desde el primer momento me ha hecho sentirme en casa.

Consuelo tiene tres hijos, más su marido, cuatro hombres en la casa, y siempre cuenta sus quehaceres en el hogar. Beatriz vive sola, sus hijos ya se han independizado. Vive en la planta baja de su bloque. De hecho, pasa la mayor parte del tiempo en el balcón y conoce perfectamente los hábitos de sus vecinos.

Hubo un momento en el que las cosas me empezaron a ir un poco mal en el plan financiero, hasta el punto de llegar a replantearme un cambio de profesión, pese a ser un trabajo con el que me siento plenamente realizada. Entonces, pensé que quizás podría diversificar mis servicios ampliando la oferta con un salón de depilación.

A día de hoy, gracias al cielo, las cosas han ido poco a poco mejorando, debido a que cuento con compañeras muy profesionales que me ayudan en el negocio y me han permitido especializarme para ocuparme básicamente de los trabajos más exigentes y me deja tiempo para pensar en cómo mejorar cada día mi negocio.

Cada vez que conozco a una persona me quedo por unos segundos mirando fijamente su pelo. Espero que no se me note en exceso, pero es una reacción impulsiva, incontrolable. Pienso en las características intrínsecas y después valoro si en el presente está en las condiciones óptimas, si hay algo que pueda aprender o cómo mejoraría el resultado final.

Hsombrero3ace unos meses empecé a ver a una mujer de unos 30-35 años transitando de forma regular por la calle en la que se encuentra mi local. Tenía una melena especialmente atractiva, larga y muy bien cuidada. Sería invierno todavía, porque todos los días que la vi llevaba sombrero. No era especialmente llamativo, de ala corta, pero sí elegante. A veces llevaba boinas perfectamente conjuntadas con el resto de la vestimenta. No se trataba, desde luego, del típico gorro de invierno.

Siempre me preguntaba cómo podía tener un pelo destacadamente brillante y bien cuidado, especialmente llevando una prenda que, en concepto, ensombrece el papel del peinado. Siempre iba y venía en dirección hacia el bloque de Beatriz. No sabía si efectivamente esta mujer viviría aquí, pero era algo que probablemente un día de estos le preguntaré para ver si ella tiene alguna información.

En esas estaba, cuando un día, de repente, un par de minutos antes de cerrar el local, entró por la puerta. La verdad es que tenía interés por esa melena, y en este caso, en cuanto la ví acercarse al mostrador, había decidido ser yo quien la peinara.

Sin embargo, para mi desilusión, no tenía interés en hacerse nada en el pelo, sino que preguntaba por diferentes servicios de depilación láser. En concreto, en su caso no preguntó por los servicios estándares de depilación, sino sobre repoblación de vello en las cejas, algo muy poco habitual.

- Tendrá algún conocido que pueda estar interesado- pensé. En cualquier caso, le informé de que ese servicio es muy especializado y que yo no disponía del conocimiento suficiente, pero que conocía a grandes profesionales expertos.

sombrero4Según iba contándole la primera parte de mi discurso pude ver como su rostro se iba poco a poco entristeciendo. Sólo entonces me paré a analizar sus cejas, momento en el que me dí cuenta de que en realidad no existían, sino que se las había pintado con sumo cuidado.

Poco después, cuando le hablé de los especialistas a los que le remití, su actitud de incertidumbre cesó y por fin pude ver una mirada de descanso. En ese preciso instante se quitó el sombrero.

No me lo podía creer. Efectivamente, aquella preciosa melena se trataba en realidad de una peluca. En ese instante, comprendí que sin duda se trataba de un tratamiento para ella. Sus ojos radiaban vitalidad y liberación.

Estuvimos hablando poco tiempo más. Le pasé el contacto de mi amiga Carlota, le di también mi tarjeta de visita y salimos juntas a la puerta. Nos despedimos mientras yo me quedaba cerrando la persiana de la entrada. Hoy había conseguido ayudar a alguien de verdad.

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Prohibido el baño a niños mayores de 10 años

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0,8 m es la cifra que se puede leer en la marca del borde de la piscina. Sinceramente, nunca hubiera pensado que fuera tan poco profunda. Ésta era mi zona preferida. Nada más llegar me gustaba nadar de un ancho a otro, justo después de comer. No solía coincidir con nadie conocido. Después, los demás niños comenzaban a venir. Había días que jugaba con ellos. La mayoría de las veces jugaba solo.

La parte más pequeña era la del fondo, donde el agua me llegaba un poco más arriba de la rodilla. Si quería quedarme allí mucho tiempo, al final siempre acababa sentado. Era verano, pero, aun así, el viento que soplaba en lo alto del castillo llegaba a piscina5la piscina y me hacía tiritar, sobre todo si ya había pasado a la fase ‘yemas de los dedos arrugadas’.

Normalmente las madres solían quedarse en la zona más retirada de la puerta, en la zona en la que tardaba más en llegar la sombra del atardecer. Sin embargo, a mí me gustaba estar en la otra parte. En los restos de la muralla del castillo que rodean la piscina hay dos ventanas. La pequeña dejaba un espacio demasiado pequeño de sol dentro de la sombra del conjunto de la muralla. La más grande, por el contrario, permitía que varios de nosotros pudiésemos jugar a la vez.

El agujero de sol se movía muy rápido. En cuanto veía que llegaba al borde lateral de la piscina, me preparaba para ir detrás de él. Con movimiento torpe, chapoteando dentro del agua, salpicando por todas partes, me acercaba al punto por el que había entrado y me quedaba allí hasta que me cubriera por completo, sintiendo el calorcito en la piel. El sol se marchaba rápidamente pero yo no me descompasaba. Me desplazaba con él hasta llegar al otro borde de la piscina.

En ese momento ya habías llegado de tu paseo en el que quizás te habías encontrado con algún compañero, vecino o conocido con quien discutir sobre la nueva fuente que ha puesto el alcalde, las obras en la plaza mayor o lo vieja que está la iglesia. Algunos días, según se terciarapiscina4 el asunto, echabas una partida de petanca en el fondo del paseo. En cualquier caso, todos los días llegabas antes de que el agujero del sol saliera de la piscina y, cuando me quería dar cuenta, me estabas esperando para salir.

Rápidamente, para no coger frío, iba en busca de la toalla para quitarme el bañador cuanto antes. Sabía que estaba esperándome la señora del quiosco para darme un polo de chocolate, mi helado favorito.

Los vestuarios se encuentran a la izquierda de la entrada principal del parque, aunque, bien pensado, creo que la entrada principal es la que da a la carretera… Los vestuarios están a la izquierda de la puerta por la que siempre entraba a la piscina.

La primera puerta es la entrada de chicas y la segunda, la de chicos. No obstante, no sé muy bien cómo describirlos, ya que la última vez que entré ocupaban un espacio de porches y ahora ocupan dos. No me pasa desapercibido porque yo siempre dejaba la toalla precisamente aquí, a la sombra, lo más cerca posible del vestuario. El porche tiene al fondo unos bancos de madera y un muro cubierto de hiedra hasta llegar a la muralla original, pero, anteriormente, en la esquina del espacio del porche que ahora ha desaparecido el muro era más bajo, lo que permitía el acceso fácilmente desde el exterior sin pasar por la puerta principal.

Tenía intención, precisamente, de entrar por aquí. Por el contrario, esta tarea me ha resultado más complicada de lo que yo esperaba, aunque no imposible, pues no desisto tras este pequeño desencuentro. Reviso más en detalle el muro de hiedra por el que tantas veces había pasado. Esta vez me tengo que agachar más para evitar darme con la cabeza en el techo piscina6del porche, pero finalmente consigo acceder al recinto por la parte trasera, sin miedo a que alguien pueda ver como me cuelo por este espacio. Hoy es día de todos los santos. Nadie viene a pasear por aquí.

“Prohibido el baño a niños mayores de 10 años”. Este cartel también ha cambiado. En mi época se podía bañar hasta los 12 años. -Eso que me gané.- , pensé. A partir de ahí comienza una nueva época, hay que mudar a un cascarón más grande, a la vida real.

Los restos del castillo siguen en pie durante siglos frente al paso del tiempo. En esencia, el lugar está prácticamente igual que hace 20 años. Son las personas y las situaciones, sin embargo, las que cambian o se desvanencen.

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