decine

Oslo

Oslo

Sólo cuando cambiamos el orden de las letras encontramos el secreto de esta ciudad.

El sentimiento de sus calles nos lleva al sentimiento de sus gentes.

La soledad se traduce en vacío, el vacío en silencio, el silencio en locura, desesperación.

No hay vida en el frio, no hay vida después de agosto, las piscinas cierran en Oslo, se preparan para el crudo invierno. Y no sabes lo que es hasta que has estado en Oslo.

No es el frío, es el vacío de sus calles lo que no calienta el alma. Desolación es la palabra más acogedora que se me ocurre.

Ahora, penetremos en las casas, en los cálidos salones, sus interiores humanizados. Vuelvo a encontrar frío, es otro carácter, otra forma de ser. Curtidos en el silencio de la soledad, en el bucle del rancio y repetitivo hogar sin variables, sin aire fresco ni variaciones.

¿Son tus manías o es manía mía el que yo te vea así?

Pienso lo que piensas de mi antes incluso de que lo pienses.

¿Y ahora qué?

¿Cómo rehabilitarse de la vida?

Tienes una vida perfecta, y yo estoy cansado solo de verte intentando convencerme de que es así.

¿Te gusta tu parche vital? Vale, pero que sepas que no convences a nadie, eres falso, no dices lo que piensas, solo intentas agradarme, ser diplomático, pero en realidad te doy asco, te provoco el vómito y tú sonríes para que no salga entre tus dientes bien cepillados todas las noches.

¿Te parezco caustico? Ven a Oslo y entonces me dirás si no estoy en lo cierto. 


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La Gran Belleza

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Mi relación con Italia ha sido siempre algo ambivalente. Bruneleschi, Masazio y Paolo Ucello me despertaron la curiosidad, también lo hicieron esa maldad congénita de los Medicis y sus salvajes condotieros. Son personajes algo extraños e individualistas, de los que sirven siempre al mejor postor. Pero la visión de una alemana afeitándose las axilas y el pubis en la fuente del “Hospital de los inocentes” (verídica visión, no onírica) cambió radicalmente para mi esa romántica manera de ver la vida italiana. Esa punky destruyó de un golpe de Gilette en su potorro la visión magistral que yo me había fabricado de Bruneleschi. Mi admiración por Masazio nunca ha cambiado desde que descubrí la Brancazi, sus personajes caminando a contracorriente de derecha a izquierda, esas escenas que salen de la piel misma. Italia me pareció un decorado de cartón piedra, un lugar en el que Santiago Bernabéu hubiese afirmado sin duda aquello de “Italia es muy bella, si no fuera porque está llena de italianos”. Mientras paseaba por el país de la bota me daba la impresión de que todo tenía un precio, casi siempre muy alto, y que el decorado de cartón piedra y vaciado por los propios italianos hasta el tuétano de su historia sólo era una excusa para exprimirme. Me pareció que ya no quedaba nada de ese encanto original que yo había, estúpido como casi siempre, imaginado.

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