estela

Decisiones difíciles

decisiones11

Se secó las lágrimas de los ojos y terminó de verter el contenido del pequeño tubo en la taza de café con leche que se había ofrecido a preparar a su marido. Sabía que ya no había vuelta atrás.

Ella no quería hacerlo. Claro que no quería. Pero no tenía más remedio. Si no mataba a su marido, esa mujer terrorífica jamás la dejaría en paz.

Se la había encontrado por primera vez en los baños de unos grandes almacenes. No la conocía absolutamente de nada, pero la primera, y única, frase que le escuchó decir, sin siquiera presentarse, le hizo pensar que se trataba de una persona que no estaba bien de la cabeza.

- Quiero que mates a tu marido.

Al escucharla no pudo evitar dejar escapar una risa, que amortiguó tapándose la boca.

Terminó de lavarse las manos y se fue de los lavabos sintiendo pena por aquella mujer, que sin duda debía de tener algún problema mental. Una persona en su sano juicio no iría dando ese tipo de órdenes a desconocidos.

Si todo hubiera quedado ahí, no hubiera sido más que una simple anécdota.

Pero al poco tiempo volvió a verla. Esta vez en su oficina.

- Quiero que mates a tu marido -Le volvió a decir, seriamente, mirándola fijamente a los ojos, sin pestañear-.

Entonces sí que se asustó. No porque se tomara en serio las palabras de aquella mujer, que seguía considerando una demente, si no por el hecho de que seguramente la había estado siguiendo, puesto que estaba allí, en su puesto de trabajo.

Dando la espalda a la siniestra mujer, se dirigió a hablar con el personal de seguridad del edificio pero, en el tiempo que tardaron en llegar al lugar donde la había visto, ya había desaparecido.

Esa misma tarde, al llegar a casa, tuvo un susto de muerte.

Nada más abrir la puerta, se la encontró allí, en el recibidor de su hogar, de pie, quieta, mirándola nuevamente a los ojos.

- Quiero que mates a tu marido -Le dijo una vez más, con la voz si cabe más rotunda y contundente-.

Un grito de pánico salió desde lo más profundo de su garganta. No entendía cómo había podido entrar aquella mujer en su propia casa, en el hogar de su familia.

Tras un breve instante en el que el miedo la paralizó, consiguió reaccionar y, agarrando fuertemente el bolso que todavía llevaba asido al brazo, lo descargó una y otra vez contra el cuerpo de la mujer, consiguiendo así que huyera.

Llamó inmediatamente al cerrajero, y en un par de horas tenía una cerradura nueva.

A su marido le dijo que había perdido las llaves, y por ello había decidido cambiar la cerradura. Decidió no contarle la verdad, no quería que se preocupara. Al fin y al cabo, no pensaba que aquella mujer fuera realmente peligrosa.

Después de aquel incidente en su casa, estuvo mucho tiempo sin verla.

Se convenció de que había sido simplemente una loca que, al ver la violenta reacción que había tenido la última vez, decidió dejarla en paz. Quizá buscando a otra persona a la que atormentar con sus desvaríos mentales, pero eso ya no era problema suyo.

Sin embargo, se equivocaba.

Un mes después del día en que la mujer había entrado en su casa, se la volvió a encontrar allí. Y esta vez fue mucho peor, porque esta vez no se la había encontrado al entrar.

decisiones2No sabía si ya estaba allí cuando llegó de recoger a su bebé de la guardería y lo dejó durmiendo plácidamente en su cuna, o había entrado sigilosamente cuando ya se encontraban dentro, pero el caso es que, en un momento en el que fue al cuarto de baño, se la encontró allí...con el bebé en brazos.

Esa vez, el pavor que la recorrió por dentro, desde los pies hasta la cabeza, la impidió reaccionar. Fue incapaz de gritar o de moverse. No se atrevía a hacer nada que pudiera asustar al bebé, que se había despertado y se encontraba en los brazos de aquella desconocida, a la que miraba con gesto interrogante y no dejaba de señalar con su pequeño dedito mientras nuevamente pronunciaba la frase que ya le resultaba terroríficamente familiar

- Quiero que mates a tu marido.

Pero esta vez, la mujer no se conformó solo con escupir aquellas palabras.

- Si no lo haces...

No acabó la frase, pero no fue necesario, puesto que lo que hizo a continuación fue la expresión gráfica de sus ideas.

Abrió el grifo del lavabo y acercó la cabeza del bebé al chorro de agua. El pequeño comenzó a llorar desconsoladamente al sentir el agua fría en su cara. Seguramente le estaba costando respirar con ese chorro cayendo sobre él.

- ¡Está bien! ¡Está bien! -Acertó a decir-¡Lo haré! Pero deja a mi hijo, por favor....

Al oír sus súplicas, la mujer cerró el grifo y dejó al bebé, que continuaba llorando, en el suelo.

- Quiero que mates a tu marido -Volvió a decir, antes de irse-.

Tras ese día volvió a verla decenas, cientos de veces.

Aparecía continuamente por todas partes: en su casa, en el trabajo, en la calle...A veces nuevamente con el niño en brazos, lo que le hacía enloquecer de miedo.

Ya no le hablaba, ya no pronunciaba aquellas horribles palabras. Pero no había necesidad, solo con su mirada, que jamás apartaba de sus propios ojos, sabía lo que pensaba. No había cambiado de idea.

Fueron solo un par de semanas, pero las vivió realmente atormentada, temiendo seriamente por la vida de su bebé.

Necesitaba que aquella locura acabase de una vez por todas.

Y allí se encontraba, envenenando el café que estaba a punto de darle al hombre que, en los últimos años, lo había sido todo para ella.

Lo había conocido poco después de la espantosa muerte de sus padres en un accidente de tráfico. No tenía hermanos ni familia cercana, por lo que la pérdida de sus progenitores la había dejado sola en el mundo, además de sumida en una profunda depresión que la hacía dependiente de multitud de pastillas y de continuas visitas al psicólogo.

En una de esas visitas fue cuando lo conoció, ya que él trabajaba para el profesional que la estaba tratando.

En seguida congeniaron. Y al poco tiempo ya eran inseparables.

Gracias a él consiguió salir adelante dejando a un lado las pastillas, y espaciando cada vez más sus visitas a la consulta.

Compraron el piso más maravilloso que encontraron, celebraron la boda más maravillosa que podía imaginar, y tuvieron el bebé más maravilloso del mundo, al que adoraban por encima de todo.

Por eso no podía permitir que le pasara nada malo, y menos si ella podía evitarlo. Jamás se lo hubiera podido perdonar.

Así que, aunque lo último que quería era hacerle daño a su marido, debía hacerlo. Por él, por su bebé.

No le gustaba la idea de que el pequeño creciera sin su padre, pero peor sería que el que muriera fuera él, tan pequeño, tan inocente....con toda su vida por delante.

Ahora estaba convencida de que esa mujer era realmente peligrosa. Debía hacer lo que le ordenaba para que no le pasara nada a su hijo. Esperaba que así la dejara por fin en paz.

- Muchas gracias -Le dijo su marido, cuando le ofreció el café, antes de bebérselo en unos pocos sorbos-.

Ella también se bebió el suyo. Y esperó.

Su marido estaba hablando, pero no le escuchaba.

En unos segundos sus palabras se hicieron más lentas, hasta que se calló completamente. Sus ojos se cerraron poco a poco y se recostó en el sofá.

Ella siguió esperando.

Cuando pasaron unos minutos se acercó a él y puso sus dedos bajo su nariz. No respiraba.

Le tomó el pulso en el cuello. Nada.

Había muerto.

Rompió a llorar desconsoladamente. Era injusto lo que había tenido que hacer.

Una nueva muerte que la dejaba en la dura soledad....Aunque al menos ahora tenía a su pequeño, al que había salvado sacrificando a su marido.

Se dirigió a la habitación del niño. Dormía plácidamente en su cuna. Afortunadamente, era muy pequeño para darse cuenta de lo que había pasado. Crecería sin su padre, pero no lo echaría de menos, puesto que no conservaría recuerdos de él.

decisiones8Tras cerciorarse de que el niño estaba bien, se dirigió al cuarto de baño.

Sabía que estaría allí.

La mujer, desde el espejo, la miraba con cara de satisfacción. Por fin había conseguido lo que quería.

- ¡Ya está! ¡Ya lo he hecho! -Gritó a su reflejo en el espejo- ¿Ahora nos dejarás en paz a mi bebé y a mi?

La mujer del espejo asintió.

- ¿Por qué? -Le preguntó- ¿Por qué querías que lo matara?

En el espejo, su imagen reflejada movió los labios una vez más.

- Porque no soportaba a ese hombre.



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