estela

Vuelo de media distancia

Señaló, sin ganas, las salidas de emergencia, y terminó de dar las instrucciones de seguridad con el mismo ánimo.

Cuando empezó a trabajar representaba las palabras de la sobrecargo con muchas ganas pero, después de cientos de vuelos en los que sus gestos eran reiteradamente ignorados por todos los pasajeros, este trámite se había convertido en una obligación fastidiosa.

Recogió todos los objetos de los que se había servido y se dispuso a andar hasta la parte trasera del avión, observado atentamente a cada pasajero, cerciorándose de que tuvieran el cinturón de seguridad abrochado y el asiento en posición vertical. Ella era la responsable de que toda esa gente estuviera preparada para un despegue seguro.

Normalmente no necesitaba regañar a nadie, puesto que la mayoría de la gente era ya consciente de lo que tenía que hacer pero, en un avión tan grande, siempre había alguien que, o no se había dado cuenta, o intentaba pasar por alto las normas de seguridad, y tenía que pararse para hacer que corrigiera la posición de su asiento o se abrochara el cinturón.

En esta ocasión se trataba de trataba de una mujer, y la vio de lejos, ya que era demasiado evidente la inclinación de su asiento, casi al tope.

Lentamente se fue acercando a su fila, preparando mentalmente las palabras que emplearía para hacer ver a aquella mujer lo irresponsable que estaba siendo al dejar el asiento inclinado, aun después de haber escuchado las instrucciones de seguridad...Si acaso las hubiera escuchado.

Pero, cuando llegó a su nivel, se quedó paralizada.

vuelo6Al ver de cerca la cara de aquella mujer, la cabeza comenzó a darle vueltas a una velocidad vertiginosa.

De repente se vio a si misma con muchos años menos.

Estaba en medio del patio del colegio, ese colegio de curas en el que prácticamente pasó las dos primeras décadas de su vida.

Vestía un uniforme horrible, consistente en un polo blanco, un jersey de pico de color granate y una falda de tablas a cuadros granates y negros. Su pelo, negro, abundante y grasiento, estaba recogido en una trenza que despejaba su cara, por lo que aun resaltaban más sus enormes gafas redondas que escondían sus ojos hasta hacerlos casi invisibles. Su boca estaba fuertemente cerrada, evitando así que se viera aquella ortodoncia que acababa de llegar a su vida, para intentar corregir unos dientes que habían crecido sin ningún orden.

Estaba rodeada por muchos compañeros de clase, tanto niños como niñas, que la señalaban con el dedo y se reían a carcajadas. Alguno incluso se acercaba para zarandearla o darle un empujón.

En uno de los empujones cayó al suelo y las gafas salieron volando, rompiéndose los cristales en añicos. Las lágrimas inundaban sus ojos cuando levantó la cabeza hacia la persona que la había agredido.

Era una niña de su edad, su compañera de clase. Era guapa, con sus rizos dorados y su carita de muñeca con la que conquistaba tanto a niños como a niñas. A todos caía bien y a todos se camelaba, consiguiendo de ellos todo lo que se proponía, a pesar de su corta edad.

En ese curso se había propuesto hacer la vida imposible a la que era considerada la fea de la clase. Y todos la habían apoyado en su propósito.

Recordaba con angustia esa época en la que el recreo, el momento más esperado por todos los escolares, se convirtió para ella en el momento más terrible del día.

Cuando sonaba la campana que daba comienzo al descanso de las clases, comenzaba a temblar. Día tras día le pedía a su profesora quedarse en el aula, pero nunca se lo permitía, por lo que día tras día tenía que sufrir la misma humillación.

Siempre seguían el mismo esquema.

Esperaban a que bajara al patio, ya que siempre era la última en salir, en su intento diario de no tener que verse obligada a hacerlo.

Cuando aparecía por la puerta, todos los niños se acercaban a ella y la rodeaban, de tal manera que la obligaban a moverse hasta donde ellos querían. Se quedaban un rato mirándola, sin decir nada, hasta que ella optaba por sacar el bocadillo, ya que a esas horas le podía el hambre.

vuelo2Entonces se acercaba esa niña, que todos consideraban angelical, pero que para ella era su peor pesadilla. Le quitaba el bocadillo de un manotazo y lo tiraba al suelo. Ella se agachaba para intentar recuperar lo que no se hubiera manchado, pero la niña lo impedía pisándolo, o pisando su mano.

Ahí empezaban las risas, los abucheos y los insultos, que no cesaban hasta el final del recreo, ni siquiera cuando los profesores encargados de la vigilancia, testigos mudos de la situación, estaban cerca.

La segunda vez que sonaba la campanilla era el momento de su liberación, en la que todos los niños se dirigían, más o menos rápidamente, de nuevo al aula.

Ella lo hacía despacio, entre sollozos y dolores debidos a las magulladuras, los físicos, y a las vejaciones, los morales.

Llegaba a clase la última, cuando todos los demás estaban ya sentados, lo que la hacía objeto de regañinas diarias por parte de la profesora, aquella a la que cada día suplicaba que no la obligara a disfrutar del recreo.

La situación duró varios años, hasta que el padre de la chica de bucles dorados encontró un buen trabajo en otra ciudad, y la niña guapa dejó el colegio. El resto de niños, a falta de la instigadora, pronto perdieron el interés en la niña fea y la dejaron en paz, llegando incluso, con el paso del tiempo, a entablar amistad con ella, olvidando el pasado.

No había vuelto a ver a aquella niña hasta ese momento, dos décadas después de la última vez, en el que se hallaba sentada en el avión que ella tripulada, esperando el despegue con el respaldo totalmente inclinado.

Llevaba varios segundos parada frente a ella, sin ser capaz de decirle nada.

- Mamá, tienes que poner el respaldo recto-Dijo a su lado un niño que parecía acompañarla.-¿Verdad señorita?-Preguntó dirigiéndose a ella, esperando su aprobación.
- Sí...Claro-Reaccionó por fin.-El asiento tiene que estar en posición vertical para el despegue, por motivos de seguridad.
- Es verdad, perdone-Contestó la mujer, que conservaba aquellos característicos rizos rubios-No me había dado cuenta.-Se excusó mientras colocaba el asiento.

Más tranquila tras darse cuenta de que no la había reconocido, siguió andando hasta el final del avión, observando al resto de pasajeros. Pero su mente ya no estaba allí.

No podía dejar de pensar en los recreos de su niñez, en los insultos, en los golpes, en la humillación...Y en aquella niña.

No cabía duda. El destino había querido que se encontraran en ese avión. Era su oportunidad para vengarse de todo lo que le había hecho sufrir en esos años en los que debería haber sido una niña feliz.

Afortunadamente a ella no le había reconocido. Sin duda, su apariencia actual no tenía nada que ver con la que había tenido con diez años. Hacía tiempo que se había desecho de las gafas, gracias a una sencilla operación que lamentó no haber hecho antes, y que permitían que sus ojos azules se vieran en todo su esplendor. Sus dientes ya estaban perfectamente alineados y su pelo había cambiado, no solo de color, si no también de apariencia. El maquillaje y el uniforme de la aerolínea hacían el resto.

Sin embargo, esa mujer sentada en el 27B no podía ocultar quién había sido. Tenía la misma cara bonita, aunque con alguna línea de expresión dejada por el paso de los años, el mismo pelo envidiable, y la misma voz chirriante.

Era ella. Y era el momento de su venganza.

Durante el despegue estuvo dando mil vueltas a la cabeza, pensando en qué podía hacer, y lo había visto muy claro: Aprovecharía el momento del servicio de comida.

Cuando alcanzaron la altura y la velocidad de crucero, todos los auxiliares se dispusieron a servir las comidas. Al ser un vuelo de media distancia, solo se serviría una, por lo que solo tendría una oportunidad.

vuelo4Acordó con sus compañeros que ella serviría los cafés, lo que hizo inmediatamente una vez que todos los pasajeros tenían su bandeja de comida.

Al llegar al 27B se excusó.

- Perdone, me que quedado sin café, en seguida traigo más.

A la mujer no le importó la espera. Apenas había empezado a dar cuenta de la comida.

En un suspiro volvió con el termo nuevo y le sirvió una taza, más llena de lo habitual, a la mujer, dándole tres sobres de azúcar, tras lo cual, volvió a la parte trasera del avión, pidiéndole a un compañero que siguiera con el servicio del café, ya que no se sentía demasiado bien y necesitaba sentarse unos minutos.

Desde allí podía observar a aquella mujer. Vio cómo terminaba de comer y recogía la bandeja, quedándose con la taza de café, a la que acababa de echar el contenido de los sobres y no paraba de remover.

Vio cómo dejaba la cucharilla a un lado, vio cómo se llevaba la taza a la boca y vio cómo daba un buen trago de café.

Apenas pasaron un par de segundos antes de que el café que se encontraba en su boca saliera de ella a propulsión, manchando, y abrasando, a ella misma, a su hijo, y al pasajero que estaba a su lado.

- ¡Pero qué hace! -Exclamó éste, incomodado porque le acababan de escupir café encima- ¿Está loca o es que es tonta?

La mujer lo miró, sin saber qué decir para excusarse, e inmediatamente miró los sobres que había echado a la taza. Estaban en blanco, no ponía nada, ni que fuera azúcar ni que fuera otra cosa. Pero estaba segura de que eran de sal.

- No ha sido mi culpa, ha sido la azafata. Mire, me ha dado sal.
- No diga tonterías, le ha dado los mismos sobres que a mi. ¡Está loca!

vuelo5En seguida aparecieron dos auxiliares de vuelo para hacerse cargo de la situación. Era delicado, ya que el niño estaba llorando debido a las altas temperaturas del café con el que había sido bañado, el pasajero que también había resultado manchado estaba indignado, al borde de la agresión. Y la guapa mujer estaba confundida y abochornada debido a la situación, por lo que había pasado y por sentirse observada por el resto de los pasajeros del avión.

Desde su posición de observadora en la parte trasera, la auxiliar esbozaba una sonrisa. En su mente, durante todos estos años, había imaginado venganzas más crueles, más dolorosas...Pero ahora sentía que no eran necesarias.

Unos simples sobres de sal le habían dado la compensación que tanto había ansiado.

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