estela

El gueto

El niño jugaba junto al muro. Esa mañana, aunque todavía era muy temprano, sus padres le habían dado permiso, ya que parecía que los soldados que normalmente lo protegían estaban de buen humor. Parecía que habían tenido buenas noticias esa madrugada...Aunque nadie a ese lado de la pared sabía de qué se trataba.

Si no hubiera sido así, si hubieran estado de mal humor, como pasaba bastante a menudo, no le hubieran dado permiso para hacerlo.

Y al niño le gustaba jugar junto al muro, aunque todo el mundo lo odiara, ya que representaba cruelmente la opresión a la que les tenían sometidos aquellas personas extrañas que habían invadido sin ningún derecho las que antes eran sus tierras, sus hogares, los hogares de sus antepasados, sus ciudades, su país...

Pero él, debido a su corta edad, no recordaba cómo había sido su existencia antes de la reclusión de su familia, de su pueblo, tras esas sombrías paredes.

gueto2Había sido muy pequeño cuando todos ellos se vieron cercados en ese espacio rodeado de hormigón y alambradas, y apenas tenía recuerdos de lo que había sido su vida cuando ese muro no existía y todos se podían mover con libertad en aquella zona, por lo que le gustaba imaginarse cómo sería la vida de las personas que se encontraban tras esas altas paredes, y se pasaba horas y horas fantaseando sobre ello.

Solía pensar que al otro lado del muro la gente no era tan pobre como ellos. Los niños tendrían muchísimos juguetes y unos colegios enormes llenos de lápices y cuadernos, y los mayores tendrían trabajos importantes, por los que ganarían mucho dinero, con el que comprar más juguetes a sus hijos.

Las familias saldrían a pasear por las tardes, vestidas con sus mejores galas, y acabarían el día con una gran cena en la que comerían hasta que les doliera el estómago antes de irse a unas camas calientes y mullidas.

Su vida sería tan diferente al otro lado de ese muro....Pero él no podía vivir allí.

Aunque era un niño, no era para nada tonto y, a pesar de que ningún adulto se lo hubiera explicado, sabía por qué vivía tras ese muro: porque la gente que vivía al otro lado lo había construido expresamente para meter a su pueblo tras esas paredes y no tener que compartir su espacio ni su vida con ellos.

Esa gente, él lo sabía, los odiaba. Odiaban a su pueblo, a los que eran como él. A los que compartían su cultura y sus creencias, la cultura y las creencias que había tenido su familia desde tiempos ancestrales. Odiaban sus rasgos, odiaban su idioma, odiaban su religión...

El niño no podía entender de donde venía ese odio tan cruel. Quizá si su pueblo les hubiera hecho algo en el pasado....Pero no era así. Es más, habían sido ellos los que habían invadido su país, sus ciudades, las tierras donde vivían, y les habían impuesto sus normas, su gobierno...Y habían terminado recluyéndolos tras esos gruesos muros grises.

gueto7Quizá algún día los mayores le explicarían todas sus dudas. A lo mejor cuando fuera mayor entendería por sí mismo los pensamientos de aquellas personas, aunque ahora no entendiera ni siquiera su idioma...

Realmente tampoco estaban literalmente recluidos tras esas paredes. A los mayores se les dejaba ir a trabajar al otro lado del muro.

Tanto su padre como su madre atravesaban las puertas de la muralla para ir cada día a su lugar de trabajo.

El niño les había pedido una y mil veces poder ir con ellos, pero nunca le habían dejado.

Siempre le daban los mismos motivos para que no les acompañara: era muy pesado atravesar ese muro.

Por lo que le contaban, casi siempre tenían que esperar mucho rato, a veces incluso horas, para que les dejaran pasar al otro lado, y en cada momento estaban rodeados de soldados armados que no les quitaban los ojos de encima.

Cuando por fin les dejaban pasar, les cacheaban insistentemente y les pedían un montón de papeles para cerciorarse bien de quiénes eran y de a dónde iban.

Estaban convencidos de que no sería algo agradable para él.

Sin embargo, ese día le habían dejado aproximarse al muro. Decían que aquellos soldados extranjeros que les tenían retenidos en su propia patria estaban, no sabían por qué, de buen humor.

Quizá era el día, quizá hoy le dejarían ir con ellos.

Se alejó del muro y se fue hacia su casa. Tenía que intentarlo.

Primero se dirigió a su madre, de quien recibió, como siempre, una negativa. No podía acercarse a esas puertas. No lo iba a pasar bien si lo hacía.

Sin embargo, al dirigirse a su padre, su suerte cambió.

- Dejemos que se venga con nosotros -le dijo a su madre-. Tarde o temprano tendrá que enfrentarse a la realidad en la que vivimos. Mejor será que sea de nuestra mano.

Su madre no estaba nada convencida, pero al final accedió.

El niño dio saltos de alegría. Por fin dejaría de imaginarse lo que había al otro lado del muro y lo vería con sus propios ojos.

Se arregló junto con sus padres, esmerándose en el peinado, y se dirigió al cajón donde sabía que se guardaban los documentos de toda la familia, aunque su padre le paró.

- Yo llevaré los tuyos-Le dijo-No quiero que los pierdas. Sin ellos no sé qué sería de ti...Aunque en realidad tampoco nos sirven de mucho tras estos muros...

Aunque vivían bastante cerca de las paredes, la puerta por la que podían pasar al otro lado estaba algo alejada, por lo que tuvieron que andar largos minutos hasta que al fin llegaron.

Una vez allí, se pusieron al final de una cola, junto a todos los demás.

Todos eran como ellos, de su misma raza. Todos de su mismo credo y condición. El niño se sentía entre familiares, aunque a la mayoría solo les conociera de vista, a algunos ni siquiera eso.

A su alrededor había varios niños, no muchos, pero los suficientes para hacer que sintiera algo de rencor hacia sus padres por no haberlo querido llevar nunca a ese lugar.

Lgueto4e impresionó bastante ver a los soldados, vestidos como si fueran a entrar en batalla en esos momentos, y armados con un fusil de tal tamaño que debían de estar muy fuertes para soportarlo continuamente entre los brazos.

La verdad es que sentía algo de miedo al observar a aquellos hombres armados, hablando entre ellos en un idioma que era completamente desconocido para él.

Estuvieron al menos media hora esperando, sin que la cola se moviera lo más mínimo, hasta que uno de los soldados les indicó que ya podían pasar.

El niño se entusiasmó, pero la alegría le duró poco al ver lo lento que avanzaba la gente. Al parecer, aunque aquel día los soldados estuvieran de buen humor, los registros seguían siendo igual de exhaustivos que siempre.

Cuando llegó su turno, le hicieron quitarse la chaqueta y descalzarse. Hacía un poco de frío para andar así, pero por fortuna en seguida le devolvieron su ropa, tras lo cual, su padre le dio sus papeles, ya que la última etapa para pasar al otro lado consistía en enseñar la documentación a uno de los soldados que les esperaban sentados, con cara de pocos amigos.

El niño le echó un ojo a los papeles que le había dado su padre.

Uno de ellos era un libro pequeño, de apenas unas pocas hojas, en cuya tapa se podía leer la palabra “pasaporte”. En la primera página aparecía su foto, junto con su nombre, su dirección, y demás datos, entre ellos, su nacionalidad.

- Pa-les-ti-na -leyó el niño, tal y como le estaban enseñando en el colegio-.

En el colegio también le habían explicado lo que era Palestina, su país, su pueblo, y todo lo que había supuesto para ellos la llegada de los israelíes.

gueto6También le habían dicho que una vez, hace mucho tiempo, fueron los israelíes los que habían sido obligados a vivir tras grandes muros...Pero él no se lo creía, porque nadie que supiera lo que era la vida en un gheto sería capaz de condenar a otras personas a pasar por aquel castigo.

Le enseñó el librito al soldado, que lo miró con desgana y le indicó que pusiera su dedo sobre un cristal.

- Es para leerte la huella dactilar -le dijo su padre-.

Por fin estaba al otro lado. No sabía lo que le esperaba allí, pero estaba ansioso por conocerlo, ver si era cierto que la gente al otro lado era tan despreciable como le habían dicho siempre.

A lo mejor conseguía que alguien le explicara por qué les habían quitado su país, las tierras donde siempre habían vivido sus antepasados, y les habían obligado a vivir tras unas paredes increíblemente altas. A lo mejor le explicaban por qué les odiaban tanto.

Solo esperaba que a la vuelta, el regreso a su lado del muro no fuera tan pesado como lo había sido para salir de él.

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