estela

La bola de cristal

La imagen que veía dentro de su vieja bola de cristal no le dejaba lugar a dudas. Era extraordinariamente nítida, y sin duda mostraba el futuro de aquella joven de ojos verdes y cara inocente que miraba el cristal desde el otro lado, intentando, sin conseguirlo, ver también ella algo dentro de la pequeña esfera que la separaba de la pitonisa.

Era la primera vez que iba a su consulta. De hecho, era la primera vez que demandaba los servicios de un adivino. No porque no creyera en ellos, si no porque nunca había sentido la necesidad de hacerlo.

bola8Sin embargo, hacía pocos días le habían hablado estupendamente de aquella pitonisa. Le habían dicho que era muy buena, que adivinaba absolutamente todo, presente, pasado y futuro, nunca fallaba, y se había preguntado ¿por qué no? Estaría bien saber algo de lo que le iba a pasar en el futuro...Le gustaban muy poco las sorpresas, y de esa forma podría evitar tenerlas en la medida de lo posible.

Cuando llegó a la consulta de la adivina se quedó hipnotizada con la estrambótica decoración del lugar. Las paredes estaban decoradas por un estuco en tonos rojos, y de ellas colgaban una multitud de muñecos de todas las clases, gnomos, brujas, hadas, grandes, pequeños, de colores chillones y caras grotescas...Así como artilugios de todo tipo, como un bastón corroído, ramas de laurel seco, collares hechos de piedras preciosas, un zapato de tacón roto, un sombrero negro con una pluma púrpura...E incluso un gato disecado, congelado en actitud de ataque.

La chica posó sus ojos verdes en todos y cada uno de aquellos extravagantes objetos antes de sentarse frente a la bola de cristal, que reposaba sobre una mesa camilla forrada con una suave tela de color granate, rodeada por dos sillas tapizadas en el mismo color.

No había preguntado nada a la adivina, puesto que no había nada concreto que quisiera saber, por lo que la anciana mujer posó sus huesudas manos de uñas largas alrededor de la bola, esperando ver en ella cualquier cosa que le deparara el destino a aquella chica de sonrisa tímida.

Pero la primera imagen que le devolvió el cristal la dejó consternada. No se creía que lo que el futuro tenía preparado para aquella chica, que tan dulce había sido al llegar, fuera algo tan tétrico.

bola2Veía a la joven saliendo de un edificio del centro de la ciudad, distraída, como si estuviera pensando en algo que le impedía concentrarse en lo que estaba haciendo. Caminaba lentamente cuando, en un momento determinado, sacaba el móvil del bolsillo y comenzaba a teclear con los dedos. Sin apartar la vista de la pequeña pantalla, se disponía a cruzar una calle...Sin darse cuenta de que el semáforo estaba cerrado para los peatones y varios coches se aproximaban a toda prisa hacia ella...Sin que uno de ellos pudiera evitar arrollarla.

La chica salía volando por los aires y caía estrepitosamente al asfalto.

Acto seguido el tráfico se paraba y el cuerpo de la chica era rodeado por multitud de curiosos, además de otras tantas personas que pretendían ayudar. Pronto llegaba una ambulancia al lugar pero no había nada que hacer...La chica de mirada profunda moría sin que nadie pudiera hacer nada.

Llevaba varios minutos observando aquella imagen sin atreverse a hablar, y la chica estaba comenzando a impacientarse. Le tenía que contar lo que estaba viendo, había ido hasta allí para conocerlo.

-Tendrás un accidente y morirás-Dijo sin más. Era una pitonisa extraordinaria, pero su sentido de la empatía no estaba demasiado desarrollado.

La chica abrió tanto los ojos que la adivina temió que se le pudieran salir de las órbitas. Un sudor frío comenzó a recorrerle todo el cuerpo, y tardó unos segundos en ser capaz de articular alguna palabra.

-Pero...¿cómo? -balbuceó-, con voz nerviosa y asustada.

La pitonisa le explicó, sin ahorrar ningún detalle, lo que se podía ver dentro de la bola de cristal.

Tras escucharla, la chica se derrumbó. Escondió la cabeza entre sus brazos y se echó a llorar.

No podía creerse que su vida se fuera a truncar de esa manera tan horrible...No podía ser, no podía acabar así. Tenía aun tantas cosas por hacer...

Tras unos minutos en los que la pitonisa no quiso interrumpir su llanto, se secó las lágrimas, levantó la cabeza, y le habló, algo más serena que antes.

- ¿Cómo lo puedo evitar?

La pitonisa negó con la cabeza.

- Está escrito. -le contestó, con voz rotunda-. El destino no se puede cambiar.

- ¿Cómo que no? -preguntó la chica, nuevamente alterada- ¿Cómo no voy a poder cambiar mi destino? ¡Seguro que tienes algún amuleto o algo que me puedas dar para que me de suerte!

La pitonisa se quedó pensativa. No había pensado en esa posibilidad.

- Sí que tengo amuletos, pero son muy caros.-Dijo, recalcando las últimas palabras para observar la reacción de la chica.

- No me importa, pagaré lo que sea. ¿Aceptas tarjetas?

La vieja adivina asintió. Claro que aceptaba tarjetas, y cheques, y cualquier medio de pago, pero nunca hubiera creído que la joven estuviera dispuesta a pagarle lo que le pidiera, no tenía apariencia de ser demasiado pudiente.

Pero, sin duda, la vida de una persona, sobre todo la propia, valía más que todo el dinero del mundo.

Se levantó lentamente de la silla y se acercó a un aparador, de aspecto antiguo y corroído, que reposaba contra una de las paredes del cuarto. Allí era donde guardaba los amuletos.

bola4Abrió uno de los cajones, que apareció rebosante de lo que aparentaban ser piedras preciosas.

Eran de todos los tamaños y de todos los colores, algunas suaves y otras rugosas.

Rebuscó entre ellas y eligió una piedra de tamaño mediano, como la mitad de su pulgar, suave y de color rosa, con pequeños surcos blancos.

Se quedó unos segundos mirándola al trasluz antes de dejarla en la mano de la chica, que rápidamente la envolvió con sus dedos, apretándolos con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en la piel.

-¿Me dará suerte?

La vieja pitonisa asintió con la cabeza.

- Son 500 euros. Aparte del precio de la consulta.

La chica dio un respingo al oír la cifra. Eso suponía la mitad de su sueldo de un mes.

Estuvo a punto de regatear a la mujer, pero se lo pensó dos veces. No quería hacerla enfadar y que se resistiera a venderle el amuleto. Lo necesitaba para seguir viva, y eso no tenía precio.

Guardó la piedra en el bolso, de donde sacó una tarjeta de crédito que tendió a la adivina.

Ésta se apresuró a introducirla en el datáfono que descansaba sobre el aparador de los amuletos, y se lo tendió a la chica para que marcara su número secreto.

Tras aquella formalidad, ambas dieron por finalizada la consulta, y la chica salió de allí, algo más tranquila, aunque aun pensando en lo que acababa de vivir.

La pitonisa apagó la tenue luz que iluminaba la estancia y se acercó a la ventana, corriendo las espesas cortinas que no dejaban pasar el sol.

Desde allí vio a la chica salir a la calle, a aquella céntrica calle tan grande como ruidosa, atestada de gente y de coches.

Parecía distraída, como si estuviera pensando en algo que le impedía concentrarse en lo que estaba haciendo. Caminaba lentamente cuando, en un momento determinado, sacó el móvil del bolsillo y comenzó a teclear con los dedos. Sin apartar la vista de la pequeña pantalla, se dispuso a cruzar una calle...Sin darse cuenta de que el semáforo estaba cerrado para los peatones y varios coches se estaban aproximando a toda prisa hacia ella...Uno de ellos no pudo evitar arrollarla.

bola5La chica salió volando por los aires y cayó estrepitosamente al asfalto.

Acto seguido el tráfico se paró y el cuerpo de la chica fue rodeado por multitud de curiosos, además de otras tantas personas que pretendían ayudar.

Pronto llegó una ambulancia al lugar pero no había nada que hacer...La chica de mirada profunda había muerto, sin que nadie hubiera podido hacer nada.

La adivina se apartó entonces de la ventana.

Como no cabía esperar de otra manera, había sucedido lo que la bola le había mostrado.

bola6Nunca fallaba, y no existía nada que pudiera evitar que sucediera lo que ya estaba escrito, como le había dicho a aquella chica, aunque gracias a su ingenuidad, había podido hacer una buena facturación.

Era increíble lo que algunas personas estaban dispuestas a pagar por una simple piedra, solo por decirles que les traería suerte.

Al menos, le quedaba la sensación de haber hecho una buena obra, ya que gracias a la venta de aquella piedra, había conseguido aliviar la inquietud de aquella chica durante sus últimos instantes de vida.

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