estela

Cambiar el pasado

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-¿Estás preparada para la misión?

Hasta en trece ocasiones le habían hecho la misma pregunta, trece personas diferentes. Las había contado porque se había sentido ofendida cada vez que había escuchado esas cinco palabras.

Por supuesto que estaba preparada para la misión. No solo eso, si no que estaba segura de que había nacido para llevarla a cabo.

cambiando2La última vez que se lo habían preguntado había sido la mismísima Presidenta del Gobierno, justo antes de entrar en aquel artefacto infernal, plagado de cables y de botones que le habían prohibido expresamente tocar mientras durara su viaje. Un viaje que la transportaría al pasado.

-Nunca en mi vida he estado mejor preparada para hacer algo.

La respuesta pareció satisfacer al grupo de hombres y mujeres en traje de chaqueta que la observaban a una distancia prudencial, así como a la pareja de científicos despeinados que parecían no haber dormido un solo minuto durante los largos meses que habían estado trabajando en la construcción de la compleja máquina del tiempo, la primera construida con éxito en el mundo. Al menos que ellos supieran, ya que si su país había llevado todo este asunto en secreto, bien podrían haberlo hecho otros.

Ella fue elegida entre centenares de personas pertenecientes a los cuerpos de seguridad del estado que se habían considerado aptas para realizar algo de tal magnitud. No le extrañó. Sabía que ella era la mejor en su trabajo. La mejor en todo.

-Suerte.

Fue la última palabra que escuchó, un último deseo que todos esperaban que le fuera concedido. Ella sabía que no la necesitaba.

El viaje fue extraño. No podía calificarlo con otro adjetivo.

Sintió cómo su cuerpo se desquebrajaba en mil pedazos para volver a recomponerse en milésimas de segundo. Lo sintió perfectamente, pero no sufrió el más mínimo dolor, tal y como le habían asegurado.

Cuando al fin la luz de seguridad le indicó que podía salir de la máquina, tuvo sus dudas sobre que el invento hubiera funcionado pero, en el mismo instante en el que abrió la puerta, se cercioró de que no había sido así.

El paisaje, que incluso parecía recibirla en blanco y negro como si de una película antigua se tratase, denotaba que la contaminación todavía no había hecho sus estragos en el lugar. Ni la contaminación ni las guerras mundiales, que ni siquiera aparecían en el horizonte más cercano.

Al cruzarse con los habitantes de aquel siglo, tan cercano en el tiempo y tan lejano a la vez, durante su camino a la pequeña aldea austríaca a la que debía dirigirse sin más demora, se alegró del acierto de aquellos asesores de estilo que la habían estado mareando durante semanas en las que le hicieron probarse decenas de trajes de corte antiguo, hasta que dieron con el más adecuado para ella, y para la ocasión.

Apenas tardó unos minutos en llegar a la pequeña población desde el lugar en el que había aterrizado en aquel remoto año. Ya solo tenía que encontrar la casa.

No le resultó muy difícil, ya que el pueblo no era demasiado grande y no tardó mucho en escuchar entre los murmullos de los habitantes la información que necesitaba.

Al llegar a la humilde casa pudo comprobar que la puerta de entrada se encontraba entreabierta, por lo que pudo entrar en la vivienda sin contratiempos.
Una vez dentro, se dirigió a una de las habitaciones guiándose por los continuos gemidos lastimeros  que se dejaban oír entre sus paredes.

La recibieron, con una mezcla de susto y sorpresa, dos mujeres. La más joven, la parturienta, cambiando3se hallaba tendida en la cama, con signos de dolor y cansancio en su rostro. La más madura, de pie junto a la otra, sosteniéndole la mano, debía de ser su madre.

-Soy matrona-explicó, antes de que a las mujeres les diera tiempo a preguntar nada-estaba de visita en el pueblo y he sabido que estabas de parto. He venido por si pudiera serte de ayuda.

Las mujeres parecieron conformes con  la explicación y aliviadas por el ofrecimiento de ayuda, por lo que no se opusieron a su presencia en aquella casa.
Tras varias horas, en las que consiguió ganarse con éxito la confianza de ambas mujeres, pudo por fin coger entre sus brazos al pequeño bebé recién nacido.

No era muy guapo. En realidad, tenía una fealdad excesiva incluso para un recién nacido.

Tampoco seguía los cánones de los habitantes del lugar. Era moreno y parecía tener los ojos de color negro, al contrario de sus paisanos, en su mayoría rubios con ojos claros.

Era el momento. Tenía que hacerlo.

Tenía que matar a ese bebé.

Lo había ensayado muchas veces y sabía que sería fácil, máxime cuando el niño ni siquiera había dado muestras de vitalidad. Solo tendría que taparle la nariz y la boca durante unos segundos y estaría hecho.

La vida de un recién nacido a cambio de la vida de millones y millones de habitantes de todo el mundo. El sufrimiento de una madre frente al sufrimiento de millones y millones de personas durante largos años, posiblemente durante toda su vida. Una vida truncada para que millones de vidas no se trunquen jamás.

Era fácil. Solo con la palma de su mano. Solo tardaría unos segundos. Lo haría y podría volver a casa a disfrutar de la gran remuneración que la esperaba. Sería una heroína. Una heroína millonaria.

Era fácil. Solo era una vida. Una vida que sería mezquina, que causaría dolor, miedo y destrucción. Una vida que no merecía vivir, que no debía vivir.

Era fácil. Solo era un bebé recién nacido...Un bebé recién nacido inocente. Un bebé recién nacido que todavía no había hecho nada. Un bebé recién nacido que nadie diría que nunca pudiera llegar a ser peligroso.

Era fácil...¿O no?

No era fácil matar a un bebé.

cambiando4En su mente retumbaba aquella pregunta, la que por trece veces había contestado de manera afirmativa. Si hubiera una vez catorce, la respuesta sería negativa.

No era fácil. No era capaz de hacerlo. No estaba preparada para aquella misión.

-Quiero verlo-la voz de la madre, que alargaba sus brazos para coger al bebé, la sacó de sus pensamientos.

Tras unos segundos en los que se quedó paralizada, el repentino llanto del bebé, que se había decidido por fin a hacer acto de presencia en el mundo, le hizo salir de su ensimismamiento. Se aproximó a la cama y depositó el bebé en el regazo de su madre.

Sin mediar más palabra, y sin escuchar las voces de agradecimiento de las dos mujeres, se dispuso a abandonar la vivienda.

No sabía dónde iría, no podía volver al presente sin haber llevado a cabo su misión. Tendría que quedarse para siempre en esa época y vivir todo aquello que no había sido capaz de evitar por no haber sido capaz de matar a un bebé inocente.

Saliendo por el quicio de la puerta, pudo escuchar las palabras que, con felicidad, pronunciaba en esos momentos aquella mujer que acababa de dar a luz.

-Se llamará Adolf.

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