estela

Amor de hombre

hombre1

- Cariño, ya está la cena hecha. -dijo suavemente, con voz tierna-.

No recibió respuesta alguna.

- Cariño -dijo más alto- ¡Que ya está la cena hecha!

Más silencio por respuesta.

- ¿Cariño? -preguntó extrañado-.

Dejó los platos en la mesa del salón y se acercó a la habitación, donde sabía que estaría ella.

- ¿Sigues enfadada conmigo? -le preguntó, con la voz más dulce que pudo poner-.

Se acercó a ella y, sentándose a su lado, le acarició tiernamente la cara.

hombre4Ella se retiró bruscamente y le dedicó una mirada llena de odio con sus ojos color miel. Si las miradas matasen, hubiera caído al suelo fulminado en ese preciso instante.

- No me toques... -dijo, con rabia, en un murmullo apenas comprensible-.

- Vale -aceptó-. Sigue enfadada si quieres, pero tienes que cenar. Tampoco has comido nada. Si sigues así, te vas a poner enferma.

La cogió suavemente de los hombros, intentando levantarla de la cama.

- No quiero cenar -murmuró entre dientes, escupiendo cada palabra y retorciéndose para deshacerse de sus manos-.

- ¡Vale, vale! -dijo, alejándose de ella-. ¡No cenes si no quieres! Pero no puedes seguir enfadada conmigo toda la vida -añadió, suavizando el tono de voz-. Y menos ahora que vivimos juntos y queremos formar una familia. Tenemos que llevarnos bien y dejar de pelearnos. Nos merecemos ser felices.

Dolido por la reacción de la chica, salió de la habitación, se dirigió al salón y se sentó a la mesa, comenzando a comer los filetes de lomo empanados que había preparado para cenar.

Si ella seguía sin querer venir, se le quedarían fríos, no estarían buenos y era capaz de decir que no sabía cocinar. Nada más lejos de la realidad, porque era un excelente cocinero...Pero tampoco era capaz de esmerarse demasiado, visto el panorama que reinaba ese día en casa.

No entendía por qué continuaba enfadada con él. Habían discutido, era cierto, pero ya habían pasado unas horas. Era un poco rencorosa, y ese era su mayor defecto.

Porque, por lo demás, era la mujer perfecta.

Recordaba el día en que la conoció con si hubiese sido ayer.

Ella trabajaba en una tienda de electrónica situada dentro de un gran centro comercial. Él había ido hasta allí, un martes por la noche, buscando un portátil nuevo, con el que poder trabajar desde casa. El que tenía se había quedado ya algo obsoleto y le dejaba colgado a cada rato.

Después de vagar durante unos minutos por la tienda, mirando uno por uno todos los modelos que tenían expuestos, levantó la vista y, a lo lejos, la vio a ella.

No estaba en el departamento de informática. Realmente, se dedicaba a vender pequeños electrodomésticos: Batidoras, cafeteras, sandwicheras, exprimidores de zumo...

Él no necesitaba nada de eso pero, embobado por la presencia de la chica, se olvidó de lo que había ido a hacer allí y se acercó hasta aquella sección, con la excusa inventada de necesitar una tostadora y no saber cuál elegir. Así fue como entabló el primer contacto con ella.

En pocos minutos, la conversación formal y aburrida sobre tostadoras dio paso a una conversación más informal e íntima: ¿Cómo te llamas? ¿Vives por aquí? ¿Qué edad tienes? ¿Tu color de pelo es natural? ¿Sales con alguien?...Fueron a grandes rasgos sus preguntas.

hombre6“Virginia, sí, veinticuatro, y a ti qué te importa, piérdete”. Fueron a grandes rasgos sus respuestas.

Quizá no había empezado con muy buen pie, demasiado directo a lo mejor. Decidió perderse, tal y como le había aconsejado ella, de no muy buenas maneras.

Sin embargo, no se dio por vencido. El flechazo había sido demasiado intenso como para no intentarlo, al menos, una vez más.

Apenas faltaban unos minutos para el cierre del centro comercial, así que decidió esperarla en la calle.

No tardó mucho en salir. Se había cambiado de ropa y estaba mucho más guapa aún que con la camiseta de la tienda. Además, se había soltado el pelo, una melena rojiza, ondulada, que le llegaba casi hasta la cintura.

Se acercó a ella sigilosamente, por lo que, al llegar a su lado, la chica dio un respingo. La había asustado.

En seguida se dio cuenta de su fallo, que era ya el segundo que cometía con ella, por lo que se apresuró a disculparse con todas las palabras que se le vinieron a la mente.

Sin duda, había empezado con ella con muy mal pie, no sabía si sería capaz de arreglarlo.

Sin embargo, y antes de que la chica reaccionara, puso en funcionamiento todas su armas, aquellas que sabía que siempre le funcionaban con las mujeres, y, en apenas unos minutos, la tuvo rendida a sus pies.

No fallaba. Seguía teniendo mucha labia y una apariencia más que buena. Ninguna se le había resistido nunca, y ella no fue una excepción.

Así había comenzado su relación, una relación idílica, perfecta, con la mujer de sus sueños, que aun seguía latente, aunque ella estuviera enfadada. Sabía que era la definitiva, que esta vez sería para siempre.

Era la mujer más increíble del mundo, y le había resultado relativamente fácil conquistarla.

Recordaba perfectamente ese día, como si hubiera sido ayer.

hombre2Porque, de hecho, había sido ayer.

Entonces cayó en la cuenta de por qué no se le pasaba el enfado a su amada.

Dejó el trozo de carne, con el que ya había recorrido la mitad del camino hasta su boca, cogió el plato de la chica y un vaso que había llenado con agua fresca, y volvió a la habitación.

Allí seguía ella, que una vez más lo miraba con ojos enfadados, rojos de tanto como había llorado las últimas horas.

Tenía la cara llena de moratones, resultado de la resistencia que había ofrecido a irse con él, y aun sangraba un poco por la herida de la ceja. Aun así, estaba extraordinariamente bella.

Exhausta, debido a que no había parado de retorcerse en toda la noche, intentado deshacerse de las cuerdas que ataban, fuertemente, sus muñecas y tobillos a las patas de la cama, había dejado de moverse.

- Cariño, perdóname, qué tonto he sido, no me he dado cuenta... -se excusó torpemente, mientras desataba el pañuelo con el que la había amordazado, y que le impedía hablar con normalidad-. Toma, te he traído la comida, y un poco de agua. Yo te la daré.

La chica, libre al fin de su mordaza, intentó gritar, pero el dolor que sentía en sus mandíbulas, entumecidas tras tantas horas de inmovilización, le impidió abrir demasiado la boca, y el grito quedó ahogado en su garganta.

Le acercó, con suavidad, el vaso a sus labios.

hombre5En un primer momento, la chica apartó la cara... Pero llevaba casi veinticuatro horas sin beber, y tenía demasiada sed.

Dio un trago largo que tragó con ansia, tras lo cual volvió a dar otro trago que fue a parar desde su boca, a propulsión, a la cara de su captor.

- ¡Suéltame loco! -le dijo, lo más alto que pudo- ¡Estás loco! ¡¡Loco!! ¡¡¡Suéltame!!!

Incomodado por la reacción de la chica, dejó el vaso en la mesilla de noche y se secó la cara con la camiseta. Acto seguido, propinó una fuerte bofetada a la chica con el dorso de la mano derecha.

El fuerte golpe la calló, y la dejó inconsciente, lo que aprovechó para volver a ponerle la mordaza.

- Está bien -le dijo, como si pudiera escucharla-. Cuando se te pase el enfado me lo dices -añadió, dirigiéndose a la puerta-.

Era demasiado rencorosa, las demás también lo habían sido. Pero esperaba que a ésta se le pasara el enfado.

No le gustaría tener que deshacerse de ella. La quería demasiado.

Imprimir

lanochemasoscura