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Contarlo tal y como no ha ocurrido

"El mundo existe para acabar en un libro" – Stephane Mallarmé.

Los periodistas mienten en su intento de contar la verdad. Los novelistas y los poetas dicen la verdad en su intento de fabular. Los periodistas mienten por definición. Se supone que deben recabar datos objetivos. Lo que se antoja, obviamente, misión imposible. No nos engañemos: la verdad objetiva como tal no existe. Todo es subjetivo, todo se ve a través del prisma de la percepción de cada individuo. Pero es que no se trata tan sólo de esto. La simple elección de un asunto es ya un ejercicio de exclusión de otras verdades. Es algo inevitable.

Como periodista, estuve una vez en la frontera entre Guatemala y Méjico en una misión de policías infiltrados que llevaban chalecos antibala y perseguían a asaltantes de inmigrantes. Entonces, pensé que estaba viviendo un suceso que sería capaz de trasladar a través de un reportaje objetivo. Está claro que mi estado mental, la excitación y el miedo experimentados habían dirigido mi atención hacia unas determinadas cosas y no hacia otras. Es por esto por lo que los hechos superficiales que describí en ese contexto, aun respondiendo a los estándares periodísticos, se ven efectivamente limitados por la voluntad de transcribir la verdad de dicha experiencia.
Y es que contar la realidad precisa de otras herramientas.

El lector, o el espectador, incurren en un error de concepto cuando creen que un periodista, en el ejercicio de su trabajo para la radio, la televisión, un periódico o Internet, es capaz de entregarles la realidad de los hechos más señalados. No debemos, pues, extrañarnos de que, últimamente, el periodismo en los Estados Unidos y en distintas partes de Europa esté promoviendo una reflexión sobre aquello en lo que consiste la recogida de datos. Aun así, si comparamos esta tarea con lo que representa para los periodistas tradicionales, la reflexión sobre la manera en que se recaban los datos no se aproxima mucho más de la verdad, suponiendo que ésta exista. Los meta-análisis de datos no son más que una moda. Y la mecanización de estos análisis no los deberían llevar a Vds. a engaño. No se dejen Vds. seducir por los cantos de sirena del tsunami de las noticias-robot.

contarlo2No se trata de una cuestión de enfoque o de cantidad de datos. Se trata de una cuestión de profundidad. No depende de quién observa los hechos, sino de cómo son observados y, sobre todo, de cómo son contados.

Se trata de una cuestión de lenguaje.

Se supone que el periodista sólo se debe fiar de los hechos. Los lectores, por su lado, piensan que el periodista absorbe acontecimientos de todo tipo para, a partir de ahí, componer una determinada realidad o, porqué no, establecer la verdad. Incluso los lectores más relativistas (aquéllos que comprenden que un artículo, un reportaje o un programa de televisión dependen del punto de vista del narrador), incluso ellos, digo, resultan incapaces de penetrar en la verdad de lo acontecido. Y ahí es donde reside la falacia.

La imposibilidad de representar la verdad subyace en el origen del periodismo. Nace cuando lo hace esta manera de comunicar que parece atravesar hoy día un momento de grave crisis.

No hay revista, periódico, televisión, radio o portal de Internet que les puedan contar a Vds. la verdad. Porque, entre otras cosas, la verdad como tal no existe. Sin embargo, hay algo que se podría aproximar a lo que se entiende por experiencia compartida de la realidad. Algo que nos haría comprender mejor el significado de dicha experiencia.

Los Humanos tienen a su disposición una herramienta más antigua que les permite compartir la experiencia de la realidad de manera más apropiada y práctica de lo que ha sido capaz de desarrollar el periodismo.

El problema estriba en el hecho de que, en un determinado momento de la historia, muchos de los que se dedicaban a esta antigua práctica se vieron forzados por motivos económicos a poner su talento al servicio de una naciente y bien remunerada actividad: el periodismo.

Antes, la narrativa, incluso cuando aún no revestía los ropajes de la escritura, estaba mucho más centrada en la transmisión de una verdad profunda que no en la simple descripción de los hechos. Esa verdad es, precisamente,  la que más tiene que ver con los asuntos emocionales, sentimentales y auténticos que afectan a la humanidad.
A esto es a lo que se dedica la mayoría de los buenos escritores. En vez de intentar ceñirse a un aspecto objetivo e independiente de la realidad, ellos prefieren bucear en sus propias interpretaciones. En sus escritos, la imaginación predomina unas veces; otras, se reduce a una pequeña alteración de la realidad observada, independientemente del nivel de voluntariedad al que pueda obedecer esta distorsión. Italo Calvino dijo poco antes de morir, en una entrevista concedida a la BBC, que la vida diaria nos suministra una ingente cantidad de datos. Y añadió : "la Literatura tiene que ser capaz de producir algo más pues no es sino una interpretación fantástica de la realidad."

El hecho de que los novelistas, los poetas, los escritores de ficción en general, ni siquiera intenten o finjan dar cuenta de la realidad objetiva hace que sus relatos, por una extraña y aparentemente inesperada razón, estén mucho más próximos a una verdad más profunda.

Una vez que pulsamos el botón de los sentimientos, de la empatía y de la identificación del lector con los personajes, de repente algo más universal emerge de las profundidades. Esta es la razón por la que los escritores, más libres, de la no-ficción creativa de hoy pueden aproximarse más y mejor a una visión sincrética que aúna la capacidad de intuición de la ficción a la lúcida comprensión de la realidad más insoslayable.

Si me dieran a elegir entre Homero y Heródoto, me quedaría con Homero.

Mientras leemos, mientras contemplamos una historia bien contada por un artista (ya sea un escritor o un poeta) y se nos comunica, así, ese sentimiento de experiencia vívida, un suceso real toma cuerpo ante nuestros ojos. Aun cuando este suceso sea obviamente el producto de la imaginación del autor o de la distorsión del original que pretende recrear, a nosotros eso nos emociona y, en ese preciso momento, nuestra comprensión y nuestra experiencia de la historia contada hace que nos sintamos más cerca de algo real.

Y, a la inversa, cuanto más irreal sea el relato, más real puede parecer si es fruto del talento.

contarlo6Si quieren Vds. que les dé el primer ejemplo que se me pasa por la cabeza en este sentido, tomemos el mejor reportaje que puedan Vds. ver en relación con la caza de ballenas en aguas noruegas o japonesas. Pues, bien, nada podrá resultar más vívido y transcendente en lo que se refiere a la experiencia de cazar una ballena que leer el extraordinario 'Moby Dick' de Melville. ¿O no?

A propósito, ¿no era esto lo que decían los románticos? Desgraciadamente, la palabra 'romántico' se ha ido cargando de toda una serie de connotaciones 'kitsch'. Una interpretación sensiblera y florida se ha ido apoderando de la acepción anglosajona de 'romántico' como aquello 'que no es real', que evoca un estilo literario que enmarcaba cuentos de caballería fantásticos en un contexto histórico más o menos acertado. La degeneración de lo 'pintoresco' resultó, al cabo, la responsable de la deterioración del concepto de 'romántico'.

La sensibilidad producto de la imaginación fue la herramienta que se utilizó para ir más allá de la razón. La Revolución Francesa, consecuencia de la Ilustración, desembocó en años de Terror, el lado oscuro de la razón. Una razón que, finjiendo amparar la humanidad, no hacía sino sucumbir en las más inhumanas y crueles bajezas.

No obstante, de acuerdo con Schopenhauer y Fichte, la natural propensión de la humanidad hacia los misterios de lo infinito nos retrotrae una y otra vez a la búsqueda de algo más. La sensibilidad, la inspiración y la intuición guían esta búsqueda, que también respalda la razón. Sin embargo, la sola razón nos conducirá al frío universo de los metadatos.

Lo que ha cambiado en nuestros días en comparación con el contexto religioso que envolvía la época del Romanticismo es el poder decreciente de la Iglesia y de las religiones en Occidente. Esto, hay que admitirlo, se lo debemos al Racionalismo. Y esto mismo es lo que impide que hoy podamos bascular de la luz de la razón a la fe ciega, como lo hicieran en su día Kierkegaard o Pascal.

El concepto de espiritualidad atea ya no es contradictorio, como tampoco lo es el de no-ficción creativa. Otro de los nefastos hijos del Romanticismo, el nacionalismo, tiene también menos razón de existir en nuestro mundo globalizado. Si Vds. le restan al Romanticismo sus componentes de fe irracional y de obtuso nacionalismo, lo que les queda es el Nomadismo (por cierto, nunca tan practicado en la historia como en la actualidad); el Exoticismo (indagación de lo exterior basándose en la fuente de inspiración de sentirse un extraño); el abrazo de subjetividad e individualismo; la Espiritualidad como estudio de lo desconocido (una práctica herramienta científica según la interpretación de Einstein) y el conocimiento de la Historia para recordar que la humanidad está inmersa en un proceso de cambio constante. ¡Ah!  Y también un socrático saber reírse de sí mismo muy saludable.

Friedrich Schelling, uno de los principales pensadores del Idealismo germánico, nos recordó lo importantes que eran el mito y la sensibilidad estéticas para superar la filosofía de la Ilustración. Schelling rehabilitó la intuición, subrayando que la razón no se bastaba para comprender lo absoluto. El Romanticismo resaltó las limitaciones básicas de la razón en su intento de asir las más íntimas esencias de la realidad. Y lo hizo sumándole a la razón las herramientas del sentimiento, la ironía y el instinto.

contarlo4El concepto de razón de Hegel como inmanente espíritu de la realidad puede interpretarse como precursor de las masacres ideológicas perpetradas, en el último siglo, por nazis, comunistas y demás terroristas ideológicos (encarnados por Estados o grupos paramilitares de toda clase). El Terror post-revolucionario francés no es sino la antesala de la sed de sangre del Racionalismo del siglo XX, que hoy se podría colegir en la realidad fuera de control de nuestra Tecnópolis contemporánea.

Una interpretación nueva de los Románticos y el Romanticismo podría salvarnos de la próxima masacre. Suponiendo, eso sí, que el genocidio que constituyen los accidentes de tráfico no sea ya un silente e insidioso horror, el precio del abrazo entre hombre y máquina.

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