Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

Devenir

devenir1

Madrid, me sumerjo en tus aguas secas. Aguas profundas en las que ahogarse para sobrevivir. A principios de los años 80, durante los meses de julio y agosto las tiendas comenzaron a cerrar por las tardes en Madrid. Fue una bendición para mi padre, porque eso le dejaba desarrollar la mayor de sus aficiones: dormir. Dormir y huír, la misma cosa son. Llegaba a casa a mediodía, comía con ansia y después de tomarse el café, se ve que no le hacía ningún efecto la cafeína, y la copa de coñaz Terry 1900 se tumbaba en la cama y dormía a pierna suelta roncando y sudando como un gorrino. Podía pasarse así varias horas. Dormir es la mejor manera de matar el aburrimiento. Cuando despertaba, ya con el sol cayendo, cogíamos el coche y nos marchábamos un rato a El Pardo, a Ciudad Universitaria o a la parte baja de La Dehesa de la Villa. Si alguien le preguntaba dónde íbamos él le respondía que nos marchábamos a “La Finca”, un lugar imaginario del que presumía. En la zona baja de La Dehesa enchufaban los aspersores que había delante del reactor nuclear experimental en el que franco intentó fabricar la bomba atómica española, y hacía fresquito. A principios de los 70 hubo un escape nuclear allí y los científicos patrios pensaban que con regar abundantemente aquello estaría superado sin problemas. Mi padre murió de cáncer. La incidencia del cáncer dicen que es alta en la zona. Lo llaman "incidencia", los hijos de puta.

Tengo una imagen grabada del verano. Llegamos con el coche al final de un camino. Nos bajamos al borde de un interminable campo en barbecho. El sol pega como un mazo. A lo lejos, casi perdiéndose de la vista como si fueran hormigas, divisamos una estrecha fila de árboles. Mi padre me dice “si quieres quédate aquí, pero si te vienes uno no puede quejarse”. Accedo. Arrancamos. Son varios kilómetros de tierra suelta en la que se te hunden los pies. Sudor. Nadie habla. Tras una hora y pico caminando, los árboles se ven cada vez más cerca. Llegamos al fin. Hay un riachuelo. Nos refrescamos. Mi padre y sus dos amigos sacan unos cuantos reteles del agua llenos de cangrejos. Echamos a esos pobres en bolsas, sumergen otra vez esas trampas y volvemos caminando a los coches otra vez bajo el sol. Cangrejos negros que parece que te miran asustados. Son cangrejos que fueron exterminados más tarde por otros cangrejos de río, los rojos americanos, que los mataron a todos. Alguien los trajo de lejos y los soltó para que criaran, eran más fuertes y voraces, y terminaron con sus parientes negros en poco tiempo. Escondimos a los bichos en el maletero por si aparecía la guardia civil, que esos hijos de puta podían estar escondidos en cualquier sombra. Al día siguiente vendieron los cangrejos, pero nos quedamos con uno que conservábamos en un barreño. Parecía observarnos al acercarnos. Los cangrejos negros de río eran muy pacíficos, no te clavaban nunca las pinzas, eran simpáticos. Se murió un par de días después, igual que los pollitos que criábamos en invierno, que morían aunque los pusieras en una caja encima de la calefacción. A veces te los vendían pintados de rosa o de verde. Sabías que nunca sobrevivirían. También íbamos de caza. Atravesábamos rastrojeras kilométricas sin una sombra, caminando durante horas. Marchábamos separados por pocos metros, niños y padres, esperando a pegar un tiro a algún pobre conejo o perdiz, que luego mi padre devoraba en casa. Mis padres habían probado el gato frito durante la postguerra. Mi abuelo se lo dio una vez a probar a mi madre y le preguntó “¿qué tal, está bueno?”. Y estaba bueno, sabía a conejo. Mi abuelo compraba también ratas de agua para comérselas. Las ratas de agua no se parecen en nada a las ratas de tierra, de hecho la mayoría de los diputados actuales, o todos, se parecen mucho más que ellas a las habitantes de las alcantarillas. Matábamos conejos y no éramos conscientes de caminar en un constante peligro de muerte, porque la tentación de tu padre de dispararte a ver qué pasa debe existir en muchos momentos. O la de disparar a tu vecino.

devenir2

A mi madre le dio por matricularme en los curas en el último curso de la segunda etapa de EGB. Le habían dicho que de allí salían personas de provecho, pero yo había escuchado que eran unos hijos de puta. La segunda versión fue la cierta, y lo siguen siendo, sueño siempre con que se mueran todos, con dolor. Cada día que amanece el número de hijos de puta crece, porque ellos mantienen muy bien los criaderos de la especie. Los asquerosos curas daban francés en vez de inglés a los de mi curso. Un francés muy peculiar, porque ninguno de ellos sabía hablarlo en realidad ni habían estado ni por el forro en Francia. Mi madre me puso una profesora particular duante el mes de julio, una chica jovencita que estaba buena, a la que pagó una mierda de dinero. Y ella me enseñó cuatro palabras para defenderme e intentar aprobar con aquellos cerdos. Y me llamó la atención el verbo “devenir”, que significa al parecer “llegar a ser”. Es una palabra irónica. Porque en realidad nada llega a ser nada, ni nadie lo consigue, es todo una ilusión en realidad, una mierda efímera. Yo había sido mucho más feliz lejos de aquellos reprimidos represores. En tercero entré en una clase de un colegio en el que mezclaban a los de tercero,cuarto y quinto, y me sentaron con Javi, hijo de un tío que todo el mundo sabía que atracaba bancos. Y en sexto me llevaron a otro sitio y detrás de mí se sentaba el hermano del Pantera, que era un tipo de apenas diecisiete años que robaba pisos. Y en séptimo me colocaron con Jesús, que era el pequeño de nueve hermanos, que tenía casi dos años más que el resto. Olía mal porque no le lavaban la ropa y siempre llevaba el mismo chándal azul claro con propaganda en la espalda. Solamente tenía unas zapatillas y robaba todo lo que podía en el colegio. Al año siguiente lo echaron porque pasaba el límite de edad. A veces nos daba miedo. No creo que él siga vivo, aunque sueño con que haya sobrevivido. Tenía los dientes amarillos y torcidos, uno de los incisivos partido por una punta. No se me olvida su cara ni su olor.

No puede ser cierto que Amy haya muerto. Deberíamos habernos conocido. Me gustaban sus dientes torcidos separados y su voz de perra ladradora que aúlla como nadie. Me gusta la gente que tiene la piñata imperfecta. Me dan asco las sonrisas Profiden. Los yonkis de los años ochenta y los noventa eran buena gente, con sus dientes amarillos. Les tuvimos miedo hasta que nos dimos cuenta de que de una sola hostia salían volando. Eran peligrosos, porque su vida era suicida y les daba igual ocho que ochenta, no conocían ni a su padre cuando tenían el mono, pero en realidad eran seres débiles, unos hijos de puta a los que una simple ventolera se los llevaría lejos. Ya no queda ninguno por aquí, cuando paseo veo sus caras reflejadas en los muros como si fueran fantasmas. Se sentaban en aquel banco de al lado de Lope de Haro a maquinar cómo robarnos al más mínimo descuido. Caminaban por la calle hablando solos. Ya no queda ninguno. Los cocainómanos de ahora no son ni una sobra de ellos, son unos mierdas acelerados con dinero en el bolsillo. Yo te voy a decir por qué bebía y se drogaba Amy Winehouse: para huír. Porque no bebemos para saborear licores, ni nos drogamos para experimentar en paraísos interiores, lo hacemos para huír, para no recordar durante un rato, para colocarnos y escapar del agujero de los recuerdos y del espejo revelador. Por eso bebía y se drogaba Amy, porque hay un precipicio aquí dentro al que asusta mirar, y aunque solamente sea por un ratito nos gusta ponernos para aligerar la cabeza y olvidarnos de todo ello, de todos vosotros, de toda la mierda del universo.

devenir5

Doy gracias a Dios y a la nada, que son lo mismo, porque todavía se me salten las lágrimas escuchando a algunos, leyéndolos, imaginándolos dentro de sí mismos mientras viven con este mismo run.run interno como el que yo tengo las veinticuatro horas del día trescientos sesenta y cinco días al año dentro de la cabeza. Sois fáciles de reconocer entre los millones y millones, aunque nunca lleguemos en realidad a conocernos. Doy gracias a la virgen mancillada María por poder sentiros y por querer acompañarme, aun sin estar, toda esta vida tan fatigosamente larga y tan corta. Y también gracias a esa voz interior que es el mejor de los refugios, y a mis dos pies que tanto caminan por tu sucio suelo. Vivo en un continuo agradecimiento a todos vosotros que nunca me encontraré pero que me mantenéis de pie. Putos héroes de ahí dentro ahí fuera. Llegamos a Auvers sur Oise. Caminamos hasta la iglesia, que parece anclada en el tiempo. Miré el mapa y había que subir aquella cuesta. Tú te quedaste atrás, como siempre, porque tengo las piernas y los pulmones de mi padre. Llegué a la tapia del cementerio, la puerta estaba abierta. A la derecha encontré las tumbas, Vincent y Theo. Son como tú y como yo. Nadie había dejado nada encima de las lápidas como en la de Jim Morrison, parecía que allí no iba nadie a visitarles. Me quedé ensimismado, porque por alguna cosa que se me escapa noto a ese tipo mucho más cerca, después de muchos años muerto, que a tí, a tí o a tí. Salí por la puerta y a la izquierda estaba la explanada del trigal con cuervos. Cerca de su tumba. Trigal con cuervos. Siempre trigal con cuervos. Hemos visto en realidad las mismas cosas, debe ser eso. Aunque yo nunca me arrancaré una oreja. Llamadme pedante o gilipollas. En esto es en lo único en que tengo suerte. En ellos.

Pusimos la película “Happiness” de Todd Solonz. Vivimos un rato, o siempre, dentro de ella. El niño se corre al final, es su fin en la vida, el hacerse una paja y correrse, y el perro lame el semen, contento de servir a su amo. Y el padre del niño, el pederasta, sueña con disparar a la gente, a sus vecinos, con un fusil de asalto. Noble y sincero criminal. ¿Dónde estás, felicidad? Vamos a buscarte a ninguna parte. Vamos a dormir, que allí detrás seguramente estás, felicidad. Soñar. Dormir. Soñar con dormir. Sudar la camiseta de la felicidad. Felicidad es sumergirte en Madrid aguantando la respiración hasta ponerte morado, hasta el final. Calor. Cada vez me gusta más el calor, tu calor. Madrid.

Devenir.
Calor.
Cada vez me gusta más
tu calor.
Llegar a ser.
Trigal con cuervos.
Dientes torcidos.
Rastrojeras kilométricas. devenir6
Conejos muertos.
Cangrejos de río,
cangrejos
negros
asesinados por otros cangrejos
rojos
mucho más fieros.
Vamos, talibán,
estréllate
en la cumbre de la OTAN.
Joe Biden
se corre en la cara de Pedro Sánchez y
le cura las marcas del acné.
Fóllatelos Vladimir.
Cada vez me gusta más el calor,
tu calor.
Aguantar la respiración
sin gritar.
No asustarse
de vivir,
o intentarlo.
Levantarse.
Sudar
la camiseta
o sobre tu cuerpo.
No vale quejarse si ya te
has puesto a andar.
No vale más que continuar,
respirar
y transpirar. devenir7
Barbecho
en el que se hunden los pies.
Disparar a tu padre o a tu
vecino
para alcanzar la
felicidad.
Cada día que amanece
el número de hijos de puta crece.
Yo no tengo pueblo
más que tú.
Atracar bancos,
robar a ricos y a pobres
a partes iguales,
salomónicamente.
Calor.
Cada vez me gusta más
tu calor.
Tus dientes torcidos.
Devenir.
Llegar a ser.
Trigal con cuervos.


Imprimir

lanochemasoscura