Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

Mejor muérete después de comer

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Madrid. Mi madre se sienta a comer y siempre, todos los días sin excepción, todos los putos días de Dios o de la nada delante de mí, se queja porque no le gusta lo que hay en el plato, o porque no quiere comer tanto, o por ambas cosas a la vez. Siempre pone mala cara, de sufrimiento, ante la comida. Y cuando se da cuenta de que tiene que ceder y meterse la manduca por la boca y tragar, entonces dice su frase preferida: que quiere morirse, que quiere irse ya. Comimos los tres juntos, mi hermana, mi madre y yo. Pedimos una pizza a los pizzeros que han abierto hace poco enfrente en lo que antes era el bar de Antonio y Manolo. Nos hemos vuelto así de vagos. Compramos un sobre de lechuga iceberg, de esa tan artificial y crujiente ya cortada, para acompañar y que el pan de pizza industrial no nos hiciera tanto efecto atrancante en los intestinos. Pizza cuatro quesos, quesos que tienen de queso lo que yo de monje salesiano. Y peleamos un rato para que mi madre se comiera un par de porciones. muerete2Y terminó haciendo como que lloraba, pucheros, lloraba sin lágrimas, porque no quería comerse aquella imitación de pizza ni aquella imitación de lechuga. Llorar sin lágrimas. Es todo un arte. Hace poco me saqué el quinto dan del cinturón negro anti chantaje emocional, soy el Bruce Lee del anti chantaje. Pero sigue impresionándome verla gimotear aunque sea de ese modo, y también escucharla decir cien mil millones de veces al día, tantas como las asesinas estrellas del cielo, que quiere morirse, que quiere irse ya de una vez.

Entre los cinco y los ocho años fui a un minicolegio de esos que había en los barrios de Madrid antes de que abrieran en masa los colegios nacionales, la gran obra de caridad de la transición hacia el lumpen. Los viernes por la mañana nos llevaban a la Dehesa de la Villa y nos soltaban a nuestro libre albedrío en el interior, a hacer lo que nos diera la gana. Pasaban de nosotros, era maravilloso. Los primeros días yo lloraba por el camino, no se sabe muy bien por qué. El colegio lo llevaba una familia de tres hermanos. Donato, el mayor, nos conducía en fila de a dos hasta el parque, y yo lloraba y lloraba, y él me decía que así era mejor, que se ensanchaban los pulmones y que se meaba menos. La Dehesa en primavera se convertía en una sabana de margaritas altas hasta la rodilla. Jugábamos al fútbol en una hondonada y nos peleábamos a pedradas y empujones. La mañana pasaba rápido y me fui acostumbrando y dejé de llorar y se convirtió en mi lugar preferido en este puto mundo. Cuando tengo que escapar me voy allí y me tumbo en el césped y me siento un poco feliz. Es como mi casa. Y cada día me cuesta más llorar. Siempre he llorado más por desesperación que por tristeza. La tristeza se vive por dentro. Las ganas de matar que da la desesperación se arreglan a golpes y a lágrimas.

En tercero de EGB juntaron dos de estos minicolegios y en uno. Pusieron juntas las clases de tercero, cuarto y quinto. Cuando me subieron de curso me sentaron con Javi, que venía del otro mini colegio. Mi padre me preguntó que con quién me habían puesto en la clase, y cuando se lo dije se rio. Todo el mundo sabía que el padre de Javi robaba, sobretodo bancos, sucursales bancarias, a punta de escopeta o de lo que fuera. Y Javi era un tío espabilado, con una sonrisa siempre de oreja a oreja. Durante algunas temporadas su padre llevaba buenos coches y sus hijos buenas ropas, pero en otras lampaban y llevaban los zapatos, los únicos que tenían, gastados. Javi tenía muy buenos puños y muy mala hostia, y siempre me cayó simpático. Años más tarde él le pillaba coca al mismo camello que vendía heroína en la gasolinera del barrio a Antonio Vega. El otro día vi el documental sobre la vida de Antonio Vega y me sentí muy cercano a él, a su soledad, y me acordé de dónde pillaban los dos, allí abajo del todo de la calle. En nuestra clase del colegio había un chico que se llamaba Alfonso que era muy zote, y uno de los profesores, Amiano, que era ingeniero pero daba clases a niños, le pegaba con una correa de cartera en las manos y en la cara para hacerle aprender mejor. Y una vez simuló incluso que le ponía una inyección, con aguja armada con jeringuilla y todo, para acojonarle, y le hizo unos pinchazos por las piernas y los brazos, y Alfonso lloraba a lo bestia, con lágrimas, y se le veía sentir mucho miedo a Amiano, que era un pedazo de hijo de la gran puta al que teníamos miedo. Su hermano Donato también nos daba una hostia de vez en cuando, muerete6y había un tercer hermano, Jose Ramón, que era el director del colegio, y ese no pegaba porque era más pacífico. Y un verano volvieron de las vacaciones, muy morenos, y tuvieron que cerrar el colegio porque todos nos habíamos marchado a los colegios nacionales que habían edificiado nuevos y que eran gratis. Se acabó el negocio. Y los echamos de menos, porque nos llevaban al parque los viernes y no hacían caso cuando llorabas y así consiguieron que no llorásemos nunca más.

Esto de internet es una mierda muy grande, pero tú yo yo nos conocimos aquí. No sé ni cómo ni por qué. En este nuevo mundo de putas pantallas. Y es un amor muy puro el nuestro, porque no nos mueve un fin sexual, que es lo que en realidad mueve el mundo, porque nunca follaremos, porque ni me atraen los tíos absolutamente nada ni en mis fantasías salen nunca pollas. Algo bueno tiene que tener esta dimensión podrida humana de las pantallas y los hierros fritos con ventiladores cuando nos hemos conocido en ella, con lo difícil que es encontrar semejantes que no sean gilipollas y que no te mueva hacia ellos el móvil sexual. Y escucho tu voz por el puto guasap y me siento un poco mejor cuando me invade esa sensación de no poder respirar y de que no hay salida al agujero por ninguna parte. Algo jodidamente bueno tiene que tener ésto, tío, Prieto. Pero da igual toda esta mierda, toda la mierda del mundo. Y somos como Caetano y Gil. No me conformo con menos. Guitarrazos y cantar Tierra. Caminar, un pie delante del otro, un día y otro más, hasta que nos mantengamos de pie. Siempre vamos a ser como los personajes de Pekimpah. Soñamos con salir al tiroteo a pesar de que no haya esperanza de terminar vivos, venganza contra el mundo. Alardeamos de que nada nos importa, de que no tenemos nada que perder, de que nadie por mucho dinero y poder que tenga puede decirnos lo que tenemos que hacer si no nos sale de los cojones. Es un poco mentira y un poco verdad al mismo tiempo. No me conformo con menos que con pegar guitarrazos y disparos sobre la tierra. Fuimos Mar y yo a Marciac y entramos al concierto en aquella carpa que construyen una vez al año entre un maizal y un pequeño cementerio. Marciac. Afortunadamente no conocéis ese paraíso y nosotros sí. Y salieron al escenario Caetano y Gilberto Gil y se pusieron a tocar “Tierra”, o “Terra” para ellos, y solamente con su voz me sentí un poco mejor y lloré por dentro y lloro por dentro para que no me vean. Y el sonido sale por ese campo y cruza el mundo de arriba a abajo y de izquierda a derecha, y de norte a Sur, y el tiempo se detiene. Y no sé por qué me salen esas lágrimas, pero salen. Quizás es porque yo también me encuentro preso aquí dentro y algunas cosas me hacen tener ganas de seguir caminando o respirando, quizás como tú dices, Prieto, que me cuentas que siempre hay un rayito de luz y de esperanza en el hombre. Yo te constesto que no, que no lo creo, pero debe ser que en mi subconsciente continúa alguna bombilla de esa gilipollez verde encendida.

Mi madre no puede abrir la cerradura de la puerta. Y llora otra vez. El marco se ha abombado con el calorazo que hace en Madrid y con las décadas que tiene ya la madera y presiona el cerrojo y mi madre ya está perdiendo toda su fuerza. Primero perdió la sonrisa, ahora poco a poco la fuerza. Y no hay manera. Intento enseñarle a hacer más fuerza, maña, pero no puede. Ahora tiene miedo también de no poder abrir la puerta de su casa y quedarse a dormir en la calle o en el descansillo. Y llamo al cerrajero, que viene y me cobra cien Euros. Llega un chico ecuatoriano. Le doy la mano y me presento. Una de las misiones en el mundo es intentar que los demás pasen un rato agradable a tu lado, incluso a los cerrajeros urgentes. El tipo me sonríe, le cuento la historia de mi madre y la puerta y me sonríe, y lija una y otra vez la cerradura pero continúa estando dura, así más de media hora hasta que se harta y me dice que tenía que haberme cobrado ciento cuarenta en vez de cien como va a cobrarme, y lo dice en serio, pero yo no pienso pagarle más, por lo menos hay que echarle  más cojones para pedírmelo. La cerradura se ablanda al fin y sale mi madre e intenta abrir, y ya le parece más blanda, pero se pone a hacerlo compulsivamente, una y otra vez, sin parar, hasta desesperar al tío. muerete11Le cuenta lo mayor que está mientras gira la cerradura hasta desgastarla y le dice para rematar que ya no sabe por qué está en este mundo, que ya nada sirve de nada. El tipo cobra y se marcha aliviado.Ponemos la mesa para comer y se repite el proceso de no querer deglutir y el de desear morir. Y a la cuarta vez le digo: “vale, muérete, pero mejor después de comer”.

Hay noches en que me despierto, me levanto, y no puedo respirar, y entonces pienso en ti, en ti, y en ti, y se me pasa, y entra el aire en los pulmones otra vez, el sucio aire de mi ciudad que necesito para respirar. Cuando me encontraba preso me eché a correr por tus calles, cubiertas de nubes de hollín, Madrid, y no eres precisamente la Tierra de Caetano, eres dura y muchas veces cruel, pero aunque me haces daño siempre estás dentro de mi quiera o no quiera. Masoquismo de tu asfalto. Cuando me marcho lejos me deshidrato de ti, Madrid, aunque sé que siempre volveré a beber tu agua que da sed. Y te vi aquella vez desde la ventanilla del avión, Madrid, desde tu cielo azul sucio, y te vi tan pequeñina, tan desvalida, con lo grande y fuerte que eres, y juré que nunca te dejaría sola. Prometí que caminaría por tus calles hasta que se acabasen, o ellas o yo, me dije, y prometí no llorar nunca sin lágrimas. Y que siempre diría tu nombre en vano, que siempre lo blasfemaría, como a tí te gusta. Madrid.

Mejor Muerete
después de comer.
Muere y vive
todo lo que puedas.
Algo jodidamente bueno debe tener éstomuerete3
aunque no te lo
creas.
No me gusta ya nada ni nadie
hasta tu nombre me sabe
a mierda.
Llora que así no
meas.
Llanto sin lágrimas,
combustible infinito del mundo.
Correr por el parque
todo lo que puedas
mientras puedas.
No querer comer
ni beber.
Tristeza
maravillosa consejera.
Tu tristeza es la mía
aunque no quiera.
Me deshidrato de ti
porque necesito tragarte
todos los días.
Fuiste siempre
mi único oxígeno
y aire.
Si lloras se te ensanchan los pulmones,
entonces hazlo muy fuerte,muerete5
todo lo que puedas.
Respirar no es gratis
aunque no te lo creas.
Despachar heroína y cocaína en tu gasolinera.
Si dudas mejor no mires
hacia delante,
mejor salta.
Todo es una mierda muy grande
pero estamos en ella.
Un pie delante del otro todos tus días sobre
la tierra.
Si vas a morirte hazlo
después de comer.


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