Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

Madrid Cobain Monte Bondone

bondone1

No sé por qué no te quieren, Madrid. Quizás lo intuyo, pero sólo sé que no lo sé. Sé a ciencia cierta que no te quieren, porque yo sí los escucho, yo sí que escucho toda esa mierda. Son así de listos, así de necios, así de ciegos y así de afortunados, porque no te tienen y yo sí te tengo. Porque no te ven, porque ni te miran.

La gran putada, la mayor de todas, la supermegaputada, es que tus sueños se hagan realidad. Porque los sueños tienen su parte buena, pero también su mala, su porquería, su pesadilla, y cuando se hacen reales cambian por completo su cara y te das cuenta de que, como cada cosa en la vida, no siempre es oro todo lo que reluce, sino que también es mierda pintada de purpurina.

Todo son excusas. Casado. Enterrado. Ojala fuese como tú.

Madrid no es nada en concreto, Madrid no es ni tú ni yo, Madrid es todo. Es algo que no cambia aunque les parezca siempre cambiante, es pura mugre y puro cielo, es un lugar por el que fluyes, es el camino por el que caminas cojeando o el viento incendiado que respiras para quemarte los pulmones. Pero en el fondo no es nada. Nada. Nada. Es sólo Madrid. Porque todo es nada. No puedes ni podrás explicarlo. Es tu sitio o no lo es, y eso sólo se distingue si estás dispuesto a morir aquí. O lo amas o no lo amas. No lo amáis, y yo sí, y me mata y me muero, pero me da la vida, y lo odio con todas mis fuerzas porque no puedo salir de su callejón sin salida.

Charly Gaul era vigesimo cuarto en la clasificación general a 17 minutos del líder. Entonces comenzó a nevar.

Si no estás cuando te necesito de verdad, entonces es que no existes.

bondone2Empecé a ir al colegio a mediados de los setenta. Fui unos meses a un sitio. Me sacaron rápido. Me sacaban al patio en invierno para que vomitara la leche, la leche siempre me ha sentado mal. Me llevaron a otro. En Madrid había pequeños colegios. Nos subían a la azotea a jugar. Era como la de mi casa, las juntas de dilatación de alquitrán parecían cuerdas de equilibrista. Jugaba a ser equilibrista, o algo así. Las señoritas, llamábamos así a las profesoras, me vieron allí sólo y pusieron al resto a hacer de equilibristas. Dejó de hacerme gracia. Nos llevaron a una clase en la que estábamos los de tercero, cuarto y quinto todos juntos, algo apiñados. Muchos ya han muerto, pero recuerdo sus nombres y apellidos. Aquel verano acabé tercero, y yo fui feliz, porque siempre odié el colegio, y en septiembre, cuando debería empezar mi cuarto curso, empezamos a escuchar rumores de que cerraban el colegio. Las madres del barrio apuntaron compulsivamente a sus hijos a dos colegios nacionales nuevos que habían construido cerca. Resistimos unos cuantos sin matricularnos en aquellos nuevos edificios horribles, nos caían bien los profesores de nuestro pequeño colegio, algunos daban hostias como panes, incluso vi a uno pegar con una correa en la cara a un compañero, pero nos caían bien. El quince de septiembre volvieron a abrir el colegio, para sorpresa de los murmuradores, pero ya apenas quedábamos. Vaya cagada, mayúscula. Cerraron apenados. Nos matriculamos todos en los colegios nacionales. Ese verano cerraron casi todos los colegios pequeños de los barrios. Vaya cagada, vaya cagada. Nos gustaban aquellos putos colegios, aunque los odiáramos por ser colegios.

Madrid es lo que imaginamos que sea. Pero ni siquiera invertís un sólo minuto en imaginarlo. No tenéis ni puta idea de lo que es Madrid, pero tenéis la puta indecencia de escribir sobre la ciudad.

No sé dónde nacen los pájaros. Los patos vienen aquí en otoño, y aparecen algunas garzas a las que les gusta comerse la mugre del río. Pero no sé dónde nacen, ni dónde mueren. Sólo, muy de vez en cuando, se puede ver alguna paloma aplastada. El resto de pájaros parece ser que no mueren en Madrid.

Villaamil, Francos Rodríguez, Bravo Murillo, Fuencarral, Montera, Sol, todo seguido. Que os den a todos mientras estas calles sigan vivas, aunque sea en mi imaginación, aunque sea en mi retina.

Proyectan dietas, maravillas, edificios, paraísos, comida sana, amor. Sueñan con marcharse lejos, unos lo hacen con vivir cerca del mar, otros dicen que desean ver las montañas desde las ventanas de sus casas. Tengo que cogerte distancia de vez en cuando, pero no puedo alejarme demasiado. Es algo que no se elige, se gana, o quizás te cae encima. Hubo un tiempo en que podría haberlo intentado, haberme largado, pero por unas cosas o por otras no pude o no me atreví a esfumarme, o no quise, por unas razones o por otras, o por ninguna. Ahora ya es imposible, ya sé qué es lo que sucede cuando no te marchas a tiempo, ocurre que ya no tienes elección, que tienes que quedarte por cojones aquí, que ya no hay salida, ni vuelta de hoja. Es ese diablo que te está esperando en Samarcanda, inexorable. No se elige, no se elige, no se elige en realidad nada.

6 de abril de 1994. Me despiertan, tengo resaca. Kurt se ha suicidado, me dicen por el auricular. Me vuelvo a la cama. Dices que no te gustan los borrachos, resulta que a mi sí, gilipollas.

Os lo diré mil veces. Vale la pena repetirlo. Las palabras son un mapa, sólo un mapa. Primero están las palabras, luego la referencia, siempre vaga. Luego lo recubrís todo de chocolate y avellanas, o de sucedaneo de cacao y miel. El mapa no es la carne, es sólo papel. El mapa miente siempre porque sólo significa lo que quieras ver en él.

Los animales que he atrapado se han convertido en mis mascotas. Y yo vivo de la hierba y de lo que gotea del techo.

El 16 de julio de 1958 comenzó a caer una lluvia glacial sobre Aix les Bains. Y charly Gaul apareció sólo por delante de todos, como un ángel exterminador, en medio de la cortina de agua.

Nunca tomé litio.



Llegué a aquel otro colegio. Durante los cinco años que pasé allí no puedo decir que tenga en la memoria ni un recuerdo bueno, ni un segundo ni un minuto de duda a la que asirme para añorarlo. Me junté allí con mi medio hermano y con Miguel. Hay personas que te ayudan a andar, que surjen de la nada y a la nada se van, pero que te empujan a seguir adelante. Son pocos y son como el oro. Apréndelo, trata de no olvidar lo que te digo. Caminábamos por el patio en círculos, como si fuera una cárcel, tratábamos de pasar el rato intentábamos atravesar el tiempo hacia el futuro, el futuro que no existe. Un mañana, años más tarde, me levanté con esfuerzo de la cama, como siempre, y leí el periódico. Salía la foto de Miguel. Hacía años que no lo había visto. Su familia a través de las páginas hacía un llamamiento porque él había desaparecido. Lo encontraron dentro de una alcantarilla muerto.

Cuando la puerta del infierno parece que va a abrirse salgo de mi cueva y camino por tus calles. Aquí no voy nunca sin rumbo, siempre hay un principio y un final. Recorro Madrid en vueltas cíclicas. Visito el lugar donde se encontraba la casa de mi tía, la que enviudó a los treinta y pocos con lo puesto y un hijo, donde pasó gran parte de su vida en solitario y tratando de bregar con la idea de que del polvo venimos y al polvo iremos. Recuerdo su cara cuando una tarde bajamos a su casa y estaba postrada en la cama, con el pelo encanecido, casi sin recordar quién era ni quién éramos, se había meado encima y al fin se había liberado de todo y de todos. La casa ahora la han derribado y construido bloques de pisos, pero cuando paso sé exactamente dónde estaban las puertas y las ventanas, y podría entrar dentro y todavía oler su olor y ver su rostro.

Puedo jurarte que no tengo un arma. No, no tengo un arma.

Date cuenta de que nunca fui un chico de los que iban a las bodas con corbata, y de que no lo voy a ser nunca, no me da la gana, ponte como quieras, me la sudáis tú, tus bodas y tus corbatas. No he llevado corbata ni aunque me pagaran por ello. Quizás sea absurdo, sí, lo es. Pero siempre queda ese regusto de que te miren con desprecio, a mi me sabe bien, queda ese regusto de ver los ojos que te dicen que te odian por no pasar por el aro, y es impagable. Además, si me pongo podría estrangularte con tu corbata, no me costaría excesivo esfuerzo, y te mearías en los pantalones mientras te asfixias, antes de fallecer sin aliento... No, no soy el chico que se pone traje para ir a las bodas y así pasar desapercibido. Que os den, básicamente, eso es lo que pienso sobre éste y sobre otros muchos órdenes de la vida, aunque creo que hace mucho que sospechabais que pensaba ésto. Pero yo lo digo por si acaso, y por si os jode, porque que os joda me divierte. No, no tiene sentido, pero... en fin, divierte...

Sí, muchas noches necesito una cerveza, o dos, quizás sea cierto alcoholismo arrastrado desde la juventud, no lo sé, pero sí, necesito una cerveza, o dos, aquí metido en la oscura cueva en medio de las entrañas de Madrid. Una cerveza o dos para colocarme, porque no bebo para saborear, sino para colocarme. Necesito esas cervezas lo mismo que tú, aunque ahora las necesito aquí sólo, prefiero estar acompañado de unos cuantos videos del youtube que de todos aquellos de los que estuve acompañado bebiendo. Sí, un par de cervezas, o tres. Pero a la mañana siguiente, tanto tú como yo, nos daremos cuenta de que tampoco vale la pena, que son otra puta mierda esas cervezas, sólo una anestesia breve, leve, como casi todo, que sólo hay una cosa fija e inmutable, más allá y más acá: oscuridad.

bondone4Creciendo en tu sucio útero. Creciendo y creciendo para nada. Vagabundeábamos aquella tarde de principio del verano por los descampados de nuestra periferia, la que ya se estaba convirtiendo en menos periferia. Las hierbas habían crecido altas, casi no dejaban ver el horizonte. Salimos a un claro y escuchamos que algo se acercaba corriendo. Era un doberman. Les dije que no corrieran, que era peor correr ante los perros. Yo me quedé atrás. En cuanto el puto perro llegó a mi altura me mordió en la pantorrilla. Dicen que los perros huelen el miedo, y entonces se sienten confusos y atacan. Pero yo no les tengo miedo, no sé que coño olió el cabrón. Cuando llegué a casa me tapé la herida para que no la viera mi madre, porque si se enteraba de que me había mordido un perro me daría una hostia para que no me volviera a dejar morder por ningún animal tuviera el número de patas que tuviera.

En Madrid sólo hay una cosa cierta que define todo: Charly no hace surf. Piensa en ello, filosofa y saca conclusiones. Y cuando hayas hallado esa piedra filosofal ven y cuéntamelo para que me descojone de ti, para que te cuente que todo sistema se basa en sí mismo, y que por ello todo lo que pienses es reductible a la mierda del absurdo. Te lo voy a contar otra vez, otra jodida vez para que te entre en la sesera: algún día tendrás que comprender a fuerza de hostias que las palabras sólo son un puto mapa, y que el mapa, si no miras hacia el terreno, no sirve para nada. Fuera de las palabras, lejos de su red, está todo lo que ellas no pueden definir, o sea, el resto del mundo.

Soy de esos que establecen relaciones eternas en un instante, vínculos hasta la muerte. Esto no quiere decir que no sea algo hijo de puta, un hijo de la gran puta, que lo soy, sí. Pero, si sirve de algún mérito, en mi descargo, sólo me valen esos vínculos, el resto me la trae floja, no me importan nada. Aunque les sonría, aunque me pase la vida intentando no ser el aguafiestas de las fiestas, pues no olvido. Si te sonrío, ya sabes, igual en realidad te odio. Ellos no me importan nada. Pasan y se van, pasáis y os vais. Podéis hacer lo que queráis con vuestras vidas, de verdad os lo digo, a veces tengo ganas de que os lleven a campos de concentración al oeste de Polonia, pero es sólo a ratos, el resto del tiempo me producís un asco indiferente, ni siquiera puedo sentir empatía ante el dolor que sale de detrás de vuestras sonrisas de plástico, de vuestras comilonas y de las imágenes de vuestros pies fotografiados en la playa. Yo sé que no hay nada detrás de todo ello, ya ni lo dudo. Vosotros tenéis todavía un rayito de esperanza, ese que yo no he tenido nunca, que no es más que la gran puta de esta historia, de esta historia universal. Es esa mentira que os cuentan y que creéis, esa mentira de la vida eterna y la felicidad. Lo digo sinceramente, lo único que tenemos en común, vosotros y yo, es la muerte, sólo la puta muerte. Y eso por una parte me jode, pero por otra me hace gracia, porque al final del día, en cada cueva, vuestra esperanza no sirve para nada, lo mismo que la mía.

Me decías que cuando hablo de gasear a unos cuantos en realidad lo digo de verdad. Te respondí que no era para tanto, que sólo lo digo en sentido figurado, aunque me repito mucho en ello, todos los días. Pero tú insististe que sí, que en verdad, si pudiese, gasearía a unos cuantos de ellos, o más que a unos cuantos, que no era sólo pura palabrería, no sólo washaps como pedo al viento, que sí, que si pudiera los asesinaría con dolor, a un número bastante alto incluso. Me puse a pensar en ello mientras conducía a tu lado. Pensé, pensé a cerca de ello. Y acabé por darte la razón. Y no sentí pesadumbre, ni remordimiento, ni siquiera un leve peso sobre los hombros, nada de nada...

Masticar la comida por ti. Pasártela de atrás a delante en un beso apasionado, de mi boca a la tuya, porque me gustas. Y tener más cojones que Charly Gaul en el monte Bondone. Apretar los dientes y resistir. Caminar por Madrid en pleno invierno en mangas de camisa. Encender hogueras con astillas de huesos entre los escombros. Madrid ensombrecida. Madrid seca a causa de la humedad. Madrid, hijo de puta feliz el día del padre.

Imprimir

lanochemasoscura