Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

Vida hijaputa (Uzbekistán)

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Madrid. De noche y de día Madrid. Pasa el tiempo en espiral. Me duelen los oídos cuando hay silencio en Madrid. Silencio atronador. Madrid es un túnel de viento que arrastra el tiempo. Madrid hermanada con Uzbekistán Gente que salta en las fotos. Gente que se hace fotos de los pies. Gente a la que atropellan con el móvil en la mano, mientras hablan con su suegra o con su cuñado, que es la peor muerte que se puede tener, la más indigna, hablando por teléfono y que te atropelle un taxi, o aún peor, un hijoputa de un Uber. Vivimos aquellos tiempos en los que podíamos conducir borrachos. Y no nos pasó nada. Para probar que habíamos bebido nos bajaban del coche y nos hacían caminar por una ralla imaginaria, o guardar el equilibrio con un pie, o tocarte la nariz con los ojos cerrados. Pero podíamos apretar el acelerador borrachos sin la amenaza de arruinarnos. Conducíamos sobre dos ruedas si era preciso. No temíamos a la Guardia Civil y mucho menos a los cretinos enchufados de la policía municipal. Me hicieron soplar por el tubito antes de ayer. Dio cero punto cero. El policía municipal me lo uzbekistan2enseñó como con orgullo. Yo soñaba con sacar una pistola, ponérsela sobre la cabeza y apretar el gatillo. O acelerar a tope para arrasar el puesto de control. Mi barrio fue legendario en los setenta porque dos calles más abajo nació y vivió, poco, El Jaro. Aún quedan casitas bajas en Tetuán, sólo tienes que sumergirte un poco en su lumpen. A mí me envuelve, me protege. En la calle donde vivió El Jaro todavía quedan en pie las fachadas de algunas casitas, sobrevivieron al pelotazo inmobiliario a causa de la crisis. Bendita crisis. Una crisis de vez en cuando no hace mal a nadie.

Nací la semana que el hombre llegó a la luna. A mi madre le hicieron una cesarea, porque yo era un niño enorme. Dicen que pesé seis kilos. Mis padres tenían una tienda en el barrio heredada de mi abuelo. “La bomba” era un mercado al aire libre junto a la puerta de Madrid, donde se pagaban abastos por entrar las mercancías. Empecé a ir al colegio y cuando salía debía esperar en la calle a que mi madre terminase de trabajar para darme la comida en casa. Me sentaba un en escalón con una bolsa de Cheetos. Me compraba una bolsa en la tienda de ultramarinos de enfrente. Me daban una moneda y me compraba aquello que sabía a gloria bendita. Cheetos Matutano. Los degustaba con placer. A veces no me daban el dinero y el tendero, amigo de mi padre, me decía que entrara y me daba una bolsa. Una bolsa de ganchitos. A mí me daba vergüenza no pagar la bolsa. Prefiero los cheetos al caviar iraní o a la puta mierda del sushi.

Dices: “¿Por qué tengo las tetas frías y sudo al mismo tiempo por el cuello?”. Te respondo que es la respuesta de siempre: el tiempo que pasa, sobre tus tetas y tu cuello. El tiempo es un hijo de puta, pero da para componer frases muy bonitas y evocadoras.

Cuando éramos jóvenes teníamos simpatía por la Unión Soviética. Era aquel estado inefable con imagen de ser de acero donde gobernaban ancianos y que se oponía a Estados Unidos, un país que nos caía pero que muy mal. Mi padre leía periódicos viejos que le traían, los compraba para envolver el género. Llegaba incluso el “Mundo obrero” usado, el periódico comunista que era un coñazo de leer. Nos gustaban aquellos viejos que gobernaban con puño de hierro la Unión Soviética. Cada vez que nombraban uno era más viejo y decrépito que el anterior. Breznev, Andropovo, Chernyenko, cada vez eran más ancianos con pinta de borrachos. Hasta que llegó Gorbachov, con su mancha en la cabeza, y su mujer, Raysa, que era fea como pegar a un padre pero que decían que era muy maja. Gorbachov era un tío un poco inocente, que dejó que se la metieran por detrás. La señora Tatcher, esa hijaputa, decía que era un tío simpático, pero Ronald Reagan, el señor ese tan gracioso y tan gañán, no se fiaba del ruso. Se la metieron por detrás a Gorbachov. Luego nos enteramos que la Unión Soviética era una mentira enorme sobre la tierra, que estaban arruinados y que iban en casi todo de farol. Pero nosotros creíamos en la Unión Soviética, que uzbekistan3tenía un himno nacional muy bonito. Cuando vimos a Vladimir Salnikov, que nadaba como un salmón, o como un esturión, ganar los 1500 metros libres y pusieron aquel himno daban ganas de llorar de emoción, porque el himno de España es la puta mierda más grande de la historia de la música, en comparación con aquel himno comunista el de España es un truño te pongas como te pongas.

Las tías con maquillaje me dan dentera, como las macetas rotas. Es una manía. Macetas rotas arrastrando por el suelo como tizas chirriando sobre una pizarra. Me hacen rechinar los dientes. Dentera, dentera. Se pintan los ojos unas para parecer mayores y otras para que creamos que son más jóvenes. Los hombres son superiores a las mujeres en éso, cuanto más mugrientos y más arrugados parecen mejores. Pero las mujeres se ponen máscaras para pasear por las calles. Los ojos los llevan con grandes capas oscuras alrededor para resaltar una mirada interesante que no poseen. Se pintan las pestañas. Se pintan los mofletes. Se pintan los labios, eso es lo que más grima me da, que se pinten los labios. Luego las besas y saben a vaselina. La vaselina para metértela doblada. La vaselina para camuflar heridas en la boca. La pintura, la laca, las uñas postizas. Los tacones. Siempre los tacones. Los tacones me bajan la erección al instante. Los pelos bien cuidados y largos, lavados ocho veces al día, con extensiones. Cuatro capas de pintura para aparentar ser saludables y buenas personas.

Vida,
qué
hija de la gran puta eres.
Vida
hijaputa
hija de puta
de color de
rosa
con olor a mierda.
Mujeres abstemias
El sushi sabe a podrido como
tu coño.
Tu suegra era prostituta
muy barata
en la Casa de Campo.
Y tu mujer es una
gran
hija de puta
que folla con el vecino.
En el krusty krub se la chupa
fenomenal
a Bob Esponja.
No tememos a nada porque no tenemos nada
Espejos vendo, para mí no tengo.
El pasado siempre volverá
el hijoputa.
Vida
qué
hija de la gran puta eres.
Vida
hijaputa
hija de puta
de color
mierda
con olor a rosas.
Juré que sólo brotarían
muertos
de mis cojones
que me exinguiría
en silencio.
Siéntete como te sientas
no como te digan que debes
sentirte
cabrón.
Vida puta
Coprófaga insaciable
degustadora de mierda.
Vida saliendo
de tu culo
a presión,
diarrea de color,
vida para
disfrutarla
cuando me
corro sobre tu cara
mientras te estrangulo
con cartas de amor.
La única
solidaridad
es la puta lealtad
cerda
esa que no practicaste ni dentro del chocho
de tu madre.
Siéntete como te sientas
no como te digan que debes sentirte.
Vida
asfixiada de placer
en la horca,
vida de color de gris.
Vida con olor a pis
de gato
hedor a esquina meada.
Tu maravillosa
vida.
Vida
qué
hija de la gran puta eres.
Vida
hijaputa
hija de puta
de color de
rosa
con olor a mierda.
Uzbekistán.
Madrid.
Samarcanda
espera allí la muerte al
muerto viviente
pollo con almendras
sin pollo ni almendras,
caminando muerto
sin cabeza
como el hijo de la gallina.
Guoper a la parrilla.
Echan sal sobre las calles
anticongelante
antinatural
prefiero la noche
y salir de casa con amor
y un lanzallamas.
Vida
qué
hija de la gran puta eres.
Vida
hijaputa
hija de puta
de color
mierda
con olor a jazmín.
La guerra llegará hasta
Uzbekistán
hasta Samarcanda
y Madrid
ciudades y países patrimonio de los hijos de
puta de la humanidad.
Feminismo patrocinado
por Coca-Cola,
Patriarcado saliendo
de mis huevos
con sabor a Pepsi
hasta su cara
por un túnel de viento
que es un túnel de tiempo
que termina
siempre igual
contigo muerto
fiambre.
Vida, hija de puta.

En el primero A vivía una vieja hija de puta. La llamaban “la bordadora”. Tenía el pelo gris desde que cumplió los veinte años. Sus hijas eran más feas que pegar a un padre. Su marido era un sosías calvo con cara de imuzbekistan4potente al que nunca escuché hablar. Acusaba a la vecina de arriba, testiga de Jehová, de tirar basura a su patio interior, papeles, trapos, pinzas de la ropa y compresas usadas de sus hijas testigas de Jehová. Puede que las odiara por ser testigas de ese Dios, porque ella era atea, porque todas las brujas son ateas. Sus hijas eran unas putas muy feas. Comenzaron a insultar a otros vecinos. Algunos decían que eran gitanas, pero no bailaban flamenco, sólo sucedía que iban muy sucias, sucio el pelo, sucia la piel, sucias se adivinaban las bragas. Eran mujeres antilujuria, imposibles de follar para cualquier humano. Insultaban a los vecinos con cualquier excusa. Cotilleaban rumores sobre los vecinos. No debían follar mucho, quizás no follaban nunca, ni siquiera por el ano. Insultaban también a mi madre. Golpeaban las puertas al pasar, juraban y perjuraban. Un día bajaba mi madre conmigo a cuestas. Yo era un pequeño gran cabrón que nació con casi seis kilos de peso. No volví a crecer. Esperaban las tres a mi madre en el portal. Buscaban gresca, con quien fuera. Mi madre me dejó en el suelo. Las tres la encararon. Mi madre se arremangó. Entonces apareció mi tía por la puerta. Mi tía vivía sola y siempre debía dinero en la tienda de ultramarinos. Mi tía nació en 1916, ahora tendría más de cien años. Mi tía venía a visitarme. A mi tía se le murieron dos hijos de pequeños en la posguerra. Mi tía le atizó la primera hostia a la gitana mayor mientras mi madre dejó inconsciente a otra en el suelo con un pie sobre su cuello y la mano derecha estrujando el cuello de la tercera. Acudieron varios hombres, la policía y una ambulancia, que llevó a la casa de socorro a las tres heridas, magulladas, dos de ellas en estado de semiinconsciencia a causa de los golpes recibidos. Siempre me dijeron que pegara primero y después preguntara, que nunca pusiera la otra mejilla. La casa se pacificó y años más tarde mi madre firmó la pipa de la paz con “la bordadora”, que incluso me regalaba bolsas de gusanitos cuando me veía. Un día abrieron la puerta de su casa y la robaron el dinero que guardaba bajo el colchón, a la antigua usanza. En todo el barrio se dijo que había sido uno de sus yernos. Cuando se hizo muy vieja volvió a su pueblo natal a pasar los últimos años. Su sosías marido murió, y luego ella perdió la cabeza, o eso dicen.

Llaman al timbre del portal. Mi madre lo coge y grita que quién es tan fuerte que se debe escuchar por toda la calle. Contestan que son policías. ¿Policías? Nos preguntamos. uzbekistan5La policía no suele venir por aquí. Puede que sean falsos policías en todo caso. Pasa el rato y llaman a la puerta. Abro. Son cuatro tipos con pinta metrosexual, uno me pone la placa en la cara. Me explica que busca a un vecino, al tapicero del bajo. Sale mi madre y, ante mi asombro, les dice que ya no viene por aquí. Mi madre miente a un policía en su cara. Se nota que miente. Nos piden un teléfono del vecino. Mi madre dice que no sabe si dárselo, e insiste, mintiendo sin rubor, en que el vecino ya no viene por aquí. Que no viene, que no. Los policías se aburren y se marchan con cara de pazguatos. Se dan cuenta de que aquí no se debe preguntar por un vecino que podría tener a alguien descuartizado en un congelador, pero al que hay que proteger por ser vecino, porque el vecino es un cabrón pero es vecino, y tú eres policía. Aquí la policía nunca ha sido muy bienvenida. Es mi barrio. Es Madrid. Y en Madrid las noches oscuras son muy largas, hasta que te largas al cajón de madera que ahora vale casi tres mil Euros para enterrarte. Te venden caoba cuando es contrachapado. Madrid, capital de Uzbekistán. Ésto es Madrid, señor mío. Madrid.

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